CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
DIRECTORIO
SOBRE
LA PIEDAD POPULAR Y LA
LITURGIA
PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES
CIUDAD DEL
VATICANO
2002
ÍNDICE
SIGLAS Y ABREVIATURAS
MENSAJE
DE SU SANTIDAD JUAN PABLO
II
DECRETO
INTRODUCCIÓN (1-21)
Naturaleza y estructura (4)
Los
destinatarios (5)
La terminología (6-10)
Algunos principios (11-13)
El lenguaje de la piedad
popular (14-20)
Responsabilidad y competencia (21)
PARTE PRIMERA
LÍNEAS EMERGENTES DE
LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA
TEOLOGÍA (22-92)
CAPÍTULO
I. LITURGIA Y PIEDAD POPULAR A LA LUZ DE LA
HISTORIA (22-59)
Liturgia y piedad popular en el curso de los siglos
(22-46)
La Antigüedad cristiana (23-27)
La Edad Media (28-33)
La Época
Moderna (34-43)
La Época Contemporánea (44-46)
Liturgia y piedad popular:
problemática actual (47-59)
Indicaciones de la historia: causas del
desequilibrio (48-49)
A la luz de la Constitución sobre Liturgia (50-58)
La importancia de la
formación (59)
CAPÍTULO
II. LITURGIA Y PIEDAD
POPULAR EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA (60-75)
Los valores de la piedad
popular (61-64)
Algunos peligros que pueden desviar la piedad popular (65-66)
El sujeto de la piedad
popular (67-69)
Los ejercicios de piedad (70-72)
Liturgia y ejercicios de piedad
(73-74)
Criterios generales para la
renovación de los ejercicios de piedad (75)
CAPÍTULO
III. PRINCIPIOS
TEOLÓGICOS PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR (76-92)
La vida cultual:
comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu (76-80)
La
Iglesia, comunidad cultual (81-84)
Sacerdocio común y piedad popular (85-86)
Palabra de Dios y piedad
popular (87-89)
Piedad popular y revelaciones
privadas (90)
Enculturación y piedad popular (91-92)
PARTE
SEGUNDA
ORIENTACIONES
PARA ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA (93-287)
Premisa
(93)
CAPÍTULO
IV. AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD POPULAR (94-182)
El domingo (95)
En el tiempo de Adviento
(96-105)
La Corona de
Adviento (98)
Las Procesiones de Adviento (99)
Las "Témporas de invierno"
(100)
La Virgen María en el Adviento (101-102)
La Novena de Navidad (103)
El "Nacimiento"
(104)
La piedad popular y el espíritu del Adviento (105)
En el tiempo de Navidad (106-123)
La
Noche de Navidad (109-111)
La fiesta
de la Sagrada Familia (112)
La fiesta de los Santos Inocentes (113)
El 31
de Diciembre (114)
La solemnidad de santa María Madre de Dios (115-117)
La
solemnidad de la Epifanía del Señor (118)
La fiesta del Bautismo del Señor
(119)
La fiesta de la Presentación del Señor (120-123)
En el tiempo de
Cuaresma (124-137)
La veneración de Cristo Crucificado (127-129)
La
lectura de la Pasión del Señor (130)
El "Vía Crucis" (131-135)
El "Vía
Matris" (136-137)
La Semana Santa (138-139)
Domingo de Ramos: Las palmas y
los ramos de olivo o de otros árboles (139)
Triduo pascual (140-151)
Jueves Santo: La visita al lugar
de la reserva (141)
Viernes Santo: La
procesión del Viernes Santo (142-143)
Representación de la Pasión de Cristo
(144)
El recuerdo de la Virgen de los Dolores (145)
Sábado Santo:
(146-147)
La "Hora de la Madre" (147)
Domingo de Pascua: (148-151)
El
encuentro del Resucitado con la Madre (149)
La bendición de la mesa familiar
(150)
El saludo pascual a la Madre del Resucitado (151)
En el Tiempo
Pascual (152-156)
La bendición anual de las familias en sus casas (152)
El
"Vía Lucis" (153)
La devoción a la divina misericordia (154)
La novena de
Pentecostés (155)
Pentecostés: El domingo de Pentecostés (156)
En el
Tiempo ordinario (157-182)
La solemnidad de la santísima Trinidad (157-159)
La solemnidad del Cuerpo y
la Sangre del Señor (160-163)
La adoración
eucarística (164-165)
El sagrado Corazón de Jesús (166-173)
El Corazón
inmaculado de María (174)
La preciosísima Sangre de Cristo (175-179)
La
Asunción de Santa María Virgen (180-181)
Semana de oración por la unidad de
los cristianos (182)
CAPÍTULO
V. LA VENERACIÓN A LA SANTA MADRE DEL SEÑOR
(183-207)
Algunos principios (183-186)
Los tiempos de los ejercicios
de piedad marianos (187-191)
La celebración de la fiesta (187)
El sábado
(188)
Triduos, septenarios, novenas marianas (189)
Los "meses de María"
(190-191)
Algunos ejercicios de piedad, recomendados por el Magisterio
(192-207)
Escucha orante de la Palabra de Dios (193-194)
El "Ángelus
Domini" (195)
El "Regina caeli" (196)
El Rosario (197-202)
Las Letanías
de la Virgen (203)
La consagración – entrega a María (204)
El escapulario
del Carmen y otros escapularios (205)
Las medallas marianas (206)
El himno
"Akathistos" (207)
CAPÍTULO
VI. LA VENERACIÓN A LOS SANTOS Y BEATOS
(208-247)
Algunos principios (208-212)
Los santos Ángeles (213-217)
San José
(218-223)
San Juan Bautista (224-225)
El culto tributado a Santos
y Beatos (226-247)
La celebración de los Santos (227-229)
El día de la
fiesta (230-233)
En la celebración de la Eucaristía (234)
En las Letanías
de los Santos (235)
Las reliquias de los Santos (236-237)
Las imágenes
sagradas (238-244)
Las procesiones (245-247)
CAPÍTULO
VII. LOS
SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS (248-260)
La fe en la resurrección de los
muertos (248-250)
Sentido de los sufragios (251)
Las exequias cristianas
(252-254)
Otros sufragios (255)
La memoria de los difuntos en la piedad
popular (256-260)
CAPÍTULO
VIII. SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES (261-287)
El santuario (262-279)
Algunos principios
(262-263)
Reconocimiento
canónico (264)
El santuario como lugar de celebraciones cultuales (265-273)
Valor ejemplar
(266)
La celebración de la Penitencia (267)
La celebración
de la Eucaristía (268)
La celebración de la Unción de los enfermos (269)
La celebración de otros
sacramentos (270)
La celebración de la Liturgia de
las Horas (271)
La celebración de sacramentales (272-273)
El santuario
como lugar de evangelización (274)
El santuario como lugar de la caridad
(275)
El santuario como lugar de cultura (276)
El santuario como lugar de
tareas ecuménicas (277-278)
La peregrinación (279-287)
Peregrinaciones
bíblicas (280)
La peregrinación cristiana (281-285)
Espiritualidad de la
peregrinación (286)
Desarrollo de la peregrinación (287)
CONCLUSIÓN
(288)
SIGLAS Y ABREVIATURAS
AAS Acta Apostolicae Sedis
CCE
Catechismus Catholicae Ecclesiae
CCL Corpus Christianorum (Series Latina)
CIC Codex Iuris
Canonici
CSEL Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum
Latinorum
DS H. DENZINGER - A. SCHÖNMETZER, Enchiridion Symbolorum
definitionum et declarationum de rebus fidei et morum
EI Enchiridion
Indulgentiarum. Normae et concessiones (1999)
LG CONCILIO VATICANO II,
Constitución Lumen gentium
PG Patrologia graeca (I.P. MIGNE)
PL
Patrologia latina (I.P. MIGNE)
SC CONCILIO VATICANO II, Constitución
Sacrosanctum Concilium
SCh Sources chrétiennes
Del "MENSAJE" de Su
Santidad JUAN PABLO II
a la Asamblea Plenaria de la
Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
(21 de septiembre del 2001)
2. La
Sagrada Liturgia que la Constitución Sacrosanctum Concilium
califica como la cumbre de la vida eclesial, jamás puede reducirse a una simple
realidad estética, ni puede ser considerada como un instrumento con fines
meramente pedagógicos o ecuménicos. La celebración de los santos misterios es,
sobre todo, acción de alabanza a la soberana majestad de Dios, Uno y Trino, y
expresión querida por Dios mismo. Con ella el hombre, personal y
comunitariamente, se presenta ante Él para darle gracias, consciente de que su
mismo ser no puede alcanzar su plenitud sin alabarlo y cumplir su voluntad, en
la constante búsqueda del Reino que está ya presente, pero que vendrá
definitivamente el día de la Parusía del Señor Jesús. La Liturgia y la vida son
realidades inseparables. Una Liturgia que no tuviera un reflejo en la vida, se
tornaría vacía y, ciertamente, no sería agradable a Dios.
3. La
celebración litúrgica es un acto de la virtud de la religión que, coherentemente
con su naturaleza, debe caracterizarse por un profundo sentido de lo sagrado. En
ella, el hombre y la comunidad han de ser conscientes de encontrarse, en forma
especial, ante Aquel que es tres veces santo y trascendente. Por eso, la actitud
apropiada no puede ser otra que una actitud impregnada de reverencia y sentido
de estupor, que brota del saberse en la presencia de la majestad de Dios. ¿No
era esto, acaso, lo que Dios quería expresar cuando ordenó a Moisés que se
quitase las sandalias delante de la zarza ardiente? ¿No nacía, acaso, de esta
conciencia, la actitud de Moisés y de Elías, que no osaron mirar a Dios cara a
cara?
El Pueblo de Dios necesita ver, en los sacerdotes y en los
diáconos, un comportamiento lleno de reverencia y de dignidad, que sea capaz de
ayudarle a penetrar las cosas invisibles, incluso sin tantas palabras y
explicaciones. En el Misal Romano, denominado de San Pío V, como en diversas
Liturgias orientales, se encuentran oraciones muy hermosas, con las cuales el
sacerdote expresa el más profundo sentimiento de humildad y de reverencia
delante de los santos misterios: ellas, revelan la sustancia misma de cualquier
Liturgia.
La celebración litúrgica presidida por el sacerdote es una
asamblea orante, reunida en la fe y atenta a la Palabra de Dios. Ella tiene como
finalidad primera presentar a la Majestad divina el Sacrificio vivo, puro y
santo, ofrecido sobre el Calvario, una vez para siempre, por el Señor Jesús, que
se hace presenta cada vez que la Iglesia celebra la Santa Misa, para expresar el
culto debido a Dios, en espíritu y en verdad.
Conozco el esfuerzo
realizado por la Congregación para promover, junto con los Obispos, el
fortalecimiento de la vida litúrgica en la Iglesia. Al expresarles mi aprecio,
deseo que tan preciosa obra contribuya a que las celebraciones sean, cada vez,
más dignas y fructuosas.
4. Vuestra Plenaria ha escogido como tema
central la religiosidad, para preparar un Directorio sobre esta materia. La
religiosidad popular constituye una expresión de la fe, que se vale de los
elementos culturales de un determinado ambiente, interpretando e interpelando la
sensibilidad de los participantes, de manera viva y eficaz.
La
religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene
como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y
favorecida. En sus manifestaciones más auténticas, no se contrapone a la
centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que
la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la
celebración de los Sagrados misterios.
5. La correcta relación entre
estas dos expresiones de fe, debe tener presente algunos puntos firmes y, entre
ellos, ante todo, que la Liturgia es el centro de la vida de la Iglesia y
ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla o ser considerada a su nivel.
Es importante
subrayar, además, que la religiosidad popular tiene su natural
culminación en la celebración litúrgica, hacia la cual, aunque no confluya
habitualmente, debe idealmente orientarse, y ello se debe enseñar con una
adecuada catequesis.
Las expresiones de la religiosidad popular aparecen,
a veces, contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica. En
esos casos, dichas manifestaciones han de ser purificadas con prudencia y
paciencia, por medio de contactos con los responsables y una catequesis atenta y
respetuosa, a no ser que incongruencias radicales hagan necesarias medidas
claras e inmediatas.
Evaluar esto, compete en primer lugar al Obispo
diocesano, o a los Obispos de los territorios en que se dan dichas formas de
religiosidad. En este caso, es oportuno que los Pastores confronten sus
experiencias, para ofrecer orientaciones pastorales comunes, evitando
contradicciones dañinas para el pueblo cristiano. Sin embargo, a menos que
existan claros motivos contrarios, los Obispos deben tener una actitud positiva
y alentadora hacia la religiosidad popular.
***
CONGREGACIÓN PARA
EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
Prot. N.
1532/00/L
DECRETO
Al afirmar el primado de la liturgia, "la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana
toda su fuerza" (Sacrosanctum Concilium 10), el Concilio Ecuménico Vaticano II
recuerda, todavía, que "la participación en la Sagrada liturgia no abarca toda
la vida espiritual" (ibidem 12). Como alimento de la vida espiritual de los
fieles existen, de hecho, también "los ejercicios piadosos del pueblo
cristiano", especialmente aquellos recomendados por la Sede Apostólica y
practicados en las Iglesias particulares por mandato o con la aprobación del
Obispo. Al recordar la importancia de que tales expresiones cultuales sean
conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia, los Padres conciliares han
trazado el ámbito de su comprensión teológica y pastoral: "los ejercicios
piadosos se organicen de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en
cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia,
por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (ibidem 13).
A la luz de
tan autorizada enseñanza y de otras intervenciones del Magisterio de la Iglesia
sobre las prácticas de piedad del pueblo cristiano, y recogiendo las iniciativas
pastorales que han surgido en estos años, la Plenaria de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que tuvo lugar en los días
26-28 de septiembre del 2001, ha aprobado el presente Directorio. En él se
consideran, de forma orgánica, los nexos existentes entre Liturgia y piedad
popular, recordando los principios que guían tal relación y dando orientaciones
para conseguir efectos fructíferos en las Iglesias particulares, según las
peculiares tradiciones de cada una de ellas. Por lo tanto y a título especial,
es competencia del Obispo valorar la piedad popular, cuyos frutos han sido y son
de gran valor para que se conserve la fe en el pueblo cristiano, cultivando una
actitud pastoral positiva y estimulante, hacia ella.
Recibida la
aprobación del Sumo Pontífice JUAN PABLO II, para que este Dicasterio publique
el "Directorio sobre la piedad popular y la Liturgia. Principios y
orientaciones" (Comunicación de la Secretaría de Estado, del 14 diciembre del
2001, Prot. N. 497.514), la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos se alegra de hacerlo público, deseando que con este instrumento,
Pastores y fieles, puedan encontrar mejores condiciones para crecer en Cristo,
por él y con él, en el Espíritu Santo, para alabanza del Padre que está en los
cielos.
Sin que obstante nada en contra.
En la sede de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el 17 de
diciembre del 2001.
Jorge A. Card. Medina Estévez
Prefecto
Francesco Pio
Tamburrino
Arzobispo Secretario
INTRODUCCIÓN
1.
En el asegurar el crecimiento y la promoción de la Liturgia, "la cumbre a la
cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde
mana toda su fuerza", esta Congregación advierte la necesidad de que no sean
olvidadas otras formas de piedad del pueblo cristiano y su fructuosa aportación
para vivir unidos a Cristo, en la Iglesia, según las enseñanzas del Concilio
Vaticano II.
Después de la renovación conciliar, la situación de la
piedad popular cristiana se presenta variada, según los países y las tradiciones
locales. Se aprecian diversos modos de presentarse, a veces en contraste, como:
abandono manifiesto y rápido de formas de piedad heredadas del pasado, dejando
vacíos no siempre colmados; aferrarse a modos imperfectos o equivocados de
devoción, que alejan de la genuina revelación bíblica y chocan con la economía
sacramental; críticas injustificadas a la piedad del pueblo sencillo, en nombre
de una presunta "pureza" de la fe; exigencia de salvaguardar la riqueza de la
piedad popular, expresión del sentir profundo y maduro de los creyentes en un
determinado lugar y tiempo; necesidad de purificar de los equívocos y de los
peligros de sincretismo; renovada vitalidad de la religiosidad popular como
resistencia y reacción a una cultura tecnológica-pragmática y al utilitarismo
económico; caída de interés por la piedad popular, provocada por ideologías
secularizadas y por las agresiones de "sectas" hostiles a ella.
La
cuestión exige constantemente la atención de los Obispos, presbíteros y
diáconos, de los agentes de pastoral y de los estudiosos, los cuales deben tener
especial cuidado, ya sea de la promoción de la vida litúrgica entre los fieles,
ya sea de revalorizar la piedad popular.
2. La relación entre Liturgia y
ejercicios de piedad ha sido abordada expresamente por el Concilio Vaticano II
en la Constitución sobre la sagrada Liturgia. En diversas circunstancias, la
Sede Apostólica y las Conferencias de Obispos han afrontado más ampliamente el
argumento de la piedad popular, propuesto por la Carta Apostólica Vicesimus
Quintus Annus, de Juan Pablo II, entre las futuras tareas de renovación: "la
piedad popular no puede ser ni ignorada ni tratada con indiferencia o desprecio,
porque es rica en valores, y ya de por sí expresa la actitud religiosa ante
Dios; pero tiene necesidad de ser continuamente evangelizada, para que la fe que
expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico. Tanto los
ejercicios de piedad del pueblo cristiano, como otras formas de devoción, son
acogidos y recomendados, siempre que no sustituyan y no se mezclen con las
celebraciones litúrgicas. Una auténtica pastoral litúrgica sabrá apoyarse en las
riquezas de la piedad popular, purificarla y orientarla hacia la Liturgia, como
una ofrenda de los pueblos".
3. En el intento, por lo tanto, de ayudar "a
los Obispos, para que, además del culto litúrgico, se incrementen y tengan en
consideración las oraciones y las prácticas de piedad del pueblo cristiano, que
responden plenamente a las normas de la Iglesia", y parece oportuno a este
Dicasterio redactar el presente Directorio, en el cual se busca considerar de
forma orgánica los nexos que existen entre Liturgia y piedad popular, recordando
algunos principios y dando indicaciones para las actuaciones prácticas.
Naturaleza y
estructura
4. El Directorio está constituido por dos
partes. La primera, denominada Líneas emergentes, establece los elementos para
realizar una armónica composición entre culto litúrgico y piedad popular.
Primero de todo, se trata la experiencia madurada a lo largo de la historia y la
determinación sistemática de la problemática de nuestro tiempo (cap. I); se
proponen orgánicamente, por lo tanto, las enseñanzas del Magisterio, como
premisa indispensable de comunión eclesial y de acción fructífera (cap. II);
finalmente se presentan los principios teológicos a cuya luz se deben afrontar y
resolver los problemas relativos a la relación entre Liturgia y piedad popular
(cap. III). Sólo en el sabio y cuidadoso respeto de estos presupuestos está la
posibilidad de desarrollar una verdadera y fecunda armonía. Por el contrario, el
olvido de ellos desemboca en una recíproca ignorancia estéril, en una dañina
confusión o en una polémica contraposición.
La segunda parte, llamada
Orientaciones, presenta un conjunto de propuestas operativas, sin todavía
pretender abarcar todos los usos y las prácticas de piedad existentes en los
distintos lugares. Al mencionar las diferentes expresiones de piedad popular, no
se quiere pedir su adopción en aquellos lugares donde estas no existan. La
exposición se desarrolla con referencias a las celebraciones del Año litúrgico
(cap. IV); a la peculiar veneración que la Iglesia tributa a la Madre del Señor
(cap. V); a la devoción hacia los Ángeles, los Santos y los Beatos (cap. VI); a
los sufragios por los hermanos y hermanas difuntos (cap. VII); al desarrollo de
las peregrinaciones y a las manifestaciones de piedad en los santuarios (cap.
VIII).
En su totalidad, el Directorio tiene la finalidad de orientar e
incluso si, en algunos casos, previene posibles abusos y desviaciones, tiene un
sentido constructivo y un tono positivo. En este contexto, las Orientaciones
ofrecen, sobre cada una de las devociones, breves noticias históricas, recuerdan
los diversos ejercicios de piedad en los cuales se expresa, proponen las razones
teológicas que les sirven de fundamento, dan sugerencias prácticas sobre el
tiempo, el lugar, el lenguaje y sobre otros elementos, para una válida
armonización entre las acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.
Los
destinatarios
5. Las propuestas operativas, que se refieren
solamente a la Iglesia Latina, y principalmente al Rito Romano, se dirigen sobre
todo a los Obispos, a los cuales corresponde la tarea de presidir en las
diócesis la comunidad del culto, de incrementar la vida litúrgica y de coordinar
con ella las otras formas cultuales; también son destinatarios sus colaboradores
directos, o sea, sus Vicarios, presbíteros y diáconos, de forma especial los
Rectores de santuarios. Además, se dirigen a los Superiores mayores de los
institutos de vida consagrada, masculinos y femeninos, porque no pocas de las
manifestaciones de la piedad popular han surgido y se han desarrollado en este
ámbito, y porque de la colaboración de los religiosos, religiosas y miembros de
los institutos seculares, se puede esperar mucho para la justa armonización
legítimamente deseada.
La terminología
6. En el curso de
los siglos, las Iglesias de occidente han estado marcadas por el florecer y
enraizarse del pueblo cristiano, junto y al lado de las celebraciones
litúrgicas, de múltiples y variadas modalidades de expresar, con simplicidad y
fervor, la fe en Dios, el amor por Cristo Redentor, la invocación del Espíritu
Santo, la devoción a la Virgen María, la veneración de los Santos, el deseo de
conversión y la caridad fraterna. Ya que el tratamiento de esta compleja
materia, denominada comúnmente "religiosidad popular" o "piedad popular", no
conoce una terminología unívoca, se impone alguna precisión. Sin la pretensión
de querer dirimir todas las cuestiones, se describe el significado usual de los
términos empleados en este documento.
Ejercicio de piedad
7. En el
Directorio, el término "ejercicio de piedad", designa aquellas expresiones
públicas o privadas de la piedad cristiana que, aun no formando parte de la
Liturgia, están en armonía con ella, respetando su espíritu, las normas, los
ritmos; por otra parte, de la Liturgia extraen, de algún modo, la inspiración y
a ella deben conducir al pueblo cristiano. Algunos ejercicios de piedad se
realizan por mandato de la misma Sede Apostólica, otros por mandato de los
Obispos; muchos forman parte de las tradiciones cultuales de las Iglesias
particulares y de las familias religiosas. Los ejercicios de piedad tienen
siempre una referencia a la revelación divina pública y un trasfondo eclesial:
se refieren siempre, de hecho, a la realidad de gracia que Dios ha revelado en
Cristo Jesús y, conforme a las "normas y leyes de la Iglesia" se desarrollan
"según las costumbres o los libros legítimamente aprobados".
Devociones
8. En nuestro
ámbito, el término viene usado para designar las diversas
prácticas exteriores (por ejemplo: textos de oración y de canto; observancias de
tiempos y visitas a lugares particulares, insignias, medallas, hábitos y
costumbres), que, animados de una actitud interior de fe, manifiestan un aspecto
particular de la relación del fiel con las Divinas Personas, o con la Virgen
María en sus privilegios de gracia y en los títulos que lo expresan, o con los
Santos, considerados en su configuración con Cristo o en su misión desarrollada
en la vida de la Iglesia.
Piedad popular
9. El término "piedad
popular", designa aquí las diversas manifestaciones cultuales, de carácter
privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se expresan
principalmente, no con los modos de la sagrada Liturgia, sino con las formas
peculiares derivadas del genio de un pueblo o de una etnia y de su cultura.
La piedad popular,
considerada justamente como un "verdadero tesoro del
pueblo de Dios", "manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y los pobres
pueden conocer; vuelve capaces de generosidad y de sacrificio hasta el heroísmo,
cuando se trata de manifestar la fe; comporta un sentimiento vivo de los
atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa
y constante; genera actitudes interiores, raramente observadas en otros lugares,
en el mismo grado: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana,
desprendimiento, apretura a los demás, devoción".
Religiosidad popular
10. La realidad
indicada con la palabra "religiosidad popular", se refiere a
una experiencia universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de
todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre presente una
dimensión religiosa. Todo pueblo, de hecho, tiende a expresar su visión total de
la trascendencia y su concepción de la naturaleza, de la sociedad y de la
historia, a través de mediaciones cultuales, en una síntesis característica, de
gran significado humano y espiritual.
La religiosidad popular no tiene
relación, necesariamente, con la revelación cristiana. Pero en muchas regiones,
expresándose en una sociedad impregnada de diversas formas de elementos
cristianos, da lugar a una especie de "catolicismo popular", en el cual
coexisten, más o menos armónicamente, elementos provenientes del sentido
religioso de la vida, de la cultura propia de un pueblo, de la revelación
cristiana.
Algunos principios
Para introducir en una
visión de conjunto, se presenta aquí brevemente cuanto se expone ampliamente y
se explica en el presente Directorio.
El primado de la Liturgia
11. La historia enseña
que, en ciertas épocas, la vida de fe ha sido sostenida
por formas y prácticas de piedad, con frecuencia sentidas por los fieles como
más incisivas y atrayentes que las celebraciones litúrgicas. En verdad, "toda
celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es
la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título
y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia". Debe ser
superado, por lo tanto, el equívoco de que la Liturgia no sea "popular": la
renovación conciliar ha querido promover la participación del pueblo en las
celebraciones litúrgicas, favoreciendo modos y lugares (cantos, participación
activa, ministerios laicos...) que, en otros tiempos han suscitado oraciones
alternativas o sustitutivas de la acción litúrgica.
La excelencia de la
Liturgia respecto a toda otra posible y legítima forma de oración cristiana,
debe encontrar acogida en la conciencia de los fieles: si las acciones
sacramentales son necesarias para vivir en Cristo, las formas de la piedad
popular pertenecen, en cambio, al ámbito de lo facultativo. Prueba venerable es
el precepto de participar a la Misa dominical, mientras que ninguna obligación
ha afectado jamás a los píos ejercicios, por muy recomendados y difundidos, los
cuales pueden, no obstante, ser asumidos con carácter obligatorio por una
comunidad o un fiel particular.
Esto pide la formación de los sacerdotes
y los fieles, a fin que se dé la preeminencia a la oración litúrgica y al año
litúrgico, sobre toda otra práctica de devoción. En todo caso, esta obligada
preeminencia no puede comprenderse en términos de exclusión, contraposición o
marginación.
Valoraciones y renovación
12. La libertad frente a
los ejercicios de piedad, no debe significar, por lo tanto, escasa consideración
ni desprecio de los mismos. La vía a seguir es la de valorar correcta y
sabiamente las no escasas riquezas de la piedad popular, las potencialidades que
encierra, la fuerza de vida cristiana que puede suscitar.
Siendo el
Evangelio la medida y el criterio para valorar toda forma de expresión – antigua
y nueva – de la piedad cristiana, a la valoración de los ejercicios de piedad y
de las prácticas de devoción debe unirse una tarea de purificación, algunas
veces necesaria, para conservar la justa referencia al misterio cristiano. Es
válido para la piedad popular cuanto se afirma para la Liturgia cristiana, o
sea, que "no puede en absoluto acoger ritos de magia, de superstición, de
espiritismo, de venganza o que tengan connotaciones sexuales".
En tal
sentido se comprende que la renovación querida por el Concilio Vaticano II para
la liturgia debe, de algún modo, inspirar también la correcta valoración y la
renovación de los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción. En la piedad
popular debe percibirse: la inspiración bíblica, siendo inaceptable una oración
cristiana sin referencia, directa o indirecta, a las páginas bíblicas; la
inspiración litúrgica, desde el momento que dispone y se hace eco de los
misterios celebrados en las acciones litúrgicas; una inspiración ecuménica, esto
es, la consideración de sensibilidades y tradiciones cristianas diversas, sin
por esto caer en inhibiciones inoportunas; la inspiración antropológica, que se
expresa, ya sea en conservar símbolos y expresiones significativas para un
pueblo determinado, evitando, sin embargo, el arcaísmo carente de sentido, ya
sea en el esfuerzo por dialogar con la sensibilidad actual. Para que resulte
fructuosa, tal renovación debe estar llena de sentido pedagógico y realizada con
gradualidad, teniendo en cuenta los diversos lugares y circunstancias.
Distinciones y armonía con la
Liturgia
13. La diferencia objetiva entre
los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción respecto de la Liturgia
debe hacerse visible en las expresiones cultuales. Esto significa que no pueden
mezclarse las fórmulas propias de los ejercicios de piedad con las acciones
litúrgicas; los actos de piedad y de devoción encuentran su lugar propio fuera
de la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos.
De una
parte, se debe evitar la superposición, ya que el lenguaje, el ritmo, el
desarrollo y los acentos teológicos de la piedad popular se diferencian de los
correspondientes de las acciones litúrgicas. Igualmente se debe superar, donde
se da el caso, la concurrencia o la contraposición con las acciones litúrgicas:
se debe salvaguardar la precedencia propia del domingo, de las solemnidades, de
los tiempos y días litúrgicos.
Por otra parte, hay que evitar añadir
modos propios de la "celebración litúrgica" a los ejercicios de piedad, que
deben conservar su estilo, su simplicidad y su lenguaje característico.
El lenguaje de la
piedad popular
14. El lenguaje verbal y gestual
de la piedad popular, aunque conserve la simplicidad y la espontaneidad de
expresión, debe siempre ser cuidado, de modo que permita manifestar, en todo
caso, junto a la verdad de la fe, la grandeza de los misterios cristianos.
Los gestos
15.
Una gran variedad y riqueza de expresiones corpóreas,
gestuales y simbólicas, caracteriza la piedad popular. Su puede pensar, por
ejemplo, en el uso de besar o tocar con la mano las imágenes, los lugares, las
reliquias y los objetos sacros; las iniciativas de peregrinaciones y
procesiones; el recorrer etapas de camino o hacer recorridos "especiales" con
los pies descalzos o de rodillas; el presentar ofrendas, cirios o exvotos;
vestir hábitos particulares; arrodillarse o postrarse; llevar medallas e
insignias... Similares expresiones, que se trasmiten desde siglos, de padres a
hijos, son modos directos y simples de manifestar externamente el sentimiento
del corazón y el deseo de vivir cristianamente. Sin este componente interior
existe el riesgo de que los gestos simbólicos degeneren en costumbres vacías y,
en el peor de los casos, en la superstición.
Los textos y las fórmulas
16. Aunque
redactados con un lenguaje, por así decirlo, menos riguroso que
las oraciones de la Liturgia, los textos de oración y las fórmulas de devoción
deben encontrar su inspiración en las páginas de la Sagrada Escritura, en la
Liturgia, en los Padres y en el Magisterio, concordando con la fe de la Iglesia.
Los textos estables y públicos de oraciones y de actos de piedad deben llevar la
aprobación del Ordinario del lugar.
El canto y la música
17.
También el canto, expresión natural del alma de un pueblo, ocupa una función de
relieve en la piedad popular. El cuidado en conservar la herencia de los cantos
recibidos de la tradición debe conjugarse con el sentido bíblico y eclesial,
abierto a la necesidad de revisiones o de nuevas composiciones.
El canto
se asocia instintivamente, en algunos pueblos, con el tocar las palmas, el
movimiento rítmico del cuerpo o pasos de danza. Tales formas de expresar el
sentimiento interior, forman parte de la tradición popular, especialmente con
ocasión de las fiestas de los santos Patronos; es claro que deben ser
manifestaciones de verdadera oración común y no un simple espectáculo. El hecho
de que sean habituales en determinados lugares, no significa que se deba animar
a su extensión a otros lugares, en los cuales no serían connaturales.
Las
imágenes
18. Una expresión de gran importancia en el ámbito de la piedad
popular es el uso de las imágenes sagradas que, según los cánones de la cultura
y la multiplicidad de las artes, ayudan a los fieles a colocarse delante de los
misterios de la fe cristiana. La veneración por las imágenes sagradas pertenece,
de hecho, a la naturaleza de la piedad católica: es un signo el gran patrimonio
artístico, que se puede encontrar en iglesias y santuarios, a cuya formación ha
contribuido frecuentemente la devoción popular.
Es válido el principio
relativo al empleo litúrgico de las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los
Santos, tradicionalmente afirmado y defendido por la Iglesia, consciente de que
"los honores tributados a las imágenes se dirige a las personas representadas".
El necesario rigor, pedido para las imágenes de las iglesias - respecto de la
verdad de la fe, de su jerarquía, belleza y calidad – debe poder encontrarse,
también en las imágenes y objetos destinados a la devoción privada y personal.
Puesto que la
iconografía de los edificios sagrados no se deja a la
iniciativa privada, los responsables de las iglesias y oratorios deben tutelar
la dignidad, belleza y calidad de las imágenes expuestas a la pública
veneración, para impedir que los cuadros o las imágenes inspirados por la
devoción privada sean impuestos, de hecho, a la veneración común.
Los
Obispos, como también los rectores de santuarios, vigilen para que las imágenes
sagradas reproducidas muchas veces para uso de los fieles, para ser expuestas en
sus casas, llevadas al cuello o guardadas junto a uno, no caigan nunca en la
banalidad ni induzcan a error.
Los lugares
19. Junto a la iglesia,
la piedad popular tiene un espacio expresivo de importancia en el santuario –
algunas veces no es una iglesia -, frecuentemente caracterizado por peculiares
formas y prácticas de devoción, entre las cuales destaca la peregrinación. Al
lado de tales lugares, manifiestamente reservados a la oración comunitaria y
privada, existen otros, no menos importantes, como la casa, los ambientes de
vida y de trabajo; en algunas ocasiones, también las calles y las plazas se
convierten en espacios de manifestación de la fe.
Los tiempos
20.
El ritmo marcado por el alternarse del día y de la noche, de los meses, del
cambio de las estaciones, está acompañado de variadas expresiones de la piedad
popular. Esta se encuentra ligada, igualmente, a días particulares, marcados por
acontecimientos alegres o tristes de la vida personal, familiar, comunitaria.
Después, es sobre todo la "fiesta", con sus días de preparación, la que hace
sobresalir las manifestaciones religiosas que han contribuido a forjar la
tradición peculiar de una determinada comunidad.
Responsabilidad
y competencia
21. Las manifestaciones de la piedad popular están bajo la
responsabilidad del Ordinario del lugar: a él compete su reglamentación,
animarlas en su función de ayuda a los fieles para la vida cristiana,
purificarlas donde es necesario y evangelizarlas; vigilar que no sustituyan ni
se mezclen con las celebraciones litúrgicas; aprobar los textos de oraciones y
de formulas relacionadas con actos públicos de piedad y prácticas de devoción.
Las disposiciones dadas por un Ordinario para el propio territorio de
jurisdicción, conciernen, de por sí, a la Iglesia particular confiada a él.
Por lo tanto, cada fiel -
clérigos y laicos - así como grupos particulares
evitarán proponer públicamente textos de oraciones, fórmulas e iniciativas
subjetivamente válidas, sin el consentimiento del Ordinario.
Según las
normas de la ya citada Constitución Pastor Bonus, n. 70, es tarea de esta
Congregación ayudar a los Obispos en materia de oración y prácticas de piedad
del pueblo cristiano, así como dar disposiciones al respecto, en los casos que
van más allá de los confines de una Iglesia particular y cuando se impone un
proveimiento subsidiario.
***
PARTE PRIMERA
LÍNEAS
EMERGENTES
DE LA HISTORIA, DEL MAGISTERIO, DE LA TEOLOGÍA
Capítulo I
LITURGIA Y
PIEDAD POPULAR A LA LUZ DE LA HISTORIA
Liturgia y
piedad popular en el curso de los siglos
22. Las relaciones entre
Liturgia y piedad popular son antiguas. Es necesario, por lo tanto, proceder en
primer lugar a un reconocimiento, aunque sea rápido, del modo en que estas han
sido vistas, en el curso de los siglos. Se verán, en no pocos casos,
inspiraciones y sugerencias para resolver las cuestiones que se plantean en
nuestro tiempo.
La Antigüedad cristiana
23. En la época apostólica
y postapostólica se encuentra una profunda fusión entre las expresiones
cultuales que hoy llamamos, respectivamente, Liturgia y piedad popular. Para las
más antiguas comunidades cristianas, la única realidad que contaba era Cristo
(cf. Col 2, 16), sus palabras de vida (cf. Jn 6, 63), su mandamiento de amor
mutuo (cf. Jn 13, 34), las acciones rituales que él ha mandado realizar en
memoria suya (cf. 1 Cor 11, 24-26). Todo el resto – días y meses, estaciones y
años, fiestas y novilunios, alimentos y bebidas ... (cf. Gal 4, 10; Col 2,
16-19) – es secundario.
En la primitiva generación cristiana se pueden ya
individuar los signos de una piedad personal, proveniente en primer lugar de la
tradición judaica, como el seguir las recomendaciones y el ejemplo de Jesús y de
San Pablo sobre la oración incesante (cf. Lc 18, 1; Rm 12, 12; 1 Tes 5, 17),
recibiendo o iniciando cada cosa con una acción de gracias (cf. 1 Cor 10, 31; 1
Tes 2, 13; Col 3, 17). El israelita piadoso comenzaba la jornada alabando y
dando gracias a Dios, y proseguía, con este espíritu, en todas las acciones del
día; de tal manera, cada momento alegre o triste, daba lugar a una expresión de
alabanza, de súplica, de arrepentimiento. Los Evangelios y los otros escritos
del Nuevo Testamento contienen invocaciones dirigidas a Jesús, repetidas por los
fieles casi como jaculatorias, fuera del contexto litúrgico y como signo de
devoción cristológica. Hace pensar que fuese común entre los fieles la
repetición de expresiones bíblicas como: "Jesús, Hijo de David, ten piedad de
mí" (Lc 18, 38); "Señor, si quieres puedes sanarme" (Mt 8, 1); "Jesús, acuérdate
de mí cuando entres en tu reino" (Lc 23, 42); "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,
28); "Señor Jesús, acoge mi espíritu" (Hch 7, 59). Sobre el modelo de esta
piedad se desarrollarán innumerables oraciones dirigidas a Cristo, de los fieles
de todos los tiempos.
Desde el siglo II, se observa que formas y
expresiones de la piedad popular, sean de origen judaico, sean de matriz
greco-romana, o de otras culturas, confluyen espontáneamente en la Liturgia. Se
ha subrayado, por ejemplo, que en el documento conocido como Traditio apostólica
no son infrecuentes los elementos de raíz popular.
Así también, en el
culto de los mártires, de notable relevancia en las Iglesias locales, se pueden
encontrar restos de usos populares relativos al recuerdo de los difuntos. Trazas
de piedad popular se notan también en algunas primitivas expresiones de
veneración a la Bienaventurada Virgen, entre las que se recuerda la oración Sub
tuum praesidium y la iconografía mariana de las catacumbas de Priscila, en Roma.
La Iglesia, por lo
tanto, aunque rigurosa en cuanto se refiere a las
condiciones interiores y a los requisitos ambientales para una digna celebración
de los divinos misterios (cf. 1 Cor 11, 17-32), no duda en incorporar ella
misma, en los ritos litúrgicos, formas y expresiones de la piedad individual,
doméstica y comunitaria.
En esta época, Liturgia y piedad popular no se
contraponen ni conceptualmente ni pastoralmente: concurren armónicamente a la
celebración del único misterio de Cristo, unitariamente considerado, y al
sostenimiento de la vida sobrenatural y ética de los discípulos del Señor.
24. A partir del siglo IV,
también por la nueva situación político-social en
que comienza a encontrarse la Iglesia, la cuestión de la relación entre
expresiones litúrgicas y expresiones de piedad popular se plantea en términos no
sólo de espontánea convergencia sino también de consciente adaptación y
enculturación.
