a) El llamamiento a la santidad
Dios nos llama a que seamos santos, Dios nos ha puesto en el camino de la santidad, Dios desea que alcancemos esa santidad, y esto
		nos obliga a poner en santificarnos todo el corazón.
 Si nuestro corazón
		ha de estar en el cumplimiento de la voluntad divina, ha de estar en la
		santificación que Dios desea, y ha de estar con la gratitud, con la
		vigilancia, con la delicadeza, con la generosidad que exige la vocación
		divina, que, al fin y al cabo, es una infinita misericordia. Si por
		vocación somos santos, no podemos descansar hasta que hayamos realizado
		por entero esa vocación. 
Antes de que nosotros existiéramos y antes de que hubiera sido
		creado el mundo, ya Dios nos escogió; es decir, Dios usó de predilección
		con nosotros, Nos escogió para que fuéramos santos e inmaculados en su
		acatamiento, El corazón de Dios tiene unos deseos infinitos de pureza y
		de santidad. Arrebatado de estos infinitos deseos de santidad y de
		pureza, eligió unas criaturas, nos eligió a nosotros para hacernos puros
		y santos, y saciar en nosotros sus anhelos de pureza y santidad.
Pureza aquí es una participación de la pureza infinita de Dios.
		Desea Dios que imitemos su infinita pureza, que participemos de ella,
		que no haya en nosotros nada que desdiga de ella, nada donde El no pueda
		pasar sus ojos divinos; y para ello quiere purificarnos de todo lo que
		nos mancha y de todo lo que le es desagradable.
Al afán de Dios
		nuestro Señor de hacernos santos e inmaculados en su divina presencia,
		por fuerza ha de responder el afán nuestro de vivir deshaciendo nos por
		adquirir esa pureza y santidad que Dio nos pide, o, mejor dicho, que
		Dios quiere otorgarnos 
		
		
		
		b) Puerta abierta para todas las almas
		
			
			Dios nuestro Señor quiere que todas las almas
		progresen en la virtud, porque a todos dijo estas palabras:
		Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, 0 sea, de
		santidad; aquellos que andan anhelosos de perfeccionarse en la virtud. A
		todos les dijo estas palabras: Aspirad a ser perfectos, coma vuestro
		Padre celestial es perfecto. Para todos dejó abierta, de par en par, la
		puerta de la sabiduría. Esa es inconcuso.
 Y no solamente abre la
		.puerta, sino que a todos ayuda y llama, y a todos quiere atraer, y en
		todos despierta esos deseos, que alguna vez sentimos que llama a nuestro
		corazón pidiéndonos esto. Pues, cuando Dios trabaja en nosotros de modo
		que por propia experiencia la sabemos, no podemos dudar de que ese
		camino es para nosotros.
Esta palabra de Cristo [sobre la necesidad de tomar la cruz] no fue
		una palabra dirigida a unas cuantas almas escogidas llamadas a una
		especial santidad también con especial vocación, sino que esta palabra
		era para todos, se dirigía a todas las almas, y era un bien que el Señor
		ofrenda a todos los corazones humanos.
Para todos, 'pues, es esta
		sentencia a todos conviene esta doctrina; y no hemos de establecer
		nosotros una categoría". especial de personas a quienes ahora se
		dirija el Señor.
 Esas categorías de personas que a veces se establecen
		cuando se oven ciertas sentencias del Evangelio, sin tomar fundamento
		del mismo, Evangelio para distinguir así categorías, entre otros males,
		tiene el inconveniente de privarnos de frutos hermosísimos que
		recogeríamos si supiéramos agruparnos al auditorio del Señor.
Ese desprendimiento generoso de los bienes terrenos, ese aceptar con amor las humillaciones que Dios nos mande, ese arrostrar la persecución que suele padecerse cuando se quiere seguir las sendas del Evangelio, porque el mundo no deja en paz a quien no sigue sus caminos, todo esto se puede hacer, Esto es buscar la perfección. Será muy arduo, será dificilísimo para una naturaleza que está llena de malos hábitos, para quien no conozca bastante todavía la que vale la virtud y la que debe a Jesucristo; pero no es una cosa irrealizable. Los débiles, los cobardes, se quedarán atrás; pero las almas generosas, las a1mas iluminadas, pueden llegar ahí, y el ser alma generosa e iluminada está en nuestra mano, porque Dios nuestro Señor no niega a nadie la gracia para alcanzar la santidad.
Otros caminas no serán para nosotros, pero este camina de santidad es para todos, cualquiera que haya sido nuestra vida.
c ) Hambre y sed de santidad
Esta es la condición de la virtud, despertar hambre y sed nueva de
		santidad. Por eso, mientras que en un alma vulgar el hambre y la sed de
		justicia es muy apagada, en las almas santas, esa hambre y sed es
		verdaderamente devoradora. Todavía esa hambre y sed pueden tomar
		proporciones inmensas cuando prenden en un alma apostólica, porque
		entonces no es sólo hambre y sed de santificarse a si misma, sino que es
		hambre y sed de santificar a los demás, de hacer que todos los hombres
		sean verdaderos hijos de Dios. Y  todavía por encima de ese grado
		que parece supremo hay otro.  Cuando un alma llega a un desengaño
		tan profundo de las cosas de la tierra, que puede decir que su corazón
		ha muerto a ellas, y no puede amar sino a Dios, siente un hambre y sed
		de cielo, es decir, de santidad consumada en la plena posesión de Dios
		en el cielo un hambre de la Vida Eterna, en la que está la verdadera
		santidad sin sombras y sin temores, que en su comparación todas las
		anteriores palidecen. 
Conviene distinguir una doble hambre y
		una doble sed de las almas. Hay almas que son como el hijo pródigo:
		padecen de hambre y padecen de sed y van a saciar su hambre y su sed en
		las cosas creadas en las inmundicias .que les ofrecen las propias
		concupiscencias, en los propios deseos terrenos de su corazón. Y hay
		otra hambre y otra sed que no son coma las del hijo pródigo, sino que
		podemos compararías con el anhelo que sentía María Magdalena en el día
		de la resurrección cuando buscaba a su Maestro divino. La primer a
		hambre y la primera sed son una desgracia del corazón son una miseria
		del hombre, son un mal. La segunda hambre y la segunda sed son una dicha
		del hombre son una riqueza del corazón, son una bendición divina. 
 
