Los 7 Dones del Espíritu Santo
EL DON DÉ ENTENDIMIENTO
El don de entendimiento lo mismo que el de ciencia,
pero en otro aspectos el encargado de perfeccionar la virtud teologal de la
fe.
Vamos a estudiarlo cuidadosamente
i. Naturaleza del don de entendimiento El don de entendimiento es un
hábito sobrenatural, infundido por Dios con la gracia santificante, por el
cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu
Santo, se hace apta para una penetrante intuición de las cosas reveladas y
aun de las naturales en orden al fin último sobrenatural.
Examinemos despacio esta definición para conocer la
naturaleza íntima de este gran don.
Es UN HÁBITO v SOBRENATURAL infundido por Dios con la
gracia santificante. Este es un elemento genérico, común a todos los dones
del Espíritu Santo.
No son simples gracias actuales transeúntes, sino
verdaderos hábitos infundidos en las potencias del alma en gracia para
secundar con facilidad las mociones del mismo Espíritu Santo.
Por el cual la inteligencia del hombre. El don de
entendimiento reside, en efecto, en el entendimiento especulativo, a quien
perfecciona previamente informado por la virtud de la fe para recibir
connaturalmente la moción del Espíritu Santo, que pondrá en acto al hábito
donal.
Bajo la
acción iluminadora del Espíritu Santo. Sólo el divino Espíritu puede poner
en movimiento los dones de su mismo nombre.
Sin su divina moción, los hábitos dónales permanecen
ociosos, ya que el hombre es absolutamente incapaz de actuarlos ni siquiera
con ayuda de la gracia.
Son instrumentos directos e inmediatos del Espíritu
Santo, que se constituye, por lo mismo, en motor y regla de los actos que de
ellos proceden.
De ahí proviene la modalidad divina de los actos
dónales (única posible por exigencia intrínseca de la misma naturaleza de
los dones).
El hombre no puede hacer otra cosa, con ayuda de la
gracia, que disponerse para recibir la divina moción removiendo los
obstáculos, permaneciendo fiel a la gracia, implorando humildemente esa
actuación santificadora, etc.
Y secundar libre y meritoriamente la moción del
divino Espíritu cuando se produzca de hecho. Se hace apta para una
penetrante intuición.
Es el objeto formal del don de entendimiento, que
señala la diferencia específica entre él y la virtud teologal de la fe.
Porque la virtud de la fe proporciona al
entendimiento creado el conocimiento de las verdades sobrenaturales de una
manera imperfecta, al modo humano
que es el propio y característico de las virtudes infusas cuando
actúan por sí mismas, como ya vimos, mientras que el don de entendimiento le
hace apto para la penetración profunda e intuitiva (modo sobrehumano,
divino, suprarracional) de esas mismas verdades reveladas Es,
sencillamente, la contemplación infusa de la que hablan los místicos (Santa
Teresa, San Juan la Cruz).
Que consiste en una simple y profunda intuición de la
verdad: «simplex intuitus veritatis» \ El don de entendimiento se distingue,
á su vez, de los otros tres dones intelectivos (sabiduría, ciencia y
consejo) en que su función propia es la penetración profunda en las verdades
de la fe en plan de simple aprehensión (o sea sin emitir juicio sobre
ellas), mientras que a los otros dones intelectivos corresponde el recto
juicio sobre ellas.
Este juicio, si se refiere a las cosas divinas,
pertenece al don de sabiduría; si se refiere a las cosas creadas, es propio
del don de ciencia, y si se trata de la aplicación a los casos concretos y
singulares, corresponde al don de consejo*.
De las cosas reveladas y aun de las naturales EN
ORDEN AL FIN SOBRENATURAL. Es el objeto material sobre el que versa o recae
el don de entendimiento. Abarca todo cuanto pertenece a Dios, al hombre y a
todas las criaturas con su origen y su fin.
Este objeto material se extiende, pues, a todo cuanto
existe; pero primariamente a las verdades de la fe, y secundariamente a
todas las demás cosas que tengan cierto orden y relación con el fin último
sobrenatural*.
2. Necesidad del don de entendimiento
Por mucho que se ejercite la fe al modo humano o
discursivo (vía ascética), jamás podrá llegar a su plena perfección y
desarrollo. Para ello es indispensable la influencia de los dones de
entendimiento y de ciencia (vía mística). La razón es muy sencilla.