Las diversas Iglesias locales, guiadas por claras
intenciones evangelizadoras y pastorales, no desdeñan asumir en la Liturgia,
debidamente purificadas, formas cultuales solemnes y festivas, provenientes del
mundo pagano, capaces de conmover los ánimos y de impresionar la imaginación,
hacia las cuales el pueblo se sentía atraído. Tales formas, puestas al servicio
del misterio del culto, no aparecían como contrarias ni a la verdad del
Evangelio ni a la pureza del genuino culto cristiano. E incluso se revelaba que
sólo en el culto dado a Cristo, verdadero Dios y verdadero Salvador, resultaban
verdaderas muchas expresiones cultuales que, derivadas del profundo sentido
religioso del hombre, eran tributadas a falsos dioses y falsos salvadores.
25. En los siglos IV-V se
hace más notable el sentido de lo sagrado,
referido al tiempo y a los lugares. Para el primero, las Iglesias locales,
además de señalar los datos neotestamentarios relativos al "día del Señor", a
las festividades pascuales, a los tiempos de ayuno (cf. Mc 2, 18-22), establecen
días particulares para celebrar algunos misterios salvíficos de Cristo, como la
Epifanía, la Navidad, la Ascensión; para honrar la memoria de los mártires en su
dies natalis; para recordar el transito de sus Pastores, en el aniversario del
dies depositionis; para celebrar algunos sacramentos o asumir compromisos de
vida solemnes. Mediante la consagración de un lugar, en el que se convoca a la
comunidad para celebrar los divinos misterios y la alabanza al Señor, algunas
veces sustraídos al culto pagano o simplemente profano, viene dedicado
exclusivamente al culto divino y se convierte, por la misma disposición de los
espacios arquitectónicos, en un reflejo del misterio de Cristo y una imagen de
la Iglesia celebrante.
26. En esta época, madura el proceso de formación
y la diferenciación consiguiente de las diversas familias litúrgicas. Las
Iglesias metropolitanas más importantes, por motivos de lengua, tradición
teológica, sensibilidad espiritual y contexto social, celebran el único culto
del Señor según las propias modalidades culturales y populares. Esto conduce
progresivamente a la creación de sistemas litúrgicos dotados de un estilo
celebrativo particular y un conjunto propio de textos y ritos. No carece de
interés el poner de manifiesto que en la formación de los ritos litúrgicos,
también en los periodos reconocidos como de su máximo esplendor, los elementos
populares no son algo extraño.
Por otra parte, los Obispos y los Sínodos
regionales intervienen en la organización del culto estableciendo normas,
velando sobre la corrección doctrinal de los textos y sobre su belleza formal,
valorando la estructura de los ritos. Estas intervenciones dan lugar a la
instauración de un régimen litúrgico con formas fijas, en el cual se reduce la
creatividad original, que sin embargo no era arbitrariedad. En esto, algunos
expertos encuentran una de las causas de la futura proliferación de textos para
la piedad privada y popular.
27. Se suele señalar el pontificado de San
Gregorio Magno (590-604), pastor y liturgista insigne, como punto de referencia
ejemplar de una relación fecunda entre Liturgia y piedad popular. Este Pontífice
desarrolla una intensa actividad litúrgica, para ofrecer al pueblo romano,
mediante la organización de procesiones, estaciones y rogativas, unas
estructuras que respondan a la sensibilidad popular, y que al mismo tiempo estén
claramente en el ámbito de la celebración de los misterios divinos; da sabias
directrices para que la conversión de los nuevos pueblos al Evangelio no se
realice con perjuicio de sus tradiciones culturales, de manera que la misma
Liturgia se vea enriquecida con nuevas y legítimas expresiones culturales;
armoniza las nobles expresiones del genio artístico con las expresiones más
humildes de la sensibilidad popular; asegura el sentido unitario del culto
cristiano, al cimentarlo sólidamente en la celebración de la Pascua, aunque los
diversos eventos del único misterio salvífico – como la Navidad, la Epifanía, la
Ascensión...-se celebren de manera particular y se desarrollen las memorias de
los Santos.
La Edad Media
28. En el Oriente cristiano,
especialmente en el área bizantina, la edad media se presenta como el periodo de
lucha contra la herejía iconoclasta, dividida en dos fases (725-787 y 815-843),
periodo clave para el desarrollo de la Liturgia, de comentarios clásicos sobre
la Liturgia Eucarística y de la iconografía propia de los edificios de culto.
En el campo litúrgico
se enriquece considerablemente el patrimonio
himnográfico y los ritos adquieren su forma definitiva. La Liturgia refleja la
visión simbólica del universo y la concepción jerárquica y sagrada del mundo. En
ella convergen las instancias de la sociedad cristiana, los ideales y las
estructuras del monacato, las aspiraciones populares, las intuiciones de los
místicos y las reglas de los ascetas.
Una vez superada la crisis
iconoclasta con el decreto De sacris imaginibus del Concilio ecuménico de Nicea
II (787), victoria consolidada en el "Triunfo de la Ortodoxia" (843), la
iconografía se desarrolla, se organiza de manera definitiva y recibe una
legitimación doctrinal. El mismo icono, hierático, con gran valor simbólico, es
por sí mismo parte de la celebración litúrgica: refleja el misterio celebrado,
constituye una forma de presencia permanente de dicho misterio, y lo propone al
pueblo fiel.
29. En Occidente, el encuentro del cristianismo con los
nuevos pueblos, especialmente celtas, visigodos, anglosajones, francogermanos,
realizado ya en el siglo V, da lugar en la alta Edad Media a un proceso de
formación de nuevas culturas y de nuevas instituciones políticas y civiles.
En el amplio marco de
tiempo que va desde el siglo VII hasta la mitad del
siglo XV se determina y acentúa progresivamente la diferencia entre Liturgia y
piedad popular, hasta el punto de crearse un dualismo celebrativo: paralelamente
a la liturgia, celebrada en lengua latina, se desarrolla una piedad popular
comunitaria, que se expresa en lengua vernácula.
30. Entre las causas que
en este periodo han determinado dicho dualismo, se pueden indicar:
- la
idea de que la Liturgia es competencia de los clérigos, mientras que los laicos
son espectadores;
- la clara diferenciación de las funciones en la
sociedad cristiana - clérigos, monjes, laicos - da lugar a formas y estilos
diferentes de oración;
- la consideración distinta y particularizada, en
el ámbito litúrgico e iconográfico, de los diversos aspectos del único misterio
de Cristo; por una parte es una expresión de atento cariño a la vida y la obra
del Señor, pero por otra parte no facilita la percepción explícita de la
centralidad de la Pascua, y favorece la multiplicación de momentos y formas
celebrativas de carácter popular;
- el conocimiento insuficiente de las
Escrituras no sólo por los laicos, sino también por parte de muchos clérigos y
religiosos, hace difícil acceder a la clave indispensable para comprender la
estructura y el lenguaje simbólico de la Liturgia;
- la difusión, por el
contrario, de la literatura apócrifa, llena de narraciones de milagros y de
episodios anecdóticos, que ejerce un influjo notable sobre la iconografía, y al
despertar la imaginación de los fieles, capta su atención;
- la escasez
de predicación de tipo homilético, la práctica desaparición de la mistagogia, y
la formación catequética insuficiente, por lo cual la celebración litúrgica se
mantiene cerrada a la comprensión y a la participación activa de los fieles, los
cuales buscan formas y momentos cultuales alternativos;
- la tendencia al
alegorismo, que, al incidir excesivamente en la interpretación de los textos y
de los ritos, desvía a los fieles de la comprensión de la verdadera naturaleza
de la Liturgia;
- la recuperación de formas y estructuras expresivas
populares, casi como reacción inconsciente ante una Liturgia que se ha hecho,
por muchas motivos, incomprensible y distante para el pueblo.
31. En la
Edad Media surgieron y se desarrollaron muchos movimientos espirituales y
asociaciones con diversa configuración jurídica y eclesial, cuya vida y
actividades tuvieron un influjo notable en el modo de plantear las relaciones
entre Liturgia y piedad popular.
Así, por ejemplo, las nuevas órdenes
religiosas de vida evangélico-apostólica, dedicadas a la predicación, adoptaron
formas de celebración más sencillas, en comparación con las monásticas, y más
cercanas al pueblo y a sus formas de expresión. Y, por otra parte, favorecieron
la aparición de ejercicios de piedad, mediante los cuales expresaban su carisma
y lo transmitían a los fieles.
Las hermandades religiosas, nacidas con
fines cultuales y caritativos, y las corporaciones laicas, constituidas con una
finalidad profesional, dan origen a una cierta actividad litúrgica de carácter
popular: erigen capillas para sus reuniones de culto, eligen un Patrono y
celebran su fiesta, no raramente componen, para uso propio, pequeños oficios y
otros formularios de oración en los que se manifiesta el influjo de la Liturgia
y al mismo tiempo la presencia de elementos que provienen de la piedad popular.
A su vez las escuelas
de espiritualidad, convertidas en punto de referencia
importante para la vida eclesial, inspiran planteamientos existenciales y modos
de interpretar la vida en Cristo y en el Espíritu Santo, que influyen no poco
sobre algunas opciones celebrativas (por ejemplo, los episodios de la Pasión de
Cristo) y son el fundamento de muchos ejercicios de piedad.
Y además, la
sociedad civil, que se configura de manera ideal como una societas christiana,
conforma algunas de sus estructuras según los usos eclesiales, y a veces amolda
los ritmos de la vida a los ritmos litúrgicos; por lo cual, por ejemplo, el
toque de las campanas por la tarde es al mismo tiempo, un aviso a los ciudadanos
para que regresen de las labores del campo a la ciudad y una invitación para que
saluden a la Virgen.
32. Así pues, a lo largo de toda la Edad Media,
progresivamente nacen y se desarrollan muchas expresiones de piedad popular, de
las cuales no pocas han llegado a nuestros días:
- se organizan
representaciones sagradas que tienen por objeto los misterios celebrados durante
el año litúrgico, sobre todo los acontecimientos salvíficos de la Navidad de
Cristo y de su Pasión, Muerte y Resurrección;
- nace la poesía en lengua
vernácula que, al emplearse ampliamente en el campo de la piedad popular,
favorece la participación de los fieles
- aparecen formas devocionales
alternativas o paralelas a algunas expresiones litúrgicas; así, por ejemplo, la
infrecuencia de la comunión eucarística se compensa con formas diversas de
adoración al Santísimo Sacramento; en la baja Edad Media la recitación del
Rosario tiende a sustituir la del Salterio; los ejercicios de piedad realizados
el Viernes Santo en honor de la Pasión del Señor sustituyen, para muchos fieles,
la acción litúrgica propia de ese día;
- se incrementan las formas
populares del culto a la Virgen Santísima y a los Santos: peregrinaciones a los
santos lugares de Palestina y a las tumbas de los Apóstoles y de los mártires,
veneración de las reliquias, súplicas litánicas, sufragios por los difuntos;
- se desarrollan
considerablemente los ritos de bendición en los cuales,
junto con elementos de fe cristiana auténtica, aparecen otros que son reflejo de
una mentalidad naturalista y de creencias y prácticas populares precristianas;
- se constituyen
núcleos de "tiempos sagrados" con un fondo popular que se
sitúan al margen del año litúrgico: días de fiesta sacro-profanos, triduos,
septenarios, octavarios, novenas, meses dedicados a particulares devociones
populares.
33. En la Edad Media, la relación entre Liturgia y piedad
popular es constante y compleja. En dicha época se puede notar un doble
movimiento: la Liturgia inspira y fecunda expresiones de la piedad popular; a la
inversa, formas de la piedad popular se reciben e integran en la Liturgia. Esto
sucede, sobre todo, en los ritos de consagración de personas, de colación de
ministerios, de dedicación de lugares, de institución de fiestas y en el variado
campo de las bendiciones.
Sin embargo se mantiene el fenómeno de un
cierto dualismo entre Liturgia y piedad popular. Hacia el final de la Edad
Media, ambas pasan por un periodo de crisis: en la Liturgia por la ruptura de la
unidad cultual, elementos secundarios adquieren una importancia excesiva en
detrimento de los elementos centrales; en la piedad popular, por la falta de una
catequesis profunda, las desviaciones y exageraciones amenazan la correcta
expresión del culto cristiano.
La Época Moderna
34. En sus
inicios, la época moderna no aparece muy favorable para alcanzar una solución
equilibrada en las relaciones entre Liturgia y piedad popular. Durante la
segunda mitad del siglo XV la devotio moderna, que contó con insignes maestros
de vida espiritual y que alcanzó una notable difusión entre clérigos y laicos
cultos, favorece la aparición de ejercicios de piedad con un fondo meditativo y
afectivo, cuyo punto de referencia principal es la humanidad de Cristo – los
misterios de su infancia, de la vida oculta, de la Pasión y muerte -. Pero la
primacía concedida a la contemplación y la valoración de la subjetividad, unidas
a un cierto pragmatismo ascético, que exalta el esfuerzo humano, hacen que la
Liturgia no aparezca, a los ojos de los hombres y mujeres de gran ascendiente
espiritual, como fuente primaria de la vida cristiana.
35. Se considera
expresión característica de la devotio moderna, la célebre obra De imitatione
Christi que ha tenido un influjo extraordinario y beneficioso en muchos
discípulos del Señor, deseosos de alcanzar la perfección cristiana. El De
imitatione Christi orienta a los fieles hacia un tipo de piedad más bien
individual, en el cual se acentúa la separación del mundo y la invitación a
escuchar la voz del Maestro interior; los aspectos comunitarios y eclesiales de
la oración y los elementos de la espiritualidad litúrgica parecen, en cambio,
más limitados.
En los ambientes en los que se cultiva la devotio moderna,
se suelen encontrar con facilidad ejercicios de piedad bellamente compuestos,
expresiones cultuales de personas sinceramente devotas, pero no siempre se puede
encontrar una valoración plena de la celebración litúrgica.
36. Entre el
final del siglo XV y el inicio del siglo XVI, por los descubrimientos
geográficos – en África, en América, y posteriormente en el Extremo Oriente -,
se plantea de una manera nueva la cuestión de las relaciones entre Liturgia y
piedad popular.
La labor de evangelización y de catequesis en países
lejanos del centro cultural y cultual del rito romano se realiza mediante el
anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos (cfr. Mt 28,19), pero
también mediante ejercicios de piedad propagados por los misioneros.
Así
pues, los ejercicios de piedad se convierten en un medio para transmitir el
mensaje evangélico, y, posteriormente, para conservar la fe cristiana. Debido a
las normas que tutelaban la Liturgia romana, parece que fue escaso el influjo
recíproco entre la Liturgia y la cultura autóctona (aunque se dio, en cierta
medida, en las Reducciones del Paraguay). El encuentro con dicha cultura se
producirá con facilidad, en cambio, en el ámbito de la piedad popular.
37. En los comienzos del siglo
XVI, entre los hombres más preocupados por una
auténtica reforma de la Iglesia, hay que recordar a los monjes camaldulenses
Pablo Justiniani y Pedro Querini, autores de un Libellus ad Leonem X, que
contenía indicaciones importantes para revitalizar la Liturgia y para abrir sus
tesoros a todo el pueblo de Dios: formación, sobre todo bíblica, del clero y de
los religiosos; el uso de la lengua vernácula en la celebración de los misterios
sagrados; la reordenación de los libros litúrgicos; la eliminación de los
elementos espurios, tomados de una piedad popular incorrecta; la catequesis,
encaminada también a comunicar a los fieles el valor de la Liturgia.
38.
Poco después de la clausura del Concilio Lateranense V (16 de Marzo de 1517),
que emanó algunas disposiciones para educar a los jóvenes en la Liturgia,
comenzó la crisis por el nacimiento del protestantismo, cuyos iniciadores
pusieron no pocas objeciones a los puntos esenciales de la doctrina católica
sobre los sacramentos y sobre el culto de la Iglesia, incluida la piedad
popular.
El Concilio de Trento (1545-1563), convocado para hacer frente a
la situación producida en el pueblo de Dios con la propagación del movimiento
protestante, tuvo que ocuparse, en sus tres fases, de cuestiones referentes a la
Liturgia y a la piedad popular, tanto bajo el aspecto doctrinal como cultual.
Sin embargo, dado el contexto histórico y la índole dogmática de los temas que
debía tratar, afrontó las cuestiones de tipo litúrgico-sacramental desde un
punto de vista preferentemente doctrinal: lo hizo con un planteamiento de
denuncia de los errores y de condena de los abusos, de defensa de la fe y de la
tradición litúrgica de la Iglesia; mostrando interés también por los problemas
referidos a la formación litúrgica del pueblo, proponiendo mediante el decreto
De reformatione generali un programa pastoral y encomendando su aplicación a la
Sede Apostólica y a los Obispos.
39. Conforme a las disposiciones
conciliares muchas provincias eclesiásticas celebraron sínodos, en los cuales es
clara la preocupación por conducir a los fieles a una participación eficaz en
las celebraciones de los misterios sagrados. A su vez los Romanos Pontífices
emprendieron una amplia reforma litúrgica: en un tiempo relativamente breve, del
1568 al 1614, se revisaron el Calendario y los libros del Rito romano y en el
1588 se creó la Sagrada Congregación de Ritos para la custodia y la recta
ordenación de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia romana. Como elemento
de formación litúrgico pastoral hay que notar la función del Catechismus ad
parochos.
40. De la reforma realizada después del Concilio de Trento se
siguieron múltiples beneficios para la Liturgia: se recondujeron a la "antigua
norma de los Santos Padres", aunque con las limitaciones de los conocimientos
científicos de la época, no pocos ritos; se eliminaron elementos y añadidos
extraños a la Liturgia, demasiado ligados a la sensibilidad popular; se controló
el contenido doctrinal de los textos, de manera que reflejaran la pureza de la
fe; se consiguió una notable unidad ritual en el ámbito de la Liturgia romana,
que adquirió nuevamente dignidad y belleza.
Sin embargo se produjeron
también, indirectamente, algunas consecuencias negativas: la Liturgia adquirió,
al menos en apariencia, una rigidez que derivaba más de la ordenación de las
rúbricas que de su misma naturaleza; y en su sujeto agente parecía algo casi
exclusivamente jerárquico; esto reforzó el dualismo que ya existía entre
Liturgia y piedad popular.
41. La Reforma católica, en su esfuerzo
positivo de renovación doctrinal, moral e institucional de la Iglesia y en su
intento de contrarrestar el desarrollo del protestantismo, favoreció en cierto
modo la afirmación de la compleja cultura barroca. Esta, a su vez, tuvo un
influjo considerable en las expresiones literarias, artísticas y musicales de la
piedad católica.
En la época postridentina la relación entre Liturgia y
piedad popular adquiere nuevas connotaciones: la Liturgia entra en un periodo de
uniformidad sustancial y de un carácter estático persistente; frente a ella, la
piedad popular experimenta un desarrollo extraordinario.
Dentro de unos
límites, determinados por la necesidad de evitar la aparición de formas
exageradas o fantasiosas, la Reforma católica favoreció la creación y difusión
de los ejercicios de piedad, que resultaron un medio importante para la defensa
de la fe católica y para alimentar la piedad de los fieles. Se puede citar, por
ejemplo, el desarrollo de las cofradías dedicadas a los misterios de la Pasión
del Señor, a la Virgen María y a los Santos, que tenían como triple finalidad la
penitencia, la formación de los laicos y las obras de caridad. Esta piedad
popular propició la creación de bellísimas imágenes, llenas de sentimiento, cuya
contemplación continúa nutriendo la fe y la experiencia religiosa de los fieles.
Las "misiones
populares", surgidas en esta época, contribuyen también a la
difusión de los ejercicios de piedad. En ellas, Liturgia y piedad popular
coexisten, aunque con cierto desequilibrio: las misiones, de hecho, tienen por
objeto conducir a los fieles al sacramento de la penitencia y a recibir la
comunión eucarística, pero recurren a los ejercicios de piedad como medio para
inducir a la conversión y como momento cultual en el que se asegura la
participación popular.
Los ejercicios de piedad se reunían y ordenaban en
manuales de oración que, si tenían la aprobación eclesiástica, constituían
auténticos subsidios cultuales: para los diversos momentos del día, del mes, del
año y para innumerables circunstancias de la vida.
En la época de la
Reforma católica, la relación entre Liturgia y piedad popular no se establece
sólo en términos contrapuestos de carácter estático y desarrollo, sino que se
dan situaciones anómalas: los ejercicios piadosos se realizan a veces durante la
misma celebración litúrgica, sobreponiéndose a la misma, y en la actividad
pastoral, tienen un puesto preferente con relación a la Liturgia. Se acentúa así
el alejamiento de la Sagrada Escritura y no se advierte suficientemente la
centralidad del misterio pascual de Cristo, fundamento, cauce y culminación de
todo el culto cristiano, que tiene su expresión principal en el domingo.
42. Durante la Ilustración
se acentúa la separación entre la "religión de los
doctos", potencialmente cercana a la Liturgia, y la "religión de los sencillos",
cercana por naturaleza a la piedad popular. De hecho, doctos y pueblo se reunen
en las mismas prácticas religiosas. Sin embargo los "doctos" apoyan una práctica
religiosa iluminada por la inteligencia y el saber, y desprecian la piedad
popular que, a sus ojos, se alimenta de la superstición y del fanatismo.
Les conduce a la Liturgia el
sentido aristocrático que caracteriza muchas
expresiones de la vida cultural, el carácter enciclopédico que ha tomado el
saber, el espíritu crítico y de investigación, que lleva a la publicación de
antiguas fuentes litúrgicas, el carácter ascético de algunos movimientos que,
influidos también por el jansenismo, piden un retorno a la pureza de la Liturgia
de la antigüedad. Aunque se resiente del clima cultural, el interés renovado por
la Liturgia está animado por un interés pastoral por el clero y los laicos, como
sucede en Francia a partir del siglo XVII.
La Iglesia dirige su atención
a la piedad popular en muchos sectores de su actividad pastoral. De hecho, se
intensifica la acción apostólica que procura, en una cierta medida, la mutua
integración de Liturgia y piedad popular. Así, por ejemplo, la predicación se
desarrolla especialmente en determinados tiempos litúrgicos, como la Cuaresma y
el domingo, en los que tiene lugar la catequesis de adultos, y procura conseguir
la conversión del espíritu y de las costumbres de los fieles, acercarles al
sacramento de la reconciliación, hacerles volver a la Misa dominical, enseñarles
el valor del sacramento de la Unción de enfermos y del Viático.
La piedad
popular, como en el pasado había sido eficaz para contener los efectos negativos
del movimiento protestante, resulta ahora útil para contrarrestar la propaganda
corrosiva del racionalismo y, dentro de la Iglesia, las consecuencias nocivas
del Jansenismo. Por este esfuerzo y por el ulterior desarrollo de las misiones
populares, se enriquece la piedad popular: se subrayan de modo nuevo algunos
aspectos del Misterio cristiano, como por ejemplo, el Corazón de Cristo, y
nuevos "días" polarizan la atención de los fieles, como por ejemplo, los nueve
"primeros viernes" de mes.
En el siglo XVIII también se debe recordar la
actividad de Luis Antonio Muratori, que supo conjugar los estudios eruditos con
las nuevas necesidades pastorales y en su célebre obra Della regolata devozione
dei cristiani propuso una religiosidad que tomara de la Liturgia y de la
Escritura su sustancia y se mantuviese lejana de la superstición y de la magia.
También fue iluminadora la obra del papa Benedicto XIV (Prospero Lambertini) a
quien se debe la importante iniciativa de permitir el uso de la Biblia en
lenguas vernáculas.
43. La Reforma católica había reforzado las
estructuras y la unidad del rito de la Iglesia Romana. De este modo, durante la
gran expansión misionera del siglo XVIII, se difundió la propia Liturgia y la
propia estructura organizativa en los pueblos en los que se anuncia el mensaje
evangélico.
En el siglo XVIII, en los territorios de misión, la relación
entre Liturgia y piedad popular se plantea en términos similares, pero más
acentuados que en los siglos XVI y XVII:
- la Liturgia mantiene intacta
su fisonomía romana, porque, en parte por temor de consecuencias negativas para
la fe, no se plantea casi el problema de la enculturación – hay que mencionar
los meritorios esfuerzos de Mateo Ricci con la cuestión de los Ritos chinos, y
de Roberto De’ Nobili con los Ritos hindúes-, y por esto, al menos en parte, se
consideró esta Liturgia extraña a la cultura autóctona;
- la piedad
popular por una parte corre el riesgo de caer en el sincretismo religioso,
especialmente donde la evangelización no ha entrado en profundidad; por otra
parte, se hace cada vez más autónoma y madura: no se limita a proponer los
ejercicios de piedad traídos por los evangelizadores, sino que crea otros, con
la impronta de la cultura local
La Época contemporánea
44. En el
siglo XIX, una vez superada la crisis de la revolución francesa, que en su
propósito de hacer desaparecer la fe católica se opuso claramente al culto
cristiano, se advierte un significativo renacimiento litúrgico.
Dicho
renacimiento fue precedido y preparado por una afirmación vigorosa de la
eclesiología que presentaba a la Iglesia no sólo como una sociedad jerárquica,
sino también como pueblo de Dios y comunidad cultual. Junto con este despertar
eclesiológico hay que resaltar, como precursores del renacimiento litúrgico, el
florecimiento de los estudios bíblicos y patrísticos, la tensión eclesial y
ecuménica de hombres como Antonio Rosmini (+1855) y John Henry Newman (+1890).
En el proceso de
renacimiento del culto litúrgico se debe mencionar
especialmente la obra del abad Prosper Guéranger (+1875), restaurador del
monacato en Francia y fundador de la abadía de Solesmes: su visión de la
Liturgia está penetrada de amor a la Iglesia y a la tradición; sin embargo su
respeto a la Liturgia romana, considerada como factor indispensable de unidad,
le lleva a oponerse a expresiones litúrgicas autóctonas. El renacimiento
litúrgico promovido por él, tiene el mérito de no ser un movimiento académico,
sino que trata de hacer de la Liturgia la expresión cultual, sentida y
participada, de todo el pueblo de Dios.
45. Durante el siglo XIX no se
produce sólo el despertar de la Liturgia, sino también, y de manera autónoma, un
incremento de la piedad popular. Así, el florecer del canto litúrgico coincide
con la creación de nuevos cantos populares; la difusión de subsidios litúrgicos,
como los misales bilingües para uso de los fieles, viene acompañada de la
proliferación de devocionarios.
La misma cultura del romanticismo, que
valora de nuevo el sentimiento y los aspectos religiosos del hombre, favorece la
búsqueda, la comprensión y la estima de lo popular, también en el campo del
culto.
En este mismo siglo se asiste a un fenómeno gran alcance:
expresiones de culto locales, nacidas por iniciativa popular, y referidas a
sucesos prodigiosos – milagros, apariciones...- obtienen posteriormente un
reconocimiento oficial, el favor y la protección de las autoridades
eclesiásticas y son asumidas por la misma Liturgia. En este sentido es
característico el caso de diversos santuarios, meta de peregrinaciones, centros
de Liturgia penitencial y eucarística y lugares de piedad mariana.
Sin
embargo, en el siglo XIX la relación entre la Liturgia, que se encuentra en un
periodo de renacimiento, y la piedad popular, en fase de expansión, está
afectada por un factor negativo: se acentúa el fenómeno, que ya se daba en la
Reforma católica, de superposición de ejercicios de piedad con las acciones
litúrgicas.
46. Al comienzo del siglo XX el Papa san Pío X (1903-1914) se
propuso acercar a los fieles a la Liturgia, hacerla "popular". Pensaba que los
fieles adquieren el "verdadero espíritu cristiano" bebiendo de "la fuente
primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos
misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia". Con esto San Pío X
contribuyó autorizadamente a afirmar la superioridad objetiva de la Liturgia
sobre toda otra forma de piedad; rechazó la confusión entre la piedad popular y
la Liturgia e, indirectamente, favoreció la clara distinción entre los dos
campos, y abrió el camino que conduciría a una justa comprensión de su relación
mutua.
De este modo surgió y se desarrolló, gracias a las aportaciones de
hombres eminentes por su ciencia, piedad y pasión eclesial, el movimiento
litúrgico, que tuvo un papel notable en la vida de la Iglesia del siglo XX, y en
él los Sumos Pontífices han reconocido el aliento del Espíritu. El objetivo
último de los que animaron el movimiento litúrgico era de índole pastoral:
favorecer en los fieles la comprensión, y consiguientemente el amor por la
celebración de los sagrados misterios, renovar en ellos la conciencia de
pertenecer a un pueblo sacerdotal (cfr. 1 Pe 2,5).
Se entiende que
algunos de los exponentes más estrictos del movimiento litúrgico vieran con
desconfianza las manifestaciones de la piedad popular y encontraran en ellas una
causa de la decadencia de la Liturgia. Estaban ante sus ojos los abusos
provocados por sobreponer ejercicios de piedad a la Liturgia, o incluso la
sustitución de la misma con expresiones cultuales populares. Por otra parte, con
el objetivo de renovar la pureza del culto divino, miraban, como a un modelo
ideal, la Liturgia de los primeros siglos de la Iglesia, y, consiguientemente,
rechazaban, a veces de manera radical, las expresiones de la piedad popular, de
origen medieval o nacidas en la época postridentina.
Pero este rechazo no
tenía en cuenta de manera suficiente el hecho de que las expresiones de piedad
popular, con frecuencia aprobadas y recomendadas por la Iglesia, habían
sostenido la vida espiritual de muchos fieles, habían producido frutos
innegables de santidad, y habían contribuido en gran medida, a salvaguardar la
fe y a difundir el mensaje cristiano. Por esto, Pío XII, en el documento
programático con el que asumía la guía del movimiento litúrgico, la encíclica
Mediator Dei del 21 de Noviembre de 1947, frente al citado rechazo defendía los
ejercicios de piedad, con los cuales, en cierta medida, se había identificado la
piedad católica de los últimos siglos.
Sería misión del Concilio
ecuménico Vaticano II, mediante la Constitución Sacrosanctum Concilium, definir
en sus justos términos la relación entre la Liturgia y la piedad popular,
proclamando el primado indiscutible de la santa Liturgia y la subordinación a la
misma de los ejercicios de piedad, aunque recordando la validez de estos
últimos.
Liturgia y piedad popular: problemática actual
47. Del cuadro
histórico que hemos trazado aparece claramente que la cuestión de
la relación entre Liturgia y piedad popular no se plantea sólo hoy: a lo largo
de los siglos, aunque con otros nombres y de manera diversa, se ha presentado
más veces y se le han dado diversas soluciones. Es necesario ahora, desde lo que
enseña la historia, sacar algunas indicaciones para responder a los
interrogantes pastorales que se presentan hoy con fuerza y urgencia.
Indicaciones de la historia:
causas del desequilibrio
48. La historia
muestra, ante todo, que la relación entre Liturgia y piedad popular se deteriora
cuando en los fieles se debilita la conciencia de algunos valores esenciales de
la misma Liturgia. Entre las causas de este debilitamiento se pueden señalar:
- escasa conciencia o
disminución del sentido de la Pascua y del lugar
central que ocupa en la historia de la salvación, de la cual la Liturgia
cristiana es actualización; donde esto sucede los fieles orientan su piedad,
casi de manera inevitable, sin tener cuenta de la "jerarquía de las verdades",
hacia otros episodios salvíficos de la vida de Cristo y hacia la Virgen
Santísima, los Ángeles y los Santos;
- pérdida del sentido del sacerdocio
universal en virtud del cual los fieles están habilitados para "ofrecer
sacrificios agradables a Dios, por medio de Jesucristo" (1 Pe 2,5; cfr. Rom
12,1) y a participar plenamente, según su condición, en el culto de la Iglesia;
este debilitamiento, acompañado con frecuencia por el fenómeno de una Liturgia
llevada por clérigos, incluso en las partes que no son propias de los ministros
sagrados, da lugar a que a veces los fieles se orienten hacia la práctica de los
ejercicios de piedad, en los cuales se consideran participantes activos;
- el desconocimiento del
lenguaje propio de la Liturgia - el lenguaje, los
signos, los símbolos, los gestos rituales...-, por los cuales los fieles pierden
en gran medida el sentido de la celebración. Esto puede producir en ellos el
sentirse extraños a la celebración litúrgica; de este modo tienden fácilmente a
preferir los ejercicios de piedad, cuyo lenguaje es más conforme a su formación
cultural, o las devociones particulares, que responden más a las exigencias y
situaciones concretas de la vida cotidiana.
49. Cada uno de estos
factores, que no raramente se dan a la vez en un mismo ambiente, produce un
desequilibrio en la relación entre Liturgia y piedad popular, en detrimento de
la primera y para empobrecimiento de la segunda. Por lo tanto se deberán
corregir mediante una inteligente y perseverante acción catequética y pastoral.
Por el contrario, los
movimientos de renovación litúrgica y el crecimiento
del sentido litúrgico en los fieles dan lugar a una consideración equilibrada de
la piedad popular en relación con la Liturgia. Esto se debe estimar como un
hecho positivo, conforme a la orientación más profunda de la piedad cristiana.
A la luz de la
Constitución sobre Liturgia
50. En nuestro tiempo la
relación entre Liturgia y piedad popular se considera sobre todo a la luz de las
directrices contenidas en la Constitución Sacrosanctum Concilium, las cuales
buscan una relación armónica entre ambas expresiones de piedad, aunque la
segunda está objetivamente subordinada y orientada a la primera.
Esto
quiere decir, en primer lugar, que no se debe plantear la relación entre
Liturgia y piedad popular en términos de oposición, pero tampoco de equiparación
o de sustitución. De hecho, la conciencia de la importancia primordial de la
Liturgia y la búsqueda de sus expresiones más auténticas no debe llevar a
descuidar la realidad de la piedad popular y mucho menos a despreciarla o a
considerarla superflua o incluso nociva para la vida cultual de la Iglesia.
La falta de consideración
o de estima por la piedad popular, pone en
evidencia una valoración inadecuada de algunos hechos eclesiales y parece
provenir más bien de prejuicios ideológicos que de la doctrina de la fe. Dicho
planteamiento provoca una actitud que:
- no tiene en cuenta que la piedad
popular es también una realidad eclesial promovida y sostenida por el Espíritu,
sobre la cual el Magisterio ejerce su función de autentificar y garantizar;
- no considera
suficientemente los frutos de gracia y de santidad que ha
producido la piedad popular y que continúa produciendo en la Iglesia;
-
no raras veces es expresión de una búsqueda ilusoria de una "Liturgia pura", la
cual, además de la subjetividad de los criterios con los que se establece la
"puritas", es - como enseña la experiencia secular - más una aspiración ideal
que una realidad histórica;
- se confunde un elemento noble del espíritu
humano, esto es, el sentimiento, que penetra legítimamente muchas expresiones de
la piedad litúrgica y de la piedad popular, con su degeneración, esto es, el
sentimentalismo.
51. Sin embargo, en la relación entre Liturgia y piedad
popular a veces se presenta el fenómeno opuesto, es decir, tal valoración de la
piedad popular que en la práctica va en detrimento de la Liturgia de la Iglesia.
No se puede
silenciar que donde suceda tal cosa, sea por una situación de
hecho, sea por una opción doctrinal deliberada, se produce una grave desviación
pastoral: la Liturgia no sería ya "la cumbre a la cual tiende la actividad de la
Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza", sino una
expresión cultual considerada como algo ajeno a la comprensión y a la
sensibilidad del pueblo y que, de hecho, resulta descuidada y relegada a un
segundo lugar, o reservada para grupos particulares.
52. La intención
encomiable de acercar al hombre contemporáneo, sobre todo al que no ha recibido
suficiente formación catequética, al culto cristiano y la dificultad que se
constata en determinadas culturas, para asimilar algunos elementos y estructuras
de la Liturgia, no debe dar lugar a una desvalorización teórica o práctica de la
expresión primaria y fundamental del culto litúrgico. De este modo, en lugar de
afrontar con visión de futuro y perseverancia las dificultades reales, se piensa
que se pueden resolver de una manera simplista.
53. Donde los ejercicios
de piedad se practican en perjuicio de las acciones litúrgicas, se suelen
escuchar afirmaciones como:
- la piedad popular es un ámbito adecuado
para celebrar de manera libre y espontánea la "Vida" en sus múltiples
expresiones; la Liturgia, en cambio, centrada en el "Misterio de Cristo" es
anamnética por su propia naturaleza, inhibe la espontaneidad y resulta
repetitiva y formalista;
- la Liturgia no consigue que los fieles se vean
implicados en la totalidad de su ser, en su corporeidad y en su espíritu; la
piedad popular, en cambio, al hablar directamente al hombre, lo implica en su
cuerpo, corazón y espíritu;
- la piedad popular es un espacio real y
auténtico para la vida de oración: a través de los ejercicios de piedad el fiel
entra en verdadero diálogo con el Señor, con palabras que comprende plenamente y
que siente como propias; la Liturgia, por el contrario, al poner en sus labios
palabras que no son suyas, y que resultan con frecuencia extrañas a su cultura,
más que un medio resulta un impedimento para la vida de oración;
- la
ritualidad con la que se expresa la piedad popular es percibida y acogida por el
fiel, porque hay una correspondencia entre su mundo cultural y el lenguaje
ritual; la ritualidad propia de la Liturgia, en cambio, no se comprende, porque
sus modos de expresión provienen de un mundo cultural que el fiel siente como
algo distinto y lejano.
54. En estas afirmaciones se acentúa de modo
exagerado y dialéctico la diferencia que - no se puede negar - existe en algunas
áreas culturales entre las expresiones de la Liturgia y las de la piedad
popular.
Es cierto, sin embargo, que donde se sostienen estas opiniones,
el concepto auténtico de Liturgia cristiana está gravemente comprometido, si no
vaciado del todo de sus elementos esenciales.
Contra tales opiniones hay
que recordar la palabra grave y meditada del último Concilio ecuménico: "toda
celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es
la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título
y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia"
55.
La exaltación unilateral de la piedad popular, sin tener en cuenta la Liturgia,
no es coherente con el hecho de que los elementos constitutivos de esta última
se remontan a la voluntad de mismo Jesús de instituirlos, y no subraya, como se
debe, su insustituible valor soteriológico y doxológico. Después de la Ascensión
del Señor a la gloria del Padre y el don del Espíritu, la perfecta glorificación
de Dios y la salvación del hombre se realizan principalmente a través de la
celebración litúrgica, la cual exige la adhesión de la fe e introduce al
creyente en el evento salvífico fundamental: la Pasión, Muerte y Resurrección de
Cristo (cfr. Rom 6,2-6; 1 Cor 11,23-26).
La Iglesia, en la
autocomprensión de su misterio y de su acción cultual y salvífica, no duda en
afirmar que "mediante la Liturgia se ejerce la obra de nuestra Redención, sobre
todo en el divino sacrificio de la Eucaristía"; esto no excluye la importancia
de otras formas de piedad.
56. La falta de estima, teórica o práctica,
por la Liturgia conduce inevitablemente a oscurecer la visión cristiana del
misterio de Dios, que se inclina misericordiosamente sobre el hombre caído para
acercarlo a sí, mediante la encarnación del Hijo y el don del Espíritu Sano; a
no percibir el significado de la historia de la salvación y la relación que
existe entre la Antigua y la Nueva Alianza; a subestimar la Palabra de Dios,
única Palabra que salva, de la cual se nutre y a la que se refiere continuamente
la Liturgia; a debilitar en el espíritu de los fieles la conciencia del valor de
la obra de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María, el solo Salvador y
único Mediador (1 Tim 2,5; Hech 4,12); a perder el sensus Ecclesiae.
57.
El acento exclusivo en la piedad popular, que por otra parte - como ya se ha
dicho - se debe mover en el ámbito de la fe cristiana, puede favorecer un
alejamiento progresivo de los fieles respecto a la revelación cristiana y la
reasunción indebida o equivocada de elementos de la religiosidad cósmica o
natural; puede introducir en el culto cristiano elementos ambiguos, procedentes
de creencias pre-cristianas, o simplemente expresiones de la cultura y
psicología de un pueblo o etnia; puede crear la ilusión de alcanzar la
trascendencia mediante experiencias religiosas viciadas; puede comprometer el
auténtico sentido cristiano de la salvación como don gratuito de Dios,
proponiendo una salvación que sea conquista del hombre y fruto de su esfuerzo
personal (no se debe olvidar el peligro, con frecuencia real, de la desviación
pelagiana); puede, finalmente, hacer que la función de los mediadores
secundarios, como la Virgen María, los Ángeles y los Santos, e incluso los
protagonistas de la historia nacional, suplanten en la mentalidad de los fieles
el papel del único Mediador, el Señor Jesucristo.
