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LOS DONES DEL ESPIRITU SANTO
Don de Temor de Dios
El don de temor de Dios. es la disposición común que
el Espíritu Santo pone en el alma para que se porte con respeto delante de la
majestad de Dios y para que, sometiéndose a su voluntad, se aleje de todo lo que
pueda desagradarle.
El primer paso en el camino de Dios, es la huida del mal, que es lo que consigue
este don y lo que le hace ser la base y el fundamento de todos los demás. Por el
temor se llega al sublime don de la sabiduría. Se empieza a gustar de Dios
cuando se le empieza a temer, y la sabiduría perfecciona recíprocamente este
temor. El gusto de Dios hace que nuestro temor sea amoroso, puro y libre de todo
interés personal.
Este don consigue inspirar al alma los siguientes
efectos:
primero, una continua moderación, un santo temor y un profundo anonadamiento
delante de Dios ;
Segundo un gran horror de todo lo que pueda ofender a Dios y una firme
resolución de evitarlo aun en las cosas más pequeñas ;
Tercero, cuándo se cae en una falta, una humilde
confusión ;
Cuarto una cuidadosa vigilancia sobre las
inclinaciones desordenadas, con frecuentes vueltas sobre nosotros mismos para
conocer el estado de nuestro interior y ver lo que allí sucede contra la
fidelidad del perfecto servicio de Dios.
Es una gran ofuscación pensar - como algunos que después de hacer una confesión
general, no sea necesario tener tanto escrupulo de evitar luego los pecados
pequeños, las imperfecciones insignificantes, los menores desórdenes del corazón
y sus primeros movimiento.
Los que por una secreta desesperanza de una mayor
perfección hacen esto con ellos mismos, generalmente inspiran a los demás
iguales sentimientos y siguen la misma pauta floja con las almas que dirigen: en
lo cual se equivocan Lamentablemente. Debemos tener tal delicadeza de
conciencia, tan gran cuidado y exactitud que no nos perdonemos la menor falta y
combatamos y cercenemos hasta los menores desarreglos de nuestro corazón. Dios
merece que se le sirva con esta perfecta fidelidad; para ello nos ofrece su
gracia : a nosotros nos toca cooperar.
No llegaremos nunca a una perfecta pureza de
conciencia, si no vigilamos de tal manera todos los movimientos de nuestro
corazón y todos nuestros pensamientos, que no se nos escape apenas nada de que
no podamos dar cuenta a Dios y que no tienda a conseguir su gloria ; tanto que,
tomando por ejemplo un plazo de ocho días, no se nos escapen sino muy poquitas
cosas exteriores o actos internos que no tengan la gracia por principio. Y que
si se nos cuelan algunos, sea sólo por sorpresa y por breves momentos, estando
nuestra voluntad tan íntimamente unida con Dios que los reprima en el momento
mismo en que se da cuenta.
Es raro conseguir la plena victoria sobre nuestros movimientos desordenados:
casi nunca llegamos a dominar uno tan perfectamente que no se nos escape algo o
que no nos quede aún un poco, ya sea por falta de atención o defecto de una
resistencia suficientemente enérgica. Una de las mayores gracias que Dios nos
hace en esta vida y que nosotros debemos pedir más, es la de vigilar de tal
forma nuestro corazón que no se nos infiltre en él ni el menor movimiento
irregular sin que lo percibamos y lo corrijamos prontamente. Todos los días se
nos escapan una infinidad que no conocemos.
Cuando uno se da cuenta de haber cometido un pecado, debe arrepentirse en
seguida y hacer un acto de contrición, para evitar que este pecado impida las
gracias siguientes, lo que sucederá indefectiblemente; si se deja de hacer
penitencia.
Algunos no necesitan da hacer examen particular
porque no cometen ni la menor falta sin que sea prontamente apercibida y
reprimida, pues caminan siempre bajo la luz del Espíritu Santo que los conduce.
Éstos son raros, y hacen, por así decirlo, un examen particular de todo.
El espíritu de temor puede también llegar al exceso, y entonces es perjudicial
al alma e impide las comunicaciones y los afectos que el amor divino operaría en
ella si no la encontrase en la estrechura y en la frialdad del temor.
