Home
Llamada Universal a la Santidad
I. Llamamiento y modelo a) El llamamiento a la santidad
Dios nos llama a que seamos santos, Dios nos ha puesto en el camino de la
santidad, Dios desea que alcancemos esa santidad, y esto nos obliga a poner en
santificarnos todo el corazón. Si nuestro corazón ha de estar en el cumplimiento
de la voluntad divina, ha de estar en la santificación que Dios desea, y ha de
estar con la gratitud, con la vigilancia, con la delicadeza, con la generosidad
que exige la vocación divina, que, al fin y al cabo, es una infinita
misericordia. Si por vocación somos santos, no podemos descansar hasta que
hayamos realizado por entero esa vocación.
Antes de que nosotros existiéramos y antes de que hubiera sido creado el
mundo, ya Dios nos escogió; es decir, Dios usó de predilección con nosotros, Nos
escogió para que fuéramos santos e inmaculados en su acatamiento, El corazón de
Dios tiene unos deseos infinitos de pureza y de santidad. Arrebatado de estos
infinitos deseos de santidad y de pureza, eligió unas criaturas, nos eligió a
nosotros para hacernos puros y santos, y saciar en nosotros sus anhelos de
pureza y santidad.
Pureza aquí es una participación de la pureza infinita de Dios. Desea Dios
que imitemos su infinita pureza, que participemos de ella, que no haya en
nosotros nada que desdiga de ella, nada donde El no pueda pasar sus ojos
divinos; y para ello quiere purificarnos de todo lo que nos mancha y de todo lo
que le es desagradable. Al afán de Dios nuestro Señor de hacernos santos e
inmaculados en su divina presencia, por fuerza ha de responder el afán nuestro
de vivir deshaciendo nos por adquirir esa pureza y santidad que Dio nos pide, o,
mejor dicho, que Dios quiere otorgarnos
b) Puerta abierta para
todas las almas
Dios nuestro Señor quiere que todas las almas
progresen en la virtud, porque a todos dijo estas palabras: Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia, 0 sea, de santidad; aquellos que andan
anhelosos de perfeccionarse en la virtud. A todos les dijo estas palabras:
Aspirad a ser perfectos, coma vuestro Padre celestial es perfecto. Para todos
dejó abierta, de par en par, la puerta de la sabiduría. Esa es inconcuso. Y no
solamente abre la .puerta, sino que a todos ayuda y llama, y a todos quiere
atraer, y en todos despierta esos deseos, que alguna vez sentimos que llama a
nuestro corazón pidiéndonos esto. Pues, cuando Dios trabaja en nosotros de modo
que por propia experiencia la sabemos, no podemos dudar de que ese camino es
para nosotros.
Esta palabra de Cristo [sobre la necesidad de tomar la cruz] no fue una palabra
dirigida a unas cuantas almas escogidas llamadas a una especial santidad también
con especial vocación, sino que esta palabra era para todos, se dirigía a todas
las almas, y era un bien que el Señor ofrenda a todos los corazones humanos.
Para todos, 'pues, es esta sentencia a todos conviene esta doctrina; y no hemos
de establecer nosotros una categoría". especial de personas a quienes
ahora se dirija el Señor. Esas categorías de personas que a veces se establecen
cuando se oven ciertas sentencias del Evangelio, sin tomar fundamento del mismo,
Evangelio para distinguir así categorías, entre otros males, tiene el
inconveniente de privarnos de frutos hermosísimos que recogeríamos si supiéramos
agruparnos al auditorio del Señor.
Ese desprendimiento generoso de los bienes terrenos, ese aceptar con amor las
humillaciones que Dios nos mande, ese arrostrar la persecución que suele
padecerse cuando se quiere seguir las sendas del Evangelio, porque el mundo no
deja en paz a quien no sigue sus caminos, todo esto se puede hacer, Esto es
buscar la perfección. Será muy arduo, será dificilísimo para una naturaleza que
está llena de malos hábitos, para quien no conozca bastante todavía la que vale
la virtud y la que debe a Jesucristo; pero no es una cosa irrealizable. Los
débiles, los cobardes, se quedarán atrás; pero las almas generosas, las a1mas
iluminadas, pueden llegar ahí, y el ser alma generosa e iluminada está en
nuestra mano, porque Dios nuestro Señor no niega a nadie la gracia para alcanzar
la santidad.