58. Liturgia y piedad
popular son dos expresiones legítimas del culto cristiano, aunque no son
homologables. No se deben oponer, ni equiparar, pero sí armonizar, como se
indica en la Constitución litúrgica: "Es preciso que estos mismos ejercicios (de
piedad popular) se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo
que vayan de acuerdo con la sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a
ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por
encima de ellos".
Así pues, Liturgia y piedad popular son dos expresiones
cultuales que se deben poner en relación mutua y fecunda: en cualquier caso, la
Liturgia deberá constituir el punto de referencia para "encauzar con lucidez y
prudencia los anhelos de oración y de vida carismática" que aparecen en la
piedad popular; por su parte la piedad popular, con sus valores simbólicos y
expresivos, podrá aportar a la Liturgia algunas referencias para una verdadera
enculturación, y estímulos para un dinamismo creador eficaz.
La
importancia de la formación
59. A la luz de todo lo que se ha recordado,
el camino para que desaparezcan los motivos de desequilibrio o de tensión entre
Liturgia y piedad popular es la formación, tanto del clero como de los laicos.
Junto a la necesaria formación litúrgica, tarea a largo plazo, que siempre se
debe redescubrir y profundizar, es necesario como complemento para conseguir una
rica y armónica espiritualidad, cultivar la formación en lo referente a la
piedad popular.
Realmente, dado que "la vida espiritual no se agota con
la sola participación en la Liturgia", limitarse exclusivamente a la educación
litúrgica no llena todo el campo del acompañamiento y crecimiento espiritual.
Por lo demás, la acción litúrgica, en especial la participación en la
Eucaristía, no puede penetrar en una vida carente de oración personal y de
valores comunicados por las formas tradicionales de piedad del pueblo cristiano.
La vuelta propia de nuestros días a prácticas "religiosas" de procedencia
oriental, con diversas reelaboraciones, es una muestra de un deseo de
espiritualidad del existir, sufrir y compartir. Las generaciones posconciliares
- según los diversos países - no tienen experiencia de las formas de devoción
que tenían las generaciones anteriores: por esto la catequesis y las actividades
educativas no pueden descuidar, al proponer una espiritualidad viva, la
referencia al patrimonio que representa la piedad popular, especialmente los
ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio.
Capítulo II
LITURGIA Y
PIEDAD POPULAR
EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
60. Ya se
ha señalado la atención que presta a la piedad popular el Magisterio del
Concilio Vaticano II, de los Romanos Pontífices y de los Obispos. Parece
oportuno proponer ahora una síntesis orgánica de las enseñanzas del Magisterio
en esta materia, para facilitar la asimilación de una orientación doctrinal
común respecto a la piedad popular y para favorecer una acción pastoral
adecuada.
Los valores de la piedad popular
61. Según el
Magisterio, la piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y de la
Iglesia: su fuente se encuentra en la presencia continua y activa del Espíritu
de Dios en el organismo eclesial; su punto de referencia es el misterio de
Cristo Salvador; su objetivo es la gloria de Dios y la salvación de los hombres;
su ocasión histórica es el "feliz encuentro entre la obra de evangelización y la
cultura". Por eso el Magisterio ha expresado muchas veces su estima por la
piedad popular y sus manifestaciones; ha llamado la atención a los que la
ignoran, la descuidan o la desprecian, para que tengan una actitud más positiva
ante ella y consideren sus valores; no ha dudado, finalmente, en presentarla
como "un verdadero tesoro del pueblo de Dios".
La estima del Magisterio
por la piedad popular viene motivada, sobre todo, por los valores que encarna.
La piedad popular
tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo
trascendente. Manifiesta una auténtica sed de Dios y "un sentido perspicaz de
los atributos profundos de Dios: su paternidad, providencia, presencia amorosa y
constante", su misericordia.
Los documentos del Magisterio ponen de
relieve las actitudes interiores y algunas virtudes que la piedad popular valora
particularmente, sugiere y alimenta: la paciencia, "la resignación cristiana
ante las situaciones irremediables"; el abandono confiando en Dios; la capacidad
de sufrir y de percibir el "sentido de la cruz en la vida cotidiana"; el deseo
sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra Él y de
hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales; la solidaridad y
la apertura a los otros, el "sentido de amistad, de caridad y de unión
familiar".
62. La piedad popular dirige de buen grado su atención al
misterio del Hijo de Dios que, por amor a los hombres, se ha hecho niño, hermano
nuestro, naciendo pobre de una Mujer humilde y pobre, y muestra, al mismo
tiempo, una viva sensibilidad al misterio de la Pasión y Muerte de Cristo.
En la piedad popular
tienen un puesto importante la consideración de los
misterios del más allá, el deseo de comunión con los que habitan en el cielo,
con la Virgen María, los Ángeles, y los Santos, y también valora la oración en
sufragio por las almas de los difuntos.
63. La unión armónica del mensaje
cristiano con la cultura de un pueblo, lo que con frecuencia se encuentra en las
manifestaciones de la piedad popular, es un motivo más de la estima del
Magisterio por la misma.
En las manifestaciones más auténticas de la
piedad popular, de hecho, el mensaje cristiano, por una parte asimila los modos
de expresión de la cultura del pueblo, y por otra infunde los contenidos
evangélicos en la concepción de dicho pueblo sobre la vida y la muerte, la
libertad, la misión y el destino del hombre.
Así pues, la transmisión de
padres a hijos, de una generación a otra, de las expresiones culturales,
conlleva la transmisión de los principios cristianos. En algunos casos la unión
es tan profunda que elementos propios de la fe cristiana se ha convertido en
componentes de la identidad cultural de un pueblo. Como ejemplo puede tomarse la
piedad hacia la Madre del Señor.
64. El Magisterio subraya además la
importancia de la piedad popular para la vida de fe del pueblo de Dios, para la
conservación de la misma fe y para emprender nuevas iniciativas de
evangelización.
Se advierte que no es posible dejar de tener en cuenta
"las devociones que en ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y
una rectitud de intención conmovedores"; que la sana religiosidad popular, "por
sus raíces esencialmente católicas, puede ser un remedio contra las sectas y una
garantía de fidelidad al mensaje de la salvación"; que la piedad popular ha sido
un instrumento providencial para la conservación de la fe, allí donde los
cristianos se veían privados de atención pastoral; que donde la evangelización
ha sido insuficiente, "gran parte de la población expresa su fe sobre todo
mediante la piedad popular"; que la piedad popular, finalmente, constituye un
valioso e imprescindible "punto de partida para conseguir que la fe del pueblo
madure y se haga más profunda".
Algunos peligros que pueden desviar la
piedad popular
65. El Magisterio, que subraya los valores innegables de
la piedad popular, no deja de indicar algunos peligros que pueden amenazarla:
presencia insuficiente de elementos esenciales de la fe cristiana, como el
significado salvífico de la Resurrección de Cristo, el sentido de pertenencia a
la Iglesia, la persona y la acción del Espíritu divino; la desproporción entre
la estima por el culto a los Santos y la conciencia de la centralidad absoluta
de Jesucristo y de su misterio; el escaso contacto directo con la Sagrada
Escritura; el distanciamiento respecto a la vida sacramental de la Iglesia; la
tendencia a separar el momento cultual de los compromisos de la vida cristiana;
la concepción utilitarista de algunas formas de piedad; la utilización de
"signos, gestos y fórmulas, que a veces adquieren excesiva importancia hasta el
punto de buscar lo espectacular"; el riesgo, en casos extremos, de "favorecer la
entrada de las sectas y de conducir a la superstición, la magia, el fatalismo o
la angustia".
66. Para poner remedio a estas eventuales limitaciones y
defectos de la piedad popular, el Magisterio de nuestro tiempo repite con
insistencia que se debe "evangelizar" la piedad popular, ponerla en contacto con
la palabra del Evangelio para que sea fecunda. Esto "la liberará progresivamente
de sus defectos; purificándola la consolidará, haciendo que lo ambiguo se aclare
en lo que se refiere a los contenidos de fe, esperanza y caridad".
En
esta labor de "evangelización" de la piedad popular, el sentido pastoral invita
a actuar con una paciencia grande y con prudente tolerancia, inspirándose en la
metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la historia, para hacer
frente a los problemas de enculturación de la fe cristiana y de la Liturgia, o
de las cuestiones sobre las devociones populares.
El sujeto de la piedad
popular
67. El Magisterio de la Iglesia, al recordar que "la
participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual" y que el
cristiano "debe entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más
aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol", indica que el sujeto de las
diversas formas de oración es todo cristiano – clérigo, religioso, laico – tanto
cuando reza privadamente, movido por el Espíritu Santo, como cuando reza
comunitariamente en grupos de diverso origen o naturaleza.
68. De una
manera más particular, el Santo Padre Juan Pablo II ha señalado a la familia
como sujeto de la piedad popular. La Exhortación apostólica Familiaris
consortio, después de haber exaltado la familia como santuario doméstico de la
Iglesia, subraya que "Para preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la
iglesia, la familia cristiana recurre a la oración privada, que presenta gran
variedad de formas. Esta variedad, mientras testimonia la riqueza extraordinaria
con la que el Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a las diversas
exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor". Después observa que
"Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar
explícitamente...: la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la preparación
a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón de Jesús, las varias
formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones
de la religiosidad popular".
69. También son sujeto igualmente importante
de la piedad popular las cofradías y otras asociaciones piadosas de fieles.
Entre sus fines institucionales, además del ejercicio de la caridad y del
compromiso social, está el fomento del culto cristiano: de la Trinidad, de
Cristo y sus misterios, de la Virgen María, de los Ángeles, los Santos, los
Beatos, así como el sufragio por las almas de los fieles difuntos.
Con
frecuencia las cofradías, además del calendario litúrgico, disponen de una
especie de calendario propio, en el cual están indicadas las fiestas
particulares, los oficios, las novenas, los septenarios, los triduos que se
deben celebrar, los días penitenciales que se deben guardar y los días en los
que se realizan las procesiones o las peregrinaciones, o en los que se deben
hacer determinadas obras de misericordia. A veces tienen devocionarios propios y
signos distintivos particulares, como escapularios, medallas, hábitos,
cinturones e incluso lugares para el culto propio y cementerios.
La
Iglesia reconoce a las cofradías y les confiere personalidad jurídica, aprueba
sus estatutos y aprecia sus fines y sus actividades de culto. Sin embargo les
pide que, evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén integradas
de manera adecuada en la vida parroquial y diocesana.
Los ejercicios de
piedad
70. Los ejercicios de piedad son expresión característica de la
piedad popular, los cuales, por otra parte, son muy diferentes entre sí tanto
por su origen histórico como por su contenido, lenguaje, estilo, usos y
destinatarios. El Concilio Vaticano II ha tenido en cuenta los ejercicios de
piedad, ha recordado que están vivamente recomendados, indicando, además, las
condiciones que garantizan su legitimidad y su validez.
71. A la luz de
la naturaleza y las características propias del culto cristiano, es evidente,
ante todo, que los ejercicios de piedad deben ser conformes con la sana doctrina
y con las leyes y normas de la Iglesia; además deben estar en armonía con la
sagrada Liturgia; tener en cuenta, en la medida de la posible, los tiempos del
año litúrgico y favorecer "una participación consciente y activa en la oración
común de la Iglesia".
72. Los ejercicios de piedad pertenecen a la esfera
del culto cristiano. Por esto la Iglesia siempre ha sentido la necesidad de
prestarles atención, para que a través de los mismos Dios sea glorificado
dignamente y el hombre obtenga provecho espiritual e impulso para llevar una
vida cristiana coherente.
La acción de los Pastores respecto a los
ejercicios de piedad se ha realizado de muchas maneras: recomendaciones,
estímulo, orientación y a veces corrección. En la amplia gama de ejercicios de
piedad, hay que distinguir: ejercicios de piedad que se realizan por disposición
de la Sede Apostólica o que han sido recomendados por la misma a lo largo de los
siglos; ejercicios de piedad de las Iglesias particulares que "se celebran por
mandato de los Obispos, a tenor de las costumbres o de los libros legítimamente
aprobados";otros ejercicios de piedad que se practican por derecho particular o
tradición en las familias religiosas o en las hermandades, o en otras
asociaciones piadosas de fieles, con frecuencia, estos han recibido la
aprobación explícita de la Iglesia; los ejercicios de piedad que se realizan en
el ámbito de la vida familiar o personal.
A algunos ejercicios de piedad,
introducidos por la costumbre de la comunidad de los fieles, y aprobados por el
Magisterio, se han concedido indulgencias.
Liturgia y ejercicios de
piedad
73. La enseñanza de la Iglesia sobre la relación entre la Liturgia
y los ejercicios de piedad se puede sintetizar en lo siguiente: la Liturgia, por
naturaleza, es superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en
la praxis pastoral hay que dar a la Liturgia "el lugar preeminente que le
corresponde respecto a los ejercicios de piedad"; Liturgia y ejercicios de
piedad deben coexistir respetando la jerarquía de valores y a la naturaleza
específica de ambas expresiones cultuales.
74. Una consideración atenta
de estos principios debe llevar a un verdadero empeño para armonizar, en la
medida de lo posible, los ejercicios de piedad con los ritmos y las exigencias
de la Liturgia; esto es "sin fusionar o confundir las dos formas de piedad";
para evitar, consiguientemente, la confusión y la mezcla híbrida de Liturgia y
ejercicios de piedad; a no contraponer la Liturgia a los ejercicios de piedad o,
contra el sentir de la Iglesia, eliminarlos, produciendo un vacío que con
frecuencia no se ve colmado, en perjuicio del pueblo fiel.
Criterios
generales para la renovación de los ejercicios de piedad
75. La Sede
Apostólica no ha dejado de indicar los criterios teológicos, pastorales,
históricos y literarios, conforme a los cuales se deben reformar -cuando sea
preciso- los ejercicios de piedad; ha señalado cómo se debe acentuar en ellos el
espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también debe encontrar su
expresión el aspecto ecuménico; cómo se deba mostrar el núcleo esencial,
descubierto a través del estudio histórico y hacer que reflejen aspectos de la
espiritualidad de nuestros días; cómo deben tener en cuenta las conclusiones ya
adquiridas por una sana antropología; cómo deben respetar la cultura y el estilo
de expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los elementos
tradicionales arraigados en las costumbres populares.
Capítulo
III
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS
PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD
POPULAR
La vida cultual: comunión con el Padre, por Cristo, en el
Espíritu
76. En la historia de la revelación, la salvación del hombre se
presenta continuamente como un don de Dios, que brota de su misericordia, de una
manera absolutamente libre y totalmente gratuita. Todo el conjunto de los
acontecimientos y palabras mediante los cuales se manifiesta y se actualiza el
plan de salvación, se configura como un diálogo continuo entre Dios y el hombre,
diálogo en el que Dios tiene la iniciativa y que exige por parte del hombre una
actitud de escucha en la fe, y una respuesta de "obediencia a la fe" (Rom 1,5;
16,26).
En el diálogo salvífico tiene una importancia singular la Alianza
establecida en el Sinaí entre Dios y el pueblo elegido (cfr. Ex 19-24), que
convierte a este último en "propiedad del Señor", en un "reino de sacerdotes y
una nación santa" (Ex 19,6). E Israel, aunque no fue siempre fiel a la Alianza,
encontró en ella inspiración y fuerza para acomodar su comportamiento al
comportamiento del mismo Dios (cfr. Lev 11,44-45; 19,2) y a lo que se contenía
en su Palabra.
De manera particular el culto de Israel y su oración
tienen como objeto especialmente la memoria de las mirabilia Dei, esto es, de
las intervenciones salvíficas de Dios en la historia; esto mantiene viva la
veneración de los acontecimientos en los que se han actualizado las promesas de
Dios y que constituyen, consiguientemente, la referencia obligada tanto para la
reflexión de fe como para la vida de oración.
77. Conforme a su designio
eterno, "Dios, que había hablado ya en los tiempos antiguos muchas veces y de
diversas maneras a los padres por medio de los profetas, en esta etapa final de
la historia nos ha hablado por medio del Hijo, a quien ha constituido heredero
de todas las cosas y por medio del cual ha creado también el mundo" (Heb 1,1-2).
El misterio de Cristo, sobre todo su Pascua de Muerte y de Resurrección, es la
plena y definitiva revelación y realización de las promesas salvíficas. Como
Jesús, "el Hijo Unigénito de Dios" (Jn 3,18) es aquel en quien el Padre nos ha
dado todo, sin reservarse nada (cfr. Rom 8,32; Jn 3,16), es evidente que la
referencia esencial para la fe y la vida de oración del pueblo de Dios está en
la persona y en la obra de Cristo: en Él tenemos al Maestro de la verdad (cfr.
Mt 22,16), al Testigo fiel (cfr. Ap 1,5), al Sumo Sacerdote (cfr. Heb 4,14), al
Pastor de nuestras almas (cfr. 1 Pe 2,25), al Mediador único y perfecto (cfr. 1
Tim 2,5; Heb 8,6; 9,15; 12,24): por medio de Él el hombre va al Padre (cfr. Jn
14,6), asciende a Dios la alabanza y la súplica dela Iglesia y desciende sobre
la humanidad todo don divino.
Sepultados con Cristo y resucitados con Él
en el bautismo (cfr. Col 2,12; Rom 6,4), apartados del dominio de la carne e
introducidos en el del Espíritu (cfr. Rom 8,9), estamos llamados a la perfección
según la medida de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13); en Cristo tenemos el
modelo de una existencia que en todo momento refleja la actitud de escucha de la
Palabra del Padre y de aceptación de su querer, como un "sí" incesante a su
voluntad: "mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34).
Así pues, Cristo es el
modelo perfecto de la piedad filial y de la
conversación incesante con el Padre, es decir, el modelo de una búsqueda
permanente del contacto vital, íntimo y confiado con Dios, que ilumina, sostiene
y guía al hombre durante toda su vida.
78. En su vida de comunión con el
Padre, los fieles son guiados por el Espíritu Santo (cfr. Rom 8,14), que les ha
sido dado para transformarles progresivamente en Cristo; para que infunda en
ellos el "espíritu de los hijos adoptivos", para que adquieran la actitud filial
de Cristo (cfr. Rom 8,15-17) y sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5); para que
haga presente en ellos la enseñanza de Cristo (cfr. Jn 14,26; 16,13-25), de modo
que interpreten a su luz los acontecimientos de la vida y los avatares de la
historia; para que los conduzca al conocimiento de las profundidades de Dios
(cfr. 1 Cor 2,10) y les disponga a convertir su vida en un "culto espiritual"
(cfr. Rom 12,1); para que les sostenga en las contrariedades y en las pruebas a
las que deben hacer frente en el camino fatigoso de transformación en Cristo;
para que suscite, alimente y dirija su oración: "El Espíritu de Dios viene en
ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros ni siquiera sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el mismo Espíritu intercede insistentemente por nosotros con
gemidos inefables; y el que escruta los corazones sabe cuáles son los deseos del
Espíritu, porque intercede por los creyentes conforme a los designios de Dios"
(Rom 8,26-27).
El culto cristiano tiene su origen y su fuerza en el
Espíritu, y se desarrolla y perfecciona en Él. Así, se puede afirmar que sin la
presencia del Espíritu de Cristo no hay auténtico culto litúrgico y tampoco
puede expresarse la auténtica piedad popular.
79. A la luz de los
principios expuestos se muestra que es necesario que la piedad popular se
configure como un momento del diálogo entre Dios y el hombre, por Cristo, en el
Espíritu Santo. No hay duda de que ésta, a pesar de las carencias que se notan
aquí y allá – como por ejemplo la confusión entre Dios Padre y Jesús -, tiene en
sí una impronta trinitaria.
La piedad popular es muy sensible al misterio
de la paternidad de Dios: se conmueve ante su bondad, se admira de su poder y
sabiduría; se alegra por la belleza de la creación y alaba al Creador por ella;
sabe que Dios Padre es justo y misericordioso, y que se ocupa de los pobres y de
los humildes; proclama que Él manda hacer el bien y premia a los que viven
honradamente siguiendo el buen camino, en cambio aborrece el mal y aleja de sí a
los que se obstinan en el camino del odio y de la violencia, de la injusticia y
de la mentira.
La piedad popular se detiene con gusto en la figura de
Cristo, Hijo de Dios y Salvador del hombre: se conmueve ante la narración de su
nacimiento e intuye el amor inmenso que se esconde en ese Niño, Dios verdadero y
verdadero hermano nuestro, pobre y perseguido desde su infancia; goza con la
representación de numeras escenas de la vida pública del Señor Jesús, el Buen
Pastor que se acerca a los publicanos y a los pecadores, el Taumaturgo que cura
a los enfermos y socorre a los necesitados, el Maestro que habla con verdad; y
sobre todo le gusta contemplar los misterios de la Pasión de Cristo, porque
advierte en ellos su amor ilimitado y la medida de su solidaridad con el
sufrimiento humano: Jesús traicionado y abandonado, flagelado y coronado de
espinas, crucificado entre malhechores, bajado de la cruz y sepultado en la
tierra, llorado por amigos y discípulos.
La piedad popular no ignora que
en el misterio de Dios está la persona del Espíritu Santo. Cree que "por obra
del Espíritu Santo" el Hijo de Dios "se ha encarnado en el seno de la Virgen
María y se ha hecho hombre" y que en los comienzos de la Iglesia se dio el
Espíritu a los Apóstoles (cfr. Hech 2,1-13); sabe que la fuerza del Espíritu de
Dios, cuyo sello está impreso en los cristianos de manera particular mediante la
confirmación, está viva en todo sacramento de la Iglesia; sabe que "En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" comienza la celebración de la Misa,
se confiere el Bautismo y se da el perdón de los pecados; sabe que en el nombre
de las tres Divinas Personas se realiza toda forma de oración de la comunidad
cristiana y se invoca la bendición divina sobre el hombre y sobre todas las
criaturas.
80. Así pues, es preciso que en la piedad popular se
fortalezca la conciencia de la referencia a la Santísima Trinidad que, como se
ha dicho, ya lleva en sí misma, aunque todavía como una semilla. Para este fin
se dan las siguientes indicaciones:
- Es necesario ilustrar a los fieles
sobre el carácter particular de la oración cristiana, que tiene como
destinatario al Padre, por la mediación de Jesucristo, en la fuerza del Espíritu
Santo.
- Por lo tanto, es necesario que las expresiones de la piedad
popular muestren claramente la persona y la acción del Espíritu Santo. La falta
de un "nombre" para el Espíritu de Dios y la costumbre de no representarlo con
imágenes antropomórficas han dado lugar, al menos en parte, a cierta ausencia
del Espíritu Santo en los textos y en otras formas de expresión de la piedad
popular, aunque sin olvidar la función de la música y de los gestos del cuerpo
para manifestar la relación con el Espíritu. Esta ausencia se puede solucionar
mediante la evangelización de la piedad popular, de la que ha tratado tantas
veces el Magisterio de la Iglesia.
- Es necesario, por otra parte, que
las expresiones de la piedad popular pongan de manifiesto el valor primario y
fundamental de la Resurrección de Cristo. La atención amorosa dedicada a la
humanidad sufriente del Salvador, tan viva en la piedad popular, se debe unir
siempre a la perspectiva de su glorificación. Sólo con esta condición se
presentará de manera íntegra el designio salvífico de Dios en Cristo y se
captará en su unidad inseparable el Misterio pascual de Cristo; sólo así se
trazará el rostro genuino del cristianismo, que es victoria de la vida sobre la
muerte, celebración del que "no es un Dios de muertos, sino de vivos" (Mt
22,32), de Cristo, el Viviente, que estaba muerto y ahora vive para siempre
(cfr. Ap 1,28), y del Espíritu "que es Señor y dador de vida".
-
Finalmente es necesario que la devoción a la Pasión de Cristo lleve a los fieles
a una participación plena y consciente en la Eucaristía, en la que se da como
alimento el cuerpo de Cristo, ofrecido en sacrificio por nosotros (cfr. 1 Cor
11,24); y se da como bebida la sangre de Jesús, derramada en la cruz para la
nueva y eterna Alianza, y para la remisión de todos los pecados. Esta
participación tiene su momento más alto y significativo en la celebración del
Triduo pascual, culminación del Año litúrgico, y en la celebración dominical de
los sagrados Misterios.
La Iglesia, comunidad cultual
81. La
Iglesia, "pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
es una comunidad de culto. Por voluntad de su Señor y Fundador, realiza
numerosas acciones rituales que tiene como objetivo la gloria de Dios y la
santificación del hombre, y que son todas, de distinto modo y en diverso grado,
celebraciones del Misterio pascual de Cristo, orientadas a realizar la voluntad
de Dios de reunir a los hijos dispersos en la unidad de un solo pueblo.
En las diversas acciones
rituales, la Iglesia anuncia el Evangelio de la
salvación y proclama la Muerte y Resurrección de Cristo, realizando a través de
los signos su obra de salvación. En la Eucaristía celebra el memorial de la
santa Pasión, de la gloriosa Resurrección y de la admirable Ascensión, y en los
otros sacramentos obtiene otros dones del Espíritu que brotan de la Cruz del
Salvador. La Iglesia glorifica al Padre con salmos e himnos por las maravillas
que ha realizado en la Muerte y en la Exaltación de Cristo su Hijo, y le suplica
que el misterio salvífico de la Pascua llegue a todos los hombres; en los
sacramentales, instituidos para socorrer a los fieles en diversas situaciones y
necesidades, suplica al Señor para que toda su actividad esté sostenida e
iluminada por el Espíritu de la Pascua.
82. Sin embargo, en la
celebración de la Liturgia no se agota la misión de la Iglesia por lo que se
refiere al culto divino. Los discípulos de Cristo, según el ejemplo y la
enseñanza del Maestro, rezan también en lo escondido de su morada (cfr. Mt 6,6);
se reúnen a rezar según formas establecidas por hombres y mujeres de gran
experiencia religiosa, que han percibido los anhelos de los fieles y han
orientado su piedad hacia aspectos particulares del misterio de Cristo; rezan de
unas formas determinadas, que han surgido de una manera prácticamente anónima
desde el fondo de la conciencia colectiva cristiana, en las cuales las
exigencias de la cultura popular se armonizan con los datos esenciales del
mensaje evangélico.
83. Las formas auténticas de la piedad popular son
también fruto del Espíritu Santo y se deben considerar como expresiones de la
piedad de la Iglesia: porque son realizadas por los fieles que viven en comunión
con la Iglesia, adheridos a su fe y respetando la disciplina eclesiástica del
culto; porque no pocas de dichas expresiones han sido explícitamente aprobadas y
recomendadas por la misma Iglesia.
84. En cuanto expresión de la piedad
eclesial, la piedad popular está sometida a las leyes generales del culto
cristiano y a la autoridad pastoral de la Iglesia, que ejerce sobre ella la
acción de discernir y declarar auténtico, y la renueva al ponerla en contacto
con la Palabra revelada, la tradición y la misma Liturgia, un contacto que
resulta fecundo.
Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la
piedad popular estén siempre iluminadas por el "principio eclesiológico" del
culto cristiano. Esto permitirá a la piedad popular:
- tener una visión
correcta de las relaciones entre la Iglesia particular y la Iglesia universal;
la piedad popular suele centrarse en los valores locales, con el riesgo de
cerrarse a los valores universales y a las perspectivas eclesiológicas;
-
situar la veneración de la Virgen Santísima, de los Ángeles, de los Santos y
Beatos, y el sufragio por los difuntos, en el amplio campo de la Comunión de los
Santos y dentro de las relaciones existentes entre la Iglesia celeste y la
Iglesia que todavía peregrina en la tierra;
- comprender de modo fecundo
la relación entre ministerio y carisma; el primero, necesario en las expresiones
del culto litúrgico; el segundo, frecuente en las manifestaciones de la piedad
popular.
Sacerdocio común y piedad popular
85. Mediante los
sacramentos de la iniciación cristiana el fiel entra a formar parte de la
Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, al que corresponde dar culto a
Dios en espíritu y en verdad (cfr. Jn 4,23). Este pueblo ejerce dicho sacerdocio
por Cristo en el Espíritu Santo, no sólo en ámbito litúrgico, especialmente en
la celebración de la Eucaristía, sino también en otras expresiones de la vida
cristiana, entre las que se cuentan las manifestaciones de la piedad popular. El
Espíritu Santo le confiere la capacidad de ofrecer sacrificios de alabanza a
Dios, de elevar oraciones y súplicas y, ante todo, de convertir la propia vida
en un "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rom 12,1; cfr. Heb 12,28).
86. Desde este
fundamento sacerdotal, la piedad popular ayuda a los fieles a
perseverar en la oración y en la alabanza a Dios Padre, a dar testimonio de
Cristo (cfr. Hech 2,42-47) y, manteniendo la vigilante espera de su venida
gloriosa, da razón, en el Espíritu Santo, de la esperanza de la vida eterna
(cfr. 1 Pe 3,15); y mientras conserva aspectos significativos del propio
contexto cultural, expresa los valores de eclesialidad que caracterizan, en
diverso modo y grado, todo lo que nace y se desarrolla en el Cuerpo místico de
Cristo.
Palabra de Dios y piedad popular
87. La Palabra de Dios,
contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y propuesta por el Magisterio de
la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es un instrumento privilegiado e
insustituible de la acción del Espíritu en la vida cultual de los fieles.
Como en la escucha de la
Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia, el
pueblo cristiano debe adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura y llenarse
de su espíritu, para traducir en formas adecuadas y conformes a los datos de la
fe, el sentido de piedad y devoción que brota del contacto con el Dios que
salva, regenera y santifica.
En las palabras de la Biblia, la piedad
popular encontrará una fuente inagotable de inspiración, modelos insuperables de
oración y fecundas propuestas de diversos temas. Además, la referencia constante
a la Sagrada Escritura constituirá un índice y un criterio, para moderar la
exuberancia con la que no raras veces se manifiesta el sentimiento religioso
popular, dando lugar a expresiones ambiguas y en ocasiones incluso incorrectas.
88. Pero "la lectura
de la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la
oración, para que pueda realizarse el diálogo entre Dios y el hombre"; por lo
tanto, es muy recomendable que las diversas formas con las que se expresa la
piedad popular procuren, en general, que haya textos bíblicos, oportunamente
elegidos y debidamente comentados.
89. Para este fin ayudará el modelo
que ofrecen las celebraciones litúrgicas, donde la Sagrada Escritura tiene un
papel constitutivo, propuesta de maneras diversas, según los tipos de
celebración. Sin embargo, como a las expresiones de la piedad popular se les
reconoce una legítima variedad de forma y de organización, no es necesario que
en ellas la disposición de las lecturas bíblicas sea un calco de las estructuras
rituales con las que la Liturgia proclama la Palabra de Dios.
El modelo
litúrgico constituirá, en cualquier caso, para la piedad popular, una especie de
garantía de una correcta escala de valores, en la cual el primer lugar le
corresponde a la actitud de escucha de Dios que habla; enseñará a descubrir la
armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y a interpretar el uno a la luz
del otro; presentará soluciones, avaladas por una experiencia secular, para
actualizar de manera concreta el mensaje bíblico y ofrecerá un criterio válido
para valorar la autenticidad de la oración.
En la elección de los textos
es deseable que se recurra a pasajes breves, fáciles de memorizar, incisivos,
fáciles de comprender aunque resulten difíciles de llevar a la práctica. Por lo
demás, algunos ejercicios de piedad, como el Vía Crucis y el Rosario, favorecen
el conocimiento de la Escritura: al vincular directamente los episodios
evangélicos de la vida de Jesús a gestos y oraciones aprendidas de memoria, se
recuerdan con mayor facilidad.
Piedad popular y revelaciones privadas
90. Desde siempre, y
en todas partes, la religiosidad popular se ha
interesado en fenómenos y hechos extraordinarios, con frecuencia relacionados
con revelaciones privadas. Aunque no se pueden circunscribir al ámbito de la
piedad mariana, en esta especialmente se dan las "apariciones" y los
consiguientes "mensajes". En este sentido recuerda el Catecismo de la Iglesia
Católica: "A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas",
algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia.
Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de
"mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a
vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el
Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe
discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica
de Cristo o de sus santos a la Iglesia" (n.67).
Enculturación y piedad
popular
91. La piedad popular está caracterizada, naturalmente, por el
sentimiento propio de una época de la historia y de una cultura. Una muestra de
esto es la variedad de expresiones que la constituyen, florecidas y afirmadas en
las diversas Iglesias particulares en el transcurso del tiempo, signo del
enraizarse de la fe en el corazón de los diversos pueblos y de su entrada en el
ámbito de lo cotidiano. Realmente "la religiosidad popular es la primera y
fundamental forma de "enculturación" de la fe, que se debe dejar orientar
continuamente y guiar por las indicaciones de la Liturgia, pero que a su vez
fecunda la fe desde el corazón". El encuentro entre el dinamismo innovador del
mensaje del Evangelio y los diversos componentes de una cultura es algo que está
atestiguado en la piedad popular.
92. El proceso de adaptación o de
enculturación de un ejercicio de piedad no debería presentar dificultades por lo
que se refiere al lenguaje, a las expresiones musicales y artísticas y al uso de
gestos y posturas del cuerpo. Los ejercicios de piedad, por una parte no
conciernen a aspectos esenciales de la vida sacramental y por otra son, en
muchos casos, de origen popular, nacidos del pueblo, formulados con su lenguaje
y situados en el marco de la fe católica.
Sin embargo, el hecho de que
los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción sean expresión del sentir
del pueblo, no autoriza a actuar en esta materia de modo subjetivo y con
personalismo. Manteniendo la competencia propia del Ordinario del lugar o de los
Superiores Mayores – si se trata de devociones vinculadas a Órdenes religiosas
-, cuando se trata de ejercicios de piedad que afectan a toda una nación o a una
amplia región, conviene que se pronuncie la Conferencia de Obispos.
Es
preciso una gran atención y un profundo sentido de discernimiento para impedir
que, a través de las diversas formas del lenguaje, se insinúen en los ejercicios
de piedad nociones contrarias a la fe cristiana o se abra la puerta a
expresiones contaminadas por el sincretismo.
En particular es necesario
que el ejercicio de piedad, objeto de un proceso de adaptación o de
enculturación, conserve su identidad profunda y su fisonomía esencial. Esto
requiere que se mantenga reconocible su origen histórico y las líneas
doctrinales y cultuales que lo caracterizan.
En lo referente al empleo de
formas de piedad popular en el proceso de enculturación de la Liturgia, hay que
remitirse a la Instrucción de este Dicasterio sobre el tema en cuestión.
***
PARTE
SEGUNDA
ORIENTACIONES
PARA
ARMONIZAR LA PIEDAD
POPULAR
Y LA LITURGIA
Premisa
93. Como ayuda para concretar en
la acción pastoral lo que se ha expuesto más arriba, se ofrecen algunas
orientaciones sobre la necesaria relación entre la piedad popular y la Liturgia,
de manera que la acción pastoral resulte armónica y provechosa. Al mencionar los
ejercicios y prácticas de piedad más extendidos, no se pretende hacer un elenco
exhaustivo ni abarcar todas y cada una de las manifestaciones de carácter local.
También se encuentran, dispersas, indicaciones sobre la pastoral litúrgica, dada
la afinidad de la materia en estos campos, en los que las fronteras no están
delimitadas rigurosamente.
La exposición se articula en cinco capítulos:
- el cuarto,
sobre el Año litúrgico, desde el punto de vista de la deseable
armonización entre sus celebraciones y las manifestaciones de la piedad popular;
- el quinto, sobre
la veneración de la santa Madre del Señor, que ocupa un
puesto singular tanto en la sagrada Liturgia como en la piedad popular:
-
el sexto, sobre el culto de los Santos y Beatos, que ocupa también un amplio
espacio en la Liturgia y en la devoción de los fieles;
- el séptimo,
sobre el sufragio por los difuntos, que aparece con frecuencia en las diversas
expresiones de la vida cultual de la Iglesia;
- el octavo, sobre los
santuarios y peregrinaciones, lugares significativos y expresiones
características de la piedad popular, que tienen no pocas repercusiones de orden
litúrgico.
Aunque se hace referencia a situaciones muy distintas y a
ejercicios de piedad de índole y naturaleza diversa, el texto formula sus
propuestas respetando siempre unos presupuestos fundamentales: la superioridad
de la Liturgia sobre otras expresiones cultuales; la dignidad y la legitimidad
de la piedad popular; la necesidad pastoral de evitar cualquier clase de
contraposición entre la Liturgia y la piedad popular, así como de no confundir
ambas expresiones, dando lugar a celebraciones híbridas.
Capítulo
IV
AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD POPULAR
94. El Año litúrgico es la
estructura temporal en la que la Iglesia celebra todo el misterio de Cristo:
"desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, al día de Pentecostés, y
a la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor".
En el Año
litúrgico "la celebración del misterio pascual tiene la máxima importancia en el
culto cristiano y se explicita a lo largo de los días, las semanas y en el curso
de todo el año". De aquí se sigue que, en la relación entre Liturgia y piedad
popular, la prioridad de la celebración del Año litúrgico sobre cualquier otra
expresión y práctica de devoción es un elemento fundamental e imprescindible.
El
Domingo
95. El "día del Señor", en cuanto "fiesta
primordial" y "el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico", no se puede
subordinar a las manifestaciones de la piedad popular. No es cuestión, por lo
tanto, de insistir en aquellos ejercicios de piedad para cuya realización se
elige el domingo como punto de referencia temporal.
Por el bien pastoral
de los fieles es lícito que en los domingos del "tiempo ordinario" tengan lugar
aquellas celebraciones del Señor, en honor de la Virgen María o de los Santos,
que se celebran durante la semana y son especialmente valoradas por la piedad de
los fieles, ya que en el elenco de precedencias tienen preeminencia sobre el
mismo domingo.
Puesto que, a veces, las tradiciones populares y
culturales corren el riesgo de invadir la celebración del domingo, adulterando
su espíritu cristiano, "en estos casos conviene clarificarlo, con la catequesis
y oportunas intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es inconciliable
con el Evangelio de Cristo. Sin embargo es necesario recordar que a menudo estas
tradiciones —y esto es válido análogamente para las nuevas propuestas culturales
de la sociedad civil— tienen valores que se adecuan sin dificultad a las
exigencias de la fe. Es deber de los Pastores actuar con discernimiento para
salvar los valores presentes en la cultura de un determinado contexto social y
sobre todo en la religiosidad popular, de modo que la celebración litúrgica,
principalmente la de los domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino que más
bien sea potenciada".
En el tiempo de Adviento
96. El
Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
-
espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne
mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la
historia y Juez universal;
- conversión, a la cual invita con frecuencia
la Liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan
Bautista: "Convertios, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que
la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom
8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su
madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en
visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es" (1 Jn
3,2)
97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo
en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente
enraizada en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a
la venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las
profecías, la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad
popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento
extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de
una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las
dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se
conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María,
que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al
Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular, que alientan la fe
del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra, la conciencia de
algunos valores de este tiempo litúrgico.
La Corona de Adviento
98. La colocación de
cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es
costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha
convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La
Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo
tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas
de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que
iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia
(cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de Adviento
99. En el
tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas procesiones, que
son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador
(la "clara estrella" en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del
camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el
nacimiento de Jesús (las "posadas" de la tradición española y latinoamericana).
Las "Témporas de
invierno"
100. En el hemisferio norte, en el tiempo
de Adviento se celebran las "témporas de invierno". Indican el paso de una
estación a otra y son un momento de descanso en algunos campos de la actividad
humana. La piedad popular está muy atenta al desarrollo del ciclo vital de la
naturaleza: mientras se celebran las "témporas de invierno", las semillas se
encuentran enterradas, en espera de que la luz y el calor del sol, que
precisamente en el solsticio de invierno vuelve a comenzar su ciclo, las haga
germinar.