		
 El que sabe cómo obra Dios
		en las almas, entiende muy bien n no sólo el
		que puedan compaginarse el hambre y la sed, sino el que esa misma sed y
		esa misma hambre sean una verdadera hartura. Este es el misterio de esos
		deseos de los santos, por una parte, atormentadores, y por otra parte,
		dulcísimos; por una parte, prueba y destierra y soledad, y por otra
		parte unión con Dios. 
d ) Cristo, modelo divino de santidad 
La
		santidad viviente, la santidad en concreto, es Cristo Jesús. Y, por
		consiguiente, todo el que aspire a la santidad tiene que ejercitar
		virtudes; si no se alcanzan, todo es ilusión, y, si se alcanzan, se
		tiene todo. 
No hay vida de perfección sin El. Toda vida que vaya
		por otro camino no es vida de perfección. Este concepto es para todos. 
 
		Forjad en vuestro
		entendimiento todos los tipos de santidad que queráis;
		la que esos tipos de santidad tengan de común con el sentir de Cristo
		Jesús, será verdadero; la que no tengan de común con el sentir de Cristo Jesús, no es verdadero.
		 
El
		camino de la santidad está
		abierto delante de mi siempre; en cualquiera disposición que me
		encuentre, siempre podré imitar los sentimientos de Jesucristo, unirme a
		El. ¿Que estoy sufriendo tentaciones? Procuraré vencerlas, coma El la
		hizo en el desierto. ¿Que estoy en una amarga desolación? Imitaré sus
		disposiciones al sufrir en la cruz el abandono del Padre celestial. ¿Que
		El permite que se me subleven las pasiones y me invada el tedio y la
		tristeza? Me uniré en su agonía en el huerto. 
¿ Que me quiere llevar un momento al Tabor? Pues también al Tabor con
		Cristo Jesús. 
Esta perfección sin término, en la cual debemos
		avanzar siempre hasta que llegue la eternidad, no ha de ser una
		perfección inventada por la torpeza de los hombres. Ha de ser la
		perfección evangélica, basada en la doctrina y en los divinos ejemplos
		de Jesús. Jesús es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. La
		senda que El nos mostró mientras vivió en este mundo es la que hemos de
		recorrer nosotros si queremos llegar al reino de Dios. No finjamos otra
		senda para la perfección, si no queremos engañarnos a nosotros mismos. 
Si no se llega a la entrada de la imitación de Cristo, que es esta imitación de su santa pobreza y de su santa humillación, para desasirse y despojarse de todo a fin de vivir únicamente para Dios ; si no se hace esto y el corazón sigue prendido en las criaturas, se conseguirán ciertas virtudes y se evitarán ciertos pecados, pero la perfección y la santidad no se conseguirán .
II. Caminos múltiples, pero guía única
		
		
		a) Múltiples formas de la santidad
		cristiana.
 Aunque ciertos ras rasgos generales los han de tener todos los
		santos, porque todos han alcanzado la santidad, la forma concreta de la
		santidad de un santo no es la forma concreta de la santidad de otro ni
		aun dentro de la misma orden religiosa.
Todos los santos, por el hecho de serlo, pueden y aun deben hacer
		suya aquella pa1abra de San Pablo: Para mi, el vivir es Cristo (Phil
		1,21), pero cada uno realiza
 estas palabras en una forma concreta que le es peculiar. Basta
		recordar a San Francisco y a San Bruno.
Dios nuestro Señor no es un
		artista humane pobre de ideas; tiene una sabiduría infinita, y cada vez
		que hace un santo rompe el molde para no hacer otro igual,
y se complace en que cada santo que El hace sea original-
		no sea como otro. Cuando el Señor hizo a Santa
		Teresa, rompió el molde y luego formó una Santa Teresita, y lo volvió a
		romper.
Sabios o sencillos, ciertos o dudosos, contemplativos
		militantes, los santos no son más que matices de una misma santidad; la
		santidad de Cristo descompuesta en los prismas del amor santo.
 Nos hemos de santificar de la manera
		a que Dios quiera por los caminos de santidad que Dios quiera de nosotros, por los modos
		que El nos lleve. La santidad nuestra no ha de ser la que nosotros
		queramos, sino la que quiera Dios.
		b) Dios abre muchos caminos
Tiene Dios muchos caminos para
		llevar a las al mas.
Hay una manera de entender la vida
		espiritual de demasiado sistemática, que no reconoce ni la diversidad de
		las vocaciones, ni la diversidad de las circunstancias sino que quiere calcar en cada persona lo que se ha vista
		en un santo
		determinado. Almas que no conocen más que un camino de santificación,
		creen que porque ellas no conocen más que ese camino, no puede haber
otro por donde las almas encuentren a Dios y se unan íntimamente con El.
 Cada uno tal y como
		es, dentro de las circunstancias en que se
		encuentra, tiene que arreglarse de modo que consiga lo que Dios quiere
		de él. El fin es el mismo, los caminos nunca lo son, porque no hay dos
		personas que tengan un mismo camino en la vida por lo que toca a la
		consecución del reino de los cielos.
			