Otros caminas no serán para nosotros, pero este camina de santidad es para
todos, cualquiera que haya sido nuestra vida.
c ) Hambre y sed de santidad
Esta es la condición de la virtud, despertar hambre y sed nueva de santidad. Por
eso, mientras que en un alma vulgar el hambre y la sed de justicia es muy
apagada, en las almas santas, esa hambre y sed es verdaderamente devoradora.
Todavía esa hambre y sed pueden tomar proporciones inmensas cuando prenden en un
alma apostólica, porque entonces no es sólo hambre y sed de santificarse a si
misma, sino que es hambre y sed de santificar a los demás, de hacer que todos
los hombres sean verdaderos hijos de Dios. Y todavía por encima de ese
grado que parece supremo hay otro. Cuando un alma llega a un desengaño tan
profundo de las cosas de la tierra, que puede decir que su corazón ha muerto a
ellas, y no puede amar sino a Dios, siente un hambre y sed de cielo, es decir,
de santidad consumada en la plena posesión de Dios en el cielo un hambre de la
Vida Eterna, en la que está la verdadera santidad sin sombras y sin temores, que
en su comparación todas las anteriores palidecen.
Conviene distinguir
una doble hambre y una doble sed de las almas. Hay almas que son como el hijo
pródigo: padecen de hambre y padecen de sed y van a saciar su hambre y su sed en
las cosas creadas en las inmundicias .que les ofrecen las propias
concupiscencias, en los propios deseos terrenos de su corazón. Y hay otra hambre
y otra sed que no son coma las del hijo pródigo, sino que podemos compararías
con el anhelo que sentía María Magdalena en el día de la resurrección cuando
buscaba a su Maestro divino. La primer a hambre y la primera sed son una
desgracia del corazón son una miseria del hombre, son un mal. La segunda hambre
y la segunda sed son una dicha del hombre son una riqueza del corazón, son una
bendición divina. El que sabe cómo obra Dios en las almas, entiende muy
bien n no sólo el que puedan compaginarse el hambre y la sed, sino el que esa
misma sed y esa misma hambre sean una verdadera hartura. Este es el misterio de
esos deseos de los santos, por una parte, atormentadores, y por otra parte,
dulcísimos; por una parte, prueba y destierra y soledad, y por otra parte unión
con Dios.
d ) Cristo, modelo divino de santidad
La santidad
viviente, la santidad en concreto, es Cristo Jesús. Y, por consiguiente, todo el
que aspire a la santidad tiene que ejercitar virtudes; si no se alcanzan, todo
es ilusión, y, si se alcanzan, se tiene todo.
No hay vida de perfección
sin El. Toda vida que vaya por otro camino no es vida de perfección. Este
concepto es para todos.
Forjad en vuestro entendimiento todos los tipos
de santidad que queráis; la que esos tipos de santidad tengan de común con el
sentir de Cristo Jesús, será verdadero; la que no tengan de común con el sentir de
Cristo Jesús, no es verdadero.
El camino de la santidad está abierto
delante de mi siempre; en cualquiera disposición que me encuentre, siempre podré
imitar los sentimientos de Jesucristo, unirme a El. ¿Que estoy sufriendo
tentaciones? Procuraré vencerlas, coma El la hizo en el desierto. ¿Que estoy en
una amarga desolación? Imitaré sus disposiciones al sufrir en la cruz el
abandono del Padre celestial. ¿Que El permite que se me subleven las pasiones y
me invada el tedio y la tristeza? Me uniré en su agonía en el huerto.
¿ Que me quiere llevar un momento al Tabor? Pues también al Tabor con Cristo
Jesús.
