Liturgia
San Francisco de Sales

vida devota

Segunda parte de la Introducción a la vida devota

CAPÍTULO XX



DE LA COMUNIÓN FRECUENTE


Se cuenta de Mitrídates, rey del Ponto, que, habiendo inventado el «mitrídato», de tal manera reforzó con él su cuerpo, que como hubiese intentado más tarde suicidarse, para no caer en la servidumbre de los romanos, nunca pudo lograrlo. El Salvador ha instituido el augustísimo sacramento de la Eucaristía, que contiene realmente su carne y su sangre, para que quien le coma viva eternamente; por esta causa, el que usa de él con frecuencia y con devoción, de tal manera robustece la salud y la vida de su alma, que es casi imposible que sea envenenado por ninguna clase de malos efectos. Es imposible alimentarse de esta carne y vivir con afectos de muerte. Porque, así como los hombres del paraíso terrenal podían no morir, por la fuerza de aquel fruto de vida que Dios había puesto allí, de la misma manera pueden no morir espiritualmente, por la virtud de este sacramento de vida. Si los frutos más tiernos y más sujetos a la corrupción, como las cerezas, los albaricoques y las fresas, fácilmente se conservan todo el año confitados con azúcar y con miel, no es de maravillar que nuestros corazones, aunque flacos y miserables, sean preservados de la corrupción del pecado, cuando están azucarados y dulcificados con la carne y la sangre del Rijo de Dios. ¡Oh Filotea! Los cristianos que serán condenados no sabrán qué responder, cuando el imparcial Juez les haga ver que, por su culpa, han muerto espiritualmente, siendo así que era una cosa muy sencilla conservar IP vida y la salud, con solo comer su Cuerpo, que Él les había dado con este fin: «Miserables -les dirá-, ¿por qué habéis muerto, habiéndoos mandado comer del fruto y del manjar de vida?»



«En cuanto a recibir la comunión eucarística todos los días, ni lo alabo ni la repruebo; en cuanto a comulgar a lo menos todos los domingos, lo aconsejo y exhorto a todos a que lo hagan, con tal que el alma esté libre de todo afecto al pecado». Así habla San Agustín, por lo cual no alabo ni vitupero absolutamente el que se comulgue diariamente, sino que lo dejo a la discreción del padre espiritual de cada uno, ya que, siendo menester las disposiciones debidas para la comunión frecuente, no es posible dar un consejo general; y, como que estas disposiciones pueden encontrarse en muchas almas, no sería acertado aconsejar de una manera absoluta el alejamiento y la abstención de la comunión diaria, pues es una cuestión que se ha de resolver teniendo en cuenta el estado interior de cada uno en particular. Sería imprudente aconsejar a todos indistintamente esta práctica; pero sería igualmente imprudente censurar a los que la siguen, sobre todo si obran aconsejados por algún digno director. Fue muy graciosa la respuesta de Santa Catalina de Sena, a la cual, mientras hablaba de la comunión frecuente, le opusieron que San Agustín no alababa ni vituperaba el comulgar cada día: «Pues bien-replicó ella-, puesto que San Agustín no lo reprueba, os ruego que tampoco lo reprobéis vosotros, y esto me basta».



Filotea, has visto cómo San Agustín exhorta y aconseja que no se deje de comulgar cada domingo; hazlo siempre que te sea posible. Puesto que, como creo, no tienes ningún afecto al pecado mortal, ni tampoco al pecado venial, ya estás en la verdadera disposición que San Agustín exige, y aun en una disposición más excelente, pues ni siquiera tienes afecto al pecado; por lo tanto, cuando le parezca bien a tu padre espiritual, podrás comulgar, con provecho, más de una vez cada semana.



Es posible, empero, que sobrevengan algunos impedimentos. No precisamente de tu parte, sino de parte de aquellos con quienes convives, impedimentos que, en alguna ocasión, pueden aconsejar a uno. Director prudente el que te diga que no comulgues con tanta frecuencia. Por ejemplo, si estás sujeto a alguien, y las personas a las cuales debes obediencia y sujeción están tan poco instruidas, o están tan pegadas a su parecer, que se inquietan o enojan al ver que comulgas con tanta frecuencia, quizás, bien consideradas todas las cosas será mejor condescender un poco con su debilidad y comulgar menos. Pero esto únicamente se entiende del caso en el cual la dificultad no pueda ser superada de otra manera. Más, como quiera que esto no se puede precisar de una manera general, será conveniente atenerse, en cada caso, a lo que diga el padre espiritual. Lo que puedo asegurarte es que no pueden distar mucho unas de otras las comuniones de los que quieren servir devotamente a Dios.



Si eres prudente, no habrá ni padre, ni esposa, ni marido, que te impida comulgar frecuentemente; porque el ir a comulgar no será ningún estorbo para el cumplimiento de los deberes propios de tu condición; más aún, como que, comulgando, serás cada día más dulce y más amable con ellos y no les negarás ningún servicio, no habrá por qué temer que se opongan a la práctica de este ejercicio, que no les acarreará ninguna molestia, a no ser que obren movidos por un espíritu en extremo quisquilloso e incomprensivo; en este caso, el director, como ya te lo he dicho, te aconsejará cierta condescendencia.



Es conveniente, ahora, decir cuatro palabras a los casados. En la Ley antigua, no era cosa bien vista que los acreedores exigiesen el pago de las deudas en día festivo, pero aquella Ley nunca reprobó que los deudores cumpliesen sus obligaciones y pagasen a los que lo exigían. En cuanto a los derechos conyugales, si bien es de alabar la moderación, no es pecado hacer uso de los mismos los días de comunión, y el pagarlos no solo no es reprobable, sino que es justo y meritorio. Así, pues, nadie que tenga obligación de comulgar se ha de privar de la comunión a causa de las relaciones conyugales. En la primitiva Iglesia, los cristianos comulgaban cada día, aunque estuviesen casados y tuviesen fruto de bendición; por esto te he dicho que la comunión frecuente no ocasiona ninguna molestia ni a los padres, ni a las esposas, ni a los maridos con tal que el alma que comulga sea prudente y discreta. En cuanto a las enfermedades corporales, ninguna puede ser legítimo obstáculo para esta santa participación, a no ser que provocase con mucha frecuencia el vómito.



Para comulgar con frecuencia basta con estar libre de pecado mortal y tener un recto deseo de hacerlo. Siempre, empero, es mejor que pidas el parecer al padre espiritual.






Dios te salve Santa María, reina elevada al cielo; Ruega por nosotros.

Cristiano Católico 15-12-2012