Donde la piedad popular haya establecido expresiones
celebrativas del cambio de estación, consérvense y valórense como tiempo de
súplica al Señor y de meditación sobre el significado del trabajo humano, que es
colaboración con la obra creadora de Dios, realización de la persona, servicio
al bien común, actualización del plan de la Redención.
La Virgen María en
el Adviento
101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con
frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la
Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de
fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al
proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de
gracia que precedieron el nacimiento del Salvador. También la piedad popular
dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo
atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las
novenas de la Inmaculada y de la Navidad.
Sin embargo, la valoración del
Adviento "como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor"
no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un "mes de María".
En los calendarios
litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de
preparación al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina
(Teofanía) en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios
Padre, tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la
preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el Oriente,
todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es, referidos al
misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto durante este
periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el Oriente sirio este
tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para subrayar de esta manera
su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos prepara a la Navidad mediante
una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de
la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por los fieles, da lugar a
muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión principal es la novena
de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la fiesta de la Concepción
purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación fontal al nacimiento de
Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales del Adviento: nos remite a
la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos del Antiguo
Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se
celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos proféticos
que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el saludo de Gabriel
a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del nacimiento del Salvador
(cfr. Lc 1,31-33).
Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en
el Continente Americano se celebra, al acercarse la Navidad, la fiesta de
Nuestra Señora de Guadalupe (12 de Diciembre), que acrecienta en buena medida la
disposición para recibir al Salvador: María "unida íntimamente al nacimiento de
la Iglesia en América, fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de Cristo
Salvador a los hijos de estos pueblos".
La Novena de Navidad
103.
La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una
Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado una
función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros días,
en los que se ha facilitado la participación del pueblo en las celebraciones
litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de Diciembre se solemnizara
la celebración de las Vísperas con las "antífonas mayores" y se invitara a
participar a los fieles. Esta celebración, antes o después de la cual podrían
tener lugar algunos de los elementos especialmente queridos por la piedad
popular, sería una excelente "novena de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a
las exigencias de la piedad popular. En la celebración de las Vísperas se pueden
desarrollar algunos elementos, tal como está previsto (p. ej. homilía, uso del
incienso, adaptación de las preces).
El Nacimiento
104. Como es
bien sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén, que existían
desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se difundió la
costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de la casa, sin
duda por influencia del "nacimiento" construido en Greccio por San Francisco de
Asís, en el año 1223. La preparación de los mismos (en la cual participan
especialmente los niños) se convierte en una ocasión para que los miembros de la
familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan
en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al
episodio del nacimiento de Jesús.
La piedad popular y el espíritu del
Adviento
105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del
misterio cristiano, puede contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los
valores del Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la preparación a
la Navidad en una "operación comercial", llena de propuestas vacías, procedentes
de una sociedad consumista.
La piedad popular percibe que no se puede
celebrar el Nacimiento de Señor si no es en un clima de sobriedad y de sencillez
alegre, y con una actitud de solidaridad para con los pobres y marginados; la
espera del nacimiento del Salvador la hace sensible al valor de la vida y al
deber de respetarla y protegerla desde su concepción; intuye también que no se
puede celebrar con coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo de sus
pecados" (Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado,
viviendo en la vigilante espera del que volverá al final de los tiempos.
En el tiempo de
Navidad
106. En el tiempo de Navidad, la Iglesia
celebra el misterio de la manifestación del Señor: su humilde nacimiento en
Belén, anunciado a los pastores, primicia de Israel que acoge al Salvador; la
manifestación a los Magos, "venidos de Oriente" (Mt 2,1), primicia de los
gentiles, que en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo Mesías; la
teofanía en el río Jordán, donde Jesús fue proclamado por el Padre "hijo
predilecto" (Mt 3,17) y comienza públicamente su ministerio mesiánico; el signo
realizado en Caná, con el que Jesús "manifestó su gloria y sus discípulos
creyeron en él" (Jn 2,11).
107. Durante el tiempo navideño, además de
estas celebraciones, que muestran su sentido esencial, tienen lugar otras que
están íntimamente relacionadas con el misterio de la manifestación del Señor: el
martirio de los Santos Inocentes (28 de Diciembre), cuya sangre fue derramada a
causa del odio a Jesús y del rechazo de su reino por parte de Herodes; la
memoria del Nombre de Jesús, el 3 de Enero; la fiesta de la Sagrada Familia
(domingo dentro de la octava), en la que se celebra el santo núcleo familiar en
el que "Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y antes los hombres"
(Lc 2, 52); la solemnidad del 1 de Enero, memoria importante de la maternidad
divina, virginal y salvífica de María; y, aunque fuera ya de los límites del
tiempo navideño, la fiesta de la Presentación del Señor (2 de Febrero),
celebración del encuentro del Mesías con su pueblo, representado en Simeón y
Ana, y ocasión de la profecía mesiánica de Simeón.
108. Gran parte del
rico y complejo misterio de la manifestación del Señor encuentra amplio eco y
expresiones propias en la piedad popular. Esta muestra una atención particular a
los acontecimientos de la infancia del Salvador, en los que se ha manifestado su
amor por nosotros. La piedad popular capta de un modo intuitivo:
- el
valor de la "espiritualidad del don", propia de la Navidad: "un niño nos ha
nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,5), don que es expresión del amor infinito
de Dios que "tanto amó al mundo que nos ha dado a su Hijo único" (Jn 3,16);
- el mensaje de
solidaridad que conlleva el acontecimiento de Navidad:
solidaridad con el hombre pecador, por el cual, en Jesús, Dios se ha hecho
hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación"; solidaridad con los
pobres, porque el Hijo de Dios "siendo rico se ha hecho pobre" para
enriquecernos "por medio de su pobreza" (2 Cor 8,9);
- el valor sagrado
de la vida y el acontecimiento maravilloso que se realiza en el parto de toda
mujer, porque mediante el parto de María, el Verbo de la vida ha venido a los
hombres y se ha hecho visible (cfr. 1 Jn 1,2);
- el valor de la alegría y
de la paz mesiánicas, aspiraciones profundas de los hombres de todos los
tiempos: los Ángeles anuncian a los pastores que ha nacido el Salvador del
mundo, el "Príncipe de la paz" (Is 9,5) y expresan el deseo de "paz en la tierra
a los hombres que ama Dios" (Lc 2,14);
- el clima de sencillez, y de
pobreza, de humildad y de confianza en Dios, que envuelve los acontecimientos
del nacimiento del niño Jesús.
La piedad popular, precisamente porque
intuye los valores que se esconden en el misterio de la Navidad, está llamada a
cooperar para salvaguardar la memoria de la manifestación del Señor, de modo que
la fuerte tradición religiosa vinculada a la Navidad no se convierta en terreno
abonado para el consumismo ni para la infiltración del neopaganismo.
La
Noche de Navidad
109. En el tiempo que discurre entre las primeras
Vísperas de Navidad y la celebración eucarística de media noche, junto con la
tradición de los villancicos, que son instrumentos muy poderosos para transmitir
el mensaje de alegría y paz de Navidad, la piedad popular propone algunas de sus
expresiones de oración, distintas según los países, que es oportuno valorar y,
si es preciso, armonizar con las celebraciones de la Liturgia. Se pueden
presentar, por ejemplo:
- los "nacimientos vivientes", la inauguración
del nacimiento doméstico, que puede dar lugar a una ocasión de oración de toda
la familia: oración que incluya la lectura de la narración del nacimiento de
Jesús según San Lucas, en la cual resuenen los cantos típicos de la Navidad y se
eleven las súplicas y las alabanzas, sobre todo las de los niños, protagonistas
de este encuentro familiar;
- la inauguración del árbol de Navidad.
También se presta a una acto de oración familiar semejante al anterior.
Independientemente de su origen histórico, el árbol de Navidad es hoy un signo
fuertemente evocador, bastante extendido en los ambientes cristianos; evoca
tanto el árbol de la vida, plantado en el jardín del Edén (cfr. Gn 2,9), como el
árbol de la cruz, y adquiere así un significado cristológico: Cristo es el
verdadero árbol de la vida, nacido de nuestro linaje, de la tierra virgen Santa
María, árbol siempre verde, fecundo en frutos. El adorno cristiano del árbol,
según los evangelizadores de los países nórdicos, consta de manzanas y dulces
que cuelgan de sus ramos. Se pueden añadir otros "dones"; sin embargo, entre los
regalos colocados bajo el árbol de Navidad no deberían faltar los regalos para
los pobres: ellos forman parte de toda familia cristiana;
- la cena de
Navidad. La familia cristiana que todos los días, según la tradición, bendice la
mesa y da gracias al Señor por el don de los alimentos, realizará este gesto con
mayor intensidad y atención en la cena de Navidad, en la que se manifiestan con
toda su fuerza la firmeza y la alegría de los vínculos familiares.
110.
La Iglesia desea que todos los fieles participen en la noche del 24 de
Diciembre, a ser posible, en el Oficio de Lecturas, como preparación inmediata a
la celebración de la Eucaristía de media noche. Donde esto no se haga, puede ser
oportuno preparar una vigilia con cantos, lecturas y elementos de la piedad
popular, inspirándose en dicho oficio.
111. En la Misa de media noche,
que tiene un gran sentido litúrgico y goza del aprecio popular, se podrán
destacar:
- al comienzo de la Misa, el canto del anuncio del nacimiento
del Señor, con la fórmula del Martirologio Romano;
- la oración de los
fieles deberá asumir un carácter verdaderamente universal, incluso, donde sea
oportuno, con el empleo de varios idiomas como un signo; y en la presentación de
los dones para el ofertorio siempre habrá un recuerdo concreto de los pobres;
- al final de la
celebración podrá tener lugar el beso de la imagen del Niño
Jesús por parte de los fieles, y la colocación de la misma en el nacimiento que
se haya puesto en la iglesia o en algún lugar cercano.
La fiesta de la
Sagrada Familia
112. La fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José
(Domingo en la octava de Navidad) ofrece un ámbito celebrativo apropiado para el
desarrollo de algunos ritos o momentos de oración, propios de la familia
cristiana.
El recuerdo de José, de María y del niño Jesús, que se dirigen
a Jerusalén, como toda familia hebrea observante, para realizar los ritos de la
Pascua (cfr. Lc 2,41-42), animará a que toda la familia acepte la invitación a
participar unida, ese día, en la Eucaristía. Y resultaría muy significativo que
la familia se encomendase nuevamente al patrocinio de la Sagrada Familia de
Nazaret, la bendición de los hijos, prevista en el Ritual, y donde sea oportuno,
la renovación de las promesas matrimoniales asumidas por los esposos,
convertidos ya en padres, en el día de su matrimonio, así como las promesas de
los desposorios con las que los novios formalizan su proyecto de fundar en el
futuro una nueva familia.
Pero más allá del día de la fiesta, a los
fieles les agrada recurrir a la Sagrada Familia de Nazaret en muchas
circunstancias de la vida: se inscriben con gusto en las Asociaciones de la
Sagrada Familia, para configurar su propio núcleo familiar según el modelo de la
Familia de Nazaret, y dirigen a la misma jaculatorias frecuentes, mediante las
que se encomiendan a su patrocinio y piden la asistencia para el momento de la
muerte.
La fiesta de los Santos Inocentes
113. Desde el final del
siglo VI, la Iglesia celebra el 28 de Diciembre la memoria de los niños a los
que mató el ciego furor de Herodes por causa de Jesús (cfr. Mt 2,16-17). La
tradición litúrgica los llama "Santos Inocentes" y los considera mártires. A lo
largo de los siglos, en el arte, en la poesía y en la piedad popular, los
sentimientos de ternura y de simpatía han rodeado la memoria de este "pequeño
rebaño de corderos inmolados"; a estos sentimientos se ha unido siempre la
indignación por la violencia con que fueron arrancados de las manos de sus
madres y entregados a la muerte.
En nuestros días los niños padecen
todavía innumerables formas de violencia, que atentan contra su vida, dignidad,
moralidad y derecho a la educación. Hay que tener presente en este día la
innumerable multitud de niños no nacidos y asesinados al amparo de las leyes que
permiten el aborto, un crimen abominable. La piedad popular, atenta a los
problemas concretos, en no pocos lugares ha dado vida a manifestaciones de culto
y a formas de caridad como la asistencia a las madres embarazadas, la adopción
de los niños e impulsar su educación.
El 31 de Diciembre
114. De
la piedad popular provienen algunos ejercicios de piedad característicos del 31
de Diciembre. Este día se celebra, en la mayor parte de los países de Occidente,
el final del año civil. La ocasión invita a los fieles a reflexionar sobre el
"misterio del tiempo", que corre veloz e inexorable. Esto suscita en su espíritu
un doble sentimiento: arrepentimiento y pesar por las culpas cometidas y por las
ocasiones de gracia perdidas durante el año que llega a su fin; agradecimiento
por los beneficios recibidos de Dios.
Esta doble actitud ha dado origen,
respectivamente, a dos ejercicios de piedad: la exposición prolongada del
Santísimo Sacramento, que ofrece una ocasión a las comunidades religiosas y a
los fieles, para un tiempo de oración, preferentemente en silencio; al canto del
Te Deum, como expresión comunitaria de alabanza y agradecimiento por los
beneficios obtenidos de Dios en el curso del año que está a punto de terminar.
En algunos lugares,
sobre todo en comunidades monásticas y en asociaciones
laicales marcadamente eucarísticas, la noche del 31 de Diciembre tiene lugar una
vigilia de oración que se suele concluir con la celebración de la Eucaristía. Se
debe alentar esta vigilia, y su celebración tiene que estar en armonía con los
contenidos litúrgicos de la Octava de la Navidad, vivida no sólo como una
reacción justificada ante la despreocupación y disipación con la que la sociedad
vive el paso de una año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor, de las
primicias del nuevo año.
La solemnidad de santa María, Madre de Dios
115. El 1 de Enero,
Octava de la Navidad, la Iglesia celebra la solemnidad
de Santa María, Madre de Dios. La maternidad divina y virginal de María
constituye un acontecimiento salvífico singular: para la Virgen fue presupuesto
y causa de su gloria extraordinaria; para nosotros es fuente de gracia y de
salvación, porque "por medio de ella hemos recibido al Autor de la vida".
La solemnidad del 1 de
Enero, eminentemente mariana, ofrece un espacio
particularmente apto para el encuentro entre la piedad litúrgica y la piedad
popular: la primera celebra este acontecimiento con las formas que le son
propias; la segunda, si está formada de manera adecuada, no dejará de dar vida a
expresiones de alabanza y felicitación a la Virgen por el nacimiento de su Hijo
divino, y de profundizar en el contenido de tantas formulas de oración,
comenzando por la que resulta tan entrañable a los fieles: "Santa María, Madre
de Dios, ruega por nosotros, pecadores".
116. En Occidente el 1 de Enero
es un día para felicitarse: es el inicio del año civil. Los fieles están
envueltos en el clima festivo del comienzo del año y se intercambian, con todos,
los deseos de "Feliz año". Sin embargo, deben saber dar a esta costumbre un
sentido cristiano, y hacer de ella casi una expresión de piedad. Los fieles
saben que "el año nuevo" está bajo el señorío de Cristo y por eso, al
intercambiarse las felicitaciones y deseos, lo ponen, implícita o
explícitamente, bajo el dominio de Cristo, a quien pertenecen los días y los
siglos eternos (cfr. Ap 1,8; 22,13).
Con esta conciencia se relaciona la
costumbre, bastante extendida, de cantar el 1 de Enero el himno Veni, creator
Spiritus, para que el Espíritu del Señor dirija los pensamientos y las acciones
de todos y cada uno de los fieles y de las comunidades cristianas durante todo
el año.
117. Entre los buenos deseos, con los que hombres y mujeres se
saludan el 1 de Enero, destaca el de la paz. El "deseo de paz" tiene profundas
raíces bíblicas, cristológicas y navideñas; los hombres de todos los tiempos
invocan el "bien de la paz" , aunque atentan contra el frecuentemente, y en el
modo más violento y destructor: con la guerra.
La Sede Apostólica,
partícipe de las aspiraciones profundas de los pueblos, desde el 1967, ha
señalado para el 1 de Enero la celebración de la "Jornada mundial de la paz".
La piedad popular no ha
permanecido insensible ante esta iniciativa de la
Sede Apostólica y, a la luz del Príncipe de la paz recién nacido, convierte este
día en un momento importante de oración por la paz, de educación en la paz y en
los valores que están indisolublemente unidos a la misma, como la libertad, la
solidaridad y la fraternidad, la dignidad de la persona humana, el respeto de la
naturaleza, el derecho al trabajo y el carácter sagrado de la vida, y de
denuncia de situaciones injustas, que turban las conciencias y amenazan la paz.
La solemnidad de la
Epifanía del Señor
118. En torno a la solemnidad
de la Epifanía, que tiene un origen muy antiguo y un contenido muy rico, han
nacido y se han desarrollado muchas tradiciones y expresiones genuinas de piedad
popular. Entre estas se pueden recordar:
- el solemne anuncio de la
Pascua y de las fiestas principales del año; la recuperación de este anuncio,
que se está realizando en diversos lugares, se debe favorecer, pues ayuda a los
fieles a descubrir la relación entre la Epifanía y la Pascua, y la orientación
de todas las fiestas hacia la mayor de las solemnidades cristianas;
- el
intercambio de "regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus raíces en el
episodio evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño Jesús (cfr. Mt
2,11), y en un sentido más radical, en el don que Dios Padre ha concedido a la
humanidad con el nacimiento entre nosotros del Enmanuel (cfr. Is 7,14; 9,6; Mt
1,23). Es deseable que el intercambio de regalos con ocasión de la Epifanía
mantenga un carácter religioso, muestre que su motivación última se encuentra en
la narración evangélica: esto ayudará a convertir el regalo en una expresión de
piedad cristiana y a sacarlo de los condicionamientos de lujo, ostentación y
despilfarro, que son ajenos a sus orígenes;
- la bendición de las casas,
sobre cuyas puertas se traza la cruz del Señor, el número del año comenzado, las
letras iniciales de los nombres tradicionales de los santos Magos (C+M+B) [en
algunas lenguas], explicadas también como siglas de "Christus mansinem
benedicat", escritas con una tiza bendecida; estos gestos, realizados por grupos
de niños acompañados de adultos, expresan la invocación de la bendición de
Cristo por intercesión de los santos Magos y a la vez son una ocasión para
recoger ofrendas que se dedican a fines misioneros y de caridad;
- las
iniciativas de solidaridad a favor de hombres y mujeres que, como los Magos,
vienen de regiones lejanas; respecto a ellos, sean o no cristianos, la piedad
popular adopta una actitud de comprensión acogedora y de solidaridad efectiva;
- la ayuda a la
evangelización de los pueblos; el fuerte carácter misionero
de la Epifanía ha sido percibido por la piedad popular, por lo cual, en este día
tienen lugar iniciativas a favor de las misiones, especialmente las vinculadas a
la "Obra misionera de la Santa Infancia", instituida por la Sede Apostólica;
- la designación de
Santos Patronos; en no pocas comunidades religiosas y
cofradías existe la costumbre de asignar a cada uno de los miembros un Santo
bajo cuyo patrocinio se pone el año recién comenzado
La fiesta del
Bautismo del Señor
119. Los misterios del Bautismo del Señor y de su
manifestación en las bodas de Caná están estrechamente ligados con el
acontecimiento salvífico de la Epifanía.
La fiesta del Bautismo del Señor
concluye el Tiempo de navidad. Esta fiesta, revalorizada en nuestros días, no ha
dado origen a especiales manifestaciones de la piedad popular. Sin embargo, para
que los fieles sean sensibles a lo referente al Bautismo y a la memoria de su
nacimiento como hijos de Dios, esta fiesta puede constituir un momento oportuno
para iniciativas eficaces, como: el uso del Rito de la aspersión dominical con
el agua bendita en todas las misas que se celebran con asistencia del pueblo;
centrar la homilía y la catequesis en los temas y símbolos bautismales.
La fiesta de la Presentación
del Señor
120. Hasta el 1969 la antigua
fiesta del 2 de Febrero, de origen oriental, recibía en Occidente el título de
"Purificación de Santa María Virgen", y concluía, cuarenta días después de
Navidad, el ciclo de navidad.
Esta fiesta siempre ha tenido un marcado
carácter popular. Los fieles, de hecho:
- asisten con gusto a la
procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en el Templo y de su encuentro,
ante todo con Dios Padre, en cuya morada entra por primera vez, después con
Simeón y Ana. Esta procesión, que en Occidente había sustituido a los cortejos
paganos licenciosos y que era de tipo penitencial, posteriormente se caracterizó
por la bendición de las candelas, que se llevaban encendidas durante la
procesión, en honor de Cristo "luz para alumbrar a las naciones" (Lc 2,32);
- son sensibles al gesto
realizado por la Virgen María, que presenta a su
Hijo en el Templo y se somete, según el rito de la Ley de Moisés (cfr. Lv
12,1-8), al rito de la purificación; en la piedad popular el episodio de la
purificación se ha visto como una muestra de la humildad de la Virgen, por lo
cual, la fiesta del 2 de Febrero es considerada con frecuencia la fiesta de los
que realizan los servicios más humildes en la Iglesia.
121. La piedad
popular es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso, de la
concepción y del nacimiento de una vida nueva. En particular las madres
cristianas advierten la relación que existe, a pesar de las notables diferencias
– la concepción y el parto de María son hechos únicos – entre la maternidad de
la Virgen, la purísima, madre de la Cabeza del Cuerpo Místico, y su maternidad:
ellas también son madres según el plan de Dios, pues han generado los futuros
miembros del mismo Cuerpo Místico. En esta intuición, y como imitando el rito
realizado por María (cfr. Lc 2,22-24), tenía origen el rito de la purificación
de la que había dado a luz, algunos de cuyos elementos reflejaban una visión
negativa de lo relacionado con el parto
En el actual Rituale Romanum está
prevista una bendición para la madre, tanto antes del parto como después del
parto, esta última sólo en el caso de que la madre no haya podido participar en
el bautismo del hijo.
Sin embargo, es muy oportuno que la madre y sus
parientes, al pedir esta bendición, se adapten a las características de la
oración de la Iglesia: comunión de fe y de caridad en la oración, para que
llegue a su feliz cumplimiento el tiempo de espera (bendición antes del parto) y
para dar gracias a Dios por el don recibido (bendición después del parto).
122. En algunas Iglesias
locales se valoran de modo especial algunos
elementos del relato evangélico de la fiesta de la Presentación del Señor (Lc
2,22-40), como la obediencia de José y María a la Ley del Señor, la pobreza de
los santos esposos, la condición virginal de la Madre de Jesús, lo que ha
aconsejado convertir, también, el 2 de Febrero en la fiesta de los que se
dedican al servicio del Señor y de los hermanos, en las diversas formas de vida
consagrada.
123. La fiesta del 2 de Febrero conserva un carácter popular.
Sin embargo es necesario que responda verdaderamente al sentido auténtico de la
fiesta. No resultaría adecuado que la piedad popular, al celebrar la
Presentación del Señor, se olvidase el contenido cristológico, que es el
fundamental, para quedarse casi exclusivamente en los aspectos mariológicos; el
hecho de que deba "ser considerada ...como memoria simultánea del Hijo y de la
Madre" no autoriza semejante cambio de la perspectiva; las velas, conservadas en
los hogares, deben ser para los fieles un signo de Cristo "luz del mundo" y por
lo tanto, un motivo para expresar la fe.
En el tiempo de Cuaresma
124. La
Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la
Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación
y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de
recurso más frecuente a las "armas de la penitencia cristiana": la oración, el
ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
En el ámbito de la piedad
popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico de la Cuaresma y no se han
asimilado algunos de los grandes valores y temas, como la relación entre el
"sacramento de los cuarenta días" y los sacramentos de la iniciación cristiana,
o el misterio del "éxodo", presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal.
Según una constante de la piedad popular, que tiende a centrarse en los
misterios de la humanidad de Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su
atención en la Pasión y Muerte del Señor.
125. El comienzo de los
cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero
símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza.
Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a
la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de
reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la
misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha
conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado
está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles,
que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado
interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la
renovación pascual.
A pesar de la secularización de la sociedad
contemporánea, el pueblo cristiano advierte claramente que durante la Cuaresma
hay que dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente
importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida,
traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo superfluo y suntuoso, en
expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados.
También los fieles que
frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de
Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo
propios pecados graves, al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo
pascual.
126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la
visión popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los "Cuarenta días"
sea un espacio propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y piedad
popular.
Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la
piedad popular favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas
actividades apostólicas y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y
recomienda. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en
este tiempo litúrgico, es un "ejercicio" que libera voluntariamente de las
necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que
viene del cielo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios" (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I
Domingo de Cuaresma)
La veneración de Cristo crucificado
127. El
camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir, con la
celebración de la Misa In Cena Domini. En el Triduo pascual, el Viernes Santo,
dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para la
"Adoración de la santa Cruz".
Sin embargo, la piedad popular desea
anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el
tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es el
día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad
hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan
más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo,
el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor
de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.
128. Las
expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas, adquieren un
particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz o en las que
se veneran reliquias, consideradas auténticas, del lignum Crucis. La "invención
de la Cruz", acaecida según la tradición durante la primera mitad del siglo IV,
con la consiguiente difusión por todo el mundo de fragmentos de la misma, objeto
de grandísima veneración, determinó un aumento notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones de
devoción a Cristo crucificado, los elementos
acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la
ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se
combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces
resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la
piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se
debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de
la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de
Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico
de Dios. En la fe cristiana, la Cruz es expresión del triunfo sobre el poder de
las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con gemas y convertida en
signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno mismo, como cuando se traza
sobre otras personas y objetos.
129. El texto evangélico, particularmente
detallado en la narración de los diversos episodios de la Pasión, y la tendencia
a especificar y a diferenciar, propia de la piedad popular, ha hecho que los
fieles dirijan su atención, también, a aspectos particulares de la Pasión de
Cristo y hayan hecho de ellos objeto de diferentes devociones: el "Ecce homo",
el Cristo vilipendiado, "con la corona de espinas y el manto de púrpura" (Jn
19,5), que Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor, sobre todo la herida
del costado y la sangre vivificadora que brota de allí (cfr. Jn 19,34); los
instrumentos de la Pasión, como la columna de la flagelación, la escalera del
pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la transfixión; la
sábana santa o lienza de la deposición.
Estas expresiones de piedad,
promovidas en ocasiones por personas de santidad eminente, son legítimas. Sin
embargo, para evitar una división excesiva en la contemplación del misterio de
la Cruz, será conveniente subrayar la consideración de conjunto de todo el
acontecimiento de la Pasión, conforme a la tradición bíblica y patrística.
La lectura de la Pasión
del Señor
130. La Iglesia exhorta a los
fieles a la lectura frecuente, de manera individual o comunitaria, de la Palabra
de Dios. Ahora bien, no hay duda de que entre las páginas de la Biblia, la
narración de la Pasión del Señor tiene un valor pastoral especial, por lo que,
por ejemplo, el Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae sugiere la
lectura, en el momento de la agonía del cristiano, de la narración de la Pasión
del Señor o de alguna paso de la misma.
Durante el tiempo de Cuaresma, el
amor a Cristo crucificado deberá llevar a la comunidad cristiana a preferir el
miércoles y el viernes, sobre todo, para la lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran
sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles
tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos
sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas cometidas,
porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para remisión de
los pecados de todo el género humano y también de los propios; compasión y
solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor
infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para con
todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre,
paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos
del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su Pasión.
Fuera de la celebración
litúrgica, la lectura de la Pasión se puede "dramatizar"
si es oportuno, confiando a lectores distintos los textos correspondientes a los
diversos personajes; asimismo, se pueden intercalar cantos o momentos de
silencio meditativo.
El "Vía Crucis"
131. Entre los ejercicios de
piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor, hay pocos que sean
tan estimados como el Vía Crucis. A través de este ejercicio de piedad los
fieles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino
recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en
el "huerto llamado Getsemani" (Mc 14,32) el Señor fue "presa de la angustia" (Lc
22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores
(cfr. Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en
la roca (cfr. Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano
por este ejercicio de piedad son los innumerables Vía Crucis erigidos en las
iglesias, en los santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el
campo, o en la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le
confieren una fisonomía sugestiva.
132. El Vía Crucis es la síntesis de
varias devociones surgidas desde la alta Edad Media: la peregrinación a Tierra
Santa, durante la cual los fieles visitan devotamente los lugares de la Pasión
del Señor; la devoción a las "caídas de Cristo" bajo el peso de la Cruz; la
devoción a los "caminos dolorosos de Cristo", que consiste en ir en procesión de
una iglesia a otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la
devoción a las "estaciones de Cristo", esto es, a los momentos en los que Jesús
se detiene durante su camino al Calvario, o porque le obligan sus verdugos o
porque está agotado por la fatiga, o porque, movido por el amor, trata de
entablar un diálogo con los hombres y mujeres que asisten a su Pasión.
En
su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII, el
Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751), ha
sido aprobado por la Sede Apostólica, dotado de indulgencias y consta de catorce
estaciones.
133. El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu
Santo, fuego divino que ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo
impulsó hasta el Calvario; es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado
la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los último días de
su Esposo y Señor.
En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen
también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la
comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del
misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de
conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela
Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando
cada día su propia cruz (cfr. Lc 9,23)
Por todo esto el Vía Crucis es un
ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma.
134.
Para realizar con fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las siguientes
indicaciones:
- la forma tradicional, con sus catorce estaciones, se debe
considerar como la forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en
algunas ocasiones, no se debe excluir la sustitución de una u otra "estación"
por otras que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de Cristo, y
que no se consideran en la forma tradicional;
- en todo caso, existen
formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la Sede Apostólica o usadas
públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben considerar formas
auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea oportuno;
- el Vía
Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de Cristo; sin
embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a la
expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección; tomando como modelo
la estación de la Anastasis al final del Vía Crucis de Jerusalén, se puede
concluir el ejercicio de piedad con la memoria de la Resurrección del Señor.
135. Los textos para el
Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por
pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos
de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a fieles laicos,
eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento literario.
La
selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones del Obispo,
se deberá hacer considerando sobre todo las características de los que
participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar
sabiamente la continuidad y la innovación. En todo caso, serán preferibles los
textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de la Biblia,
y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.
Un desarrollo
inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera equilibrada:
palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada meditativa, contribuye
a que se obtengan los frutos espirituales de este ejercicio de piedad.
El
"Vía Matris"
136. Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35)
están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa, también los están en la
Liturgia y en la piedad popular.
Como Cristo es el "hombre de dolores"
(Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en "reconciliar consigo
todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre
de su cruz" (Col 1,20), así María es la "mujer del dolor", que Dios ha querido
asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).
Desde los días de la
infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen,
participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de
la espada (cfr. Lc 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo cristiano ha
señalado siete episodios principales en la vida dolorosa de la Madre y los ha
considerado como los "siete dolores" de Santa María Virgen.
Así, según el
modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía Matris
dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la Sede Apostólica.
Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía Matris, pero en su forma
actual no es anterior al siglo XIX. La intuición fundamental es considerar toda
la vida de la Virgen, desde el anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35)
hasta la muerte y sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino
articulado en siete "estaciones", que corresponden a los "siete dolores" de la
Madre del Señor.
137. El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza
bien con algunos temas propios del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la
Virgen tiene su causa en el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los
hombres, el Vía Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo,
siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su propio pueblo
(cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56; Hech 12,1-5). Y remite
también al misterio de la Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del
camino de fe y dolor en el que la Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta
deberá recorrer hasta el final de los tiempos.
El Vía Matris tiene como
máxima expresión la "Piedad", tema inagotable del arte cristiano desde la Edad
Media.
La Semana Santa
138. "Durante la Semana Santa la
Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por Cristo en los últimos
días de su vida, comenzando por su entrada mesiánica en Jerusalén".
Es
muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos
muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular. Sin
embargo ha sucedido que, a lo largo de los siglos, se ha producido en los ritos
de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo, por lo cual se dan
prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso: uno rigurosamente litúrgico,
otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos, sobre todo las
procesiones.
Esta diferencia se debería reconducir a una correcta
armonización entre las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad. En
relación con la Semana Santa, el amor y el cuidado de las manifestaciones de
piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a
valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de piedad
popular.
Domingo de Ramos
Las palmas y los ramos de olivo
o de otros árboles
139. "La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos
"de la Pasión del Señor", que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el
anuncio de la Pasión".
La procesión que conmemora la entrada mesiánica de
Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular. A los fieles les gusta
conservar en sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o
de otros árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión.
Sin
embargo es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración,
para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo
verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente
procurarse una palma o ramo de olivo; que estos no se conserven como si fueran
amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y
evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser
una forma de superstición.
La palma y el ramo de olivo se conservan, ante
todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria
pascual.
Triduo pascual
140. Todos los años en el
"sacratísimo triduo del crucificado, del sepultado y del resucitado" o Triduo
pascual, que se celebra desde la Misa vespertina del Jueves en la cena del Señor
hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección, la Iglesia celebra, "en íntima
comunión con Cristo su Esposo", los grandes misterios de la redención humana.
Jueves
Santo
La visita al lugar de la reserva
141. La
piedad popular es especialmente sensible a la adoración del santísimo
Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A causa
de un proceso histórico, que todavía no está del todo claro en algunas de sus
fases, el lugar de la reserva se ha considerado como "santo sepulcro"; los
fieles acudían para venerar a Jesús que después del descendimiento de la Cruz
fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas Cuarenta horas.
Es
preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con
austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del
Señor, para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del Viernes
Santo y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la adoración,
silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el
lugar de la reserva hay que evitar el término
"sepulcro" ("monumento"), y en su disposición no se le debe dar la forma de una
sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria:
el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la
exposición con la custodia.
Después de la media noche del Jueves Santo,
la adoración se realiza sin solemnidad, pues ya ha comenzado el día de la Pasión
del Señor.
Viernes Santo
La procesión del Viernes Santo
142. El
Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En
el Acto litúrgico de la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la
salvación del mundo, adora la Cruz y conmemora su propio nacimiento del costado
abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).
Entre las manifestaciones de piedad
popular del Viernes Santo, además del Vía Crucis, destaca la procesión del
"Cristo muerto". Esta destaca, según las formas expresivas de la piedad popular,
el pequeño grupo de amigos y discípulos que, después de haber bajado de la Cruz
el Cuerpo de Jesús, lo llevaron al lugar en el cual había una "tumba excavada en
la roca, en la cual todavía no se había dado sepultura a nadie" (Lc 23,53).
La procesión del "Cristo
muerto" se desarrolla, por lo general, en un clima
de austeridad, de silencio y de oración, con la participación de numerosos
fieles, que perciben no pocos sentidos del misterio de la sepultura de Jesús.
143. Sin embargo, es
necesario que estas manifestaciones de la piedad
popular nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de
convocatoria, como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo.
Por lo tanto, al
planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá
conceder el primer lugar y el máximo relieve a la Celebración litúrgica, y se
deberá explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a
esta celebración, en su valor objetivo.
Finalmente, hay que evitar
introducir la procesión de "Cristo muerto" en el ámbito de la solemne
Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque esto constituiría una mezcla
híbrida de celebraciones.
Representación de la Pasión de Cristo
144. En muchas regiones,
durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes, tienen
lugar representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata, frecuentemente, de
verdaderas "representaciones sagradas", que con razón se pueden considerar un
ejercicio de piedad. Las representaciones sagradas hunden sus raíces en la
Liturgia. Algunas de ellas, nacidas casi en el coro de los monjes, mediante un
proceso de dramatización progresiva, han pasado al atrio de la iglesia.
En muchos lugares, la
preparación y ejecución de la representación de la Pasión
de Cristo está encomendada a cofradías, cuyos miembros han asumido determinados
compromisos de vida cristiana. En estas representaciones, actores y espectadores
son introducidos en un movimiento de fe y de auténtica piedad. Es muy deseable
que las representaciones sagradas de la Pasión del Señor no se alejen de este
estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para convertirse en
manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu religioso cuanto el
interés de los turistas.
Respecto a las representaciones sagradas hay que
explicar a los fieles la profunda diferencia que hay entre una "representación"
que es mímesis, y la "acción litúrgica", que es anámnesis, presencia mistérica
del acontecimiento salvífico de la Pasión.
Hay que rechazar las prácticas
penitenciales que consisten en hacerse crucificar con clavos.
El recuerdo
de la Virgen de los Dolores
145. Dada su importancia doctrinal y
pastoral, se recomienda no descuidar el "recuerdo de los dolores de la Santísima
Virgen María". La piedad popular, siguiendo el relato evangélico, ha destacado
la asociación de la Madre a la Pasión salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27; Lc
2,34ss) y ha dado lugar a diversos ejercicios de piedad entre los que se deben
recordar:
- el Planctus Mariae, expresión intensa de dolor, que con
frecuencia contiene elementos de gran valor literario y musical, en el que la
Virgen llora no sólo la muerte del Hijo, inocente y santo, su bien sumo, sino
también la pérdida de su pueblo y el pecado de la humanidad.
- la "Hora
de la Dolorosa", en la que los fieles, con expresiones de conmovedora devoción,
"hacen compañía" a la Madre del Señor, que se ha quedado sola y sumergida en un
profundo dolor, después de la muerte de su único Hijo; al contemplar a la Virgen
con el Hijo entre sus brazos – la Piedad – comprenden que en María se concentra
el dolor del universo por la muerte de Cristo; en ella ven la personificación de
todas las madres que, a lo largo de la historia, han llorado la muerte de un
hijo. Este ejercicio de piedad, que en algunos lugares de América Latina se
denomina "El pésame", no se debe limitar a expresar el sentimiento humano ante
una madre desolada, sino que, desde la fe en la Resurrección, debe ayudar a
comprender la grandeza del amor redentor de Cristo y la participación en el
mismo de su Madre.
Sábado Santo
146. "Durante el Sábado
Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y
Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su
Resurrección".
La piedad popular no puede permanecer ajena al carácter
particular del Sábado Santo; así pues, las costumbres y las tradiciones festivas
vinculadas a este día, en el que durante una época se anticipaba la celebración
pascual, se deben reservar para la noche y el día de Pascua.
La "Hora de
la Madre"
147. En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está
como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia: ella es la "credentium collectio
universa". Por esto la Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su Hijo,
tal como la representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia Virgen que
vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su Resurrección.
En esta intuición de la
relación entre María y la Iglesia se inspira el
ejercicio de piedad de la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa
en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus
antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la Virgen,
anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del
Hijo sobre la muerte.
Domingo de Pascua
148. También en el
Domingo de Pascua, máxima solemnidad del año litúrgico, tienen lugar no pocas
manifestaciones de la piedad popular: son, todas, expresiones cultuales que
exaltan la nueva condición y la gloria de Cristo resucitado, así como su poder
divino que brota de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte.
El
encuentro del Resucitado con la Madre
149. La piedad popular ha intuido
que la asociación del Hijo con la Madre es permanente: en la hora del dolor y de
la muerte, en la hora de la alegría y de la Resurrección.
La afirmación
litúrgica de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en la Resurrección del
Hijo, ha sido, por decirlo de algún modo, traducida y representada por la piedad
popular en el Encuentro de la Madre con el Hijo resucitado: la mañana de Pascua
dos procesiones, una con la imagen de la Madre dolorosa, otra con la de Cristo
resucitado, se encuentran para significar que la Virgen fue la primera que
participó, y plenamente, del misterio de la Resurrección del Hijo.
Para
este ejercicio de piedad es válida la observación que se hizo respecto a la
procesión del "Cristo muerto": su realización no debe dar a entender que sea más
importante que las celebraciones litúrgicas del domingo de Pascua, ni dar lugar
a mezclas rituales inadecuadas.