El conocimiento humano
De esta condición general del conocimiento humano no
escapan las virtudes infusas al funcionar bajo el régimen de la razón y a
nuestro modo humano (ascética). Pero siendo el objeto primario de la fe el
mismo Dios, o sea la verdad primera manifestándose «veritas prima in
dicendo»*, que es simplicísima, el modo discursivo, complejo, de conocerla
no puede ser más inadecuado ni imperfecto.
La fe es, de suyo, un hábito intuitivo, no
discursivo; y por eso las verdades de la fe no pueden ser captadas en toda
su limpieza y perfección (aunque siempre en el claroscuro del misterio) más
que por el golpe de vista intuitivo y penetrante del don de entendimiento, o
sea cuando la fe se haya liberado enteramente de todos los elementos
discursivos que la impurifican y se convierta en una fe contemplativa.
Entonces se llega a la fe pura, tan insistentemente
inculcada por San Juan de la Cruz como único medio proporcionado para la
unión de nuestro entendimiento con Dios. Entiéndese por fe pura escribe
conforme a esto un autor contemporáneo *—la adhesión del entendimiento a la
verdad revelada, adhesión fundada únicamente en la autoridad de Dios que
revela.
Excluye, pues, todo discurso.
Desde el momento en que entra en juego la razón,
desaparece la fe pura, porque se mezcla con ella un elemento ajeno a su
naturaleza.
El raciocinio puede preceder y seguir a la fe, pero
no puede acompañarla sin desnaturalizarla. Cuanto más haya de discurso,
menos hay de adhesión a la verdad por la autoridad de Dios, y, por
consiguiente, menos hay de fe pura.
De donde se deduce hasta la evidencia la necesidad de
la contemplación mística o infusa (causada por el don de entendimiento y los
otros dones intelectuales) para llegar a la fe pura, sin discurso, de que
habla San Juan de la Cruz; y, por consiguiente, la necesidad de la mística
para la perfección cristiana, sin que sea suficiente la ascética
3. Efectos del don de entendimiento
Son admirables los efectos que produce en el alma la
actuación del don de entendimiento, todos ellos perfeccionando la virtud de
la fe hasta el grado de increíble intensidad y certeza que llegó a alcanzar
en los santos. Porque les manifiesta las verdades reveladas con tal
claridad, que, sin descubrirles del todo el misterio, les da una seguridad
inquebrantable de la verdad de nuestra fe, hasta el punto de que no les cabe
en la cabeza que pueda haber incrédulos o indecisos en materia de fe.
Esto se ve experimentalmente en las almas místicas,
que tienen desarrollado este don en grado eminente: estarían dispuestas a
creer lo contrario de lo que ven con sus propios ojos antes que dudar en lo
más mínimo de alguna de las verdades de la fe.
Este es un don utilísimo a los teólogos Santo Tomás
lo poseía en grado extraordinario para hacerles penetrar en lo más hondo de
las verdades reveladas y deducir después, por el discurso teológico, las
conclusiones en ellas implícitas. El propio Doctor Angélico señala seis
modos diferentes con que el don de entendimiento nos hace penetrar en lo más
hondo y misterioso de las verdades de la fe”. *
El don de entendimiento
1) NOS HACE VER LA SUSTANCIA DE LAS COSAS OCULTAS
bajo los accidentes.
En virtud de ese instinto divino, los místicos
perciben la divina realidad oculta bajo los velos eucarísticos.
De ahí su obsesión por la Eucaristía, que llega a
constituir en ellos un verdadero martirio de hambre y sed.
En sus visitas al sagrario no rezan, no meditan, no
discurren; se limitan a contemplar al divino Prisionero del amor con una
mirada simple, sencilla y penetrante, que les llena el alma de infinita
suavidad y paz: «Le miro y me mira», como dijo al santo Cura de Ars aquel
sencillo aldeano poseído por el divino Espíritu.
2) NOS DESCUBRE EL SENTIDO OCULTO DE LAS DIVINAS
Escrituras. Es lo que realizó el Señor con sus discípulos de Emaús cuando
«les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras» (Lc 24,45).
Todos los místicos han experimentado este fenómeno.
Sin discursos, sin estudios* sin ayuda alguna de
ningún elemento humano, él Espíritu Santo les descubre de pronto y con una
intensidad vivísima el sentido profundo de alguna sentencia de la Escritura
que les sumerge en un abismo de luz.