c) Clave de la santidad: el cumplimiento fiel de la voluntad divina
¿ En qué consiste la santidad? Podemos decir que consiste en vivir
		enteramente para Dios. Para santificarse hay que entender las palabras
		vivir para Dios en toda su amplitud, hay que corregir toda desviación
		del corazón, hay que mortificar todas las afecciones desordenadas, hay
		que ponerse de lleno en la voluntad de Dios. Y todo esto no se hace sino
		cuando se ha conseguido la desnudez espiritual.
Para santificarse
		es condición indispensable vivir en la verdad.
Hay en nosotros
		coma dos voluntades; una que podemos llamar superficial, que aparece al
		exterior, y que en las personas religiosas suele estar siempre dirigida
		hacia lo bueno, y otra voluntad profunda, que queda disimulada en lo
		hondo del corazón, que es mucho más fuerte y eficaz que la anterior, y
		que es la que en realidad gobierna nuestros deseos. A veces, ni nosotros
		mismos tenernos plena conciencia de dónde está puesta, de hacia dónde se
		dirige nuestra voluntad profunda, pero es necesario descubrirlo. Para
		ser santos es necesario que esta voluntad profunda esté puesta de veras
		en la santificación y nada más que en la santificación (VII 203).
 Todos nosotros deseamos el reino
		no sólo por salvarnos, sino porque Dios
		reine con dominio absoluto. Esto es evidente. Pero este deseo, (es el
		fundamental? Al lado de ése, (no ha otros más o menos confesados, más o
		menos sutiles y misteriosos, pero que en realidad nos influyen y dirigen
		nuestra vida? ¿Noes a caso nuestro corazón, coma decía el Señor allá, en
		el sermón de la Montana,  un siervo que pretende servir a dos
		señores? A Dios, si, pero condicionalmente; no con una entrega total,
		sino con reservas; reservándose nuestra alma el maniobrar a su modo para
		conservar ciertos afectos, ciertos deseos que tiene en su corazón.
el
		examinarnos sinceramente, (podemos asegurar que no hay en el nuestro
		ninguno de ellos escondido y que subrepticiamente lo gobierne? Yo sólo
		sabría decir que, si eso fuera verdad, habríamos llegado a la cumbre de
		la santidad, porque la santidad es esa: la entrega total de un alma a
		Dios realizada, vivida. Y, si no, (por qué no hemos llegado a la cumbre
		de la santidad? Porque, junta al deseo del reino, hay otros que lo
		impurifican, que lo contienen para que no se desarrolle en toda su
		fuerza. (Cuáles? Cada alma los conoce. Pero, si no ha llegado a la
		santidad, es porque existen en ella, porque su voluntad escondida no
		está puesta de veras sólo en Dios.
La diferencia que hay entre
		una vida que es santa y otra que no lo es, es ésta: en las vidas de
		santas, la iniciativa la tenemos nosotros, y en las vidas santas la
		iniciativa es sólo de Dios. Dejarle a El la iniciativa siempre y en
		todas las cosas, plegarse y entregarse con dulzura, con alegría y con
		amor a esa iniciativa divina, es el gran secreto de la santificación.
		
 La clave de toda santidad es
		el cumplimiento de la voluntad divina lo
		mismo en la vida del alma más sencilla que en la vida del alma más
		sublime y levantada.
El fin de mi vida no es adaptarme a las circunstancias del mundo,
		sino adaptarme a la lev de Dios.
Saber vivir coma al margen de
		ese rio interior, corno flotando sobre sus olas, es un secreta necesario
		para la santidad. El curso del rio lo traza Dios, y, a veces, el mismo
		Señor permite que nuestros enemigos vengan a enturbiar o a encrespar las
		olas. No está en nuestra mano el dirigir esa corriente por los caminos
		que más nos agraden, pero si está en nuestra mano el saber navegar sobre
		ella sin estrellarnos contra un escollo y sin caer en el abismo. En toda
		esa complejidad interior hay algo que importa y algo que tenernos que
		dejar pasar sin que nos cautive. Lo que importa es que cada onda de ese
		rio se convierta por nuestra voluntad, ayudada por la gracia del Señor,
		en glorificación divina y en mérito eterno. Lo que no importa es que
		nosotros sintamos unos u otros vaivenes. Si el alma vive con la única
		preocupación de esos vaivenes y sin levantar los ojos más arriba, se
		pierde. Si, en cambio, en todos los vaivenes sabe mirar al cielo, va
		atesorando méritos indecibles y va creciendo en el amor. La corriente,
		ora impetuosa, ora mansa, la llevará siempre a Dios.
		