Bendición de la mesa familiar
150.
Toda la Liturgia pascual está penetrada de un sentido de novedad: es nueva la
naturaleza, porque en el hemisferio norte la pascua coincide con el despertar
primaveral; son nuevos el fuego y el agua; son nuevos los corazones de los
cristianos, renovados por el sacramento de la Penitencia y, a ser posible, por
los mismos sacramentos de la Iniciación cristiana; es nueva, por decirlo de
alguna manera, la Eucaristía: son signos y realidades-signo de la nueva
condición de vida inaugurada por Cristo con su Resurrección.
Entre los
ejercicios de piedad que se relacionan con la Pascua se cuentan las
tradicionales bendiciones de huevos, símbolos de vida, y la bendición de la mesa
familiar; esta última, que es además una costumbre diaria de las familias
cristianas, que se debe alentar, adquiere un significado particular en el día de
Pascua: con el agua bendecida en la Vigilia Pascual, que los fieles llevan a sus
hogares, según una loable costumbre, el cabeza de familia u otro miembro de la
comunidad doméstica bendice la mesa pascual.
El saludo pascual a la Madre
del Resucitado
151. En algunos lugares, al final de la Vigilia pascual o
después de las II Vísperas del Domingo de Pascua, se realiza un breve ejercicio
de piedad: se bendicen flores, que se distribuyen a los fieles como signo de la
alegría pascual, y se rinde homenaje a la imagen de la Dolorosa, que a veces se
corona, mientras se canta el Regina caeli. Los fieles, que se habían asociado al
dolor de la Virgen por la Pasión del Hijo, quieren así alegrarse con ella por el
acontecimiento de la Resurrección.
Este ejercicio de piedad, que no se
debe mezclar con el acto litúrgico, es conforme a los contenidos del Misterio
pascual y constituye una prueba ulterior de cómo la piedad popular percibe la
asociación de la Madre a la obra salvadora del Hijo.
En el Tiempo
Pascual
La bendición anual de las familias en sus casas
152.
Durante el tiempo pascual – o en otros periodos del año – tiene lugar la
bendición anual de las familias, visitadas en sus casas. Esta costumbre, tan
apreciada por los fieles y encomendada a la atención pastoral de los párrocos y
de sus colaboradores, es una ocasión preciosa para hacer resonar en las familias
cristianas el recuerdo de la presencia continua de Dios, llena de bendiciones,
la invitación a vivir conforme al Evangelio, la exhortación a los padres e hijos
a que conserven y promuevan el misterio de ser "iglesia doméstica".
El
"Vía lucis"
153. Recientemente, en diversos lugares, se está difundiendo
un ejercicio de piedad denominado Vía lucis. En él, como sucede en el Vía
Crucis, los fieles, recorriendo un camino, consideran las diversas apariciones
en las que Jesús – desde la Resurrección a la Ascensión, con la perspectiva de
la Parusía – manifestó su gloria a los discípulos, en espera del Espíritu
prometido (cfr. Jn 14,26; 16,13-15; Lc 24,49), confortó su fe, culminó las
enseñanzas sobre el Reino y determinó aún más la estructura sacramental y
jerárquica de la Iglesia.
Mediante el ejercicio del Vía lucis los fieles
recuerdan el acontecimiento central de la fe – la Resurrección de Cristo – y su
condición de discípulos que en el Bautismo, sacramento pascual, han pasado de
las tinieblas del pecado a la luz de la gracia (cfr. Col 1,13; Ef 5,8).
Durante siglos, el Vía Crucis
ha mediado la participación de los fieles en el
primer momento del evento pascual – la Pasión – y ha contribuido a fijar sus
contenidos en la conciencia del pueblo. De modo análogo, en nuestros días, el
Vía lucis, siempre que se realice con fidelidad al texto evangélico, puede ser
un medio para que los fieles comprendan vitalmente el segundo momento de la
Pascua del Señor: la Resurrección.
El Vía lucis, además, puede
convertirse en una óptima pedagogía de la fe, porque, como se suele decir, "per
crucem ad lucem". Con la metáfora del camino, el Vía lucis lleva desde la
constatación de la realidad del dolor, que en plan de Dios no constituye el fin
de la vida, a la esperanza de alcanzar la verdadera meta del hombre: la
liberación, la alegría, la paz, que son valores esencialmente pascuales.
El Vía lucis, finalmente, en
una sociedad que con frecuencia está marcada por la
"cultura de la muerte", con sus expresiones de angustia y apatía, es un estímulo
para establecer una "cultura de la vida", una cultura abierta a las expectativas
de la esperanza y a las certezas de la fe.
La devoción a la divina
misericordia
154. En relación con la octava de Pascua, en nuestros días y
a raíz de los mensajes de la religiosa Faustina Kowalska, canonizada el 30 de
Abril del 2000, se ha difundido progresivamente una devoción particular a la
misericordia divina comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del
Espíritu que perdona los pecados y devuelve la alegría de la salvación. Puesto
que la Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la divina misericordia" – como se
denomina en la actualidad – constituye el espacio natural en el que se expresa
la acogida de la misericordia del Redentor del hombre, debe educarse a los
fieles para comprender esta devoción a la luz de las celebraciones litúrgicas de
estos días de Pascua. En efecto, "El Cristo pascual es la encarnación definitiva
de la misericordia, su signo viviente: histórico-salvífico y a la vez
escatológico. En el mismo espíritu, la Liturgia del tiempo pascual pone en
nuestros labios las palabras del salmo: "Cantaré eternamente las misericordias
del Señor" (Sal 89 (88),2)".
La novena de Pentecostés
155. La
Escritura da testimonio de que en los nueve días entre la Ascensión y
Pentecostés, los Apóstoles "permanecían unidos y eran asiduos en la oración,
junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos"
(Hech 1,14), en espera de ser "revestidos con el poder de lo alto" (Lc 24,49).
De la reflexión orante sobre este acontecimiento salvífico ha nacido el
ejercicio de piedad de la novena de Pentecostés, muy difundido en el pueblo
cristiano.
En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre
todo en las Vísperas, esta "novena" ya está presente: los textos bíblicos y
eucológicos se refieren, de diversos modos, a la espera del Paráclito. Por lo
tanto, en la medida de lo posible, la novena de Pentecostés debería consistir en
la celebración solemne de las Vísperas. Donde esto no sea posible, dispóngase la
novena de Pentecostés de tal modo que refleje los temas litúrgicos de los días
que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares
se celebra durante estos días la semana de oración por la unidad de los
cristianos.
Pentecostés
El domingo de Pentecostés
156. El tiempo
pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de
Pentecostés, conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles
(cfr. Hech 2,1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a
toda lengua, pueblo y nación. Es significativa la importancia que ha adquirido,
especialmente en la catedral, pero también en las parroquias, la celebración
prolongada de la Misa de la Vigilia, que tiene el carácter de una oración
intensa y perseverante de toda la comunidad cristiana, según el ejemplo de los
Apóstoles reunidos en oración unánime con la Madre del Señor.
Exhortando
a la oración y a la participación en la misión, el misterio de Pentecostés
ilumina la piedad popular: también esta "es una demostración continua de la
presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste enciende en los corazones la
fe, la esperanza y el amor, virtudes excelentes que dan valor a la piedad
cristiana. El mismo Espíritu ennoblece las numerosas y variadas formas de
transmitir el mensaje cristiano según la cultura y las costumbres de cualquier
lugar, en cualquier momento histórico".
Con fórmulas conocidas que vienen
de la celebración de Pentecostés (Veni, creator Spiritus; Veni, Sancte Spiritus)
o con breves súplicas (Emitte Spiritum tuum et creabuntur...), los fieles suelen
invocar al Espíritu, sobre todo al comenzar una actividad o un trabajo, o en
situaciones especiales de angustia. También el rosario, en el tercer misterio
glorioso, invita a meditar en la efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además,
saben que han recibido, especialmente en la Confirmación, el Espíritu de
sabiduría y de consejo que les guía en su existencia, el Espíritu de fortaleza y
de luz que les ayuda a tomar las decisiones importantes y a afrontar las pruebas
de la vida. Saben que su cuerpo, desde el día del Bautismo, es templo del
Espíritu Santo, y que debe ser respetado y honrado, también en la muerte, y que
en el último día la potencia del Espíritu lo hará resucitar.
Al tiempo
que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu Santo nos mueve
hacia el prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación, testimonio,
deseos de justicia y de paz, renovación de la mente, verdadero progreso social e
impulso misionero. Con este espíritu, la solemnidad de Pentecostés se celebra en
algunas comunidades como "jornada de sacrificio por las misiones".
En el Tiempo
ordinario
La solemnidad de la santísima Trinidad
157. El domingo siguiente a Pentecostés
la Iglesia celebra la solemnidad de la
santísima Trinidad. En la baja Edad Media, la devoción creciente de los fieles
al misterio de Dios Uno y Trino, que desde la época carolingia tenía un lugar
importante en la piedad privada y había dado origen a expresiones de piedad
litúrgica, indujo a Juan XXII a extender en 1334 la fiesta de la Trinidad a toda
la Iglesia latina. Este acontecimiento tuvo, a su vez, un influjo determinante
en la aparición y desarrollo de algunos ejercicios de piedad.
Respecto a
la piedad popular a la Santísima Trinidad, "el misterio central de la fe y de la
vida cristiana", no es cuestión tanto de recordar tal o cual ejercicio de
piedad, sino de subrayar que toda forma auténtica de piedad cristiana debe hacer
referencia al verdadero y solo Dios Uno y Trino, "el Padre omnipotente y su Hijo
unigénito y el Espíritu Santo". Tal es el misterio de Dios, el que se nos ha
revelado en Cristo y por medio de Él. Tal es su manifestación en la historia de
la salvación. Esta no es otra cosa que "la historia del camino y los medios por
los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela,
reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".
En efecto, son
numerosos los ejercicios de piedad que tienen una impronta y
una dimensión trinitaria. La mayor parte de ellos comienza con el signo de la
cruz y "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", la misma fórmula
con la que son bautizados los discípulos de Jesús (cfr. Mt 28,19) y comienzan
una vida de intimidad con Dios, como hijos del Padre, hermanos del Hijo
encarnado, templos del Espíritu. Otros ejercicios de piedad emplean fórmulas
similares a la actual Liturgia de las Horas, y comienzan dando "Gloria al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo". Otros concluyen con la bendición impartida en el
nombre de las tres Personas divinas. Y no son pocos los ejercicios de piedad
cuyas oraciones, siguiendo el esquema característico de la oración litúrgica, se
dirigen "al Padre por Cristo en el Espíritu" y presentan formulas doxológicas
inspiradas en los textos litúrgicos.
158. Como ya se ha dicho en la
Primera Parte del presente Directorio, la vida cultual es un diálogo de Dios con
el hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo. Por esto, es necesario que el
aspecto trinitario sea un elemento constante, también en la piedad popular.
Tiene que quedar claro a los fieles que los ejercicios de piedad en honor de la
Santísima Virgen, de los Ángeles y de los Santos, tienen como término al Padre,
del que todo procede y al que todo conduce; al Hijo, encarnado, muerto,
resucitado, único mediador (cfr. 1 Tim 2,5) sin el cual es imposible tener
acceso al Padre (Jn 14,6); al Espíritu, única fuente de gracia y de
santificación. Es importante evitar el peligro de alimentar la idea de una
"divinidad" que prescinda de las Personas Divinas.
159. Entre los
ejercicios de piedad dedicados directamente a Dios Trino y Uno hay que recordar,
junto con la pequeña doxología (Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu
Santo...) y la gran doxología (Gloria a Dios en el cielo...), el Trisagio
bíblico (Santo, Santo, Santo) y litúrgico (Santo Dios, Santo Fuerte, Santo
Inmortal, ten piedad de nosotros), muy difundido en Oriente y también en algunos
países, órdenes y congregaciones de Occidente.
El Trisagio litúrgico, que
se inspira en otros cantos litúrgicos basados en el Trisagio bíblico – como el
Santo en la celebración de la Eucaristía, el himno Te Deum, los improperios del
rito de la adoración de la Cruz, el Viernes Santo, derivados a su vez de Isaías
6,3 y de Apocalipsis 4,8 – es un ejercicio de piedad en el que los que oran, en
comunión con los ángeles, glorifican repetidamente a Dios Santo, Fuerte e
Inmortal, con expresiones de alabanza tomadas de la Sagrada Escritura y de la
Liturgia.
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
160. El
jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia celebra la
solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta, extendida en 1269
por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una
respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de
un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.
La piedad popular favoreció
el proceso que instituyó la fiesta del Corpus
Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de
piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Durante siglos, la celebración
del Corpus Christi fue el principal punto de confluencia de la piedad popular a
la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la fe, reavivada por la necesidad de
responder a las negaciones del movimiento protestante, y la cultura – arte,
literatura, folclore – han contribuido a dar vida a muchas y significativas
expresiones de la piedad popular para con el misterio de la Eucaristía.
161. La devoción eucarística,
tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser
educada para que capte dos realidades de fondo:
- que el punto de
referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del Señor; la Pascua,
según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía, como, por otra
parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es decir, de la
Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;
- que toda forma de devoción
eucarística tiene una relación esencial con el Sacrificio eucarístico, ya porque
dispone a su celebración, ya porque prolonga las actitudes cultuales y
existenciales suscitadas por ella.
A causa precisamente de esto, el
Rituale Romanum advierte: "Los fieles, cuando veneran a Cristo, presente en el
Sacramento, recuerden que esta presencia deriva del Sacrificio y tiende a la
comunión, sacramental y espiritual".
162. La procesión de la solemnidad
del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así decir, la "forma tipo" de las
procesiones eucarísticas. Prolonga la celebración de la Eucaristía:
inmediatamente después de la Misa, la Hostia que ha sido consagrada en dicha
Misa se conduce fuera de la iglesia para que el pueblo cristiano "dé un
testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento".
Los
fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus
Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor, proclamando la fe
en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con nosotros".
Con todo,
es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las normas que
regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y la
reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los
elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las
ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en
las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a
manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor", y
ajenos a toda forma de emulación.
163. Las procesiones eucarísticas
concluyen, normalmente, con la bendición del santísimo Sacramento. En el caso
concreto de la procesión del Corpus Christi, la bendición constituye la
conclusión solemne de toda la celebración: en lugar de la bendición sacerdotal
acostumbrada, se imparte la bendición con el santísimo Sacramento.
Es
importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo
Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento
conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa
litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la
bendición".
La adoración eucarística
164. La adoración del
santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la
Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles.
Su forma
primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la
celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las sagradas
Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la
celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en
las Especies consagradas. La reserva de las Especies sagradas, motivada sobre
todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para
administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable
costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo
presente en el Sacramento.
De hecho, "la fe en la presencia real del
Señor conduce de un modo natural a la manifestación externa y pública de esta
misma fe (...) La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa
Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio
pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad
infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse
junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su
corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la
salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu
Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y
de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar,
con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir
frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre".
165. La adoración del
santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de
piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites,
puede realizarse de diversas maneras:
- la simple visita al santísimo
Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la
fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
- adoración
ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la
custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada
Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una
comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial,
y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
En estos
momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada
Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y
oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de
la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que
permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que
durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras
prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin embargo,
dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría
ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él
los misterios de la Encarnación y de la Redención.
El sagrado Corazón de
Jesús
166. El viernes siguiente al segundo domingo después de
Pentecostés, la Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús.
Además de la celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen
por objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del
Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y amadas
de la piedad eclesial.
Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la
expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad
de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de
Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de
santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo
encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor
infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.
167. Como han recordado
frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al
Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura.
Jesús, que
es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima
comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se
presenta a sí mismo como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se
puede decir, en un cierto sentido, que la devoción al Corazón de Cristo es la
traducción en términos cultuales de la mirada que, según las palabras proféticas
y evangélicas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido
atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo atravesado
por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del
"sacramento admirable de toda la Iglesia".
El texto de san Juan que narra
la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (cfr. Jn
20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano
y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27), han tenido también un influjo
notable en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al sagrado
Corazón.
168. Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero
pascual, victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de
asidua meditación por parte de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas
doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de
Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada es
accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue
abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes
entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y
agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la
sangre tu redención".
169. La Edad Media fue una época especialmente
fecunda para el desarrollo de la devoción al Corazón del Salvador. Hombres
insignes por su doctrina y santidad, como san Bernardo (+1153), san Buenaventura
(+1274), y místicos como santa Lutgarda (+1246), santa Matilde de Magdeburgo
(+1282), las santas hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del monasterio
de Helfta, Ludolfo de Sajonia (+1378), santa Catalina de Siena (+1380),
profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el "refugio"
donde acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del encuentro con Él, la
fuente del amor infinito del Señor, la fuente de la cual brota el agua del
Espíritu, la verdadera tierra prometida y el verdadero paraíso.
170. En
la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo desarrollo. En
un momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina,
la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los
fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita misericordia, de la cual
el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco de Sales (+1622), que adoptó como
norma de vida y apostolado la actitud fundamental del Corazón de Cristo, esto
es, la humildad, la mansedumbre (cfr. Mt 11,29), el amor tierno y
misericordioso; santa Margarita María de Alacoque (+1690), a quien el Señor
mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes (+1680),
promotor del culto litúrgico al sagrado Corazón; san Claudio de la Colombiere
(+1682), San Juan Bosco (+1888) y otros santos, han sido insignes apóstoles de
la devoción al sagrado Corazón.
171. Las formas de devoción al Corazón
del Salvador son muy numerosas; algunas han sido explícitamente aprobadas y
recomendadas con frecuencia por la Sede Apostólica. Entre éstas hay que
recordar:
- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las
prácticas del culto al sagrado Corazón es sin duda la principal";
- la
consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe ya por
el sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo y la
Iglesia, se entrega al Señor para que reine en el corazón de cada uno de sus
miembros;
- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para
toda la Iglesia, de contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido
indulgencias;
- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el
fiel, consciente de la infinita bondad de Cristo, quiere implorar misericordia y
reparar las ofensas cometidas de tantas maneras contra su Corazón;
- la
práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "gran
promesa" hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque. En una época en la
que la comunión sacramental era muy rara entre los fieles, la práctica de los
nueve primeros viernes de mes contribuyó significativamente a restablecer la
frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros
días, la devoción de los primeros viernes de mes, si se practica de un modo
correcto, puede dar todavía indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo,
que se instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho de que no se
debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una vana
credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias absolutamente
necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una vida conforme al
Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del domingo, la "fiesta
primordial", que se debe caracterizar por la plena participación de los fieles
en la celebración eucarística.
172. La devoción al sagrado Corazón
constituye una gran expresión histórica de la piedad de la Iglesia hacia
Jesucristo, su esposo y señor; requiere una actitud de fondo, constituida por la
conversión y la reparación, por el amor y la gratitud, por el empeño apostólico
y la consagración a Cristo y a su obra de salvación. Por esto, la Sede
Apostólica y los Obispos la recomiendan, y promueven su renovación: en las
expresiones del lenguaje y en las imágenes, en la toma de conciencia de sus
raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales de la fe, en la
afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido esencial
de la misma devoción.
173. La piedad popular tiende a identificar una
devoción con su representación iconográfica. Esto es algo normal, que sin duda
tiene elementos positivos, pero puede también dar lugar a ciertos
inconvenientes: un tipo de imágenes que no responda ya al gusto de los fieles,
puede ocasionar un menor aprecio del objeto de la devoción, independientemente
de su fundamento teológico y de contenido histórico salvífico.
Así ha
sucedido con la devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con imágenes a
veces dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto contenido teológico, no
favorecen el acercamiento de los fieles al misterio del Corazón del Salvador.
En nuestro tiempo se ha
visto con agrado la tendencia a representar el
sagrado Corazón remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se
manifiesta en grado máximo el amor de Cristo. El sagrado Corazón es Cristo
crucificado, con el costado abierto por la lanza, del que brotan sangre y agua
(cfr. Jn 19,34).
El Corazón inmaculado de María
174. Al día
siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia celebra la
memoria del Corazón inmaculado de María. La contigüidad de las dos celebraciones
es ya, en sí misma, un signo litúrgico de su estrecha relación: el mysterium del
Corazón del Salvador se proyecta y refleja en el Corazón de la Madre que es
también compañera y discípula. Así como la solemnidad del sagrado Corazón
celebra los misterios salvíficos de Cristo de una manera sintética y
refiriéndolos a su fuente – precisamente el Corazón -, la memoria del Corazón
inmaculado de María es celebración resumida de la asociación "cordial" de la
Madre a la obra salvadora del Hijo: de la Encarnación a la Muerte y
Resurrección, y al don del Espíritu.
La devoción al Corazón inmaculado de
María se ha difundido mucho, después de las apariciones de la Virgen en Fátima,
en el 1917. A los veinticinco años de las mismas, en el 1942, Pío XII consagraba
la Iglesia y el género humano al Corazón inmaculado de María, y en el 1944 la
fiesta del Corazón inmaculado de María se extendió a toda la Iglesia.
Las
expresiones de la piedad popular hacia el Corazón de María imitan, aunque
salvando la infranqueable distancia entre el Hijo, verdadero Dios, y la Madre,
sólo criatura, las del Corazón de Cristo: la consagración de cada uno de los
fieles, de las familias, de las comunidades religiosas, de las naciones; la
reparación, realizada sobre todo mediante la oración, la mortificación y las
obras de misericordia; la práctica de los cinco primeros sábados de mes.
Por lo que refiere a la
devoción de la comunión sacramental durante cinco
primeros sábados consecutivos, valen las observaciones hechas a propósito de los
nueve primeros viernes: eliminada toda valoración excesiva del signo temporal y
situada correctamente la comunión en el contexto celebrativo de la Eucaristía,
la práctica de piedad debe ser aprovechada como ocasión propicia para vivir
intensamente, con una actitud inspirada en la Virgen, el Misterio pascual que se
celebra en la Eucaristía.
La preciosísima Sangre de Cristo
175. En
la revelación bíblica, tanto en la fase de figura, propia del Antiguo
Testamento, como en la de cumplimiento y perfección, propia del Nuevo, la sangre
aparece íntimamente relacionado con la vida, y como antítesis con la muerte, con
el éxodo y la pascua, con el sacerdocio y los sacrificios cultuales, con la
redención y la alianza.
Las figuras del Antiguo Testamento referidas a la
sangre y a su valor salvífico se han realizado de modo perfecto en Cristo, sobre
todo en su Pascua de Muerte y Resurrección. Por esto el misterio de la Sangre de
Cristo ocupa un puesto central en la fe y en la salvación.
Con el
misterio de la Sangre salvadora se relacionan o remiten al mismo:
- el
acontecimiento de la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito de
incorporación del recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua Alianza, mediante
la circuncisión (cfr. Lc 2,21);
- la figura bíblica del Cordero, con una
multitud de aspectos e implicaciones: "Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo" (Jn 1,29.36); en la que confluye la imagen del "Siervo sufriente" de
Isaías 53, que carga sobre sí los sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr.
Is 53,4-5); "Cordero pascual" (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la redención
de Israel (cfr. Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);
- el "cáliz de la
pasión", del que habla Jesús, aludiendo a su inminente muerte redentora, cuando
pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?"
(Mt 20,22; cfr. Mc 10,38) y el cáliz de la agonía del huerto de los olivos (cfr.
Lc 22,42-43), acompañado del sudor de sangre (cfr. Lc 22,44);
- el cáliz
eucarístico, que en el signo del vino contiene la Sangre de la Alianza nueva y
eterna, derramada por la remisión de los pecados, y es memorial de la Pascua del
Señor (cfr. 1 Cor 11,25) y bebida de salvación, conforme a las palabras del
Maestro: "el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le
resucitaré en el último día" (Jn 6,54);
- el acontecimiento de la muerte,
porque mediante la sangre derramada en la Cruz, Cristo puso en paz el cielo y la
tierra (cfr. Col 1,20);
- el golpe de la lanza que atravesó al Cordero
inmolado, de cuyo costado abierto brotaron sangre y agua (cfr. Jn 19,34),
testimonio de la redención realizada, signo de la vida sacramental de la Iglesia
– agua y sangre, Bautismo y Eucaristía -, símbolo de la Iglesia nacida de Cristo
dormido en la Cruz.
176. Con el misterio de la sangre se relacionan, de
modo particular, los títulos cristológicos de Redentor: Cristo con su sangre
inocente y preciosa nos ha rescatado de la antigua esclavitud (cfr. 1 Pe 1,19) y
nos "limpia de todo pecado" (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los "bienes
futuros", porque Cristo "no con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su
propia sangre entró una vez para siempre en el santuario, obteniéndonos la
redención eterna" (Heb 9,11-12); de Testigo fiel (cfr. Ap 1,5) que hace justicia
a la sangre de los mártires (cfr. Ap 6,10), que "fueron inmolados por la Palabra
de Dios y por el testimonio que dieron de la misma" (Ap 6,9); de Rey, el cual,
Dios, "reina desde el madero", adornado con la púrpura de su propia sangre; de
Esposo y Cordero de Dios, en cuya sangre han lavado sus vestiduras los miembros
de la comunidad eclesial – la Esposa –(cfr. Ap 7,14; Ef 5,25-27).
177. La
extraordinaria importancia de la Sangre salvadora ha hecho que su memoria tenga
un lugar central y esencial en la celebración del misterio del culto: ante todo
en el centro mismo de la asamblea eucarística, en la que la Iglesia eleva a Dios
Padre, en acción de gracias, el "cáliz de la bendición" (1 Cor 10,16) y lo
ofrece a los fieles como sacramento de verdadera y real "comunión con la sangre
de Cristo" (1 Cor 10,16), y también en el curso del Año Litúrgico. La Iglesia
conmemora el misterio de la Sangre, no sólo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre
de Señor (jueves siguiente a la solemnidad de la Santísima Trinidad), sino
también en otras muchas celebraciones, de manera que la memoria cultual de la
Sangre que nos ha rescatado (cfr. 1 Pe 1,18) está presente durante todo el Año.
Por ejemplo, en el Tiempo de Navidad, en las Vísperas, la Iglesia, dirigiéndose
a Cristo canta: "Nos quoque, qui sancto tuo/ redempti sumus sanguine,/ ob diem
natalis tui/ hymnum novum concinimus". Pero sobre todo en el Triduo pascual, el
valor y la eficacia redentora de la Sangre de Cristo son objeto de memoria y
adoración constante. El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, resuena
el canto: "Mite corpus perforatur, sanguis unde profluit;/ terra, pontus, astra,
mundus quo lavantur flumine!"; y en mismo día de Pascua: "Cuius corpus
sanctissimum/ in ara crucis torridum,/ sed et cruorem roseum/ gustando, Deo
vivimus"
En algunos lugares y Calendarios particulares, la fiesta de la
preciosísima Sangre de Cristo se celebra todavía el 1 de Julio: en ella se
recuerdan los títulos del Redentor.
178. La veneración de la Sangre de
Cristo ha pasado del culto litúrgico a la piedad popular, en la que tiene un
amplio espacio y numerosas expresiones. Entre éstas hay que recordar:
-
la Corona de la preciosa Sangre de Cristo, en la que con lecturas bíblicas y
oraciones son objeto de meditación piadosa "siete efusiones de sangre" de
Cristo, explícita o implícitamente recordadas en los Evangelios: la sangre
derramada en la circuncisión, en el huerto de los olivos, en la flagelación, en
la coronación de espinas, en la subida al Monte Calvario, en la crucifixión, en
el golpe de la lanza;
- las Letanías de la Sangre de Cristo: el
formulario actual, aprobado por el Papa Juan XXIII el 24 de Febrero de 1960, se
despliega desde un argumento en el que la línea histórico-salvífica es
claramente visible y las referencias a pasajes bíblicos son numerosas;
-
la Hora de adoración a la preciosa Sangre de Cristo, que adquiere una gran
variedad de formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la adoración de la
Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, el agradecimiento por los dones de
la redención, la intercesión para alcanzar misericordia y perdón, la ofrenda de
la Sangre preciosa por el bien de la Iglesia;
- el Vía Sanguinis: un
ejercicio de piedad reciente que, por motivos antropológicos y culturales, ha
tenido su origen en África, donde hoy está particularmente extendido entre las
comunidades cristianas. En el Vía Sanguinis los fieles, avanzando de un lugar a
otro como en el Vía Crucis, reviven los diversos momentos en los que el Señor
Jesús derramó su sangre por nuestra salvación.
179. La veneración de la
Sangre del Señor, derramada para nuestra salvación, y la conciencia de su
inmenso valor han favorecido la difusión de representaciones iconográficas
aceptadas por la Iglesia. Hay dos tipos fundamentales: la que hace referencia al
cáliz eucarístico, que contiene la Sangre de la nueva y eterna Alianza, y la que
sitúa en el centro de la imagen a Jesús crucificado, de cuyas manos, pies y
costado brota la Sangre salvadora. A veces la Sangre inunda la tierra
abundantemente, como un torrente de gracia que purifica los pecados; a veces
junto a la cruz se representan cinco Ángeles, que recogen cada uno en un cáliz
la Sangre que mana de las cinco heridas; esta acción a veces la realiza una
figura femenina, que representa a la Iglesia, Esposa del Cordero.
La
Asunción de Santa María Virgen
180. En el transcurso del Tiempo ordinario
destaca, por sus múltiples significados teológicos, la solemnidad de la Asunción
de Santa María Virgen (15 de Agosto). Es una memoria antigua de la Madre del
Señor, compendio y síntesis de muchas verdades de la fe. La Virgen asunta al
cielo:
- aparece como "el fruto más excelso de la redención", testimonio
supremo de la amplitud y la eficacia de la obra salvífica de Cristo (significado
soteriológico);
- constituye la prenda de la participación futura de
todos los miembros del Cuerpo místico en la gloria pascual del Resucitado
(aspecto cristológico);
- es para todos los hombres "la imagen y la
consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha
glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos,
teniendo "en común con ellos la carne y la sangre" (Heb 2, 14; cfr. Gal 4, 4)"
(aspecto antropológico);
- es la imagen escatológica de lo que la Iglesia
"toda, desea y espera llegar a ser" (aspecto eclesiológico);
- es la
garantía de la fidelidad del Señor a su promesa: reserva una recompensa
espléndida a su humilde Sierva por su adhesión fiel al plan divino, esto es, un
destino de plenitud y bienaventuranza, de glorificación del alma inmaculada y
del cuerpo virginal, de perfecta configuración con el Hijo resucitado (aspecto
mariológico).
181. La fiesta del 15 de agosto es muy apreciada en la
piedad popular. En muchos lugares se considera que es la fiesta de la Virgen,
por antonomasia: el "día de Santa María", como lo es la Inmaculada para España y
para América Latina.
En los países del área germánica se ha difundido la
costumbre de bendecir plantas aromáticas el 15 de Agosto. Esta bendición, que
durante algún tiempo figuró en el Rituale Romanum, constituye un claro ejemplo
de auténtica evangelización de ritos y creencias pre-cristianas: a Dios, por
cuya palabra "la tierra produce sus brotes, hierbas que producen semillas...y
árboles que dan cada uno fruto con semillas, según sus especies" (Gn 1,12), es a
quien hacía falta dirigirse para obtener lo que los paganos trataban de
conseguir mediante sus ritos mágicos: evitar los daños que producían las hierbas
venenosas, aumentar la eficacia de las curativas.
De esta visión viene,
en parte, el uso antiguo de aplicar a la Virgen Santísima, haciendo referencia a
la Escritura, símbolos y apelativos tomados del mundo vegetal, como viña,
espiga, cedro, lirio, y ver en ella una flor de suave olor por sus virtudes, e
incluso describirla como el "retoño germinado de la raíz de Jesé" (Is 11,1) que
engendraría el fruto bendito, Jesús.
Semana de oración por la unidad de
los cristianos
182. Teniendo siempre presente la oración de Jesús: "como
tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos sean una sola cosa en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21), la Iglesia invoca en
cada Eucaristía el don de la unidad y de la paz. El mismo Misal Romano – entre
las Misas por diversas necesidades – contiene tres formularios de Misa "por la
unidad de los cristianos". Esta intención aparece también en las preces de
Liturgia de las Horas.
Dada la diversa sensibilidad de los "hermanos
separados", también las expresiones de la piedad popular deben tener presente el
criterio ecuménico. De hecho "la conversión del corazón y santidad de vida,
juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los
cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y
con razón puede llamarse ecumenismo espiritual". Un especial punto de encuentro
entre los católicos y los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y
Comunidades eclesiales es la oración en común, para impetrar la gracia de la
unidad y para presentar a Dios las necesidades o preocupaciones comunes, y para
darle gracias e implorar su ayuda. "La oración común se recomienda especialmente
durante la "Semana de oración por la unidad de los cristianos", o en el tiempo
entre la Ascensión y Pentecostés". Se han concedido indulgencias a la oración
por la unidad de los cristianos.
Capítulo V
LA VENERACIÓN
A LA SANTA MADRE DEL SEÑOR
Algunos principios
183. La piedad
popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en sus
causas, es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del amor
del pueblo de Dios a Cristo, Redentor del género humano, y de la percepción de
la misión salvífica que Dios ha confiado a María de Nazaret, para quien la
Virgen no es sólo la Madre del Señor y del Salvador, sino también, en el plano
de la gracia, la Madre de todos los hombres.
De hecho, "los fieles
entienden fácilmente la relación vital que une al Hijo y a la Madre. Saben que
el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es también madre de ellos. Intuyen la
santidad inmaculada de la Virgen, y venerándola como reina gloriosa en el cielo,
están seguros de que ella, llena de misericordia, intercede en su favor, y por
tanto imploran con confianza su protección. Los más pobres la sienten
especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos, que sufrió mucho, que fue
paciente y mansa. Sienten compasión por su dolor en la crucifixión y muerte del
Hijo, se alegran con ella por la Resurrección de Jesús. Celebran con gozo sus
fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden en peregrinación a sus
santuarios, les gusta cantar en su honor, le presentan ofrendas votivas. No
permiten que ninguno la ofenda e instintivamente desconfían de quien no la
honra".
La Iglesia misma exhorta a todos sus hijos – ministros sagrados,
religiosos, fieles laicos – a alimentar su piedad personal y comunitaria también
con ejercicios de piedad, que aprueba y recomienda. El culto litúrgico, no
obstante su importancia objetiva y su valor insustituible, su eficacia ejemplar
y su carácter normativo, no agota todas las posibilidades de expresión de la
veneración del pueblo de Dios a la Santa Madre del Señor.
184. Las
relaciones entre la Liturgia y la piedad popular mariana se deben regular a la
luz de los principios y las normas que han sido presentadas varias veces en este
documento. En cualquier caso, con respecto a la piedad mariana del pueblo de
Dios, la Liturgia debe aparecer como "forma ejemplar", fuente de inspiración,
punto de referencia constante y meta última.
185. Sin embargo, conviene
recordar aquí de manera sintética algunas líneas generales que el Magisterio de
la Iglesia ha trazado respecto a los ejercicios de piedad marianos y que se
deben tener en cuenta para todo lo referente a la composición de nuevos
ejercicios de piedad, para la revisión de lo que ya existen, o simplemente para
su celebración. Los Pastores deben prestar atención a los ejercicios de piedad
marianos, dada su importancia; por una parte, son fruto y expresión de la piedad
mariana de un pueblo o de una comunidad de fieles, por otra, a veces, son causa
y factor no secundario de la "fisonomía mariana" de los fieles, del "estilo" que
adquiere la piedad de los fieles para con la Virgen Santísima.
186. La
directriz fundamental del Magisterio, respecto a los ejercicios de piedad, es
que se puedan reconducir al "cauce del único culto que justa y merecidamente se
llama cristiano, porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla
plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre". Esto
significa que los ejercicios de piedad marianos, aunque no todos del mismo modo
y en la misma medida, deben:
- expresar la dimensión trinitaria que
distingue y caracteriza el culto al Dios de la revelación neotestamentaria, el
Padre, el Hijo y el Espíritu; la dimensión cristológica, que subraya la única y
necesaria mediación de Cristo; la dimensión pneumatológica, porque toda
auténtica expresión de piedad viene del Espíritu y en el Espíritu se consuma; el
carácter eclesial, por el que los bautizados, al constituir el pueblo santo de
Dios, rezan reunidos en el nombre del Señor (cfr. Mt 18,20) y en el espacio
vital de la Comunión de los Santos;
- recurrir de manera continua a la
sagrada Escritura, entendida en el sentido de la sagrada Tradición; no
descuidar, manteniendo íntegra la confesión de fe de la Iglesia, las exigencias
del movimiento ecuménico; considerar los aspectos antropológicos de las
expresiones cultuales, de manera que reflejen una visión adecuada del hombre y
respondan a sus exigencias; hacer patente la tensión escatológica, elemento
esencial del mensaje cristiano; explicitar el compromiso misionero y el deber de
dar testimonio, que son una obligación de los discípulos del Señor.
Los tiempos de los
ejercicios de piedad marianos
La celebración de la
fiesta
187. Los ejercicios de piedad marianos se relacionan, casi todos,
con una fiesta litúrgica presente en el Calendario general del Rito Romano, o en
los calendarios particulares de las diócesis o familias religiosas.
A
veces, el ejercicio de piedad es previo a la institución de la fiesta (como en
el caso del santo Rosario), a veces la fiesta es muy anterior al ejercicio de
piedad (como en el caso del Angelus Domini). Este hecho pone de manifiesto la
relación que existe entre la Liturgia y los ejercicios de piedad y cómo estos
últimos encuentran su momento culminante en la celebración de la fiesta. En
cuanto litúrgica, la fiesta está en relación con la historia de la salvación y
celebra un aspecto de la asociación de la Virgen María al misterio de Cristo. Se
debe celebrar, por tanto, conforme a las normas de la Liturgia y en el respeto a
la jerarquía entre "actos litúrgicos" y "ejercicios de piedad" vinculados con
ellos.
Sin embargo, una fiesta de la Virgen Santísima, en cuanto
manifestación popular conlleva unos valores antropológicos que no se pueden
olvidar.
El sábado
188. Entre los días dedicados a la Virgen
Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María.
Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los
motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente
se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los
estudiosos de la historia de la piedad.
Hoy en día, prescindiendo de sus
orígenes históricos no aclarados del todo, se ponen de relieve, con razón,
algunos de los valores de esta memoria, a los cuales "la espiritualidad
contemporánea es más sensible: el ser recuerdo de la actitud materna y de
discípula de la "santa Virgen que ‘durante el gran sábado’ cuando Cristo yacía
en el sepulcro, fuerte únicamente por su fe y su esperanza, sola entre todos los
discípulos, esperó vigilante la Resurrección del Señor"; preludio e introducción
a la celebración del domingo, fiesta primordial, memoria semanal de la
Resurrección de Cristo; signo, con su ritmo semanal, de que la Virgen está
continuamente presente y operante en la vida de la Iglesia".
También la
piedad popular es sensible al valor del sábado como día de santa María. No es
raro el caso de comunidades religiosas y de asociaciones de fieles cuyos
estatutos prescriben presentar todos los sábados algún obsequio particular a la
Madre del Señor, a veces con ejercicios de piedad compuestos especialmente para
este día.
Triduos, septenarios, novenas marianas
189. Precisamente
porque es un momento culminante, la fiesta suele estar precedida y preparada por
un triduo, septenario o novena. Estos "tiempos y modos de la piedad popular" se
deben desarrollar en armonía con los "tiempos y modos de la Liturgia".
Triduos, septenarios, novenas,
pueden constituir una ocasión propicia no sólo
para realizar ejercicios de piedad en honor de la Virgen, sino también pueden
servir para presentar a los fieles una visión adecuada del lugar que ocupa en el
misterio de Cristo y de la Iglesia, y la función que desempeña.