Allí suelen encontrar su lema, que da sentido y
orientación a toda su vida: el «cantaré eternamente las misericordias del
Señor», de Santa Teresa (Sal 88,1); él «si alguno es pequeñito, venga a mí»,
de Santa Teresita (Prov 9,4); la «alabanza de gloria», de sor Isabel de la
Trinidad (Ef 1,6)...
Por eso se les caen de las manos los libros escritos
por los hombres y acaban por no encontrar gusto más que en las palabras
inspiradas, sobre todo, en las que brotaron de les labios del Verbo
encarnado
3) Nos MANIFIESTA EL SIGNIFICADO MISTERIOSO DE LAS
semejanzas i figuras.
Y así San Pablo vio a Cristo en la piedra que manaba
agua viva para apagar la sed de los israelitas en el desierto: «petra autem
erat Christus» (1 Cor 10,4). Y San Juan de la Cruz nos descubre, con pasmosa
intuición mística, él sentido moral, anagógico y parabólico de multitud de
semejanzas y figuras del Antiguo Testamento que alcanzan su plena
realización en el Nuevo, o en la vida misteriosa de la gracia.
4) Nos descubre bajo las apariencias sensibles las
realidades espirituales. La liturgia de la Iglesia está llena de simbolismos sublimes que escapan en su mayor
parte a las almas superficiales.
Los santos, en cambio, experimentan gran veneración y
respeto a la «menor ceremonia de la Iglesia», que les inunda el alma de
devoción y ternura.
Es que el don de entendimiento les hace ver, a través
de aquellos simbolismos y apariencias sensibles, las sublimes realidades que
encierran.
5) Nos HACE CONTEMPLAR LOS EFECTOS CONTENIDOS EN las
causas.
«Hay otro aspecto del don de entendimiento —escribe
el P. Philipon—particularmente sensible en los teólogos contemplativos.
Después de la dura labor de la ciencia humana, todo se ilumina de pronto
bajo un impulso del Espíritu.
Un mundo nuevo aparece en un principio o en una causa
universal: Cristo Sacerdote, único Mediador del délo y de la tierra; o bien
el misterio de la Virgen corredentora, llevando espiritualmente en su seno a
todos los miembros del Cuerpo místico; o, en fin, el misterio de la
'identificación de los innumerables atributos de Dios en su soberana
simplicidad y la conciliación de la unidad de esencia con la trinidad de
personas en una deidad que sobrepasa infinitamente las investigaciones más
secretas de toda mirada creada.
Otras tantas verdades que profundiza el don de
entendimiento sin esfuerzo, sabrosamente, en el gozo beatificante de una
'vida eterna comenzada en la tierra' a la luz misma de Dios».
6) NOS HACE VER, FINALMENTE, LAS CAUSAS A TRAVÉS de
los efectos.
«En sentido inverso continúa él mismo autor, el don
de entendimiento revela a Dios y su todopoderosa causalidad en sus efectos,
sin recurrir a los largos procedimientos discursivos del pensamiento humano
abandonado a sus propias fuerzas, sino por simple mirada comparativa y por
intuición ‘a la manera de Dios’. En los indicios más imperceptibles, en los
menores acontecimientos de su vida, un alma atenta al Espíritu Santo
descubre de un solo trazo todo el plan de la Providencia sobre ella.
Sin razonamiento dialéctico sobre las causas, la
simple vista de los efectos de la justicia o de la misericordia de Dios le
hace entrever todo el misterio de la predestinación divina, el 'excesivo amor’ (Ef
2,4) con que persigue a las almas para unirlas a la beatificante Trinidad.
A través de todo, Dios conduce a Dios».
Tales son los principales efectos que produce en el
alma la actuación del don de entendimiento. Ya se comprende que,
perfeccionada por él, la virtud de la fe llega a alcanzar una intensidad
vivísima.
No se rompen jamás del todo en esta vida los velos
del misterio «ahora vemos por un espejo y oscuramente» (1 Cor 13,12)—; pero
sus profundidades insondables son penetradas por el alma con una vivencia
tan clara y entrañable, que se acerca mucho a la visión intuitiva.
Es Santo Tomás, modelo de ponderación y serenidad en
todo cuanto dice, quien escribió estas asombrosas palabras: «En esta misma
vida, purificado el ojo del espíritu por el don de entendimiento, puede
verse a Dios en cierto modo» M. Al llegar a estas alturas, la influencia de
la fe se extiende a todos los movimientos del alma, iluminando todos sus
pasos y haciéndola ver todas las cosas a través del prisma sobrenatural.