		
		
 d) En las circunstancias concretas de la prosa diaria
		
		
 El mejor modo de santificarme es aprovechar en el
		momento presente lo
		que tengo a mi alcance para ejercitar virtudes, las virtudes que eso me
		exija, Y no solamente es el mejor medio de santificación, sino el único
		medio, porque ésta es la realidad de mi vida y aquí es donde se ha de
		decidir mi santificación o mi no santificación, y todo lo demás es sonar
 El camino corto y sencillo
		para santificarnos, para imitar a Jesús, para
		acercarnos a Dios, es este camino de hacerlo todo bien, desde lo pequeño
		hasta lo gran de, desde lo más oculto hasta lo más publico, desde lo que
		es mas individual hasta lo que es muy colectivo , muy familiar o muy
		social. Hacer las cosas bien; es 
decir, hacer las cosas guiados
		por el Espíritu del Señor, con la recta intención de seguir las santas
		inspiraciones de ese Espíritu: hacer las cosas bien, no buscándonos a
		nosotros en las cosas que hacemos, ni dando pábulo a nuestras pasiones,
		ni procurando satisfacer deseos dormidos de nuestro corazón, sino
		olvidándonos de ellas para buscar a Dios nuestro Señor ; hacer las cosas
		bien, o, lo que es igual, hacerlas en unión con Dios, porque lo mismo
		que se une la mente con Dios cuando está recogida en la oración, puede
		unirse cuando está en medio de su trabajo cotidiano, y, aun en medio de
		esos afanes y esos apremios que las circunstancias de la vida tienen
		muchas veces, hacer las cosas unidos a Dios, hacerlas bien; es decir, no
		hacerlas guiados por criterios humanos o por la prudencia de la carne y
		de la sangre, sino por la palabra del Señor, con fe en esa palabra, sin
		discutirla, sin pensar en las consecuencias que esa palabra puede tener:
		he cumplido la palabra del Señor, y esto me basta; .hacer las cosas
		bien, es decir, no hacer las cosas con solicitud inmoderada del éxito o
		del fracaso, con la solicitud inmoderada del provecho o del perjuicio,
		de la honra 0 de la deshonra, del gusto o del sacrificio, sino dejando
		aparte todas estas cosas, como quien se abandona en Dios, cumple la
		palabra divina y sigue las inspiraciones del  Espíritu Santo; en
		una palabra, mira únicamente a Dios.
La verdad es ésta:
		que sea el mundo como sea, en todos los ambientes se pueden santificar
		las almas. Estará el mundo todo lo corrompido que queráis; pero, aun
		viviendo en el mundo, las almas se pueden santificar.
La santificación no es un tesoro
		que hay que buscar muy lejos,
		como dice la Sagrada Escritura hablando de la mujer fuerte, sino que
		está a nuestro alcance, a nuestro lado, dentro de nosotros mismos,
		porque toda ella se reduce a que convierta yo todo esto que veo en
		ocasiones de ejercitar virtudes viéndolo con ojos de fe.
Pónganme en
		el ambiente que me pongan, en las ocupaciones que quieran, entre las
		facilidades o las dificultades que se les antojen a los demás, siempre,
		si yo sé verlo todo con ojos de fe, me encontraré con una serie de
		medios que Dios me ha puesto en las manos para creer en la vida
		interior. Únicamente variará una cosa:
 las virtudes que tendré que ejercitar.
e) El heroísmo de las virtudes perfectas
La santidad es una sola. Lo mismo en el apóstol que en el alma
		contemplativa, lo mismo en el que vive en suma pobreza que en el que