Los
ejercicios de piedad no pueden permanecer ajenos a los progresivos avances de la
investigación bíblica y teológica sobre la Madre del Salvador, es más, se deben
convertir, sin que cambie su naturaleza, en medio catequético para la difusión y
conocimiento de los mismos.
Triduos, septenarios y novenas, servirán para
preparar verdaderamente la celebración de la fiesta, si los fieles se sienten
movidos a acercarse a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y a
renovar su compromiso cristiano a ejemplo de María, la primera y más perfecta
discípula de Cristo.
En algunas regiones, el día 13 de cada mes, en
recuerdo de las apariciones de la virgen de Fátima, los fieles se reúnen para
tener un tiempo de oración mariana.
Los "meses de María"
190. Con
respecto a la práctica de un "mes de María", extendida en varias Iglesias tanto
de Oriente como de Occidente, se pueden recordar algunas orientaciones
fundamentales.
En Occidente, los meses dedicados a la Virgen, nacidos en
una época en la que no se hacía mucha referencia a la Liturgia como forma
normativa del culto cristiano, se han desarrollado de manera paralela al culto
litúrgico. Esto ha originado, y también hoy origina, algunos problemas de índole
litúrgico-pastoral que se deben estudiar cuidadosamente.
191. En el caso
de la costumbre occidental de celebrar un "mes de María" en Mayo (en algunos
países del hemisferio sur en Noviembre), será oportuno tener en cuenta las
exigencias de la Liturgia, las expectativas de los fieles, su maduración en la
fe, y estudiar el problema que suponen los "meses de María" en el ámbito de la
pastoral de conjunto de la Iglesia local, evitando situaciones de conflicto
pastoral que desorienten a los fieles, como sucedería, por ejemplo, si se
tendiera a eliminar el "mes de Mayo".
Con frecuencia, la solución más
oportuna será armonizar los contenidos del "mes de María" con el tiempo del Año
litúrgico. Así, por ejemplo, durante el mes de Mayo, que en gran parte coincide
con los cincuenta días de la Pascua, los ejercicios de piedad deberán subrayar
la participación de la Virgen en el misterio pascual (cfr. Jn 19,25-27) y en el
acontecimiento de Pentecostés (cfr. Hech 1,14), que inaugura el camino de la
Iglesia: un camino que ella, como partícipe de la novedad del Resucitado,
recorre bajo la guía del Espíritu. Y puesto que los "cincuenta días" son el
tiempo propicio para la celebración y la mistagogia de los sacramentos de la
iniciación cristiana, los ejercicios de piedad del mes de Mayo podrán poner de
relieve la función que la Virgen, glorificada en el cielo, desempeña en la
tierra, "aquí y ahora", en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y de la Eucaristía.
En definitiva, se deberá seguir con
diligencia la directriz de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la
necesidad de que "el espíritu de los fieles se dirija sobre todo, a las fiestas
del Señor, en las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso
del año", misterios a los cuales está ciertamente asociada santa María Virgen.
Una oportuna
catequesis convencerá a los fieles de que el domingo, memoria
semanal de la Pascua, es "el día de fiesta primordial". Finalmente, teniendo
presente que en la Liturgia Romana las cuatro semanas de Adviento constituyen un
tiempo mariano armónicamente inscrito en el Año litúrgico, se deberá ayudar a
los fieles a valorar convenientemente las numerosas referencias a la Madre del
Señor, presentes en todo este periodo.
Algunos ejercicios de
piedad recomendados por el Magisterio
192. No es cuestión de hacer aquí
un elenco de todos los ejercicios de piedad recomendados por el Magisterio. Sin
embargo, se recuerdan algunos que merecen especial atención, para ofrecer
algunas indicaciones sobre su desarrollo y sugerir, si fuera preciso, alguna
corrección.
Escucha orante de la Palabra de Dios
193. La
indicación conciliar de promover la "sagrada celebración de la palabra de Dios"
en algunos momentos significativos del Año litúrgico puede encontrar, también,
una aplicación válida en las manifestaciones de culto en honor de la Madre del
Verbo encarnado. Esto se corresponde perfectamente con la tendencia general de
la piedad cristiana, y refleja la convicción de que actuar como ella ante la
Palabra de Dios es ya un obsequio excelente a la Virgen (cfr. Lc 2,19.51). Del
mismo modo que en las celebraciones litúrgicas, también en los ejercicios de
piedad los fieles deben escuchar con fe la Palabra, debe acogerla con amor y
conservarla en el corazón; meditarla en su espíritu y proclamarla con sus
labios; ponerla en práctica fielmente y conformar con ella toda su vida.
194. "Las celebraciones de
la Palabra, por las posibilidades temáticas y
estructurales que permiten, ofrecen múltiples elementos para encuentros de culto
que sean a la vez expresiones de auténtica piedad y momento adecuado para
desarrollar una catequesis sistemática sobre la Virgen. Sin embargo, la
experiencia nos enseña que las celebraciones de la Palabra no pueden tener un
carácter predominantemente intelectual o exclusivamente didáctico; por el
contrario, deben dar lugar – en los cantos, en los textos de oración, en el modo
de participar de los fieles – a formas de expresión sencillas y familiares, de
la piedad popular, que hablan de modo inmediato al corazón del hombre".
El "Ángelus
Domini"
195. El Ángelus Domini es la oración tradicional con
que los fieles, tres veces al día, esto es, al alba, a mediodía y a la puesta
del sol, conmemoran el anuncio del ángel Gabriel a María. El Ángelus es, pues,
un recuerdo del acontecimiento salvífico por el que, según el designio del
Padre, el Verbo, por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre en las entrañas de
la Virgen María.
La recitación del Ángelus está profundamente arraigada
en la piedad del pueblo cristiano y es alentada por el ejemplo de los Romanos
Pontífices. En algunos ambientes, las nuevas condiciones de nuestros días no
favorecen la recitación del Ángelus, pero en otros muchos las dificultades son
menores, por lo cual se debe procurar por todos los medios que se mantenga viva
y se difunda esta devota costumbre, sugiriendo al menos la recitación de tres
avemarías. La oración del Ángelus, por "su sencilla estructura, su carácter
bíblico,... su ritmo casi litúrgico, que santifica diversos momentos de la
jornada, su apertura al misterio pascual,... a través de los siglos conserva
intacto su valor y su frescura".
"Incluso es deseable que, en algunas
ocasiones, sobre todo en las comunidades religiosas, en los santuarios dedicados
a la Virgen, durante la celebración de algunos encuentros, el Ángelus Domini...
sea solemnizado, por ejemplo, mediante el canto del Avemaría, la proclamación
del Evangelio de la Anunciación" y el toque de campanas.
El "Regina
caeli"
196. Durante el tiempo pascual, por disposición del Papa Benedicto
XIV (20 de Abril de 1742), en lugar del Ángelus Domini se recita la célebre
antífona Regina caeli. Esta antífona, que se remonta probablemente al siglo
X-XI, asocia de una manera feliz el misterio de la encarnación del Verbo (el
Señor, a quien has merecido llevar) con el acontecimiento pascual (resucitó,
según su palabra), mientras que la "invitación a la alegría" (Alégrate) que la
comunidad eclesial dirige a la Madre por la resurrección del Hijo, remite y
depende de la "invitación a la alegría" ("Alégrate, llena de gracia": Lc 1,28)
que Gabriel dirigió a la humilde Sierva del Señor, llamada a ser la madre del
Mesías salvador.
Como se ha sugerido para el Ángelus, será conveniente a
veces solemnizar el Regina caeli, además de con el canto de la antífona,
mediante la proclamación del evangelio de la Resurrección.
El Rosario
197. El Rosario o
Salterio de la Virgen es una de las oraciones más excelsas
a la Madre del Señor. Por eso, "los Sumos Pontífices han exhortado repetidamente
a los fieles a la recitación frecuente del santo Rosario, oración de impronta
bíblica, centrada en la contemplación de los acontecimientos salvíficos de la
vida de Cristo, a quien estuvo asociada estrechamente la Virgen Madre. Son
numerosos los testimonios de los Pastores y de hombres de vida santa sobre el
valor y eficacia de esta oración".
El Rosario es una oración
esencialmente contemplativa, cuya recitación "exige un ritmo tranquilo y un
reflexivo remanso, que favorezcan, en quien ora, la meditación de los misterios
de la vida del Señor". Está expresamente recomendado en la formación y en la
vida espiritual de los clérigos y de los religiosos.
198. La Iglesia
muestra su estima por la oración del santo Rosario al proponer un rito para la
Bendición de los rosarios. Este rito subraya el carácter comunitario de la
oración del rosario; la bendición de los rosarios se acompaña de la bendición a
los que meditan los misterios de la vida, muerte y resurrección del Señor, para
que "puedan establecer una armonía perfecta entre la oración y la vida".
Por otra parte, sería
recomendable realizar la bendición de los rosarios, tal
como sugiere el Bendicional, "con la participación del pueblo", durante las
peregrinaciones a santuarios marianos, en las fiestas de la Virgen María, en
especial la del Rosario, o al final del mes de Octubre.
199. A
continuación se presentan algunas sugerencias que, conservando la naturaleza
propia del Rosario, pueden hacer que su recitación sea más provechosa.
En
algunas ocasiones la recitación de Rosario podría adquirir un tono celebrativo:
"mediante la proclamación de lecturas bíblicas referidas a cada misterio, con el
canto de algunas partes, mediante una distribución prudente de las diferentes
funciones, con la solemnización de los momentos de inicio y conclusión de la
oración".
200. Para los que recitan una tercera parte del Rosario, la
costumbre distribuye los misterios según los días de la semana: gozosos (lunes y
jueves), dolorosos (martes y viernes), gloriosos (miércoles, sábado y domingo).
Esta distribución, si
se mantiene con demasiada rigidez, puede dar lugar a
una oposición entre el contenido de los misterios y el contenido litúrgico del
día: se pueden pensar, por ejemplo, en la recitación de los misterios dolorosos
en el día de Navidad, cuando sea viernes. En estos casos se puede mantener que
"la característica litúrgica de un determinado día debe prevalecer sobre su
situación en la semana; pues no resulta ajeno a la naturaleza del Rosario
realizar, según los días del Año litúrgico, oportunas sustituciones de los
misterios, que permitan armonizar ulteriormente el ejercicio de piedad con el
tiempo litúrgico". Así, por ejemplo, actúan correctamente los fieles que el 6 de
Enero, solemnidad de la Epifanía, recitan los misterios gozosos y como "quinto
misterio" contemplan la adoración de los Magos, en lugar del episodio de Jesús
perdido y hallado en el templo de Jerusalén. Obviamente, este tipo de
sustituciones se debe realizar con ponderación, fidelidad a la Escritura y
corrección litúrgica
201. Para favorecer la contemplación y para que la
mente concuerde con la voz, los Pastores y los estudiosos han sugerido en muchas
ocasiones restaurar el uso de la cláusula, una antigua estructura del Rosario
que sin embargo nunca desapareció del todo.
La cláusula, que se adapta
bien a la naturaleza repetitiva y meditativa del Rosario, consiste en una
oración de relativo que sigue al nombre de Jesús y que recuerda el misterio
enunciado. Una cláusula correcta, fija para cada decena, breve en su enunciado,
fiel a la Escritura y a la Liturgia, puede resultar una valiosa ayuda para la
recitación meditativa del santo Rosario.
202. "Al ilustrar a los fieles
sobre el valor y belleza del Rosario se deben evitar expresiones que rebajen
otras formas de piedad también excelentes o no tengan en cuenta la existencia de
otras coronas marianas, también aprobadas por la Iglesia", o que puedan crear un
sentimiento de culpa en quien no lo recita habitualmente: "el Rosario es una
oración excelente, pero el fiel debe sentirse libre, atraído a rezarlo, en
serena tranquilidad, por la intrínseca belleza del mismo".
Las Letanías
de la Virgen
203. Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas
por el Magisterio, están las Letanías. Consisten en una prolongada serie de
invocaciones dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de manera
uniforme, crean un flujo de oración caracterizado por una insistente
alabanza-súplica. Las invocaciones, generalmente muy breves, constan de dos
partes: la primera de alabanza ("Virgo Clemens"), la segunda de súplica ("ora
pro nobis").
En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios
de letanías: Las Letanías lauretanas, por las que los Romanos Pontífices han
mostrado siempre su estima; las Letanías para el rito de coronación de una
imagen de la Virgen María, que en algunas ocasiones pueden constituir una
alternativa válida al formulario lauretano.
No sería útil, desde el punto
de vista pastoral, una proliferación de formularios de letanías; por otra parte,
una limitación excesiva no tendría suficientemente en cuenta las riquezas de
algunas Iglesias locales o familias religiosas. Por ello, la Congregación para
el Culto Divino ha exhortado a "tomar en consideración otros formularios
antiguos o nuevos en uso en las Iglesias locales o Institutos religiosos, que
resulten notables por su solidez estructural y la belleza de sus invocaciones".
Esta exhortación se refiere, evidentemente, a ámbitos locales o comunitarios
bien precisos.
Como consecuencia de la prescripción del Papa León XIII de
concluir, durante el mes de Octubre, la recitación del Rosario con el canto de
las Letanías lauretanas, se creó en muchos fieles la convicción errónea de que
las Letanías eran como una especie de apéndice del Rosario. En realidad, las
Letanías son un acto de culto por sí mismas: pueden ser el elemento fundamental
de un homenaje a la Virgen, pueden ser un canto procesional, formar parte de una
celebración de la Palabra de Dios o de otras estructuras cultuales.
La
consagración-entrega a María
204. A lo largo de la historia de la piedad
aparecen diversas experiencias, personales y colectivas, de
"consagración-entrega-dedicación a la Virgen" (oblatio, servitus, commendatio,
dedicatio). Estas fórmulas aparecen en los devocionarios y en los estatutos de
asociaciones marianas, en los cuales encontramos fórmulas de "consagración" y
oraciones para la misma o en recuerdo de ella.
Respecto a la práctica
piadosa de la "consagración a María" no son infrecuentes las expresiones de
aprecio de los Romanos Pontífices y son conocidas las fórmulas que ellos han
recitado públicamente.
Un conocido maestro de la espiritualidad que
presenta dicha práctica es san Luis María Grignion de Montfort, "el cual
proponía a los cristianos la consagración a Cristo por manos de María, como
medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo".
A la luz
del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de "consagración" es el
reconocimiento consciente del puesto singular que ocupa María de Nazaret en el
Misterio de Cristo y de la Iglesia, del valor ejemplar y universal de su
testimonio evangélico, de la confianza en su intercesión y la eficacia de su
patrocinio, de la multiforme función materna que desempeña, como verdadera madre
en el orden de la gracia, a favor de todos y de cada uno de sus hijos.
Hay que notar, sin embargo,
que el término "consagración" se usa con cierta
amplitud e impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar los niños a la Virgen",
cuando en realidad sólo se pretende poner a los pequeños bajo la protección de
la Virgen y pedir para ellos su bendición maternal". Se entiende así la
sugerencia de bastantes, de sustituir el término "consagración" por otros, como
"entrega", "donación". De hecho, en nuestros días, los avances de la teología
litúrgica y la exigencia consiguiente de un uso riguroso de los términos,
sugieren que se reserve el término consagración a la ofrenda de uno mismo que
tiene como término a Dios, como características la totalidad y la perpetuidad,
como garantía la intervención de la Iglesia, como fundamento los sacramentos del
Bautismo y de la Confirmación.
En cualquier caso, con respecto a esta
práctica es necesario instruir a los fieles sobre su naturaleza. Aunque tenga
las características de una ofrenda total y perenne: es sólo analógica respecto a
la "consagración a Dios"; debe ser fruto no de una emoción pasajera, sino una
decisión personal, libre, madurada en el ámbito de una visión precisa del
dinamismo de la gracia; se debe expresar de modo correcto, en una línea, por así
decir, litúrgica: al Padre por Cristo en el Espíritu Santo, implorando la
intercesión gloriosa de María, a la cual se confía totalmente, para guardar con
fidelidad los compromisos bautismales y vivir en una actitud filial con respecto
a ella; se debe realizar fuera del Sacrificio eucarístico, pues se trata de un
acto de devoción que no se puede asimilar a la Liturgia: la entrega a María se
distingue sustancialmente de otras formas de consagración litúrgica.
El
escapulario del Carmen y otros escapularios
205. En la historia de la
piedad mariana aparece la "devoción" a diversos escapularios, entre los que
destaca el de la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente universal y
sin duda se le aplican las palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios
de piedad "recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio".
El
escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de
Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo: se ha convertido en una
devoción muy extendida e incluso más allá de la vinculación a la vida y
espiritualidad de la familia carmelitana, el escapulario conserva una especie de
sintonía con la misma.
El escapulario es un signo exterior de la relación
especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del
Carmelo, y los devotos que se confían a ella con total entrega y recurren con
toda confianza a su intercesión maternal; recuerda la primacía de la vida
espiritual y la necesidad de la oración.
El escapulario se impone con un
rito particular de la Iglesia, en el que se declara que "recuerda el propósito
bautismal de revestirse de Cristo, con la ayuda de la Virgen Madre, solícita de
nuestra conformación con el Verbo hecho hombre, para alabanza de la Trinidad,
para que llevando el vestido nupcial, lleguemos a la patria del cielo".
La imposición del escapulario
del Carmen, como la de otros escapularios, "se
debe reconducir a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto más o menos
improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación, en la que el
fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos de la asociación a
la que se adhiere y de los compromisos de vida que asume".
Las medallas
marianas
206. A los fieles les gusta llevar colgadas del cuello, casi
siempre, medallas con la imagen de la Virgen María. Son testimonio de fe, signo
de veneración a la Santa Madre del Señor, expresiones de confianza en su
protección maternal.
La Iglesia bendice estos objetos de piedad mariana,
recordando que "sirven para rememorar el amor de Dios y para aumentar la
confianza en la Virgen María", pero les advierte que no deben olvidar que la
devoción a la Madre de Jesús exige sobre todo "un testimonio coherente de vida".
Entre las medallas
marianas destaca, por su extraordinaria difusión, la
denominada "medalla milagrosa". Tuvo su origen en las apariciones de la Virgen
María, en 1830, a una humilde novicia de las Hijas de la Caridad, la futura
santa Catalina Labouré. La medalla, acuñada conforme a las indicaciones de la
Virgen a la Santa, ha sido llamada "microcosmos mariano" a causa de su rico
simbolismo: recuerda el misterio de la Redención, el amor del Corazón de Cristo
y del Corazón doloroso de Maria, la función mediadora de la Virgen, el misterio
de la Iglesia, la relación entre la tierra y el cielo, entre la vida temporal y
la vida eterna.
Un nuevo impulso para la difusión de la "medalla
milagrosa" vino de san Maximiliano María Kolbe (+1941) y de los movimientos que
inició o que se inspiraron en él. En 1917 adoptó la "medalla milagrosa" como
distintivo de la Pía Unión de la Milicia de la Inmaculada, fundada por él en
Roma, cuando era un joven religioso de los Hermanos Menores Conventuales.
La "medalla milagrosa",
como el resto de las medallas de la Virgen y otros
objetos de culto, no es un talismán ni debe conducir a una vana credulidad. La
promesa de la Virgen, según la cual "los que la lleven recibirán grandes
gracias", exige de los fieles una adhesión humilde y tenaz al mensaje cristiano,
una oración perseverante y confiada, una conducta coherente.
El
himno "Akathistos"
207. El venerable himno a la Madre de Dios, denominado
Akathistos – esto es, cantado de pie –, representa una de las más altas y
célebres expresiones de piedad mariana en la tradición bizantina. Obra de arte
de la literatura y de la teología, contiene en forma orante todo cuanto la
Iglesia de los primeros siglos ha creído sobre María, con el consenso universal.
Las fuentes que inspiran este himno son la sagrada Escritura, la doctrina
definida en los Concilios ecuménicos de Nicea (325), de Éfeso (431) y de
Calcedonia (451), y la reflexión de los Padres orientales de los siglos IV y V.
Se celebra solemnemente en el Año litúrgico oriental, el quinto sábado de
Cuaresma; el himno Akathistos se canta también en otras muchas ocasiones, y se
recomienda a la piedad del clero, de los monjes y de los fieles.
En los
últimos años este himno se ha difundido mucho, también en las comunidades de
fieles de rito latino. Especialmente han contribuido a su conocimiento algunas
solemnes celebraciones marianas que tuvieron lugar en Roma, con la asistencia
del Santo Padre y con amplia resonancia eclesial. Este himno antiquísimo, que
constituye el fruto maduro de la más antigua tradición de la Iglesia indivisa en
honor de María, es una llamada e invocación a la unidad de los cristianos bajo
la guía de la Madre del Señor: "Tanta riqueza de alabanzas, acumulada por las
diversas manifestaciones de la gran tradición de la Iglesia, podría ayudarnos a
que ésta vuelva a respirar plenamente con sus "dos pulmones", Oriente y
Occidente".
Capítulo VI
LA VENERACIÓN A LOS SANTOS Y
BEATOS
Algunos principios
208. Con sus raíces en la Sagrada
Escritura (cfr. Hech 7,54-60; Ap 6,9-11; 7,9-17) y atestiguado con certeza desde
la primera mitad del siglo II, el culto de los Santos, en especial de los
mártires, es un hecho eclesial antiquísimo. La Iglesia, tanto en Oriente como en
Occidente, siempre ha venerado a los Santos y cuando, sobre todo en la época en
que surgió el protestantismo, se pusieron objeciones contra algunos aspectos
tradicionales de este culto, lo ha defendido con ardor, ha ilustrado sus
fundamentos teológicos así como su relación con la doctrina de la fe, ha
regulado la praxis cultual, tanto en las expresiones litúrgicas como en las
populares, y ha subrayado el valor ejemplar del testimonio de estos insignes
discípulos y discípulas del Señor, para una vida auténticamente cristiana.
209. La Constitución
Sacrosanctum Concilium, en el capítulo dedicado al Año
litúrgico, explica claramente el hecho eclesial y el significado de la
veneración de los Santos y Beatos: "la Iglesia introdujo en el círculo anual el
recuerdo de los Mártires y de los demás Santos, que llegados a la perfección por
la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan
la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al
celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama
el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con
Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo
al Padre y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos".
210. Una comprensión
adecuada de la doctrina de la Iglesia sobre los Santos
sólo es posible dentro del ámbito más amplio de los artículos de la fe
relacionados con dicha doctrina:
- la "Iglesia, una, santa, católica y
apostólica", santa por la presencia en ella de "Jesucristo, el cual, con el
Padre y el Espíritu Santo es proclamado el solo santo"; por la actuación
incesante del Espíritu de santidad; porque está dotada de medios de
santificación. La Iglesia, pues, aunque comprende en sí a pecadores, está "ya en
la tierra adornada de una verdadera, si bien imperfecta, santidad"; es el
"pueblo santo de Dios", cuyos miembros, según el testimonio de las Escrituras
son llamados "santos" (cfr. Hech 9.13; 1 Cor 6,1; 16,1).
- La "comunión
de los santos", por la que la Iglesia del cielo, la que tiende a la purificación
final "en el estado llamado Purgatorio" y la que peregrina sobre la tierra,
están en comunión "en la misma caridad de Dios y del prójimo"; de hecho, todos
los que son de Cristo, al tener su Espíritu, forman una sola Iglesia y están
unidos en Él.
- La doctrina de la única mediación de Cristo (cfr. 1 Tim
2,5), que no excluye otras mediaciones subordinadas, las cuales se realizan y
ejercen dentro de la absoluta mediación de Cristo.
211. La doctrina de la
Iglesia y su Liturgia proponen a los Santos y Beatos, que contemplan ya
"claramente a Dios uno y trino" como:
- testigos históricos de la
vocación universal a la santidad; ellos, fruto eminente de la redención de
Cristo, son prueba y testimonio de que Dios, en todos los tiempos y de todos los
pueblos, en las más variadas condiciones socio-culturales y en los diversos
estados de vida, llama a sus hijos a alcanzar la plenitud de la madurez en
Cristo (cfr. Ef 4,13; Col 1,28);
- discípulos insignes del Señor y, por
tanto, modelos de vida evangélica; en los procesos de canonización la Iglesia
reconoce la heroicidad de sus virtudes y consiguientemente los propone como
modelos a imitar;
- ciudadanos de la Jerusalén del cielo, que cantan sin
cesar la gloria y la misericordia de Dios; en ellos ya se ha cumplido el paso
pascual de este mundo al Padre;
- intercesores y amigos de los fieles
todavía peregrinos en la tierra, porque los Santos, aunque participan de la
bienaventuranza de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y
acompañan su camino con la oración y protección;
- patronos de Iglesias
locales, de las cuales con frecuencia fueron fundadores (san Eusebio de
Vercelli) o Pastores ilustres (san Ambrosio de Milán); de naciones: apóstoles de
su conversión a la fe cristiana (santo Tomás y san Bartolomé para la India), o
expresión de su identidad nacional (san Patricio para Irlanda); de agrupaciones
profesionales (san Omobono para los sastres); en circunstancias especiales – en
el momento del parto (santa Ana, san Ramón Nonato), de la muerte (san José) – y
para obtener gracias específicas (santa Lucía para la conservación de la vista),
etc.
Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando, con agradecimiento a Dios
Padre, proclama: "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión
y la participación en su destino".
212. Finalmente, es preciso recordar
que el objetivo último de la veneración a los Santos es la gloria de Dios y la
santificación del hombre, mediante una vida plenamente conforme a la voluntad
divina y la imitación de las virtudes de aquellos que fueron discípulos
eminentes del Señor.
Por esto, en la catequesis y en otros momentos de
transmisión de la doctrina se debe enseñar a los fieles que: nuestra relación
con los Santos hay que entenderla a la luz de la fe, no debe oscurecer: "el
culto latréutico, dado a Dios Padre mediante Cristo en el Espíritu, sino que lo
intensifica"; "el auténtico culto a los santos no consiste tanto en la
multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de un amor
práctico", que se traduce en un compromiso de vida cristiana.
Los
Santos Ángeles
213. Con el claro y sobrio lenguaje de la catequesis, la
Iglesia enseña que "la existencia de seres espirituales, no corporales, que la
Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El
testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición".
Según la Escritura, los
Ángeles son mensajeros de Dios, "poderosos
ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra" (Sal 103,20), al
servicio de su plan de salvación, "enviados para servir a los que deben heredar
la salvación" (Heb 1,14).
214. Los fieles no ignoran los numerosos
episodios de la Antigua y de la Nueva Alianza en los que intervienen la santos
Ángeles; saben que los Ángeles cierran las puertas del paraíso terrenal (cfr. Gn
3,24), salvan a Agar y a su hijo Ismael (cfr. Gn 21,17), detienen la mano de
Abraham cuando estaba a punto de sacrificar a Isaac (cfr. Gn 22,11), anuncian
nacimientos prodigiosos (cfr. Jue 13,3-7), guardan los caminos del justo (cfr.
Sal 91,11), alaban sin cesar al Señor (cfr. Is 6,1-4) y presentan a Dios las
oraciones de los Santos (cfr. Ap 8,3-4). Recuerdan también la intervención de un
Ángel a favor del profeta Elías, fugitivo y extenuado (1 Re 19,4-8), de Azarías
y de sus compañeros arrojados al horno (cfr. Dn 3,49-50), de Daniel encerrado en
el foso de los leones (cfr. Dn 6,23); les resulta familiar la historia de
Tobías, en la que Rafael, "uno de los siete Ángeles que están siempre dispuestos
a entrar en la presencia de la majestad del Señor" (Tob 12,15), realiza
múltiples servicios a favor de Tobí, de su hijo Tobías y de Sara, su mujer.
Los fieles saben también
que no son pocos los episodios de la vida de Jesús
en los que los Ángeles tienen una función particular: el Ángel Gabriel anuncia a
María que concebirá y dará a luz al Hijo del Altísimo (cfr. Lc 1,26-38) y de
manera semejante, un Ángel revela a José el origen sobrenatural de la maternidad
de la Virgen (cfr. Mt 1,18-25); los Ángeles llevan a los pastores de Belén la
alegre noticia del nacimiento del Salvador (cfr. Lc 2,8-14); el "Ángel del
Señor" protege la vida del niño Jesús amenazado por Herodes (cfr. Mt 2,13-20);
los Ángeles asisten a Jesús en el desierto (cfr. Mt 4,11) y lo confortan en la
agonía (cfr. Lc 22,43), anuncian a las mujeres que se habían dirigido a la tumba
de Cristo que "ha resucitado" (cfr. Mc 16,1-8) e intervienen en la Ascensión,
para revelar su sentido a los discípulos y para anunciar que "Jesús... volverá
un día del mismo modo que le habéis visto ahora subir al cielo" (Hech 1,11).
A los fieles no se les
oculta la importancia de la advertencia de Jesús, de
no despreciar a uno solo de los pequeños que creen en Él, "porque sus Ángeles en
el cielo ven siempre el rostro del Padre" (Mt 18,10), y de las consoladoras
palabras según las cuales "hay alegría entre los Ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierte" (Lc 15,10). Finalmente, saben que "el Hijo del hombre
vendrá en su gloria con todos sus Ángeles" (Mt 25,31) para juzgar a los vivos y
a los muertos y llevar la historia a su consumación.
215. La Iglesia, que
en sus inicios fue protegida y defendida por el ministerio de los Ángeles (cfr.
Hech 5,17-20; 12,6-11) y continuamente experimenta su "ayuda misteriosa y
poderosa", venera a esto espíritus celestes y pide con confianza su intercesión.
Durante el Año
litúrgico, la Iglesia conmemora la participación de los
Ángeles en los acontecimientos de la salvación y celebra su memoria en unas
fechas determinadas: el 29 de Septiembre la de los Arcángeles Miguel, Gabriel y
Rafael, el 2 de Octubre la de los Ángeles Custodios; les dedica una Misa votiva,
cuyo prefacio proclama que "la gloria de Dios resplandece en los Ángeles"; en la
celebración de los misterios divinos, se asocia al canto de los Ángeles para
proclamar la gloria de Dios, tres veces santo (cfr. Is 6,3) e invoca su
asistencia para que la ofrenda eucarística "sea llevada a tu presencia hasta el
altar del cielo"; ante ellos celebra el oficio de alabanza (cfr. Sal 137,1); al
ministerio de los Ángeles confía las oraciones de los fieles (cfr. Ap 5,8; 8,3),
el dolor de los penitentes, la defensa de los inocentes contra los ataques del
Maligno; implora a Dios para que mande, al final de la jornada a sus Ángeles a
custodiar a los que oran en paz; ruega para que los espíritus celestes vengan en
ayuda de los agonizantes y, en el rito de las exequias, suplica para que los
Ángeles acompañen al paraíso el alma del difunto y guarden su sepulcro.
216. A lo largo de los
siglos, los fieles han traducido en expresiones de piedad
las convicciones de fe respecto al ministerio de los Ángeles: los han tomado
como patronos de ciudades y protectores de agrupaciones; en su honor han
levantado santuarios famosos, como Mont-Saint-Michel en Normandía, san Michele
della Chiusa en Piamonte y san Michele al Gargano en Puglia, y han establecido
días festivos; han compuesto himnos y ejercicios de piedad.
En
particular, la piedad popular ha desarrollado la devoción al Ángel Custodio. Ya
san Basilio Magno (+379) enseñaba que "todo fiel tiene a su lado un Ángel como
protector y pastor, para llevarlo a la vida". Esta antigua doctrina se fue
consolidando poco a poco desde sus fundamentos bíblicos y patrísticos, y dio
origen a diversas expresiones de piedad, hasta encontrar en san Bernardo de
Claraval (+1153) un gran maestro y un apóstol insigne de la devoción a los
Ángeles Custodios. Para él son demostración de que "el cielo no descuida nada
que pueda ayudarnos", por lo cual pone "a nuestro lado estos espíritus celestes
para que nos protejan, nos instruyan y nos guíen".
La devoción a los
Ángeles Custodios da lugar también a un estilo de vida caracterizado por:
- devoto agradecimiento a
Dios, que ha puesto al servicio de los hombres
espíritus de tan gran santidad y dignidad;
- actitud de compostura y
piedad, motivada por la conciencia de estar constantemente en presencia de los
santos Ángeles;
- serena confianza, incluso al afrontar situaciones
difíciles, porque el Señor guía y asiste al fiel en el camino de la justicia
también mediante el ministerio de los Ángeles.
Entre las oraciones al
Ángel Custodio está particularmente extendida la oración Angele Dei, que en
muchas familias forma parte de las oraciones de la mañana y de la tarde, y que
en muchos lugares se une también al rezo del Ángelus.
217. La piedad
popular a los santos Ángeles, legítima y saludable, sin embargo puede dar lugar
a desviaciones, como por ejemplo:
- si, como a veces sucede, se forma en
el espíritu de los fieles una idea errónea pensando que el mundo y la vida están
sometidos a tensiones demiúrgicas, a la lucha incesante entre espíritus buenos y
malos, entre Ángeles y demonios, en la cual el hombre resulta arrollado por
poderes superiores a él, ante los que no puede hacer nada; esta concepción, en
cuanto elimina la responsabilidad del fiel, no se corresponde con la auténtica
visión evangélica de la lucha contra el Maligno, que exige del discípulo de
Cristo un compromiso moral, una opción por el Evangelio, humildad y oración;
- si las situaciones
cotidianas de la vida se interpretan de una manera
esquemática y simplista, casi infantil, atribuyendo al Maligno incluso las
pequeñas contradicciones, y por el contrario, al Ángel Custodio los éxitos y
logros, todo lo cual tiene poco o nada que ver con el progreso del hombre en su
camino para alcanzar la madurez en Cristo. También hay que rechazar el uso de
dar a los Ángeles nombres particulares, excepto Miguel, Gabriel y Rafael, que
aparecen en la Escritura.
San José
218. Dios, en su
providente sabiduría, para realizar el plan de la salvación, asignó a José de
Nazaret, "hombre justo" (cfr. Mt 1,19), esposo de la Virgen María (cfr. ibid.;
Lc 1,27), una misión particularmente importante: introducir legalmente a Jesús
en la estirpe de David de la cual, según la promesa (2 Sam 7,5-16; 1 Cro
17,11-14), debía nacer el Mesías Salvador, y hacer de padre y protector para Él.
En virtud de esta
misión, san José interviene activamente en los misterios
de la infancia del Salvador: recibió de Dios la revelación del origen divino de
la maternidad de María (cfr. Mt 1,20-21) y fue testigo privilegiado del
nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Lc 2,6-7), de la adoración de los pastores
(cfr. Lc 2,15-16) y del homenaje de los Magos venidos de Oriente (cfr. Mt 2,11);
cumplió con su deber religioso respecto al Niño, al introducirlo mediante la
circuncisión en la alianza de Abraham (cfr. Lc 2,21) y al imponerle el nombre de
Jesús (cfr. Mt 1,21); según lo prescrito en la Ley, presentó al Niño en el
Templo, lo rescató con la ofrenda de los pobres (cfr. Lc 2,22-24; Ex 13,2.12-13)
y, lleno de asombro, escuchó el cántico profético de Simeón (cfr. Lc 2,25-33);
protegió a la Madre y al Hijo durante la persecución de Herodes, refugiándose en
Egipto (cfr. Mt 2,13-23); se dirigía todos los años a Jerusalén con la Madre y
el Niño, para la fiesta de Pascua, y sufrió, turbado, la pérdida de Jesús, a sus
doce años, en el Templo (cfr. Lc 2,43-50); vivió en la casa de Nazaret,
ejerciendo su autoridad paterna sobre Jesús, que le estaba sometido (cfr. Lc
2,51), instruyéndolo en la Ley y en la profesión de carpintero.
219. A lo
largo de los siglos, especialmente en los tiempos más recientes, la reflexión
eclesial ha puesto de manifiesto las virtudes de san José, entre las que
destacan: la fe, que en él se traduce en adhesión plena y valerosa al designio
salvífico de Dios; obediencia solícita y silenciosa ante las manifestaciones de
su voluntad; amor y observancia fiel de la Ley, piedad sincera, fortaleza en las
pruebas; el amor virginal a María, el debido ejercicio de la paternidad, el
trabajo escondido.
220. La piedad popular comprende la validez y la
universalidad del patrocinio de san José, "a cuya atenta custodia Dios quiso
confiar los comienzos de nuestra redención" y "sus tesoros más preciados". Al
patrocinio de san José se confían: toda la Iglesia, que el beato Pío IX quiso
poner bajo la especial protección del santo Patriarca; los que se consagran a
Dios eligiendo el celibato por el Reino de los cielos (cfr. Mt 19,12): estos "en
san José tienen...un modelo y un defensor de la integridad virginal"; los
obreros y los artesanos, de los cuales el humilde carpintero de Nazaret se
considera un especial modelo; los moribundos, porque, según una piadosa
tradición, san José fue asistido por Jesús y María, en la hora de su tránsito .
221. La Liturgia, al
celebrar los misterios de la vida del Salvador, sobre
todo los de su nacimiento e infancia, recuerda con frecuencia la figura y el
papel de san José: en el tiempo de Adviento; en el tiempo de Navidad,
especialmente en la fiesta de la Sagrada Familia; en la solemnidad del 19 de
Marzo; en la memoria del 1º de Mayo.
El nombre de san José aparece en el
Communicantes del Canon Romano y en las Letanías de los Santos. En la
Recomendación de los moribundos se sugiere la invocación al santo Patriarca y,
en la misma circunstancia, la comunidad ora para que el alma del difunto, que ha
partido ya de este mundo, encuentre su morada "en la paz de la santa Jerusalén,
con la Virgen María, Madre de Dios, con san José, con todos los Ángeles y los
Santos".
222. También en la piedad popular la veneración de san José
tiene un amplio espacio: en numerosas expresiones de genuino folclore; en la
costumbre, establecida al menos desde el siglo XVII, de dedicar los miércoles al
culto de san José, costumbre sobre la que se desarrollan algunos ejercicios de
piedad como los Siete miércoles en su honor; en las jaculatorias que brotan de
los labios de los fieles;en oraciones, como la compuesta por el Papa León XIII,
Ad te, beate Ioseph, que no pocos fieles recitan diariamente; en las Letanías de
san José, aprobadas por san Pío X; en el ejercicio de piedad de la corona de los
Siete dolores y los siete gozos de san José.
223. El hecho de que la
solemnidad de san José (19 de Marzo) caiga en Cuaresma, en la que la Iglesia se
dedica totalmente a la preparación bautismal y a la memoria de la Pasión del
Señor, provoca ciertas dificultades de armonización entre la Liturgia y la
piedad popular. Por lo tanto, las prácticas tradicionales del "mes de San José"
se deben poner en sintonía con el tiempo litúrgico. La renovación litúrgica ha
conseguido que el significado del periodo cuaresmal sea más profundo en los
fieles. Con las debidas adaptaciones en las expresiones de la piedad popular, se
debe favorecer y difundir la devoción a san José, teniendo siempre presente "el
insigne ejemplo... que va más allá de los diversos estados de vida y se propone
a toda la comunidad cristiana, sea cual sea la condición y tareas de cada fiel".
San Juan
Bautista
224. En la frontera entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento descuella la figura de Juan, hijo de Zacarías y de Isabel,
ambos "justos ante Dios" (Lc 1,6), uno de los más grandes personajes de la
historia de la salvación. Todavía en el vientre de su madre, Juan reconoció al
Salvador, también escondido en el vientre de la Virgen María (cfr. Lc 1,39-45);
su nacimiento estuvo marcado por grandes prodigios (cfr. Lc 1,57-66); creció en
el desierto, llevando una vida austera y penitente (cfr. Lc 1,80; Mt 3,4);
"profeta del Altísimo" (Lc 1,76) descendió sobre él la palabra de Dios (cfr. Lc
3,2); "recorrió toda la región del Jordán, predicando un bautismo de conversión
para el perdón de los pecados" (Lc 3,3); como nuevo Elías, humilde y fuerte,
preparó al Señor un pueblo bien dispuesto (cfr. Lc 1,17); según el plan de Dios,
bautizó, en las aguas del Jordán, al mismo Salvador del mundo (cfr. Mt 3,13-16);
a sus discípulos les señaló que Jesús era el "Cordero de Dios" (Jn 1,29), el
"Hijo de Dios" (Jn 1,34), el Esposo de la nueva comunidad mesiánica (cfr. Jn
3,28-30); por su heroico testimonio de la verdad (cfr. Jn 5,33) fue encarcelado
por Herodes, que le hizo decapitar (cfr. Mc 6,14-29), convirtiéndose así en
precursor del Señor en la muerte violenta, como lo había sido en su nacimiento
prodigioso y en la predicación profética. Jesús hizo un grandioso elogio de él,
proclamando que "entre los nacidos de mujer no hay uno más grande que Juan" (Lc
7,28).