Estas almas parece que pierden el instinto de lo
humano para conducirse en todo por el instinto de lo divino.
Su manera de ser, de pensar, de hablar, de reaccionar
ante los menores acontecimientos de la vida propia o ajena, desconciertan al
mundo, incapaz de comprenderlas.
Diríase que padecen estrabismo intelectual para ver
todas las cosas al revés de como las ve el mundo.
En realidad, la visión torcida es la de este último.
Aquéllos han tenido la dicha inefable de que el Espíritu Santo, por el don
de entendimiento, les diera el verdadero sentido de Cristo—«Nos autem sensum
Christi habemus» 1 Cor 2,16)—, que les hace ver todas las cosas a
través del prisma de la fe: «El justo vive de la fe» (Rom 1,17).
4. Bienaventuranzas y frutos que de él se derivan
Al don de entendimiento se refiere la sexta
bienaventuranza: la de los limpios de corazón (Mt 5,8).
En esta bienaventuranza, como en las demás, se
indican dos cosas: una, a modo de disposición o de mérito (la limpieza del
corazón), y otra, a modo de premio (el ver a Dios); y en los dos sentidos
pertenece al don de entendimiento.
Porque hay dos clases de limpieza: la del corazón,
por la que se expelen todos los pecados y afectos desordenados, realizada
por las virtudes y dones pertenecientes a la parte apetitiva; y la de la
mente, depurándola de los fantasmas corporales y de los errores contra la
fe, y ésta es propia del don de entendimiento.
Y en cuanto a la visión de Dios es también doble:
una, perfecta, por la que se ve claramente la misma esencia de Dios, y ésta
es propia del cielo; y otra, imperfecta, que es propia del don de
entendimiento, por la que, aunque no veamos directa y claramente qué cosa
sea Dios, vemos qué cosa no es; y tanto más perfectamente conocemos a Dios
en esta vida cuanto mejor entendemos que excede todo cuanto el entendimiento
puede comprender En cuanto a los frutos del Espíritu Santo que son actos
exquisitos de virtud procedentes de los dones, pertenecen al don de
entendimiento, como fruto propio, la fides, o sea la certeza inquebrantable
de la fe; y, como fruto último y acabadísimo, el gaudium (gozo espiritual),
que reside en la voluntad
5. Vicios contrarios al don de entendimiento
Santo Tomás dedica una cuestión entera al estudio de
estos vicios.
Son principalmente dos: la ceguera espiritual y el
embotamiento del sentido espiritual.
La primera es la privación total de la visión
(ceguera); la segunda, un debilitamiento notable de la misma (miopía).
Y las dos proceden de los pecados carnales (lujuria y
gula), por cuanto nada hay que impida tanto los vuelos del entendimiento aun
naturalmente hablando como la vehemente aplicación a las cosas corporales
que le son contrarias.
Por eso la lujuria que lleva consigo una más fuerte aplicación a lo carnal produce la ceguera espiritual, que excluye casi por completo el conocimiento y aprecio de los bienes espirituales; y la gula produce el embotamiento del sentido espiritual, que debilita al hombre para ese conocimiento y aprecio, de manera semejante a como un objeto agudo y punzante un clavo, por ejemplo no puede penetrar con facilidad en la pared si tiene la punta obtusa y roma “ «Esta ceguera de la mente—escribe un autor contemporáneo es la que padecen todas las almas tibias; porque tienen en sí el don de entendimiento; pero, engolfada su mente en las cosas de aquí abajo, faltas de recogimiento interior y espíritu de oración, derramadas continuamente por los caños de los sentidos, sin una consideración atenta y constante de las verdades divinas, no llegan jamás a descubrir las claridades excelsas que en su oscuridad encierran. Por eso las vemos frecuentemente tan engañadas al hablar de cosas espirituales, de las finezas del amor divino, de los primores de la vida mística, dé las alturas de la santidad, que tal vez cifran en algunas obras externas cubiertas con la roña de sus miras humanas, teniendo medios de fomentar este don
Por exageraciones y excentricidades las delicadezas
que el Espíritu Santo pide a las almas.
Estos son los que quieren ir por el camino de las
vacas, como se dice vulgarmente; bien afincados en la tierra, para que el
Espíritu Santo no pueda levantarlos por los aires con su soplo divino;
entretenidos en hacer montoncitos de arena, con los que pretenden escalar el
cielo.