Esta perfección sin término, en la cual debemos avanzar siempre
hasta que llegue la eternidad, no ha de ser una perfección inventada por la
torpeza de los hombres. Ha de ser la perfección evangélica, basada en la
doctrina y en los divinos ejemplos de Jesús. Jesús es nuestro camino, nuestra
verdad y nuestra vida. La senda que El nos mostró mientras vivió en este mundo
es la que hemos de recorrer nosotros si queremos llegar al reino de Dios. No
finjamos otra senda para la perfección, si no queremos engañarnos a nosotros
mismos.
Si no se llega a la entrada de la imitación de Cristo, que es esta imitación de
su santa pobreza y de su santa humillación, para desasirse y despojarse de todo
a fin de vivir únicamente para Dios ; si no se hace esto y el corazón sigue
prendido en las criaturas, se conseguirán ciertas virtudes y se evitarán ciertos
pecados, pero la perfección y la santidad no se conseguirán .
II. Caminos
múltiples, pero guía única
a) Múltiples formas de la
santidad cristiana Aunque ciertos ras rasgos generales los han de tener todos
los santos, porque todos han alcanzado la santidad, la forma concreta de la
santidad de un santo no es la forma concreta de la santidad de otro ni aun
dentro de la misma orden re1igiosa.
Todos los santos, por el hecho de serlo, pueden y aun deben hacer suya
aquella pa1abra de San Pablo: Para mi, el vivir es Cristo (Phil 1,21), pero cada
uno realiza
estas palabras en una forma concreta que le es peculiar. Basta recordar a San
Francisco y a San Bruno. Dios nuestro Señor no es un artista humane pobre de
ideas; tiene una sabiduría infinita, y cada vez que hace un santo rompe el molde
para no hacer otro igual,
y se complace en que cada santo que El hace sea original no sea
como otro. Cuando el Señor hizo a Santa Teresa, rompió el molde y luego formó
una Santa Teresita, y lo volvió a romper.
Sabios o sencillos, ciertos o
dudosos, contemplativos militantes, los santos no son más que matices de una
misma santidad; la santidad de Cristo descompuesta en los prismas del amor
santo.
Nos hemos de santificar de la manera a que Dios quiera por
los caminos de santidad que Dios quiera de nosotros, por los modos que El nos
lleve. La santidad nuestra no ha de ser la que nosotros queramos, sino la que
quiera Dios.
b) Dios abre muchos caminos
Tiene Dios muchos caminos para llevar a las
al mas.
Hay una manera de entender la vida espiritual de demasiado
sistemática, que no reconoce ni la diversidad de las vocaciones, ni la
diversidad de las circunstancias sino que quiere calcar en cada
persona lo que se ha vista en un santo determinado. Almas que no conocen más que
un camino de santificación, creen que porque ellas no conocen más que ese
camino, no puede haber otro por donde las almas encuentren a Dios y se unan
íntimamente con El.
Cada uno tal y como es, dentro de las
circunstancias en que se encuentra, tiene que arreglarse de modo que consiga lo
que Dios quiere de él. El fin es el mismo, los caminos nunca lo son, porque no
hay dos personas que tengan un mismo camino en la vida por lo que toca a la
consecución del reino de los cielos.
c) Clave de la santidad: el
cumplimiento fiel de la voluntad divina
¿ En qué consiste la santidad? Podemos decir que consiste en vivir enteramente
para Dios. Para santificarse hay que entender las palabras vivir para Dios en
toda su amplitud, hay que corregir toda desviación del corazón, hay que
mortificar todas las afecciones desordenadas, hay que ponerse de lleno en la
voluntad de Dios. Y todo esto no se hace sino cuando se ha conseguido la
desnudez espiritual.
Para santificarse es condición indispensable vivir
en la verdad.
Hay en nosotros coma dos voluntades; una que podemos llamar
superficial, que aparece al exterior, y que en las personas religiosas suele
estar siempre dirigida hacia lo bueno, y otra voluntad profunda, que queda
disimulada en lo hondo del corazón, que es mucho más fuerte y eficaz que la
anterior, y que es la que en realidad gobierna nuestros deseos. A veces, ni
nosotros mismos tenernos plena conciencia de dónde está puesta, de hacia dónde
se dirige nuestra voluntad profunda, pero es necesario descubrirlo. Para ser
santos es necesario que esta voluntad profunda esté puesta de veras en la
santificación y nada más que en la santificación (VII 203).