225. Desde la antigüedad, el culto a san Juan ha estado presente
en el mundo cristiano, donde pronto adquirió también connotaciones populares.
Además de las celebraciones del día de su muerte (29 de Agosto), como sucede
normalmente para todos los santos, sólo de san Juan Bautista, como de Cristo y
de la Virgen María, se celebra solemnemente su nacimiento (24 de Junio).
Por la parte que tuvo en el
bautismo de Jesús, se le han dedicado muchos
baptisterios y su figura de bautista está junto a muchas fuentes bautismales; a
causa de su dura prisión y de su muerte violenta, es patrono de los que padecen
en las cárceles, condenados a muerte o a duros castigos, debido a la fe.
Con toda probabilidad, la
fecha del nacimiento de san Juan (24 de Junio) fue
establecida dependiendo de la concepción de Cristo (25 de Marzo) y de su
nacimiento (25 de Diciembre): según el signo que dio el Ángel Gabriel, cuando
María concibió al Salvador, la madre del Precursor estaba ya en el sexto mes del
embarazo (cfr. Lc 1,26.30). En cualquier caso, la solemnidad del 24 de Junio
está ligada al ciclo solar, en el hemisferio norte. Se celebra cuando el sol,
dirigiéndose hacia el sur del zodiaco, comienza a descender: hecho que resulta
un símbolo de la figura de Juan, que refiriéndose a Cristo, había declarado: "Él
debe crecer y yo en cambio tengo que disminuir" (Jn 3,30).
La misión de
Juan, venido para dar testimonio de la luz (cfr. Jn 1,7), ha dado origen o un
sentido cristiano a las hogueras que se encienden la noche del 23 de Junio: la
Iglesia las bendice, implorando que los fieles, superadas las tinieblas del
mundo, alcancen a Dios, "luz indefectible".
El culto tributado a
Santos y Beatos
226. El influjo recíproco entre Liturgia y piedad popular
resulta particularmente intenso en las manifestaciones de culto tributadas a los
Santos y a los Beatos. Por lo tanto, parece oportuno recordar, de manera
sintética, las principales formas de veneración que la Iglesia rinde a los
Santos en la Liturgia: estas deben iluminar y guiar la piedad popular.
La
celebración de los Santos
227. La celebración de una fiesta en honor de
un Santo – a los Beatos se les aplica, servatis servandis, lo que se dice de los
Santos - es sin duda una expresión eminente del culto que les tributa la
comunidad eclesial: conlleva, en muchos casos, la celebración de la Eucaristía.
La fijación del "día de la fiesta" es un hecho cultual relevante, a veces
complejo, porque concurren factores históricos, litúrgicos y culturales, no
siempre fáciles de armonizar.
En la Iglesia de Roma, y en otras Iglesias
locales, las celebraciones de las memorias de los mártires en el aniversario del
día de su pasión, esto es, de su máxima asimilación a Cristo y de su nacimiento
para el cielo, más tarde también la celebración del conditor Ecclesiae, de los
Obispos que la habían regido y de otros insignes confesores de la fe, así como
el aniversario de la dedicación de la iglesia catedral, dieron lugar a la
formación paulatina de calendarios locales, donde se registraban el lugar y la
fecha de la muerte de cada uno de los Santos o bien de grupos de ellos.
De los calendarios
particulares surgieron pronto los martirologios generales,
como el Martirologio siríaco (siglo V), el Martyrologium Hieronymianum (siglo
VI), el de San Beda (siglo VIII), de Lyon (siglo IX), de Usuardo (siglo IX), de
Adón (siglo IX).
El 14 de Enero de 1584, Gregorio XIII promulgó la
edición típica del Martyrologium Romanum, destinada al uso litúrgico. Juan Pablo
II ha promulgado la primera edición típica del mismo después del Concilio
Vaticano II, que, remitiéndose a la tradición romana e incorporando los datos de
varios martirologios históricos, recoge los nombres de muchos Santos y Beatos, y
constituye un testimonio extraordinariamente rico de la multiforme santidad que
el Espíritu del Señor suscita en la Iglesia de todos los tiempos y de todos los
lugares.
228. La historia del Calendario Romano, que indica el día y el
grado de las celebraciones en honor de los Santos está estrechamente vinculada
con la historia del Martirologio.
Actualmente el Calendario Romano
General solamente contiene, conforme a la norma indicada por el Concilio
Vaticano II, las memorias de "Santos de importancia realmente universal",
dejando a los calendarios particulares, sean nacionales, regionales, diocesanos,
de familias religiosas, la indicación de las memorias de otros Santos.
Es
conveniente recordar la razón de la reducción del número de las celebraciones de
los Santos y tenerla presente oportunamente en la praxis pastoral: se han
reducido para que "las fiestas de los santos no prevalezcan sobre los misterios
de la salvación". A lo largo de los siglos, "por el aumento de las vigilias, de
las fiestas religiosas, de sus celebraciones durante octavas y de las diversas
inserciones dentro del Año litúrgico, los fieles han puesto en práctica, algunas
veces, peculiares ejercicios de piedad de tal modo que sus mentes se han visto
apartadas en cierta manera de los principales misterios de la divina Redención".
229. Desde la
reflexión sobre los hechos que han determinado el origen,
desarrollo y las diversas revisiones del Calendario Romano General, se siguen
algunas indicaciones de indudable utilidad pastoral:
- es necesario
instruir a los fieles sobre la relación entre las fiestas de los Santos y la
celebración del misterio de Cristo. Las fiestas de los Santos, reconducidas a su
razón de ser más profunda, iluminan realizaciones concretas del designio
salvífico de Dios y "proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores"; las
fiestas de los miembros, los Santos, son en definitiva fiestas de la Cabeza,
Cristo;
- es conveniente que los fieles se acostumbren a discernir el
valor y el significado de las fiestas de los Santos y Santas que han tenido una
misión especial en la historia de la salvación y una relación peculiar con el
Señor Jesús, como san Juan Bautista (24 de Junio), san José (19 de Marzo), san
Pedro y san Pablo (29 de Junio), los restantes Apóstoles y Evangelistas, santa
María Magdalena (22 de Julio) y Marta de Betania (29 de Julio), san Esteban (26
de Diciembre);
- es oportuno exhortar a los fieles a que prefieran las
fiestas de los santos que han tenido una misión de gracia respecto a la Iglesia
particular, como los Patronos o los que han anunciado por primera vez la Buena
Nueva a la antigua comunidad;
- es útil, finalmente, que se explique a
los fieles el criterio de "universalidad" de los Santos inscritos en el
Calendario General, así como el sentido del grado de su celebración litúrgica:
solemnidad, fiesta y memoria (obligatoria o libre).
El día de la fiesta
230. El día de la
fiesta del Santo tiene una gran importancia, tanto desde
el punto de vista de la Liturgia como de la piedad popular. En un breve e
idéntico espacio de tiempo, concurren numerosas expresiones cultuales, tanto
litúrgicas como populares, no sin riesgo de conflicto, para configurar el "día
del Santo".
Los eventuales conflictos se deben resolver a la luz de las
normas del Misal Romano y del Calendario Romano General, en lo referente al
grado de la celebración del Santo o del Beato, establecido según su relación con
la comunidad cristiana (Patrono principal del lugar, Título de la iglesia,
Fundador de una familia religiosa o su Patrono principal); también sobre las
condiciones que se han de respetar, en el cado de un eventual traslado de la
fiesta al domingo, y sobre la celebración de las fiestas de los Santos en
tiempos determinados del Año litúrgico.
Estas normas se deben observar no
sólo como una forma de respeto a la autoridad litúrgica de la Sede Apostólica,
sino sobre todo como expresión de respeto al misterio de Cristo y de coherencia
con el espíritu de la Liturgia.
En particular es necesario evitar que las
razones que han determinado el traslado de las fechas de algunas fiestas de
Santos y Beatos – por ejemplo, de la Cuaresma al Tiempo ordinario -, se
relativicen en la praxis pastoral: celebrar en el ámbito litúrgico la fiesta de
un Santo según la nueva fecha y continuar celebrándola según la fecha anterior
en el ámbito de la piedad popular, no sólo atenta contra la armonía entre
Liturgia y piedad popular, sino que da lugar a una duplicidad que produce
confusión y desorientación.
231. Es necesario que la fiesta del Santo se
prepare y se celebre con atención y cuidado, desde el punto de vista litúrgico y
pastoral.
Esto conlleva, ante todo, una presentación correcta de la
finalidad pastoral del culto a los Santos, es decir, la glorificación de Dios,
"admirable en sus Santos", y el compromiso de llevar una vida conforme a la
enseñanza y ejemplo de Cristo, de cuyo cuerpo místico los Santos son miembros
eminentes.
Es preciso, también, que se presente correctamente la figura
del Santo. Según la tendencia de nuestra época, esta presentación no se detendrá
tanto en los elementos legendarios, que quizá envuelven la vida del Santo, ni en
su poder taumatúrgico, cuanto en el valor de su personalidad cristiana, en la
grandeza de su santidad, en la eficacia de su testimonio evangélico, en el
carisma personal con el que enriqueció la vida de la Iglesia.
232. El
"día del Santo" tiene un gran valor antropológico: es día de fiesta. Y la
fiesta, como es sabido, responde a una necesidad vital del hombre, hunde sus
raíces en la aspiración a la trascendencia. A través de las manifestaciones de
alegría y de júbilo, la fiesta es una afirmación del valor de la vida y de la
creación. En cuanto interrumpe la monotonía de lo cotidiano, de las formas
convencionales, del sometimiento a la necesidad de ganancia, la fiesta es
expresión de libertad integral, de tensión hacia la felicidad plena, de
exaltación de la pura gratuidad. En cuanto testimonio cultural, destaca el genio
peculiar de un pueblo, sus valores característicos, las expresiones más
auténticas de su folclore. En cuanto momento de socialización, la fiesta es una
ocasión de acrecentar las relaciones familiares y de abrirse a nuevas relaciones
comunitarias.
233. Sin embargo, no son pocos los elementos que amenazan
la autenticidad de la "fiesta del Santo" tanto desde el punto de vista religioso
como antropológico.
Desde el punto de vista religioso, la "fiesta del
Santo" o "fiesta patronal" de una parroquia, donde se ha vaciado del contenido
específicamente cristiano que tenía en su origen - el honor dado a Cristo en uno
de sus miembros - se convierte en una manifestación meramente social o
folclórica y, en el mejor de los casos, en una ocasión propicia de encuentro y
diálogo entre los miembros de una misma comunidad.
Desde un punto de
vista antropológico hay que notar que no raras veces sucede que individuos o
grupos, creyendo que "hacen fiesta", en realidad, por los comportamientos que
adoptan se alejan de su auténtico significado. La fiesta, ante todo, es la
participación del hombre en el dominio de Dios sobre la creación y sobre su
activo "reposo", no ocio estéril; es manifestación de una alegría sencilla y
comunicativa, no sed desmesurada de placer egoísta; es expresión de verdadera
libertad, no búsqueda de formas de diversión ambiguas, que dan lugar a nuevas y
sutiles formas de esclavitud. Se puede afirmar con seguridad: la trasgresión de
la norma ética no solo contradice la ley del Señor, sino que daña la base
antropológica de la fiesta.
En la celebración de la Eucaristía
234. El día de la fiesta de
un Santo o de un Beato no es la única forma en la
que este se hace presente en la Liturgia. La celebración de la Eucaristía
constituye el momento singular de comunión con los Santos del cielo.
En
la Liturgia de la Palabra, las lecturas del Antiguo Testamento nos presentan con
frecuencia la figura de los grandes patriarcas, de los profetas y de otras
personas insignes por sus virtudes y por el amor a la ley del Señor. Las
lecturas del Nuevo Testamento, a menudo, tienen por protagonistas a los
Apóstoles y a otros Santos y Santas que gozaron de la familiaridad y amistad del
Señor. Además, la vida de algunos Santos refleja hasta tal punto determinadas
páginas del Evangelio, que su simple proclamación nos recuerda ya su figura.
La relación constante
entre Sagrada Escritura y hagiografía cristiana ha
dado lugar, en el ámbito mismo de la celebración eucarística, a la formación de
un conjunto de Comunes, en los que se proponen de manera orgánica las páginas
bíblicas que iluminan la vida de los Santos. Se ha notado respecto a esta
estrecha relación, que la Sagrada Escritura orienta y marca el camino de los
Santos a la plenitud de la caridad y éstos, a su vez, son exégesis viva de la
Palabra.
En la Liturgia eucarística, los Santos son mencionados en
diversos momentos. En la ofrenda del sacrificio se recuerdan "los dones del
justo Abel, el sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe, y la oblación pura
de tu Sumo Sacerdote Melquisedec". Y la misma plegaria eucarística se convierte
en el momento y el espacio para expresar nuestra comunión con los Santos, para
venerar su memoria y para pedir su intercesión, por lo que: "en comunión con
toda la Iglesia, veneramos ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen
María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, la de su esposo, San José, la
de los santos Apóstoles y Mártires: Pedro y Pablo, Andrés...y de todos los
Santos; por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu protección".
En
las Letanías de los Santos
235. Con el canto de las Letanías de los
Santos, estructura litúrgica ágil, sencilla, popular, atestiguada en Roma desde
los inicios del siglo VII, la Iglesia invoca a los Santos en algunas grandes
celebraciones sacramentales y en otros momentos en los que su plegaria se hace
más ferviente: en la Vigilia pascual, antes de bendecir la fuente bautismal; en
la celebración del bautismo; en la ordenación episcopal, presbiteral y diaconal;
en el rito de la consagración de las vírgenes y en la profesión religiosa; en la
dedicación de la iglesia y del altar; en las rogativas, en las misas
estacionales y en las procesiones penitenciales; cuando quiere alejar al Maligno
mediante los exorcismos y cuando confía a los moribundos a la misericordia de
Dios.
Las Letanías de los Santos, que contienen elementos procedentes de
la tradición litúrgica junto con otros de origen popular, son expresión de la
confianza de la Iglesia en la intercesión de los Santos y de su experiencia de
la comunión de vida entre la Iglesia de la Jerusalén celeste y la Iglesia
todavía peregrina en la ciudad terrena. Los nombres de los Beatos, que están
inscritos en los Calendarios litúrgicos de las diócesis e Institutos religiosos,
pueden ser invocados en las Letanías de los Santos. Obviamente no se pueden
introducir en las Letanías los nombres de personas cuyo culto no se reconoce.
Las reliquias de los
Santos
236. El Concilio Vaticano II recuerda que
"de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus
imágenes y sus reliquias auténticas". La expresión "reliquias de los Santos"
indica ante todo el cuerpo - o partes notables del mismo - de aquellos que,
viviendo ya en la patria celestial, fueron en esta tierra, por la santidad
heroica de su vida, miembros insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos
vivos del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 3,16; 6,19; 2 Cor 6,16). En segundo lugar,
objetos que pertenecieron a los Santos: utensilios, vestidos, manuscritos y
objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros, como
estampas, telas de lino, y también imágenes veneradas.
237. El Misal
Romano, renovado, confirma la validez del "uso de colocar bajo el altar, que se
va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean mártires". Puestas
bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio de los miembros tiene su
origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son una expresión simbólica de
la comunión en el único sacrificio de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar
testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su esposo y Señor.
A esta expresión
cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de
índole popular. A los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral
correcta sobre la veneración que se les debe, no descuidará:
- asegurar
su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la debida
prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;
- impedir
el excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se corresponde con el
respeto debido al cuerpo; las normas litúrgicas advierten que las reliquias
deben ser de "un tamaño tal que se puedan reconocer como partes del cuerpo
humano";
- advertir a los fieles para que no caigan en la manía de
coleccionar reliquias; esto en el pasado ha tenido consecuencias lamentables;
- vigilar para que se
evite todo fraude, forma de comercio y degeneración
supersticiosa.
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de
los Santos, como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición
impartida con las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de
llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas para
obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un auténtico
impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos
sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los
mártires.
Las imágenes sagradas
238. Fue especialmente el Concilio
Niceno II, "siguiendo la doctrina divinamente inspirada de nuestros Santos
Padres y la tradición de la Iglesia Católica", el que defendió con fuerza la
veneración de las imágenes sagradas: "definimos, con todo rigor e insistencia
que, a semejanza de la figura de la cruz preciosa y vivificadora, las venerables
y santas imágenes, ya pintadas, ya en mosaico o en cualquier otro material
adecuado, deben ser expuestas en las santas iglesias de Dios, sobre los
diferentes vasos sagrados, en los ornamentos, en las paredes, en cuadros, en las
casas y en las calles; tanto de la imagen del Señor Dios y Salvador nuestro
Jesucristo, como de la inmaculada Señora nuestra, la santa Madre de Dios, de los
santos Ángeles, de todos los Santos y justos".
Los Santos Padres
encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, "imagen del Dios
invisible" (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las imágenes
sagradas: "ha sido la santa encarnación del Hijo de Dios la que ha inaugurado
una nueva economía de las imágenes".
239. La veneración de las imágenes,
sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras representaciones, además de ser
un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad
popular: los fieles rezan ante ellas, tanto en las iglesias como en sus hogares.
Las adornan con flores, luces, piedras preciosas; las saludan con formas
diversas de religiosa veneración, las llevan en procesión, cuelgan de ellas
exvotos como signo de agradecimiento; las ponen en nichos y templetes, en el
campo o en las calles.
Sin embargo, la veneración de las imágenes, si no
se apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones.
Es necesario, por tanto, que se explique a los fieles la doctrina de la Iglesia,
sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la Iglesia Católica,
sobre el culto a las imágenes sagradas.
240. Según la enseñanza de la
Iglesia, las imágenes sagradas son:
- traducción iconográfica del mensaje
evangélico, en el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente; la
tradición eclesial exige que las imágenes "estén de acuerdo con la letra del
mensaje evangélico";
- signos santos, que como todos los signos
litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los Santos,
de hecho, "representan a Cristo, que es glorificado en ellos";
- memoria
de los hermanos Santos "que continúan participando en la historia de la
salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración
sacramental";
- ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes
sagradas facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los prodigios de
gracia realizados en sus Santos;
- estímulo para su imitación, porque
"cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se
aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí
están representados"; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla
con los ojos: una "imagen verdadera del hombre nuevo", transformado en Cristo
mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación;
- una forma de catequesis,
puesto que "a través de la historia de los misterios
de nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el pueblo es
instruido y confirmado en la fe, recibiendo los medios para recordar y meditar
asiduamente los artículos de fe".
241. Es necesario, sobre todo, que los
fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es algo que dice
relación a otra realidad. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que
representa. Por eso a las imágenes "se les debe tributar el honor y la
veneración debida, no porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder
que justifique este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o
poner en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían su
esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a
las personas que representan".
242. A la luz de estas enseñanzas, los
fieles evitarán caer en un error que a veces se da: establecer comparaciones
entre imágenes sagradas. El hecho de que algunas imágenes sean objeto de una
veneración particular, hasta el punto de convertirse en símbolo de la identidad
religiosa y cultural de un pueblo, de una ciudad o de un grupo, se debe explicar
a la luz del acontecimiento de gracia que ha dado lugar a dicho culto y a los
factores histórico-sociales que han concurrido para que se estableciera: es
lógico que el pueblo haga referencia, con frecuencia y con gusto, a dicho
acontecimiento; así fortalece su fe, glorifica a Dios, protege su propia
identidad cultural, eleva con confianza súplicas incesantes que el Señor, según
su palabra (cfr. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc 11,24), está dispuesto a escuchar; así
aumenta el amor, se dilata la esperanza y crece la vida espiritual del pueblo
cristiano.
243. Las imágenes sagradas, por su misma naturaleza,
pertenecen tanto a la esfera de los signos sagrados como a la del arte. En
estas, "que con frecuencia son obras de arte llenas de una intensa religiosidad,
aparece el reflejo de la belleza que viene de Dios y a Dios conduce". Sin
embargo, la función principal de la imagen sagrada no es procurar el deleite
estético, sino introducir en el Misterio. A veces la dimensión estética se pone
en primer lugar y la imagen resulta más un "tema", que un elemento transmisor de
un mensaje espiritual.
En Occidente la producción iconográfica, muy
variada en su tipología, no está reglamentada, como en Oriente, por cánones
sagrados vigentes durante siglos. Esto no significa que la Iglesia latina haya
descuidado la atención a la producción iconográfica: más de una vez ha prohibido
exponer en las iglesias imágenes contrarias a la fe, indecorosas, que podían dar
lugar a errores en los fieles, o que son expresiones de un carácter abstracto
descarnado y deshumanizador; algunas imágenes son ejemplo de un humanismo
antropocéntrico, más que de auténtica espiritualidad. También se debe reprobar
la tendencia a eliminar las imágenes de los lugares sagrados, con grave daño
para la piedad de los fieles.
A la piedad popular le agradan las
imágenes, que llevan las huellas de la propia cultura; las representaciones
realistas, los personajes fácilmente identificables, las representaciones en las
que se reconocen momentos de la vida del hombre: el nacimiento, el sufrimiento,
las bodas, el trabajo, la muerte. Sin embargo, se ha de evitar que el arte
religioso popular caiga en reproducciones decadentes: hay correlación entre la
iconografía y el arte para la Liturgia, el arte cristiano, según las épocas
culturales.
244. Por su significado cultual, la Iglesia bendice las
imágenes de los Santos, sobre todo las que están destinadas a la veneración
pública, y pide que, iluminados por el ejemplo de los Santos, "caminemos tras
las huellas del Señor, hasta que se forme en nosotros el hombre perfecto según
la medida de la plenitud en Cristo". Así también, la Iglesia ha emanado algunas
normas sobre la colocación de las imágenes en los edificios y en los espacios
sagrados, que se deben observar diligentemente; sobre el altar no se deben
colocar ni estatuas ni imágenes de los Santos; ni siquiera las reliquias,
expuestas a la veneración de los fieles, se deben poner sobre la mesa del altar.
Corresponde al Ordinario vigilar que no se expongan a la veneración pública
imágenes indignas, que induzcan a error o a prácticas supersticiosas.
Las
procesiones
245. En la procesión, expresión cultual de carácter universal
y de múltiples valores religiosos y sociales, la relación entre Liturgia y
piedad popular adquiere un particular relieve. La Iglesia, inspirándose en los
modelos bíblicos (cfr. Ex 14,8-31; 2 Sam 6,12-19; 1 Cor 15,25-16,3), ha
establecido algunas procesiones litúrgicas, que presentan una variada tipología:
- algunas evocan
acontecimientos salvíficos referidos al mismo Cristo; entre
estas, la procesión del 2 de Febrero, conmemorativa de la presentación del Señor
en el Templo (cfr. Lc 2,22-38); la del Domingo de Ramos, que evoca la entrada
mesiánica de Jesús en Jerusalén (cfr. Mt 21,1-10; Mc 11,1-11; Lc 19,28-38; Jn
12,12-16); la de la Vigilia pascual, memoria litúrgica del "paso" de Cristo de
las tinieblas del sepulcro a la gloria de la Resurrección, síntesis y superación
de todos los éxodos del antiguo Israel y premisa de los "pasos" sacramentales
que realiza el discípulo de Cristo, sobre todo en el rito bautismal y en la
celebración de las exequias;
- otras son votivas, como la procesión
eucarística en la solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor: el santísimo
Sacramento pasando por la ciudad de los hombres suscita en los fieles
expresiones de amor agradecido, exige de ellos fe-adoración y es fuente de
bendición y de gracia (cfr. Hech 10,38); la procesión de las rogativas, cuya
fecha la establece actualmente la Conferencia de Obispos de cada país, que son
una súplica pública de la bendición de Dios sobre los campos y sobre el trabajo
del hombre, y tienen también un carácter penitencial; la procesión al cementerio
el 2 de Noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos;
- otras son
necesarias para el desarrollo de algunas acciones litúrgicas, como: las
procesiones con ocasión de las estaciones cuaresmales, en las que la comunidad
cultual se dirige desde el lugar establecido para la collecta a la iglesia de la
statio; la procesión para recibir en la iglesia parroquial el crisma y los
santos óleos, bendecidos el Jueves Santo en la Misa crismal; la procesión para
la adoración de la Cruz en la celebración litúrgica del Viernes Santo; la
procesión de las Vísperas bautismales en el día de Pascua, durante la cual
"mientras se cantan los salmos se va a la fuente bautismal"; las "procesiones"
que en la celebración de la Eucaristía acompañan algunos momentos, como la
entrada del celebrante y los ministros, la proclamación del Evangelio, la
presentación de ofrendas, la comunión del Cuerpo y Sangre del Señor; la
procesión para llevar el Viático a los enfermos, en aquellos lugares en que
todavía está en vigor la costumbre; el cortejo fúnebre, que acompaña el cuerpo
del difunto de la casa a la Iglesia y de esta al cementerio; la procesión con
ocasión del traslado de reliquias.
246. La piedad popular, sobre todo a
partir de la Edad Media, ha dado amplio espacio a las procesiones votivas, que
en la época barroca han alcanzado su apogeo: para honrar a los Santos patronos
de una ciudad o corporación se llevan procesionalmente las reliquias, o una
estatua o efigie, por las calles de la ciudad.
En sus formas genuinas,
las procesiones son manifestaciones de la fe del pueblo, que tienen con
frecuencia connotaciones culturales capaces de despertar el sentimiento
religioso de los fieles. Pero desde el punto de vista de la fe cristiana, las
"procesiones votivas de los Santos", como otros ejercicios de piedad, están
expuestas a algunos riesgos y peligros: que prevalezcan las devociones sobre los
sacramentos, que quedan relegados a un segundo lugar, y de las manifestaciones
exteriores sobre las disposiciones interiores; el considerar las procesiones
como el momento culminante de la fiesta; que se configure el cristianismo, a los
ojos de los fieles que carecen de una instrucción adecuada, como una "religión
de Santos"; la degeneración de la misma procesión que, de testimonio de fe acaba
convirtiéndose en mero espectáculo o en un acto folclórico.
247. Para que
la procesión conserve su carácter genuino de manifestación de fe, es necesario
que los fieles sean instruidos en su naturaleza, desde un punto de vista
teológico, litúrgico y antropológico.
Desde el punto de vista teológico
se deberá destacar que la procesión es un signo de la condición de la Iglesia,
pueblo de Dios en camino que, con Cristo y detrás de Cristo, consciente de no
tener en este mundo una morada permanente (cfr. Heb 13,14), marcha por los
caminos de la ciudad terrena hacia la Jerusalén celestial; es también signo del
testimonio de fe que la comunidad cristiana debe dar de su Señor, en medio de la
sociedad civil; es signo, finalmente, de la tarea misionera de la Iglesia, que
desde los comienzos, según el mandato del Señor (cfr. Mt 28,19-20), está en
marcha para anunciar por las calles del mundo el Evangelio de la salvación.
Desde el punto de vista
litúrgico se deberán orientar las procesiones,
incluso aquellas de carácter más popular, hacia la celebración de la Liturgia:
presentando el recorrido de iglesia a iglesia como camino de la comunidad que
vive en el mundo hacia la comunidad que habita en el cielo; procurando que se
desarrollen con presidencia eclesiástica, para evitar manifestaciones
irrespetuosas o degeneradas; estableciendo un momento inicial de oración, en el
cual no falte la proclamación de la Palabra de Dios; valorando el canto,
preferiblemente de salmos y las aportaciones de instrumentos musicales;
sugiriendo llevar en las manos, durante el recorrido, cirios o lámparas
encendidas; disponiendo las estaciones, que, al alternarse con los momentos de
marcha, dan la imagen del camino de la vida; concluyendo la procesión con una
oración doxológica a Dios, fuente de toda santidad, y con la bendición impartida
por el Obispo, presbítero o diácono.
Finalmente, desde un punto de vista
antropológico se deberá poner de manifiesto el significado de la procesión como
"camino recorrido juntos": participando en el mismo clima de oración, unidos en
el canto, dirigidos a la única meta, los fieles se sienten solidarios unos con
otros, determinados a concretar en el camino de la vida los compromisos
cristianos madurados en el recorrido procesional.
Capítulo VII
LOS SUFRAGIOS
POR LOS DIFUNTOS
La fe en la resurrección de los
muertos
248. "El máximo enigma de la vida humana es la muerte". Sin
embargo, la fe en Cristo convierte este enigma en certeza de vida sin fin. Él
proclamó que había sido enviado por el Padre "para que todo el que crea en Él no
muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16) y también: "Esta es la voluntad
de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna; yo le
resucitaré en el último día" (Jn 6,40). Por eso, en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano la Iglesia profesa su fe en la vida eterna: "Espero
la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".
Apoyándose en
la Palabra de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente que "del mismo modo que
Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para
siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con
Cristo resucitado".
249. La fe en la resurrección de los muertos,
elemento esencial de la revelación cristiana, implica una visión particular del
hecho ineludible y misterioso que es la muerte.
La muerte es el final de
la etapa terrena de la vida, pero "no de nuestro ser", pues el alma es inmortal.
"Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos,
envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la
muerte como terminación normal de la vida"; desde el punto de vista de la fe, la
muerte es también "el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de
gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según
el designio divino y para decidir su último destino".
Si por una parte la
muerte corporal es algo natural, por otra parte se presenta como "castigo del
pecado" (Rom 6,23). El Magisterio de la Iglesia, interpretando auténticamente
las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cfr. Gn 2,17; 3,3; 3,19; Sab 1,13; Rom
5,12; 6,23), "enseña que la muerte ha entrado en el mundo a causa del pecado del
hombre".
También Jesús, Hijo de Dios, "nacido de mujer, nacido bajo la
Ley" (Gal 4,4) ha padecido la muerte, propia de la condición humana; y, a pesar
de su angustia ante la misma (cfr. Mc 14,33-34; Heb 5,7-8), "la asumió en un
acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de
Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición".
La muerte es el
paso a la plenitud de la vida verdadera, por lo que la Iglesia, invirtiendo la
lógica y las expectativas de este mundo, llama dies natalis al día de la muerte
del cristiano, día de su nacimiento para el cielo, donde "no habrá más muerte,
ni luto, ni llanto, ni preocupaciones, porque las cosas de antes han pasado" (Ap
21,4); es la prolongación, en un modo nuevo, del acontecimiento de la vida,
porque como dice la Liturgia: "la vida de los que en ti creemos, Señor, no
termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una
mansión eterna en el cielo".
Finalmente, la muerte del cristiano es un
acontecimiento de gracia, que tiene en Cristo y por Cristo un valor y un
significado positivo. Se apoya en la enseñanza de las Escrituras: "Para mí vivir
es Cristo, y una ganancia el morir" (Fil 1,21); "Es doctrina segura: si morimos
con Él, viviremos con Él" (2 Tim 2,11).
250. Según la fe de la Iglesia el
"morir con Cristo" comienza ya en el Bautismo: allí el discípulo del Señor ya
está sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si muere
en la gracia de Dios, al muerte física ratifica este "morir con Cristo" y lo
lleva a la consumación, incorporándole plenamente y para siempre en Cristo
Redentor.
La Iglesia, por otra parte, en su oración de sufragio por las
almas de los difuntos, implora la vida eterna no sólo para los discípulos de
Cristo muertos en su paz, sino también para todos los difuntos, cuya fe sólo
Dios ha conocido.
Sentido de los sufragios
251. En la muerte, el
justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle partícipe de la vida
divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes
no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. "La
Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es
completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de
Florencia y de Trento".
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer
sufragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios
para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego
de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los
sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así,
"la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo
perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo,
y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios
por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos
para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)". Estos sufragios son, en
primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras
expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e
indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos.
Las
exequias cristianas
252. En la Liturgia romana, como en otras liturgias
latinas y orientales, son frecuentes y variados los sufragios por los difuntos.
Las exequias
cristianas comprenden, según las tradiciones, tres momentos,
aunque con frecuencia y debido a las condiciones de vida profundamente
cambiadas, propias de las grandes áreas urbanas, se reducen a dos o a uno solo:
- La vigilia de
oración en casa del difunto, según las circunstancias, o en
otro lugar adecuado, donde parientes y amigos, fieles, se reúnen para elevar a
Dios una oración de sufragio, escuchar las "palabras de vida eterna" y a la luz
de éstas, superar las perspectivas de este mundo y dirigir el espíritu a las
auténticas perspectivas de la fe en Cristo resucitado; para confortar a los
familiares del difunto; para mostrar la solidaridad cristiana según las palabras
del Apóstol: "llorad con lo que lloran" (Rom 12,15).
- La celebración de
la Eucaristía, que es absolutamente aconsejable, cuando sea posible. En ella, la
comunidad eclesial escucha "la Palabra de Dios, que proclama el misterio
pascual, alienta la esperanza de encontrarnos también un día en el reino de
Dios, reaviva la piedad con los difuntos y exhorta a un testimonio de vida
verdaderamente cristiano", y el que preside comenta la Palabra proclamada,
conforme a las características de la homilía, "evitando la forma y el estilo del
elogio fúnebre". En la Eucaristía "La Iglesia expresa entonces su comunión
eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio
de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus
pecados y de sus consecuencias, y que sea admitido a la plenitud pascual de la
mesa del Reino". Una lectura profunda de la Misa de exequias, permite captar
cómo la Liturgia ha hecho de la Eucaristía, el banquete escatológico, el
verdadero refrigerium cristiano por el difunto.
- El rito de la
despedida, el cortejo fúnebre y la sepultura: la despedida es el adiós (ad Deum)
al difunto, "recomendación a Dios" por parte de la Iglesia, el "último saludo
dirigido por la comunidad cristiana a un miembro suyo antes de que su cuerpo sea
llevado a la sepultura". En el cortejo fúnebre, la madre Iglesia, que ha llevado
sacramentalmente en su seno al cristiano durante peregrinación terrena, acompaña
el cuerpo del difunto al lugar de su descanso, en espera del día de la
resurrección (cfr. 1 Cor 15,42-44).
253. Cada uno de estos momentos de
las exequias cristianas se debe realizar con dignidad y sentido religioso. Así,
es preciso que: el cuerpo del difunto, que ha sido templo del Espíritu Santo,
sea tratado con gran respeto; que la ornamentación fúnebre sea decorosa, ajena a
toda forma de ostentación y despilfarro; los signos litúrgicos, como la cruz, el
cirio pascual, el agua bendita y el incienso, se usen de manera apropiada.
254. Separándose del
sentido de la momificación, del embalsamamiento o de la
cremación, en las que se esconde, quizá, la idea de que la muerte significa la
destrucción total del hombre, la piedad cristiana ha asumido, como forma de
sepultura de los fieles, la inhumación. Por una parte, recuerda la tierra de la
cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2,6) y a la que ahora vuelve (cfr. Gn
3,19; Sir 17,1); por otra parte, evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo
que, caído en tierra, ha producido mucho fruto (cfr. Jn 12,24).
Sin
embargo, en nuestros días, por el cambio en las condiciones del entorno y de la
vida, está en vigor la praxis de quemar el cuerpo del difunto. Respecto a esta
cuestión, la legislación eclesiástica dispone que: "A los que hayan elegido la
cremación de su cadáver se les puede conceder el rito de las exequias
cristianas, a no ser que su elección haya estado motivada por razones contrarias
a la doctrina cristiana". Respecto a esta opción, se debe exhortar a los fieles
a no conservar en su casa las cenizas de los familiares, sino a darles la
sepultura acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la tierra a aquellos que
reposan allí y el mar restituya a sus muertos (cfr. Ap 20,13).
Otros
sufragios
255. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por los
difuntos con ocasión, no sólo de la celebración de los funerales, sino también
en los días tercero, séptimo y trigésimo, así como en el aniversario de la
muerte; la celebración de la Misa en sufragio de las almas de los propios
difuntos es el modo cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión
con cuantos han cruzado ya el umbral de la muerte. El 2 de Noviembre, además, la
Iglesia ofrece repetidamente el santo sacrificio por todos los fieles difuntos,
por los que celebra también la Liturgia de las Horas.
Cada día, tanto en
la celebración de la Eucaristía como en las Vísperas, la Iglesia no deja de
implorar al Señor con súplicas, para que dé a "los fieles que nos han precedido
con el signo de la fe... y a todos los que descansan en Cristo, el lugar del
consuelo, de la luz y de la paz".
Es importante, pues, educar a los
fieles a la luz de la celebración eucarística, en la que la Iglesia ruega para
que sean asociados a la gloria del Señor resucitado todos los fieles difuntos,
de cualquier tiempo y lugar, evitando el peligro de una visión posesiva y
particularista de la Misa por el "propio" difunto. La celebración de la Misa en
sufragio por los difuntos es además una ocasión para una catequesis sobre los
novísimos.
La memoria de los difuntos en la piedad popular
256. Al
igual que la Liturgia, la piedad popular se muestra muy atenta a la memoria de
los difuntos y es solícita en las oraciones de sufragio por ellos.
En la
"memoria de los difuntos", la cuestión de la relación entre Liturgia y piedad
popular se debe afrontar con mucha prudencia y tacto pastoral, tanto en lo
referente a cuestiones doctrinales como en la armonización de las acciones
litúrgicas y los ejercicios de piedad.
257. Es necesario, ante todo, que
la piedad popular sea educada por los principios de la fe cristiana, como el
sentido pascual de la muerte de los que, mediante el Bautismo, se han
incorporado al misterio de la muerte y resurrección de Cristo (cfr. Rom 6,3-10);
la inmortalidad del alma (cfr. Lc 23,43); la comunión de los santos, por la que
"la unión... con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna
manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se
fortalece con la comunicación de los bienes espirituales": "nuestra oración por
ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en
nuestro favor"; la resurrección de la carne; la manifestación gloriosa de
Cristo, "que vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos"; la retribución
conforme a las obras de cada uno; la vida eterna.
En los usos y
tradiciones de algunos pueblos, respecto al "culto de los muertos", aparecen
elementos profundamente arraigados en la cultura y en unas determinadas
concepciones antropológicas, con frecuencia determinadas por el deseo de
prolongar los vínculos familiares, y por así decir, sociales, con los difuntos.
Al examinar y valorar estos usos se deberá actuar con cuidado, evitando, cuando
no estén en abierta oposición al Evangelio, interpretarlos apresuradamente como
restos del paganismo.
258. Por lo que se refiere a los aspectos
doctrinales, hay que evitar:
- el peligro de que permanezcan, en la
piedad popular para con los difuntos, elementos o aspectos inaceptables del
culto pagano a los antepasados;
- la invocación de los muertos para
prácticas adivinatorias;
- la atribución a sueños, que tienen por objeto
a personas difuntas, supuestos significados o consecuencias, cuyo temor
condiciona el actuar de los fieles;
- el riesgo de que se insinúen formas
de creencia en la reencarnación;
. el peligro de negar la inmortalidad
del alma y de separar el acontecimiento de la muerte de la perspectiva de la
resurrección, de tal manera que la religión cristiana apareciera como una
religión de muertos;
- la aplicación de categorías espacio temporales a
la condición de los difuntos.
259. Esta muy difundido en la sociedad
moderna, y con frecuencia tiene consecuencias negativas, el error doctrinal y
pastoral de "ocultar la muerte y sus signos".
Médicos, enfermeros,
parientes, piensan frecuentemente que es un deber ocultar al enfermo, que por el
desarrollo de la hospitalización suele morir, casi siempre, fuera de su casa, la
inminencia de la muerte.