Padecen esa ceguera espiritual, que les impide ver la
santidad infinita de Dios, las maravillas que su gracia obra en las almas,
los heroísmos de abnegación que pide para corresponder a su amor inmenso,
las locuras de amor por aquel a quien el amor condujo a la locura de la
cruz.
Los pecados veniales los tienen en poco, y sólo
perciben los de más bulto, haciendo caso omiso de lo que llaman
imperfecciones.
Son ciegos, porque no echan mano de esa antorcha que
alumbra un lugar caliginoso (2 Pe 1,19), y muchas veces, con presunción,
pretenden guiar a otros ciegos (Mt 15,14).
El que padece, pues, esta ceguera o esta miopía en su
vista interior, que le impide penetrar las cosas de la fe hasta lo más
mínimo, no carece de culpa, por la negligencia y descuido con que las busca,
por el fastidio que le causan las cosas espirituales, amando más las que le
entran por los sentidos».
6. Medios de fomentar este don Como ya hemos dicho
repetidas veces, la actuación de los dones del Espíritu Santo depende
enteramente del mismo divino Espíritu.
Pero el alma puede hacer mucho de su parte
disponiéndose, con ayuda de la gracia, para esa divina actuación 2°. He aquí
los principales medios:
a) Avivar la fe, con ayuda de la gracia ordinaria.
Sabido es que las virtudes infusas se perfeccionan y
desarrollan con la práctica cada vez más intensa de las mismas.
Y aunque es verdad que, sin salir de su actuación al modo humano (vía ascética), no podrán jamás alcanzar
su plena perfección y desarrollo, es disposición excelente para que el
Espíritu Santo venga a perfeccionarlas con los dones el hacer todo cuanto
esté de nuestra parte por los procedimientos ascéticos a nuestro alcance.
Es un hecho que, según su providencia ordinaria, Dios
da sus gracias a quien mejor se dispone para recibirlas
b) Perfecta pureza de alma y cuerpo.
Al don de entendimiento, como acabamos de ver,
corresponde la sexta bienaventuranza, que se refiere a los «limpios de
corazón». Sólo con la perfecta limpieza de alma y cuerpo se hace el alma
capaz de ver a Dios: en esta vida, en el claroscuro de la fe iluminada
profundamente por el don de entendimiento, y en la otra, con la clara visión
de la gloria.
La impureza es incompatible con ambas cosas.
c) Recogimiento interior.
El Espíritu Santo es amigo del recogimiento y de la
soledad.
Sólo allí habla en silencio a las almas: «Las llevaré
a la soledad y le hablaré al corazón» (Os 2,14). El alma amiga de la
disipación y del bullicio no percibirá jamás la voz de Dios en su interior.
Es preciso hacer el vacío a todas las cosas creadas,
retirarse a la celda del corazón para vivir allí con el divino Huésped hasta
conseguir gradualmente no perder nunca la presencia de Dios aun en medio de
los quehaceres más absorbentes.
Cuando el alma haya hecho de su parte todo cuanto
pueda para recogerse y aislarse de todo lo no necesario, el Espíritu Santo
hará lo demás.
d) Fidelidad a la gracia.
El alma ha de estar siempre atenta a no negar, al
Espíritu Santo cualquier sacrificio que le pida: «Si hoy oyereis su voz, no
endurezcáis vuestros corazones» (Sal 94,8).
No solamente ha de evitar cualquier falta plenamente
voluntaria, que, por pequeña que fuese, contristaría al Espíritu Santo,
según la misteriosa expresión de San Pablo: «Guardaos de entristecer al
Espíritu Santo de Dios» (Ef 4,30), sino que ha de secundar positivamente todas sus divinas mociones hasta poder
decir con Cristo: «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29).
No importa que a veces los sacrificios que nos pida
parezcan superar nuestras fuerzas.
Con la gracia de Dios, todo se puede «todo lo puedo
en aquel que me conforta» y siempre nos queda el recurso a la oración para
pedirle al Señor por adelantado eso mismo que quiere que le demos: «Dadme,
Señor, lo que mandáis y mandad lo que queráis».
En todo caso, para evitar inquietudes y zozobras en
esta fidelidad positiva a la gracia, contemos siempre con el control y los
consejos de un sabio y experimentado director espiritual.
e) Invocar al Espíritu Santo.
Pero ninguno de estos medios podremos practicar sin
la ayuda de la gracia preveniente del mismo Espíritu Santo.