Todos
nosotros deseamos el reino no sólo por salvarnos, sino porque Dios reine con
dominio absoluto. Esto es evidente. Pero este deseo, (es el fundamental? Al lado
de ése, (no ha otros más o menos confesados, más o menos sutiles y misteriosos,
pero que en realidad nos influyen y dirigen nuestra vida? ¿Noes a caso nuestro
corazón, coma decía el Señor allá, en el sermón de la Montana, un siervo
que pretende servir a dos señores? A Dios, si, pero condicionalmente; no con una
entrega total, sino con reservas; reservándose nuestra alma el maniobrar a su
modo para conservar ciertos afectos, ciertos deseos que tiene en su corazón.
el examinarnos sinceramente, (podemos asegurar que no hay en el nuestro ninguno
de ellos escondido y que subrepticiamente lo gobierne? Yo sólo sabría decir que,
si eso fuera verdad, habríamos llegado a la cumbre de la santidad, porque la
santidad es esa: la entrega total de un alma a Dios realizada, vivida. Y, si no,
(por qué no hemos llegado a la cumbre de la santidad? Porque, junta al deseo del
reino, hay otros que lo impurifican, que lo contienen para que no se desarrolle
en toda su fuerza. (Cuáles? Cada alma los conoce. Pero, si no ha llegado a la
santidad, es porque existen en ella, porque su voluntad escondida no está puesta
de veras sólo en Dios.
La diferencia que hay entre una vida que es santa
y otra que no lo es, es ésta: en las vidas de santas, la iniciativa la tenemos
nosotros, y en las vidas santas la iniciativa es sólo de Dios. Dejarle a El la
iniciativa siempre y en todas las cosas, plegarse y entregarse con dulzura, con
alegría y con amor a esa iniciativa divina, es el gran secreto de la
santificación.
La clave de toda santidad es el cumplimiento de la
voluntad divina lo mismo en la vida del alma más sencilla que en la vida del
alma más sublime y levantada.
El fin de mi vida no es adaptarme a las
circunstancias del mundo, sino adaptarme a la lev de Dios.
Saber vivir
coma al margen de ese rio interior, corno flotando sobre sus olas, es un secreta
necesario para la santidad. El curso del rio lo traza Dios, y, a veces, el mismo
Señor permite que nuestros enemigos vengan a enturbiar o a encrespar las olas.
No está en nuestra mano el dirigir esa corriente por los caminos que más nos
agraden, pero si está en nuestra mano el saber navegar sobre ella sin
estrellarnos contra un escollo y sin caer en el abismo. En toda esa complejidad
interior hay algo que importa y algo que tenernos que dejar pasar sin que nos
cautive. Lo que importa es que cada onda de ese rio se convierta por nuestra
voluntad, ayudada por la gracia del Señor, en glorificación divina y en mérito
eterno. Lo que no importa es que nosotros sintamos unos u otros vaivenes. Si el
alma vive con la única preocupación de esos vaivenes y sin levantar los ojos más
arriba, se pierde. Si, en cambio, en todos los vaivenes sabe mirar al cielo, va
atesorando méritos indecibles y va creciendo en el amor. La corriente, ora
impetuosa, ora mansa, la llevará siempre a Dios.