El vicio opuesto al temor de Dios es el espíritu de
orgullo, de independencia y de libertinaje: éste hace que no se quieran seguir
sino las propias inclinaciones, sin soportar ninguna sujeción ; se peca sin
escrúpulo y no se tienen en cuenta las faltas pequeñas; se está delante de Dios
con poco respeto y se cometen irreverencias en su presencia ; se desprecian sus
inspiraciones; se descuidan las ocasiones de practicar la virtud, y se vive en
el relajamiento y en la tibieza.
Se dice que un pensamiento inútil, una palabra dicha
sin pensar, una acción hecha sin dirigir la intención, es poca cosa. Esto sería
cierto si estuviésemos en un estado puramente natural ; pero estando como
estamos elevados a un estado sobrenatural, conseguido por la preciosa sangre del
Hijo de Dios; considerando que a cada instante de nuestra vida responde toda una
eternidad y que la menor de nuestras acciones merece la posesión o la privación
de la gloria, que siendo eterna en su duración es en cierta manera infinita ;
debemos confesar que todos los días tenemos pérdidas inconcebibles por nuestra
negligencia y dejadez, a falta de una perpetua conversión de nuestro corazón a
Dios.
Persuadámonos de una vez en las acciones
exteriores, a las que damos tanta importancia, no son más que el cuerpo, y que
la intención y el interior, es el alma.
No se sabe hasta que punto es incalculablemente
peligroso el camino de la tibieza. Durante toda nuestra vida debemos recordar
que Dios soporta durante algún tiempo los pecados que se cometen sin escrúpulo :
mas si se persiste en ellos, por un justo castigo de Dios, o se cae en un pecado
manifiestamente mortal, o se encuentra uno envuelto en un fastidioso asunto o se
ve infamado por una calumnia que no tenía razón de ser, pero que Dios ha
permitido para corregir alguna otra falta en la que no se pensaba.
San Efrén, en su juventud, encerrado en la cárcel por un crimen supuesto, se
quejaba a Dios, y queriéndole demostrar su inocencia, parecía acusar a la
Providencia de haberle olvidado. Se le apareció un ángel y le dijo: ¿No
recordáis el daño que hicisteis tal día a un pobre aldeano matándole la vaca a
pedradas? ¿Qué penitencia habéis hecho y qué satisfacción habéis dado? Dios os
sacará de aquí, pero no antes de quince días. Además, que no sois el único a
quien Dios trata así, pues algunos de los que aquí están son inocentes de los
crímenes que les atribuyen; mas han hecho otros que la justicia humana ignora y
que la divina quiere castigar: los jueces los castigaron por crímenes que no
habían cometido ; y Dios permitirá que sean ejecutados para castigar los
crímenes secretos que sólo Él conoce. Los juicios de Dios son terribles: hemos
sido llamados a un grado de perfección, y si después de habernos esperado tanto
tiempo, ve que continuamente le resistimos, nos priva de las gracias que nos
tenía dispuestas, nos quita las que ya nos había dado y algunas veces hasta la
misma vida ; adelantándonos la muerte por el temor de que lleguemos a caer en
una desgracia mayor. Esto es lo que sucede con frecuencia a los religiosos que
viven tibia y negligentemente.
A este don de temor pertenece la primera
bienaventuranza : bienaventurados los pobres de espíritu (1): la desnudez de
espíritu que comprende el despego total del afecto a los honores y a los bienes
temporales se sigue necesariamente del perfecto temor de Dios ; siendo éste el
mismo espíritu que nos lleva a someternos plenamente Dios y a no estimar más que
a Dios, despreciando todo lo demás, no permite que nos elevemos ni delante de
nosotros mismos buscando nuestra propia excelencia, ni por encima de los demás
buscando las riquezas y las comodidades temporales.
Los frutos del Espíritu Santo que corresponden a
esta don son los de modestia, templanza y castidad. El primero, porque nada
ayuda tanto a la modestia como el temeroso respeto a Dios que el espíritu de
temor filial inspira ; y los otros dos, porque al quitar o moderar las
comodidades de la vida y las placeres del cuerpo, contribuyen con el don de
temor a refrenar la concupiscencia.