Liturgia Católica
Una Santa Católica Apostólica
Visible, Infalible e Indefectible
home
Encíclica Pascendi
en Internet
Encíclica Pascendi en Audio
CARTA ENCÍCLICA
PASCENDI
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO
X
SOBRE LAS
DOCTRINAS DE LOS MODERNISTAS
INTRODUCCIÓN
Al oficio de apacentar la
grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como
primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la
santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las
contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no
haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo;
porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, «hombres
de lenguaje perverso»(1), «decidores de novedades y seductores»(2), «sujetos al
error y que arrastran al error»(3).
Gravedad de los errores modernistas
1.
Pero es preciso reconocer que en estos últimos tiempos ha crecido, en modo
extraño, el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales, con artes
enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías
vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el
reino de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer
infieles al más sacrosanto de nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí
hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada ya como un
olvido de nuestro ministerio. Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin
dilación el silencio es que hoy no es menester ya ir a buscar los fabricantes de
errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y ello es objeto de
grandísimo dolor y angustia, en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo
enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados.
Hablamos,
venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún
más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la
Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e
impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos
errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, se
presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia, y
en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la
obra de Jesucristo, sin respetar ni aun la propia persona del divino Redentor,
que con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple hombre.
2. Tales hombres se
extrañan de verse colocados por nos entre los enemigos de la
Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las
intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de
hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo
verdadero quien dijere que esta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como
ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde
dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la
Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto
más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado
la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma;
esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Más una vez herida esa raíz de
vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales
proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano,
ninguna que no se esfuercen por corromper.
Y mientras persiguen por mil caminos
su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en
sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada,
que fácilmente sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad,
no hay linaje de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no
sostengan con obstinación y audacia. Juntan a esto, y es lo más a propósito para
engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo
género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus
costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda
esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte,
que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose
en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de
la verdad lo que solo es obra de la tenacidad y del orgullo.
A la verdad, Nos
habíamos esperado que algún día volverían sobre sí, y por esa razón habíamos
empleado con ellos, primero, la dulzura como con hijos, después la severidad y,
por último, aunque muy contra nuestra voluntad, las reprensiones públicas. Pero
no ignoráis, venerables hermanos, la esterilidad de nuestros esfuerzos:
inclinaron un momento la cabeza para erguirla en seguida con mayor orgullo.
Ahora bien: si solo se tratara de ellos, podríamos Nos tal vez disimular; pero
se trata de la religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de silencio;
prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y
de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.
3. Y como una
táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón),
táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus
doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por
fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue
fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad estas son perfectamente
fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas
doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí,
reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los
remedios más adecuados para cortar el mal.
I. EXPOSICIÓN DE LAS DOCTRINAS
MODERNISTAS
Para mayor claridad en materia tan compleja, preciso es advertir
ante todo que cada modernista presenta y reúne en sí mismo variedad de
personajes, mezclando, por decirlo así, al filósofo, al creyente, al apologista,
al reformador; personajes todos que conviene distinguir singularmente si se
quiere conocer a fondo su sistema y penetrar en los principios y consecuencias
de sus doctrinas.
4. Comencemos ya por el filósofo. Los modernistas
establecen, como base de su filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada
agnosticismo. La razón humana, encerrada rigurosamente en el círculo de los
fenómenos, es decir, de las cosas que aparecen, y tales ni más ni menos como
aparecen, no posee facultad ni derecho de franquear los límites de aquellas. Por
lo tanto, es incapaz de elevarse hasta Dios, ni aun para conocer su existencia,
de algún modo, por medio de las criaturas: tal es su doctrina. De donde infieren
dos cosas: que Dios no puede ser objeto directo de la ciencia; y, por lo que a
la historia pertenece, que Dios de ningún modo puede ser sujeto de la historia.
Después de esto, ¿qué
será de la teología natural, de los motivos de
credibilidad, de la revelación externa? No es difícil comprenderlo. Suprimen
pura y simplemente todo esto para reservarlo al intelectualismo, sistema que,
según ellos, excita compasiva sonrisa y está sepultado hace largo
tiempo......................................................................... Continúa
en Internet Encíclica Pascendi