d) En las
circunstancias concretas de la prosa diaria
El mejor modo de
santificarme es aprovechar en el momento presente lo que tengo a mi alcance para
ejercitar virtudes, las virtudes que eso me exija, Y no solamente es el mejor
medio de santificación, sino el único medio, porque ésta es la realidad de mi
vida y aquí es donde se ha de decidir mi santificación o mi no santificación, y
todo lo demás es soñar
El camino corto y sencillo para santificarnos,
para imitar a Jesús, para acercarnos a Dios, es este camino de hacerlo todo
bien, desde lo pequeño hasta lo gran de, desde lo más oculto hasta lo más
publico, desde lo que es mas individual hasta lo que es muy colectivo , muy
familiar o muy social. Hacer las cosas bien; es
decir, hacer las cosas
guiados por el Espíritu del Señor, con la recta intención de seguir las santas
inspiraciones de ese Espíritu: hacer las cosas bien, no buscándonos a nosotros
en las cosas que hacemos, ni dando pábulo a nuestras pasiones, ni procurando
satisfacer deseos dormidos de nuestro corazón, sino olvidándonos de ellas para
buscar a Dios nuestro Señor ; hacer las cosas bien, o, lo que es igual, hacerlas
en unión con Dios, porque lo mismo que se une la mente con Dios cuando está
recogida en la oración, puede unirse cuando está en medio de su trabajo
cotidiano, y, aun en medio de esos afanes y esos apremios que las circunstancias
de la vida tienen muchas veces, hacer las cosas unidos a Dios, hacerlas bien; es
decir, no hacerlas guiados por criterios humanos o por la prudencia de la carne
y de la sangre, sino por la palabra del Señor, con fe en esa palabra, sin
discutirla, sin pensar en las consecuencias que esa palabra puede tener: he
cumplido la palabra del Señor, y esto me basta; .hacer las cosas bien, es decir,
no hacer las cosas con solicitud inmoderada del éxito o del fracaso, con la
solicitud inmoderada del provecho o del perjuicio, de la honra 0 de la deshonra,
del gusto o del sacrificio, sino dejando aparte todas estas cosas, como quien se
abandona en Dios, cumple la palabra divina y sigue las inspiraciones del
Espíritu Santo; en una palabra, mira únicamente a Dios.
La verdad
es ésta: que sea el mundo como sea, en rodos los ambientes se pueden santificar
las almas. Estará el mundo todo lo corrompido que queráis; pero, aun viviendo en
el mundo, las almas se pueden santificar.
La santificación no es
un tesoro que hay que buscar muy lejos, como dice la Sagrada Escritura hablando
de la mujer fuerte, sino que está a nuestro alcance, a nuestro lado, dentro de
nosotros mismos, porque toda ella se reduce a que convierta yo todo esto que veo
en ocasiones de ejercitar virtudes viéndolo con ojos de fe. Pónganme en el
ambiente que me pongan, en las ocupaciones que quieran, entre las facilidades o
las dificultades que se les antojen a los demás, siempre, si yo sé verlo todo
con ojos de fe, me encontraré con una serie de medios que Dios me ha puesto en
las manos para creer en la vida interior. Únicamente variará una cosa: las
virtudes que tendré que ejercitar.
e) El heroísmo de las virtudes perfectas
La santidad es una sola. Lo mismo en el apóstol que en el alma
contemplativa, lo mismo en el que vive en suma pobreza que en el que posee
bienes de este mundo, consiste únicamente en la perfección de la caridad, que se
adquiere únicamente con la perfecta abnegación de si mismo.
La santidad consiste en un gran amor de Dios, pero con condiciones
indispensables, sin las cuales la santidad o no existe o no es perfecta; por
ejemplo, ciertas virtudes que a la naturaleza se le hacen muy difíciles, como,
por ejemplo, la humildad, el desprecio de todas las cosas del mundo, la
mortificación, la negación de si mismo, etc. La santidad sin esto es una
santidad ilusoria, sonada; la santidad verdadera incluye todo esto;· no de una
manera superficial, no contentándose con tener esas virtudes de cualquier modo,
sino de suerte que signifique la posesión de estas virtudes de un modo generoso
y perfecto.