Por eso hemos de invocarle con frecuencia y con el
máximo fervor posible, recordándole a nuestro Señor su promesa de
enviárnoslo (Jn 14,16-17). La secuencia de la fiesta de Pentecostés («Veni,
Sánete Spiritus»), el himno de tercia («Veni, Creator Spiritu») y la oración
litúrgica de esta fiesta («Deus, qui corda fidelium...») deberían ser,
después del Padrenuestro y Avemaria, las oraciones predilectas de las almas
interiores.
Repitámoslas muchas veces hasta obtener aquel recta
sapere que nos ha de dar el Espíritu Santo. Y, a imitación de los apóstoles
cuando se retiraron al cenáculo para esperar la venida del Paráclito,
asociemos a nuestras súplicas las del Corazón Inmaculado de María «Cum María
matre Iesu» (Act 1,14)—, la Virgen fidelísima24 y celestial esposa del
Espíritu Santo.
NOTAS
22 San Agustín, Confesiones 1.10
c.29. 23 La preciosa invocación de Ja letanía de la
Virgen; Virgo fiáelts, ora pro nobis, debería ser una de las jaculatorias
predilectas de las almas sedientas de Dios. El divino Espíritu se les
comunicará en la medida de su fidelidad a la gracia; y esta fidelidad la
hemos de obtener por medio de María, Mediadora universal de tocias las
gracias por voluntad del mismo Dios.
21 Lo dice hermosamente de muchas maneras Santa
Teresa de Jesús: «Como no quede por no habernos dispuesto, no hayáis miedo
se pierda vuestro trabajo» (Camino 18,3). «linda disposición es (el
ejercicio de las virtudes) para que les haga, toda merced» (Moradas terceras
1,5). «¡Oh, válganle Dios, qué palabras tan verdaderas y cómo las entiende
el alma que en esta oración lo ve por sí! ¡Y cómo las entenderíamos todas si
no fuese por nuestra culpa...! Mas, como faltamos en no disponernos no nos
vemos en este espejo que contemplamos» (Moradas séptimas
20 «Aunque en esta obra que hace el Señor no podemos
hacer nada, mas para que Su Majestad nos haga esta merced» podemos hacer
mucho disponiéndonos» (Santa Teresa, Moradas quintas 2,1). Habla la Santa de
la oración contemplativa de unión, efecto de los dones de entendimiento 7
sabiduría.
16. “ Cf. II-II q.15 a.3. 10 P. I. G.
Menéndez-Reigada, o.c., p.593-594.
15 Cf. II-II q.8 a.7. 10 Cf. II-II p.8 a.8.
14 «Itt hac etiam vita, purgato oculo per donum
intellectus, Deus quodammodo videri potest» (I-II q.69 a.2 ad 3).
12 «Contra la menor ceremonia de la Iglesia que
alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada
Escritura, me pondría yo a morir mil muertes» (Santa Teresa, Vida 33,5). 13
P. Phiupon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad C-8 n.7.
11 «Yo apenas encuentro algo en los libios, a no set
en el Evangelio. Ese libro me basta» (Santa Teresita del Niño Jesús:
Novissi• ma Verba, 15 mayo).
9 Hemos explicado ampliamente todo esto en nuestra
Teología de la perfección cristiana (6.a ed., n.l81ss), adonde remitimos al
lector Que quiera mayor información sobre este punto importantísimo. *" Cf.
n-II q.18 a.l.
6 A Dios se le puede considerar como verdad primera
de tres maneras: in essendo, o sea su misma deidad, o esencia divina; in cor
■ noscendo. o sea su infinita sabiduría, que no puede engañarse, y in
dicendo, o sea la suma veracidad de Dios, que no puede engañarnos. 1 Cf.
II-n q.2 a.l; Ve vertíate q.14 a.l. * P. Crisógono de Jesús, Compendio de
ascética y mística p.2.* c.2 a.3 p.104 (1.* ed.).
3
Cf. II-II q.180 a.3 ad 1. 4 Cf. Il-n q.8 a .6. 5 Cf. II-II q.8 a.3.
2 «El don de entendimiento recae sobre los primeros
principios del conocimiento gratuito (verdades reveladas), pero de otro modo
que la fe. Porque a la fe pertenece asistir a ellos; y al don de
entendimiento, penetrarlos profundamente» (II-II q.8 a.6 ad 2).
1 Cf. nuestra Teología de la perfección cristiana
(BAC, Madrid *1968) n. 337-342.