		posee bienes de este mundo, consiste únicamente en la perfección de la
		caridad, que se adquiere únicamente con la perfecta abnegación de si
		mismo.
La santidad consiste en un gran amor de Dios, pero con condiciones indispensables, sin las cuales la santidad o no existe o no es perfecta; por ejemplo, ciertas virtudes que a la naturaleza se le hacen muy difíciles, como, por ejemplo, la humildad, el desprecio de todas las cosas del mundo, la mortificación, la negación de si mismo, etc. La santidad sin esto es una santidad ilusoria, sonada; la santidad verdadera incluye todo esto;· no de una manera superficial, no contentándose con tener esas virtudes de cualquier modo, sino de suerte que signifique la posesión de estas virtudes de un modo generoso y perfecto.
El reino de los cielos es el reino de la santidad; la corona gloriosa de los santos, y el modo de conquistar lo es desplegar todos los heroísmos sobrenaturales y evangélicos que el mundo y las almas tibias califican de exagerados y excesivos. El heroísmo de nuestro Redentor se percibe en seguida aunque no hagamos más que recordar este su rasgo fundamental: El pudo redimir al mundo con una sola palabra, y quiso redimirlo con una abundancia indescriptible de humillaciones y sacrificios. Toda su vida está llena de virtudes heroicas desde el principio hasta el fin.
f) Sin glosa, sin mutilaciones
Hay dos discreciones, una sobrenatural y divina y otra humana y natural. Ahora bien: ¿ qué diferencia hay entre un alma buena y corriente y un santo? Pues que esa alma buena está gobernada por la discreción natural, anda mirando y dando vueltas a «si podré o' no podré, si será conveniente o si no será conveniente», y la otra es un alma que, cerrando los ojos a todo eso, se abandona a la acción del Espíritu Santo para vivir puramente en espíritu de fe.
¿Qué es un santo? Un santo no es más que un alma que se ha fiado por
		entero de la palabra de Jesucristo y la ha tornado por única norma de su
		vida, sin glosas,
sin mutilaciones, sin interpretaciones humanas, tal
		como salió de los labios de Jesús y tal como suena en los oídos de las
		almas escogidas: esa es un santo.
Los santos, que sabían mirarlo todo con ojos de fe, no atendían
		en sus trabajes y en su ministerio al brillo que éstos puedan tener a la
		faz del mundo; no atendían a los aplausos de los hombres , no atendían a
		las consecuencias humanas que de esos trabajes podrían derivarse ;
		atendían irónicamente a Dios, aprendan únicamente a la sangre de Cristo,
		profanada en tantas almas.  El paso más difícil en el camino de la
		perfección es precisamente salir de las apariencias buenas para ponerse
		en el bien; desvanecer las ilusiones para ponerse en la verdad, Y ese
		paso hay que darlo, si no queremos que nuestros deseos de perfección
		sean un engaño
doloroso. Nos pasaremos la vida perorando de la
		perfección evangélica con los acentos más arrebatados; pero cada vez
		estaremos más lejos de la perfección.
Prácticamente, la gente
		que quiere servir a Dios no pierde la santidad por una caída gruesa,
		sino porque Satanás entra por medio de pequeñas infiltraciones, y
 estas pequeñas infiltraciones rebajan el
		espíritu, quitan el jugo,
		desquician las virtudes; éste es el arte por el que consigue que almas
		llenas de deseos de santidad
no acaben de
		santificarse.           
III. Clases de santidad
		