El reino de los cielos es el reino de la santidad; la corona gloriosa de los
santos, y el modo de conquistar lo es desplegar todos los heroísmos
sobrenaturales y evangélicos que el mundo y las almas tibias califican de
exagerados y excesivos. El heroísmo de nuestro Redentor se percibe en seguida
aunque no hagamos más que recordar este su rasgo fundamental: El pudo redimir al
mundo con una sola palabra, y quiso redimirlo con una abundancia indescriptible
de humillaciones y sacrificios. Toda su vida está llena de virtudes heroicas
desde el principio hasta el fin.
f) Sin glosa, sin mutilaciones
Hay dos discreciones, una sobrenatural y divina y otra humana y natural. Ahora
bien: ¿ qué diferencia hay entre un alma buena y corriente y un santo? Pues que
esa alma buena está gobernada por la discreción natural, anda mirando y dando
vueltas a «si podré o' no podré, si será conveniente o si no será conveniente»,
y la otra es un alma que, cerrando los ojos a todo eso, se abandona a la acción
del Espíritu Santo para vivir puramente en espíritu de fe.
¿Qué es un santo? Un santo no es más que un alma que se ha fiado por entero de
la palabra de Jesucristo y la ha tornado por única norma de su vida, sin glosas,
sin mutilaciones, sin interpretaciones humanas, tal como salió de los labios de
Jesús y tal como suena en los oídos de las almas escogidas: esa es un santo.
Los santos, que sabían mirarlo todo con ojos de fe, no atendían en sus
trabajes y en su ministerio al brillo que éstos puedan tener a la faz del mundo;
no atendían a los aplausos de los hombres , no atendían a las consecuencias
humanas que de esos trabajes podrían derivarse ; atendían iónicamente a Dios,
aprendan únicamente a la sangre de Cristo, profanada en tantas almas. El
paso más difícil en el camino de la perfección es precisamente salir de las
apariencias buenas para ponerse en el bien; desvanecer las ilusiones para
ponerse en la verdad, Y ese paso hay que darlo, si no queremos que nuestros
deseos de perfección sean un engaño doloroso. Nos pasaremos la vida perorando
de la perfección evangélica con los acentos más arrebatados; pero cada vez
estaremos más lejos de la perfección.
Prácticamente, la gente que
quiere servir a Dios no pierde la santidad por una caída gruesa, sino porque
Satanás entra por medio de pequeñas infiltraciones, y estas pequeñas
infiltraciones rebajan el espíritu, quitan el jugo, desquician las virtudes;
éste es el arte por el que consigue que almas llenas de deseos de santidad no
acaben de santificarse.
III. Clases de
santidad
a) Las santidades autenticas La santidad que
más cuesta es la santidad más verdadera es la santidad que consiste en borrarse.
Una vida santa, Pero borrada, es lo mismo que si el Señor hubiera ido pintando
primorosamente en un cuadro una figura de santo, pero al mismo tiempo la hubiera
ido borrando.
En la santidad suele haber dos cosas: algo escondido,
secreto, y algo que sale al exterior, que se muestra a los ojos de todos. La
santidad, fundamentalmente, consiste en el ejercicio heroico de las virtudes;
pero unas veces esas virtudes heroicas están revestidas de tal manera en el
exterior, que hieren la atención, atraen la mirada, roban el corazón de aquellos
que las presencian; y otras veces, por la fuerza misma de las circunstancias,
por la práctica de la humildad, por los designios de Dios, no llevan esas
circunstancias exteriores, no tienen ese aspecto exterior. Por esa suele haber
dos géneros de santidad: una santidad que es muy asequible para el vulgo de los
hombres y otra santidad que es tanto.
Esta entrega total, filial, en
complete abandono y en perfecto olvido de nosotros mismos, esto es centrarnos n
la santidad y vivir centrados en la vida espiritual. Para esto no ha ce falta
más que vivir en la santa oscuridad de la fe y en la perfecta abnegación. Asta
será posible que lleguemos a ser santos y que no se entere nadie. Las santidades
temibles son las santidades que se ven, porque es el que lleva un tesoro
visible, que está expuesto a que lo roben; pero las santidades seguras son estas
que esconde el Señor y que no las ve nadie.
La santificación de un
alma muchas veces está en esa especie de desierto, en ese vivir siempre en la
sombra, en una gran oscuridad, en una tierra sin flores, en una soledad que es
hermosa, pero abrasada. A veces, el Señor quiere santificar a las almas en esa
especie de pobreza interior. En saber vivir asta y quedarse en ese desierto está
el paso decisivo para la propia santificación
Los santos siempre
viven en el mundo en una soledad espantosa, mientras que los mundanos siempre
tienen en torno suyo rumores de muchedumbres inmensas.