Se ha repetido que en las grandes ciudades de
los vivos no hay sitio para los muertos: en las pequeñas habitaciones de los
edificios urbanos, no se puede habilitar un "lugar para una vigilia fúnebre"; en
las calles, debido a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos
cortejos fúnebres que dificultan la circulación; en las áreas urbanas, el
cementerio, que antes, al menos en los pueblos, estaba en torno o en las
cercanías de la Iglesia – era un verdadero campo santo y signo de la comunión
con Cristo de los vivos y los muertos – se sitúa en la periferia, cada vez más
lejano de la ciudad, para que con el crecimiento urbano no se vuelva a encontrar
dentro de la misma.
La civilización moderna rechaza la "visibilidad de la
muerte", por lo que se esfuerza en eliminar sus signos. De aquí viene el
recurso, difundido en un cierto número de países, a conservar al difunto,
mediante un proceso químico, en su aspecto natural, como si estuviera vivo
(tanatopraxis): el muerto no debe aparecer como muerto, sino mantener la
apariencia de vida.
El cristiano, para el cual el pensamiento de la
muerte debe tener un carácter familiar y sereno, no se puede unir en su fuero
interno al fenómeno de la "intolerancia respecto a los muertos", que priva a los
difuntos de todo lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la
"visibilidad de la muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están motivados
por una huida irresponsable de la realidad o por una visión materialista,
carente de esperanza, ajena a la fe en Cristo muerto y resucitado.
También el cristiano se debe
oponer con toda firmeza a las numerosas formas de
"comercio de la muerte", que aprovechando los sentimientos de los fieles,
pretenden simplemente obtener ganancias desmesuradas y vergonzosas.
260.
La piedad popular para con los difuntos se expresa de múltiples formas, según
los lugares y las tradiciones.
- la novena de los difuntos como
preparación y el octavario como prolongación de la Conmemoración del 2 de
Noviembre; ambos se deben celebrar respetando las normas litúrgicas;
- la
visita al cementerio; en algunas circunstancias se realiza de forma comunitaria,
como en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, al final de las misiones
populares, con ocasión de la toma de posesión de la parroquia por el nuevo
párroco; en otras se realiza de forma privada, como cuando los fieles se acercan
a la tumba de sus seres queridos para mantenerla limpia y adornada con luces y
flores; esta visita debe ser una muestra de la relación que existe entre el
difunto y sus allegados, no expresión de una obligación, que se teme descuidar
por una especie de temor supersticioso;
- la adhesión a cofradías y otras
asociaciones, que tienen como finalidad "enterrar a los muertos" conforme a una
visión cristiana del hecho de la muerte, ofrecer sufragios por los difuntos, ser
solidarios y ayudar a los familiares del fallecido;
- los sufragios
frecuentes, de los que ya se ha hablado, mediante limosnas y otras obras de
misericordia, ayunos, aplicación de indulgencias y sobre todo oraciones, como la
recitación del salmo De profundis, de la breve fórmula Requiem aeternam, que
suele acompañar con frecuencia al Ángelus, el santo Rosario, la bendición de la
mesa familiar.
Capítulo VIII
SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES
261. El
santuario, tanto si está dedicado a la Santísima Trinidad como a
Cristo el Señor, a la Virgen, a los Ángeles, a los Santos o a los Beatos, es
quizá el lugar donde las relaciones entre Liturgia y piedad popular son más
frecuentes y evidentes. "En los santuarios se debe proporcionar a los fieles de
manera más abundante los medios de la salvación, predicando con diligencia la
Palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica, principalmente
mediante la celebración de la Eucaristía y la penitencia, y practicando también
otras formas aprobadas de piedad popular".
En estrecha relación con el
santuario está la peregrinación, que también es una expresión muy difundida y
característica de la piedad popular.
En nuestros días, el interés por los
santuarios y la participación en las peregrinaciones, lejos de haberse
debilitado por el secularismo, gozan de amplio favor entre los fieles.
Parece conveniente, en
conformidad con los objetivos de este Documento, ofrecer
algunas indicaciones para que, en la actividad pastoral de los santuarios y en
el desarrollo de las peregrinaciones, se establezca y favorezca una relación
correcta entre acciones litúrgicas y ejercicios de piedad.
El
Santuario
Algunos principios
262. Según la revelación cristiana,
el santuario supremo y definitivo es Cristo resucitado (cfr. Jn 2,18-21; Ap
21,22), en torno al cual se congrega y organiza la comunidad de los discípulos,
que a su vez es la nueva casa del Señor (cfr. 1 Pe 2,5; Ef 2,19-22).
Desde un punto de vista
teológico, el santuario, que no pocas veces ha surgido
de un movimiento de piedad popular, es un signo de la presencia activa,
salvífica, del Señor en la historia y un refugio donde el pueblo de Dios,
peregrino por los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr. Heb 13,14),
restaura sus fuerzas para continuar la marcha.
263. El santuario, como
las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es imagen de la "morada de Dios con
los hombres" (Ap 21,3) y remite al "misterio del Templo" que se ha realizado en
el cuerpo de Cristo (Cfr. Jn 1,14; 2,21), en la comunidad eclesial (cfr. 1 Pe
2,5) y en cada uno de los fieles (cfr. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16).
A los ojos de los fieles los
santuarios son:
- por su origen, quizá,
recuerdo de un acontecimiento considerado milagroso, que ha determinado la
aparición de manifestaciones de devoción duradera, o de testimonio de la piedad
y el agradecimiento de un pueblo por los beneficios recibidos;
- por los
frecuentes signos de misericordia que suceden en ellos, lugares privilegiados de
la asistencia divina y de la intercesión de la Virgen María, de los Santos o de
los Beatos;
- por la situación, con frecuencia aislada y elevada, y por
la belleza, ya sea austera, ya exuberante de los lugares en los que se
encuentran, signo de la armonía del cosmos y reflejo de la belleza divina;
- por la predicación que
allí resuena, llamada eficaz a la conversión,
invitación a vivir en la caridad y aumentar las obras de misericordia,
exhortación a llevar una vida caracterizada por el seguimiento de Cristo;
- por la vida sacramental
que allí se desarrolla, lugar de fortalecimiento
de la fe, crecimiento de gracia, refugio y esperanza en la aflicción;
-
por el aspecto del mensaje evangélico que expresan, una interpretación especial
y casi una prolongación de la Palabra;
- por su orientación escatológica,
una invitación a cultivar el sentido de la trascendencia y a dirigir los pasos,
a través de los caminos de la vida temporal, hacia el santuario del cielo (cfr.
Heb 9,11; Ap 21,3).
"Siempre y en todo lugar, los santuarios cristianos
han sido, o han querido ser, signos de Dios, de su irrupción en la historia.
Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación y de la
Redención".
Reconocimiento canónico
264. "Con el nombre de
santuario se designa una iglesia u otro lugar sagrado al que, por un motivo
peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles, con aprobación del
Ordinario del lugar".
La condición previa para que un lugar sagrado sea
reconocido canónicamente como santuario diocesano, nacional o internacional, es
la aprobación del Obispo diocesano, de la Conferencia de Obispos, o de la Santa
Sede, respectivamente. La aprobación canónica constituye un reconocimiento
oficial del lugar sagrado y de su finalidad específica, que es la de acoger las
peregrinaciones del pueblo de Dios que acude para adorar al Padre, profesar la
fe, reconciliarse con Dios, con la Iglesia y con los hermanos, e implorar la
intercesión de la Madre del Señor o de un Santo.
Sin embargo, no se debe
olvidar que otros muchos lugares de culto, con frecuencia humildes –pequeñas
iglesias en la ciudad o en el campo – desarrollan en su entorno local, aunque
sin reconocimiento canónico, una función semejante a la de los santuarios.
También forman parte de la "geografía de la fe" y de la piedad del pueblo de
Dios, de una comunidad que habita en un determinado lugar y que, en la fe, está
en camino hacia la Jerusalén celestial (cfr. Ap 21).
El santuario como
lugar de celebraciones cultuales
265. El santuario tiene una función
cultual de primer orden. Los fieles se acercan, sobre todo, para participar en
las celebraciones litúrgicas y en los ejercicios de piedad que tiene lugar allí.
Esta reconocida función cultual del santuario, no debe oscurecer en el ánimo de
los fieles la enseñanza evangélica de que el lugar no es algo determinante para
el auténtico culto al Señor (cfr. Jn 4,20-24).
Valor ejemplar
266.
Los responsables de los santuarios deben procurar que la Liturgia que en ellos
se realiza, resulte un ejemplo por la calidad de las celebraciones: "Entre las
funciones reconocidas a los santuarios, también por el Código de derecho
canónico, está el desarrollo de la Liturgia. Esto no se debe entender como un
aumento del número de las celebraciones, sino como una mejora de su calidad. Los
rectores de los santuarios son conscientes de su responsabilidad para alcanzar
este objetivo. Comprenden que los fieles, que llegan al santuario de los más
diversos lugares, deben regresar confortados en el espíritu y edificados por las
celebraciones que tienen lugar allí: por su capacidad de comunicar el mensaje de
salvación, por la noble sencillez de las expresiones rituales, por el fiel
cumplimiento de las normas litúrgicas. Saben, también, que los efectos de una
acción litúrgica ejemplar no se agotan en la celebración realizada en el
santuario: los sacerdotes y los fieles peregrinos tienden a llevar a sus lugares
de origen las experiencias cultuales válidas que han vivido en el santuario".
La celebración de la
Penitencia
267. Para muchos fieles, la visita a
un santuario es una ocasión propicia, con frecuencia procurada, para acercarse
al sacramento de la Penitencia. Por lo tanto, es preciso que se preste atención
a los diversos elementos que contribuyen a la celebración del sacramento:
- El lugar de la
celebración: además de los confesionarios tradicionales
dispuestos en la iglesia, en los santuarios muy frecuentados sería deseable que
hubiera un lugar reservado para la celebración de la Penitencia, que se pueda
emplear también para momentos de preparación comunitaria y celebraciones
penitenciales, y que, dentro del respeto a las normas canónicas y a la reserva
que exige la confesión, ofrezca al penitente la facilidad para dialogar con el
confesor.
- La preparación al sacramento: en no pocos casos, los fieles
necesitan ayuda para realizar los actos que son parte del sacramento, sobre todo
para orientar el corazón a Dios, con una sincera conversión, "puesto que de ella
depende la verdadera penitencia". Se deben organizar encuentros de preparación,
tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los que, mediante la escucha y
la meditación de la Palabra de Dios, se ayude a los fieles a celebrar con fruto
el sacramento; o al menos se deben poner a disposición de los fieles subsidios
adecuados, que les guíen no sólo en la preparación de la confesión de los
pecados, sino para que alcancen un sincero arrepentimiento.
- La elección
de la forma ritual, que lleve a los fieles a descubrir la naturaleza eclesial de
la Penitencia; en este sentido, la celebración del Rito para la reconciliación
de varios penitentes con confesión y absolución individual (forma segunda),
debidamente organizada y preparada, no debería ser algo excepcional, sino
habitual, previsto sobre todo en algunos momentos del Año litúrgico. Realmente
"la celebración comunitaria manifiesta más claramente la naturaleza eclesial de
la penitencia". La reconciliación sin confesión individual íntegra y con
absolución general es una forma totalmente excepcional y extraordinaria, que no
se puede alternar con las otras dos formas ordinarias y no se justifica por la
sola razón de una gran afluencia de fieles, como sucede en las fiestas y
peregrinaciones.
La celebración de la Eucaristía
268. "La
celebración de la Eucaristía es la culminación y como el cauce de toda la acción
pastoral de los santuarios"; es preciso, por tanto, prestarle la máxima
atención, para que resulte ejemplar en su desarrollo ritual y conduzca a los
fieles a un encuentro profundo con Cristo.
A menudo sucede que varios
grupos quieren celebrar la Eucaristía al mismo tiempo, pero por separado. Esto
no es coherente con la dimensión eclesial del misterio eucarístico, desde el
momento en que esa manera de celebrar la Eucaristía, en lugar de ser un momento
de unidad y de fraternidad, se convertiría en expresión de un particularismo que
no refleja el sentido de comunión y de universalidad de la Iglesia.
Una
sencilla reflexión sobre la naturaleza de la Eucaristía, "sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad", debería convencer a los sacerdotes que
guían las peregrinaciones a favorecer la reunión de varios grupos en una misma
concelebración, debidamente organizada y que tuviera en cuenta – si fuera
necesario – la diversidad de las lenguas; en ocasión de reuniones de fieles de
distintas naciones es conveniente que se interpreten cantos en lengua latina y
con las melodías más fáciles, al menos en las partes del Ordinario de la Misa,
especialmente el símbolo de la fe y la oración del Señor. Tal celebración
ofrecería una imagen genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía,
y constituiría para los peregrinos una ocasión de acogida recíproca y de
enriquecimiento mutuo.
La celebración de la Unción de los enfermos
269. El Ordo unctionis
infirmorum eorumque pastoralis curae prevé la
celebración comunitaria del sacramento de la Unción en los santuarios, sobre
todo con ocasión de peregrinaciones de enfermos. Esto está en perfecta armonía
con la naturaleza del sacramento y con la función del santuario: es justo que
donde se implora la misericordia del Señor de una manera más intensa, la acción
maternal de la Iglesia se haga más solícita a favor de sus hijos que, por
enfermedad o vejez, comienzan a encontrarse en peligro.
El rito se
realizará según las indicaciones del Ordo, por lo que "si hay varios sacerdotes,
cada uno impone las manos y administra la unción con la fórmula correspondiente
a cada uno de los enfermos de un grupo; en cambio las oraciones las recita el
celebrante principal".
La celebración de otros sacramentos
270. En
los santuarios, además de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción comunitaria
de los enfermos, se celebran, también, con más o menos frecuencia, otros
sacramentos. Esto exige que los responsables del santuario, además del
cumplimiento de las disposiciones que haya emanado el Obispo diocesano:
-
procuren un entendimiento sincero y una colaboración fructuosa entre el
santuario y la comunidad parroquial;
- consideren con atención la
naturaleza de cada sacramento; por ejemplo: los sacramentos de la iniciación
cristiana, que requieren una larga preparación e insertan al bautizado en la
comunidad eclesial, deberían celebrarse, por norma general, en la parroquia;
- asegúrense de que
todas las celebraciones de un sacramento hayan estado
precedidas de una adecuada preparación; los responsables de un santuario no
deben celebrar el sacramento del matrimonio si no consta el permiso concedido
por el Ordinario o por el párroco;
- valoren serenamente las situaciones,
múltiples e imprevisibles, para las que no es posible establecer a priori normas
rígidas.
La celebración de la Liturgia de las Horas
271. La visita
a un santuario, tiempo y lugar favorable para la oración personal y comunitaria,
constituye una ocasión privilegiada para ayudar a los fieles a apreciar la
belleza de la Liturgia de las Horas y para asociarse a la alabanza cotidiana
que, en el curso de su peregrinación terrena, la Iglesia eleva al Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo.
Así pues, los rectores de los santuarios
deben introducir en las actividades preparadas para los peregrinos, según la
oportunidad, celebraciones dignas y festivas de la Liturgia de las Horas,
especialmente de Laudes y Vísperas, proponiendo también la celebración, parcial
o completa, de un Oficio votivo que tenga relación con el santuario.
A lo
largo de la peregrinación y conforme se van acercando a la meta, los sacerdotes
que acompañan a los fieles no dejen de proponerles, al menos, la oración de
alguna Hora del Oficio Divino.
La celebración de los sacramentales
272. Desde la
antigüedad, la Iglesia ha tenido la costumbre de bendecir
personas, lugares, alimentos, objetos. En nuestros días, sin embargo, la
práctica de la bendición, motivada por usos antiguos y concepciones
profundamente arraigadas en algunos fieles, presenta algunos puntos delicados.
Con todo, continúa siendo una cuestión pastoral bastante presente en los
santuarios, donde los fieles, que acuden para implorar la gracia y la ayuda del
Señor, la intercesión de la Madre de la misericordia o de los Santos, suelen
pedir a los sacerdotes las más diversas bendiciones. Para un desarrollo correcto
de la pastoral de las bendiciones, los rectores de los santuarios deberán:
- proceder con paciencia
en la aplicación gradual de los principios
establecidos por el Rituale Romanum, los cuales buscan fundamentalmente que la
bendición sea una expresión genuina de fe en Dios, dador de todo bien;
-
subrayar de manera adecuada – en cuanto sea posible – los dos momentos que
configuran la "estructura típica" de toda bendición: la proclamación de la
Palabra de Dios, que da sentido al signo sagrado, y la oración mediante la cual
la Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios, como recuerda el mismo signo
de la cruz que traza el ministro ordenado;
- preferir la celebración
comunitaria a la individual o privada y comprometer a los fieles para que
participen de manera plena y consciente.
273. Es deseable que los
rectores de los santuarios establezcan a lo largo del día, en los periodos de
mayor afluencia de peregrinos, momentos especiales para celebrar las
bendiciones; en ellos, mediante una acción ritual caracterizada por la verdad y
la dignidad, los fieles comprenderán el sentido genuino de la bendición y el
compromiso de observar los mandamientos de Dios, que comporta la "petición de
una bendición".
El santuario como lugar de evangelización
274.
Innumerables centros de comunicación social divulgan todos los días noticias y
mensajes de todo tipo; el santuario, en cambio, es el lugar en el que
continuamente se proclama un mensaje de vida: el "Evangelio de Dios" (Mc 1,14;
Rom 1,1) o "Evangelio de Jesucristo" (Mc 1,1), esto es, la buena noticia que
proviene de Dios y que tiene por contenido a Cristo Jesús: Él es el Salvador de
todos los pueblos, en cuya muerte y resurrección se han reconciliado para
siempre el cielo y la tierra.
Al fiel que se acerca al santuario se le
deben proponer, directa o indirectamente, los elementos fundamentales del
mensaje evangélico: el sermón de la montaña, el anuncio gozoso de la bondad y
paternidad de Dios así como de su amorosa providencia, el mandamiento del amor,
el significado salvador de la cruz, el destino trascendente de la vida humana.
Muchos santuarios son,
efectivamente, lugares de difusión del Evangelio: en
las formas más variadas, el mensaje de Cristo se trasmite a los fieles como
llamada a la conversión, invitación al seguimiento, exhortación a la
perseverancia, recuerdo de las exigencias de la justicia, palabra de consuelo y
de paz.
No se puede olvidar la cooperación que muchos santuarios prestan
a la labor evangelizadora de la Iglesia, al sostener de diversos modos las
misiones "ad gentes".
El santuario como lugar de la caridad
275.
La misión ejemplar del santuario se extiende también al ejercicio de la caridad.
Todo santuario, en cuanto celebra la presencia misericordiosa del Señor, la
ejemplaridad y la intercesión de la Virgen y los Santos, "es por sí mismo un
hogar que irradia la luz y el calor de la caridad". En su acepción más común y
en el lenguaje de los sencillos "la caridad es el amor expresado en el nombre de
Dios". Esta encuentra sus manifestaciones concretas en el acoger y en la
misericordia, en la solidaridad y en el compartir, en la ayuda y en el don.
Gracias a la generosidad
de los fieles y al celo de los responsables, muchos
santuarios son lugares de mediación entre el amor a Dios y la caridad fraterna,
por una parte, y las necesidades del hombre, por otra. En ellos fructifica la
caridad de Cristo y parece que se prolongan la solicitud maternal de la Virgen y
la cercanía solidaria de los Santos, que se expresan, por ejemplo:
- en
la creación y mantenimiento de centros de asistencia social, como hospitales,
centros de enseñanza para niños sin recursos y residencias para personas
ancianas;
- "en la acogida y hospitalidad para con los peregrinos, sobre
todo los más pobres, a quienes se ofrecen, en la medida de lo posible, lugares y
condiciones para un momento de descanso
- en la solicitud y cuidado de
los peregrinos ancianos, enfermos, minusválidos, a los que se reservan las
atenciones más delicadas, los mejores sitios en los santuarios; para ellos se
organizan, en el horario más adecuado, celebraciones que, sin separarles de los
otros fieles, tengan en cuenta sus circunstancias especiales; para ellos se
establece una cooperación con asociaciones que se ocupen generosamente de sus
desplazamientos;
- en la disponibilidad y en el servicio ofrecido a todos
los que se acercan al santuario: fieles cultos e incultos, pobres y ricos,
con-nacionales o extranjeros".
El santuario como lugar de cultura
276. Con frecuencia el
santuario es ya, en sí mismo, un "bien cultural": en él
se dan cita y se presentan, como resumidas en una síntesis, numerosas
manifestaciones de la cultura de las poblaciones vecinas: testimonios históricos
y artísticos, formas de expresión lingüística y literaria, expresiones musicales
típicas.
Desde este punto de vista, el santuario resulta con frecuencia
un punto de referencia válido para definir la identidad cultural de un pueblo. Y
en cuanto que en el santuario se da una síntesis armoniosa entre naturaleza y
gracia, piedad y arte, se puede proponer como expresión de la Vía pulchritudinis
para contemplar la belleza de Dios, del misterio de la Tota pulchra, de las
admirables experiencias de los Santos.
Además, cada vez se tiende más a
hacer del santuario un "centro de cultura" específico, un lugar en el que se
organizan cursos de estudio y conferencias, donde se acometen interesantes
iniciativas editoriales y se promueven representaciones sagradas, conciertos,
exposiciones y otras manifestaciones artísticas y literarias.
La
actividad cultural del santuario se configura como una iniciativa en el ámbito
de la promoción humana; esta función se añade útilmente a la función primordial,
de lugar para el culto divino, para la evangelización, para el ejercicio de la
caridad. En este sentido, los responsables de los santuarios deben procurar que
la dimensión cultural no adquiera una importancia mayor que la cultual.
El santuario como lugar de
compromiso ecuménico
277. El santuario, en
cuanto lugar de anuncio de la Palabra, de invitación a la conversión, de
intercesión, de intensa vida litúrgica, de ejercicio de la caridad es un "bien
espiritual" que se puede compartir, en una cierta medida y conforme a las
indicaciones del Directorio ecuménico, con los hermanos y hermanas que no están
en plena comunión con la Iglesia católica.
En consecuencia, el santuario
debe ser un lugar de compromiso ecuménico, sensible a la necesidad grave y
urgente de la unidad de todos los creyentes en Cristo, único Señor y Salvador.
Por lo tanto, los
rectores de los santuarios deben ayudar a los peregrinos a
tomar conciencia del "ecumenismo espiritual" del que hablan el decreto conciliar
Unitatis redintegratio y el Directorio ecuménico, según el cual los cristianos
deben siempre tener presente la intención de la unidad en las oraciones, en la
celebración eucarística, en la vida diaria. Así, en los santuarios se debería
intensificar la oración con esta intención en algunos tiempos particulares, como
la semana de oración por la unidad de los cristianos, en los días entre la
Ascensión del Señor y Pentecostés, en los cuales se recuerda a la comunidad de
Jerusalén reunida en la oración y en espera de la venida del Espíritu Santo, que
la confirmará en la unidad y en su misión universal.
Además, los rectores
de los santuarios promuevan, cuando haya oportunidad, encuentros de oración
entre cristianos de las diversas confesiones; en estos encuentros, preparados
con atención y colaboración, deberá primar la Palabra de Dios y se deberán
valorar las formas de oración características de las diversas confesiones
cristianas.
Según las circunstancias, será quizá oportuno extender, en
casos excepcionales, la atención a los miembros de otras religiones: existen, de
hecho, santuarios frecuentados por los no cristianos, que acuden allí atraídos
por los valores propios del cristianismo. Todos los actos de culto que se
realizan en los santuarios deben ser claramente conformes con la identidad
católica, sin ocultar jamás lo que pertenece a la fe de la Iglesia.
278.
El compromiso ecuménico adquiere aspectos particulares cuando se trata de
santuarios dedicados a la Virgen María. En el plano sobrenatural, santa María,
que ha dado a luz al Salvador de todos los pueblos y que ha sido su primera y
perfecta discípula, tiene una misión de concordia y de unidad respecto a los
discípulos de su Hijo, por lo que la Iglesia la saluda con el título de Mater
unitatis; en el plano histórico, en cambio, la figura de María, debido a las
diversas interpretaciones sobre su papel en la historia de la salvación, ha sido
con frecuencia motivo de divergencia y división entre los cristianos. Hay que
reconocer, con todo, que en el aspecto mariano, el diálogo ecuménico actualmente
está dando sus frutos.
La peregrinación
279. La
peregrinación, experiencia religiosa universal, es una expresión característica
de la piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de cuya vida
constituye un elemento indispensable: el peregrino necesita un santuario y el
santuario requiere peregrinos.
Peregrinaciones bíblicas
280. En la
Biblia destacan, por su simbolismo religioso, las peregrinaciones de los
patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, a Siquem (cfr. Gn 12,6-7; 33,18-20), Betel
(cfr. Gn 28,10-22; 35,1-15) y Mambré (Gn 13,18; 18,1-15), donde Dios se les
manifestó y se comprometió a darles la "tierra prometida".
Para las
tribus salidas de Egipto, el Sinaí, monte de la teofanía a Moisés (cfr. Ex
19-20), se convierte en un lugar sagrado y todo el camino del desierto del Sinaí
tuvo para ellos el sentido de un largo viaje hacia la tierra santa de la
promesa: viaje bendecido por Dios, que, en el Arca (cfr. Num 10,33-36) y en el
Tabernáculo (cfr. 2 Sam 7,6), símbolos de su presencia, camina con su pueblo, lo
guía y la protege por medio de la Nube (cfr. Num 9,15-23).
Jerusalén,
convertida en sede del Templo y del Arca, pasó a ser la ciudad-santuario de los
Hebreos, la meta por excelencia del deseado "viaje santo" (Sal 84,6), en el que
el peregrino avanza "entre cantos de alegría, en el bullicio de la fiesta" (Sal
42,5) hasta "la casa de Dios" para comparecer ante su presencia (cfr. Sal
84,6-8).
Tres veces al año, los varones israelitas debían "presentarse
ante el Señor" (cfr. Ex 23,17), es decir, dirigirse al Templo de Jerusalén: esto
daba lugar a tres peregrinaciones con ocasión de las fiestas de los Ácimos (la
Pascua), de las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos; y toda familia
israelita piadosa acudía, como hacía la familia de Jesús (cfr. Lc 2,41), a la
ciudad santa para la celebración anual de la Pascua. Durante su vida pública,
también Jesús se dirigía habitualmente a Jerusalén como peregrino (cfr. Jn
11,55-56); por otra parte se sabe que el evangelista san Lucas presenta la
acción salvífica de Jesús como una misteriosa peregrinación (cfr. Lc
9,51-19,45), cuya meta es Jerusalén, la ciudad mesiánica, el lugar del
sacrificio pascual y de su retorno al Padre: "He salido del Padre y he venido al
mundo; ahora dejo de nuevo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).
Precisamente durante una reunión de
peregrinos en Jerusalén, de "judíos
observantes de toda nación que hay bajo el cielo" (Hech 2,5) para celebrar
Pentecostés, la Iglesia comienza su camino misionero.
La peregrinación
cristiana
281. Desde que Jesús ha dado cumplimiento en sí mismo al
misterio del Templo (cfr. Jn 2,22-23) y ha pasado de este mundo al Padre (cfr.
Jn 13,1), realizando en su persona el éxodo definitivo, para sus discípulos ya
no existe ninguna peregrinación obligatoria: toda su vida es un camino hacia el
santuario celeste y la misma Iglesia dice de sí que es "peregrina en este
mundo".
Sin embargo la Iglesia, dada la conformidad que existe entre la
doctrina de Cristo y los valores espirituales de la peregrinación, no sólo ha
considerado legítima esta forma de piedad, sino que la ha alentado a lo largo de
la historia.
282. En los tres primeros siglos la peregrinación, salvo
alguna excepción, no forma parte de las expresiones cultuales del cristianismo:
la Iglesia temía la contaminación de prácticas religiosas del judaísmo y del
paganismo, en los cuales la práctica de la peregrinación estaba muy arraigada.
No obstante, en estos
siglos se ponen los cimientos para una recuperación,
con características cristianas, de la práctica de la peregrinación: el culto a
los mártires, en las tumbas, a las que acuden los fieles para venerar los restos
mortales de estos testigos insignes de Cristo, determinará, progresiva y
consecuentemente, el paso de la "visita devota" a la "peregrinación votiva".
283. Después de la paz
constantiniana, tras la identificación de los lugares
y el hallazgo de las reliquias de la Pasión del Señor, la peregrinación
cristiana vive un momento de esplendor: es sobre todo la visita a Palestina,
que, por sus "lugares santos", se convierte, comenzando por Jerusalén, en la
Tierra santa. De esto dan testimonio las narraciones de peregrinos famosos, como
el Itinerarium Burdigalense y el Itinerarium Egeriae, ambos del siglo IV.
Se construyen basílicas
sobre los "lugares santos", como la Anástasis,
edificada sobre el Santo Sepulcro, y el Martyrium sobre el Monte Calvario, que
ejercen una gran atracción sobre los peregrinos. También los lugares de la
infancia del Salvador y de su vida pública se convierten en meta de
peregrinaciones, que se extienden también a los lugares sagrados del Antiguo
Testamento, como el Monte Sinaí.
284. La Edad Media es la época dorada de
las peregrinaciones; además de su función fundamentalmente religiosa, han tenido
una función extraordinaria en la formación de la cristiandad occidental, en la
unión de los diversos pueblos, en el intercambio de valores entre las diversas
culturas europeas.
Los centros de peregrinación son numerosos. Ante todo,
Jerusalén, que, a pesar de la ocupación islámica, continúa siendo un punto
importante de atracción espiritual, así como el origen del fenómeno de las
cruzadas, cuyo motivo fue precisamente permitir a los fieles visitar el sepulcro
de Cristo. Asimismo las reliquias de la pasión del Señor, como la túnica, el
rostro santo, la escala santa, la sábana santa atraen a innumerables fieles y
peregrinos. A Roma acuden los "romeros" para venerar las memorias de los
apóstoles Pedro y Pablo (ad limina Apostolorum), para visitar las catacumbas y
las basílicas, y como reconocimiento del ministerio del Sucesor de Pedro a favor
de la Iglesia universal (ad Petri sedem). Fue también muy frecuentado durante
los siglos IX a XVI, y todavía hoy lo es, Santiago de Compostela, hacia donde
convergen desde diversos países varios "caminos", formados como consecuencia de
un planteamiento religioso, social y caritativo de la peregrinación. Entre otros
lugares se puede mencionar Tours, donde está la tumba de san Martín, venerado
fundador de dicha Iglesia; Canterbury, donde santo Tomás Becket consumó su
martirio, que tuvo gran resonancia en toda Europa; el Monte Gargano en Puglia,
S. Michele della Chiusa en el Piamonte, el Mont Saint-Michel en Normandía,
dedicados al arcángel san Miguel; Walsingham, Rocamadour y Loreto, sedes de
célebres santuarios marianos.
285. En la época moderna, debido al cambio
del ambiente cultural, a las vicisitudes originadas por el movimiento
protestante y el influjo de la ilustración, las peregrinaciones disminuyeron: el
"viaje a un país lejano" se convierte en "peregrinación espiritual", "camino
interior" o "procesión simbólica", que consistía en un breve recorrido, como en
el Vía Crucis.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX se recuperan
las peregrinaciones, pero cambia en parte su fisonomía: tienen como meta
santuarios que son particulares expresiones de la identidad de la fe y de la
cultura de una nación; este es el caso, por ejemplo de los santuarios de
Altötting, Antipolo, Aparecida, Asís, Caacupé, Chartres, Coromoto, Czestochowa,
Ernakulam-Angamaly, Fátima, Guadalupe, Kevalaer, Knock, La Vang, Loreto,
Lourdes, Mariazell, Marienberg, Montevergine, Montserrat, Nagasaki, Namugongo,
Padua, Pompei, San Giovanni Rotondo, Washington, Yamoussoukro, etc.
Espiritualidad de la
peregrinación
286. A pesar de todos los cambios
sufridos a lo largo de los siglos, la peregrinación conserva en nuestro tiempo
los elementos esenciales que determinan su espiritualidad:
Dimensión
escatológica. Es una característica esencial y originaria: la peregrinación,
"camino hacia el santuario", es momento y parábola del camino hacia el Reino; la
peregrinación ayuda a tomar conciencia de la perspectiva escatológica en la que
se mueve el cristiano, homo viator: entre la oscuridad de la fe y la sed de la
visión, entre el tiempo angosto y la aspiración a la vida sin fin, entre la
fatiga del camino y la esperanza del reposo, entre el llanto del destierro y el
anhelo del gozo de la patria, entre el afán de la actividad y el deseo de la
contemplación serena.
El acontecimiento del éxodo, camino de Israel hacia
la tierra prometida, se refleja también en la espiritualidad de la
peregrinación: el peregrino sabe que "aquí abajo no tenemos una ciudad estable"
(Heb 13,14), por lo cual, más allá de la meta inmediata del santuario, avanza a
través del desierto de la vida, hacia el Cielo, hacia la Tierra prometida.
Dimensión penitencial. La
peregrinación se configura como un "camino de
conversión": al caminar hacia el santuario, el peregrino realiza un recorrido
que va desde la toma de conciencia de su propio pecado y de los lazos que le
atan a las cosas pasajeras e inútiles, hasta la consecución de la libertad
interior y la comprensión del sentido profundo de la vida.
Como ya se ha
dicho, para muchos fieles la visita a un santuario constituye una ocasión
propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la Penitencia,
y la peregrinación misma se ha entendido y propuesto en el pasado – y también en
nuestros días – como una obra de penitencia.
Además, cuando la
peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve del santuario con el
propósito de "cambiar de vida", de orientarla hacia Dios más decididamente, de
darle una dimensión más trascendente.
Dimensión festiva. En la
peregrinación la dimensión penitencial coexiste con la dimensión festiva:
también esta se encuentra en el centro de la peregrinación, en la que aparecen
no pocos de los motivos antropológicos de la fiesta.
El gozo de la
peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del peregrino piadoso de
Israel: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor" (Sal 122,1);
es alivio por la ruptura de la monotonía diaria, desde la perspectiva de algo
diverso; es aligeramiento del peso de la vida que para muchos, sobre todo para
los pobres, es un fardo pesado; es ocasión para expresar la fraternidad
cristiana, para dar lugar a momentos de convivencia y de amistad, para mostrar
la espontaneidad, que con frecuencia está reprimida.
Dimensión cultual.
La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el peregrino camina hacia el
santuario para ir al encuentro con Dios, para estar en su presencia tributándole
el culto de su adoración y para abrirle su corazón.
En el santuario, el
peregrino realiza numerosos actos de culto, tanto de orden litúrgico como de
piedad popular. Su oración adquiere formas diversas: de alabanza y adoración al
Señor por su bondad y santidad; de acción de gracias por los dones recibidos; de
cumplimiento de un voto, al que se había obligado el peregrino ante el Señor; de
imploración de las gracias necesarias para la vida; de petición de perdón por
los pecados cometidos.
Con mucha frecuencia la oración del peregrino se
dirige a la Virgen María, a los Ángeles y a los Santos, a quienes reconoce como
intercesores válidos ante el Altísimo. Por lo demás, las imágenes veneradas en
el santuario son signos de la presencia de la Madre y de los Santos, junto al
Señor glorioso, "siempre vivo para interceder" (Heb 7,25) en favor de los
hombres y siempre presente en la comunidad que se reúne en su nombre (cfr. Mt
18,20; 28,20). La imagen sagrada del santuario, sea de Cristo, de la Virgen, de
los Ángeles o de los Santos, es un signo santo de la presencia divina y del amor
providente de Dios; es testigo de la oración, que de generación en generación se
ha elevado ante ella como voz suplicante del necesitado, gemido del afligido,
júbilo agradecido de quien ha obtenido gracia y misericordia.
Dimensión
apostólica. La situación itinerante del peregrino presenta de nuevo, en cierto
sentido, la de Jesús y sus discípulos, que recorrían los caminos de Palestina
para anunciar el Evangelio de la salvación. Desde este punto de vista, la
peregrinación es un anuncio de fe y los peregrinos se convierten en "heraldos
itinerantes de Cristo".
Dimensión de comunión. El peregrino que acude al
santuario está en comunión de fe y de caridad, no sólo con los compañeros con
quienes realiza el "santo viaje" (cfr. Sal 84,6), sino con el mismo Señor, que
camina con él, como caminó al lado de los discípulos de Emaús (cfr. Lc
24,13-35); con su comunidad de origen, y a través de ella, con la Iglesia que
habita en el cielo y peregrina en la tierra; con los fieles que, a lo largo de
los siglos, han rezado en el santuario; con la naturaleza que rodea el
santuario, cuya belleza admira y que siente movido a respetar; con la humanidad,
cuyo sufrimiento y esperanza aparecen en el santuario de diversas maneras, y
cuyo ingenio y arte han dejado en él numerosas huellas.
Desarrollo de la
peregrinación
287. Puesto que el santuario es un lugar de oración, así la
peregrinación es un camino de oración. En cada una de las etapas, la oración
deberá alentar la peregrinación y la Palabra de Dios deberá ser luz y guía,
alimento y apoyo.
El resultado feliz de una peregrinación, en cuanto
manifestación cultual, y los mismos frutos espirituales que se esperan de ella,
se aseguran disponiendo de manera ordenada las celebraciones y destacando
adecuadamente las diversas fases.
La partida de la peregrinación se debe
caracterizar por un momento de oración, realizado en la iglesia parroquial o en
otra que resulte más adecuada, y consiste en la celebración de la Eucaristía o
de alguna parte de la Liturgia de las Horas, o en una bendición especial para
los peregrinos.
La última etapa del camino se debe caracterizar por una
oración más intensa; es aconsejable que cuando ya se divise el santuario, el
recorrido se haga a pie, procesionalmente, rezando, cantando y deteniéndose en
las estaciones que pueda haber en ese trayecto.
La acogida de los
peregrinos podrá dar lugar a una especie de "liturgia de entrada", que sitúe el
encuentro entre los peregrinos y los encargados del santuario en el plano de la
fe; donde sea posible, estos últimos saldrán al encuentro de los peregrinos,
para acompañarles en el trayecto final del camino.
La permanencia en el
santuario, obviamente, deberá constituir el momento más intenso de la
peregrinación y se deberá caracterizar por el compromiso de conversión,
convenientemente ratificado en el sacramento de la reconciliación; por
expresiones particulares de oración, como el agradecimiento, la súplica, la
petición de intercesiones, según las características del santuario y los
objetivos de la peregrinación; por la celebración de la Eucaristía, culminación
de la peregrinación.
La conclusión de la peregrinación se caracterizará
por un momento de oración, en el mismo santuario o en la iglesia de la que han
partido; los fieles darán gracias a Dios por el don de la peregrinación y
pedirán al Señor la ayuda necesaria para vivir con un compromiso más generoso la
vocación cristiana, una vez que hayan vuelto a sus hogares.
Desde la
antigüedad, el peregrino ha querido llevarse algún "recuerdo" del santuario
visitado. Se debe procurar que los objetos, imágenes, libros, transmitan el
auténtico espíritu del lugar santo. Se debe conseguir que los lugares de venta
no estén en el área sagrada del santuario, ni tengan el aspecto de un
mercado.
CONCLUSIÓN
288. Este Directorio, en las dos partes que lo
componen, presenta muchas indicaciones, propuestas y orientaciones, para ayudar
y educar, en armonía con la Liturgia, a la variada realidad de la piedad y
religiosidad popular.
Al hacer referencia a tradiciones y circunstancias
distintas, como ejercicios de piedad, devociones de diversa índole y naturaleza,
el Directorio quiere ofrecer los presupuestos fundamentales, recordar las
directrices y presentar sugerencias para una acción pastoral fecunda.
Corresponde a los Obispos, con
ayuda de sus colaboradores más directos, en
especial los rectores de santuarios, establecer normas y dar orientaciones
prácticas, teniendo en cuenta las tradiciones locales y las expresiones
particulares de religiosidad y piedad popular.