		a) Las santidades
		autenticas La santidad que más cuesta es la
		santidad más verdadera es la santidad que consiste en borrarse. Una vida
		santa, Pero borrada, es lo mismo que si el Señor hubiera ido pintando
		primorosamente en un cuadro una figura de santo, pero al mismo tiempo la
		hubiera ido borrando.
En la santidad suele haber dos cosas: algo
		escondido, secreto, y algo que sale al exterior, que se muestra a los
		ojos de todos. La santidad, fundamentalmente, consiste en el ejercicio
		heroico de las virtudes; pero unas veces esas virtudes heroicas están
		revestidas de tal manera en el exterior, que hieren la atención, atraen
		la mirada, roban el corazón de aquellos que las presencian; y otras
		veces, por la fuerza misma de las circunstancias, por la práctica de la
		humildad, por los designios de Dios, no llevan esas circunstancias
		exteriores, no tienen ese aspecto exterior. Por esa suele haber dos
		géneros de santidad: una santidad que es muy asequible para el vulgo de
		los hombres y otra santidad que es tanto.
Esta entrega total,
		filial, en complete abandono y en perfecto olvido de nosotros mismos,
		esto es centrarnos n la santidad y vivir centrados en la vida
		espiritual. Para esto no ha ce falta más que vivir en la santa oscuridad
		de la fe y en la perfecta abnegación. Asta será posible que lleguemos a
		ser santos y que no se entere nadie. Las santidades temibles son las
		santidades que se ven, porque es el que lleva un tesoro visible, que
		está expuesto a que lo roben; pero las santidades seguras son estas que
		esconde el Señor y que no las ve nadie.
La santificación de
		un alma muchas veces está en esa especie de desierto, en ese vivir
		siempre en la sombra, en una gran oscuridad, en una tierra sin flores,
		en una soledad que es hermosa, pero abrasada. A veces, el Señor quiere
		santificar a las almas en esa especie de pobreza interior. En saber
		vivir asta y quedarse en ese desierto está el paso decisivo para la
		propia santificación
Los santos siempre viven en el mundo en
		una soledad espantosa, mientras que los mundanos siempre tienen en torno
		suyo rumores de muchedumbres inmensas.
Los santos no se baten
		en retirada cuando arrecia el furor de la guerra contra el mismo
		]Jesucristo para evitar el caer heridos o morir. La muerte para ellos
		siempre ha sido su ganancia y su corona.  Lo que hay que hacer es
		santificarse en la monotonía rutinaria de la vida, que es santificarse
		con una santidad que ni tiene nada de llamativo ni atrae la atención del
		mundo.
		