Los santos no
se baten en retirada cuando arrecia el furor de la guerra contra el mismo
]Jesucristo para evitar el caer heridos o morir. La muerte para ellos siempre ha
sido su ganancia y su corona. Lo que hay que hacer es santificarse en la
monotonía rutinaria de la vida, que es santificarse con una santidad que ni
tiene nada de llamativo ni atrae la atención del mundo.
b) Las
santidades sospechosas Uno de los caminos por donde naufraga la santificación
es el camino de la pesia (desazon enfado). Soñar con que pueden acaecernos tales pruebas,
Soñar
con que yo pueda llevar a cabo tal empresa, soñar con que yo me pueda encontrar
en tales circunstancias ... , y es tan fácil! Pero por ahí naufraga la santidad.
Nos mecemos en esos ensueños poéticos, esperando que por ahí despunte para
nosotros el sol de nuestra santificación, y entre tanto tenemos la santificación
en nuestras manos, en la prosa cotidiana de nuestra vida, viéndolo todo en Dios
y aprovechándolo todo según Dios, y nos descuidamos, la perdemos de vista para
seguir sonando.
Uno de los mayores enemigos que tiene la
santificación de las almas son las santidades hipotéticas. Las santidades
hipotéticas, por su misma naturaleza, no suelen realizarse. Deja el alma escapar
la realidad que tiene delante, en la cual se debería santificar, y se echa a
soñar con situaciones irreales, creyendo alucinadamente que en ellas se
santificaría.
La santidad no consiste en ciertas prácticas devotas que
exteriormente se hagan, la santidad no está en una vida exterior muy ordenada;
eso es superfluo; todo lo más, secundario; la santidad está en las virtudes
verdaderas; ni siquiera está en los sentimientos, sino en la manera como el alma
reacciona cuando siente o no siente; si reacciona siempre según la virtud, según
la perfección de las virtudes, entonces la santidad será verdadera, y la
santidad verdadera tiene como características las grandes virtudes religiosas:
la humildad, la pobreza, la perfecta abnegación, la completa obediencia, que es
como la base y la piedra fundamental de la perfección; y sólo cuando esas
virtudes llegan a ser virtudes puras con toda la perfección que el Evangelio les
atribuye, entonces es cuando se está en justicia y santidad verdaderas.
Hay una gran diferencia entre el alma fervorosa, que se ha entregado de
veras a Dios y que ve y busca a Dios en todo, y las almas tibias, amigas de si
mismas. Las almas fervorosas tienen un instinto sobrenatural, una habilidad
divina para encontrar a Dios en todo: en lo próspero y en lo adverso, en el amor
y en el desamor de las criaturas, del que sacan el fruto de despegarse de ellas;
en las alegrías, que miran como migajas que les caen de la mesa del Padre
celestial, y en las lágrimas, porque saben unirlas con las de Jesús; en sus
fervores, que son como un vuelo que las acerca a Dios, y en sus sequedades y
desolaciones, que las unen con Jesús en el huerto de la agonía. Siempre
encuentran a Dios, .nada hay que las estorbe para unirse con El; diríase que
desafían a todas las criaturas, seguras de vencerlas. As! son las almas santas.
Todo lo contrario es la condición de las tibias. Hasta en las cosas saritas
encuentran tropiezos; donde hay la menor cosa, ellas sacan más, van mendigando
el amor de las criaturas; su desamor las desilusiona y las llena de amargura,
porque no buscan a Dios, sino que se buscan a si mismas. Si tratan con Dios, no
le, buscan a El, sino sus consuelos, y así por todas las sendas espirituales 0
temporales de la vida convierten en daño lo que debía serles provechoso........
continua
Cristiano Catolico 18-10-2020
Sea bendita la Santa e inmaculada Purísima Concepción, de la
bienaventurada Virgen Maria.
Por siempre sea bendita y alabada.
|