		b) Las santidades sospechosas
Uno de los caminos
		por donde naufraga la santificación es el camino de la poesía. Sonar con
		que pueden acaecernos tales pruebas, sonar con que yo pueda llevar a
		cabo tal empresa, sonar con que yo me pueda encontrar en tales
		circunstancias ... , y es tan fácil! Pero por ahí naufraga la santidad.
		Nos mecemos en esos ensueños poéticos, esperando que por ahí despunte
		para nosotros el sol de nuestra santificación, y entre tanto tenemos la
		santificación en nuestras manos, en la prosa cotidiana de nuestra vida,
		viéndolo todo en Dios y aprovechándolo todo según Dios, y nos
		descuidamos, la perdemos de vista para seguir sonando.
Uno de
		los mayores enemigos que tiene la santificación de las almas son las
		santidades hipotéticas. Las santidades hipotéticas, por su misma
		naturaleza, no suelen realizarse. Deja el alma escapar la realidad que
		tiene delante, en la cual se debería santificar, y se echa a sonar con
		situaciones irreales, creyendo alucinadamente que en ellas se
		santificaría.
La santidad no consiste en ciertas prácticas
		devotas que exteriormente se hagan, la santidad no está en una vida
		exterior muy ordenada; eso es superfluo; todo lo más, secundario; la
		santidad está en las virtudes verdaderas; ni siquiera está en los
		sentimientos, sino en la manera como el alma reacciona cuando siente o
		no siente; si reacciona siempre según la virtud, según la perfección de
		las virtudes, entonces la santidad será verdadera, y la santidad
		verdadera tiene como características las grandes virtudes religiosas: la
		humildad, la pobreza, la perfecta abnegación, la completa obediencia,
		que es como la base y la piedra fundamental de la perfección; y sólo
		cuando esas virtudes llegan a ser virtudes puras con toda la perfección
		que el Evangelio les atribuye, entonces es cuando se está en justicia y
		santidad verdaderas.
Hay una gran diferencia entre el alma
		fervorosa, que se ha entregado de veras a Dios y que ve y busca a Dios
		en todo, y las almas tibias, amigas de si mismas. Las almas fervorosas
		tienen un instinto sobrenatural, una habilidad divina para encontrar a
		Dios en todo: en lo próspero y en lo adverso, en el amor y en el desamor
		de las criaturas, del que sacan el fruto de despegarse de ellas; en las
		alegrías, que miran como migajas que les caen de la mesa del Padre
		celestial, y en las lágrimas, porque saben unirlas con las de Jesús; en
		sus fervores, que son como un vuelo que las acerca a Dios, y en sus
		sequedades y desolaciones, que las unen con Jesús en el huerto de la
		agonía. Siempre encuentran a Dios, .nada hay que las estorbe para unirse
		con El; diríase que desafían a todas las criaturas, seguras de
		vencerlas. As! son las almas santas. 
Todo lo contrario es la condición de las tibias. Hasta en las cosas fáciles encuentran tropiezos; donde hay la menor cosa, ellas sacan más, van mendigando el amor de las criaturas; su desamor las desilusiona y las llena de amargura, porque no buscan a Dios, sino que se buscan a si mismas. Si tratan con Dios, no le, buscan a El, sino sus consuelos, y así por todas las sendas espirituales 0 temporales de la vida convierten en daño lo que debía serles provechoso........ continua