Liturgia
Catequesis
Oración
index Santo
Ioannes Paulus PP. II  Dominum et vivificantem
sobre el Espíritu Santo en la Vida de la Iglesia
y del Mundo
1986.05.18
BENDICIÓN
Venerables hermanos,
amadísimos hijos
e hijas:
¡ salud y bendición apostólica !
INTRODUCCIÓN
1. La Iglesia profesa su fe en el
Espíritu Santo que es « Señor y dador de vida
». Así lo profesa el Símbolo de la Fe, llamado nicenoconstantinopolitano por el
nombre de los dos Concilios —Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381)—, en los
que fue formulado o promulgado. En ellos se añade también que el Espíritu Santo
« habló por los profetas ». Son palabras que la Iglesia recibe de la fuente
misma de su fe, Jesucristo. En efecto, según el Evangelio de Juan, el Espíritu
Santo nos es dado con la nueva vida, como anuncia y promete Jesús el día grande
de la fiesta de los Tabernáculos: « " Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el
que cree en mí ", como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva
».1 Y el evangelista explica: « Esto decía refiriéndose al Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en él ».2 Es el mismo símil del agua usado por Jesús en
su coloquio con la Samaritana, cuando habla de una « fuente de agua que brota
para la vida eterna »,3 y en el coloquio con Nicodemo, cuando anuncia la
necesidad de un nuevo nacimiento « de agua y de Espíritu » para « entrar en el
Reino de Dios ».4
La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la
experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el
principio su fe en el Espíritu Santo, como aquél que es dador de vida, aquél en
el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo
en ellos la fuente de vida eterna.
2. Esta fe, profesada ininterrumpidamente por la Iglesia,
debe ser siempre
fortalecida y profundizada en la conciencia del Pueblo de Dios. Durante el
último siglo esto ha sucedido varias veces; desde León XIII, que publicó la
Encíclica Divinum illud munus (a. 1897) dedicada enteramente al Espíritu Santo,
pasando por Pío XII, que en la Encíclica Mystici Corporis (a. 1943) se refirió
al Espíritu Santo como principio vital de la Iglesia, en la cual actúa
conjuntamente con Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico,5 hasta el Concilio
Ecuménico Vaticano II, que ha hecho sentir la necesidad de una nueva
profundización de la doctrina sobre el Espíritu Santo, como subrayaba Pablo VI:
« A la cristología y especialmente a la eclesiología del Concilio debe suceder
un estudio nuevo y un culto nuevo del Espíritu Santo, justamente como necesario
complemento de la doctrina conciliar ».6
En nuestra época, pues, estamos de nuevo llamados, por la fe
siempre antigua y
siempre nueva de la Iglesia, a acercarnos al Espíritu Santo que es dador de
vida. Nos ayuda a ello y nos estimula también la herencia común con las Iglesias
orientales, las cuales han custodiado celosamente las riquezas extraordinarias
de las enseñanzas de los Padres sobre el Espíritu Santo. También por esto
podemos decir que uno de los acontecimientos eclesiales más importantes de los
últimos años ha sido el XVI centenario del I Concilio de Constantinopla,
celebrado contemporáneamente en Constantinopla y en Roma en la solemnidad de
Pentecostés del 1981. El Espíritu Santo ha sido comprendido mejor en aquella
ocasión, mientras se meditaba sobre el misterio de la Iglesia, como aquél que
indica los caminos que llevan a la unión de los cristianos, más aún, como la
fuente suprema de esta unidad, que proviene de Dios mismo y a la que San Pablo
dio una expresión particular con las palabras con que frecuentemente se inicia
la liturgia eucarística: « La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del
Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros ».7
De esta exhortación han partido, en
cierto modo, y en ella se han inspirado las
precedentes Encíclicas Redemptor hominis y Dives in misericordia, las cuales
celebran el hecho de nuestra salvación realizada en el Hijo, enviado por el
Padre al mundo, « para que el mundo se salve por él » 8 y « toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre ».9 De esta misma
exhortación arranca ahora la presente Encíclica sobre el Espíritu Santo, que
procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria: él es una Persona divina que está en el centro de la fe
cristiana y es la fuente y fuerza dinámica de la renovación de la Iglesia.10
Esta Encíclica arranca de la herencia profunda del Concilio. En efecto, los
textos conciliares, gracias a su enseñanza sobre la Iglesia en sí misma y sobre
la Iglesia en el mundo, nos animan a penetrar cada vez más en el misterio
trinitario de Dios, siguiendo el itinerario evangélico, patrístico v litúrgico:
al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
De este modo la Iglesia responde también a ciertos deseos
profundos, que trata
de vislumbrar en el corazón de los hombres de hoy: un nuevo descubrimiento de
Dios en su realidad trascendente de Espíritu infinito, como lo presenta Jesús a
la Samaritana; la necesidad de adorarlo « en espíritu y verdad »; 11 la
esperanza de encontrar en él el secreto del amor y la fuerza de una « creación
nueva »: 12 sí, precisamente aquél que es dador de vida.
La Iglesia se siente llamada a esta misión de
anunciar el Espíritu mientras,
junto con la familia humana, se acerca al final del segundo milenio después de
Cristo. En la perspectiva de un cielo y una tierra que « pasarán », la Iglesia
sabe bien que adquieren especial elocuencia las « palabras que no pasarán ».13
Son las palabras de Cristo sobre el Espíritu Santo, fuente inagotable del « agua
que brota para vida eterna »,14 que es verdad y gracia salvadora. Sobre estas
palabras quiere reflexionar y hacia ellas quiere llamar la atención de los
creyentes y de todos los hombres, mientras se prepara a celebrar —como se dirá
más adelante— el gran Jubileo que señalará el paso del segundo al tercer milenio
cristiano.
Naturalmente, las consideraciones que siguen no pretenden examinar de modo
exhaustivo la riquísima doctrina sobre el Espíritu Santo, ni privilegiar alguna
solución sobre cuestiones todavía abiertas. Tienen como objetivo principal
desarrollar en la Iglesia la conciencia de que en ella « el Espíritu Santo la
impulsa a cooperar para que se cumpla el designio de Dios, quien constituyó a
Cristo principio de salvación para todo el mundo ».15
I PARTE - EL ESPÍRITU DEL
PADRE Y DEL HIJO, DADO A LA IGLESIA
1. Promesa y revelación de Jesús durante la
Cena pascual
3. Cuando ya era inminente para Jesús el momento de dejar este mundo, anunció a
los apóstoles « otro Paráclito ».16 El evangelista Juan, que estaba presente,
escribe que Jesús, durante la Cena pascual anterior al día de su pasión y
muerte, se dirigió a ellos con estas palabras: « Todo lo que pidáis en mi
nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo... y yo pediré
al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad ».17
Precisamente a este Espíritu de la verdad Jesús lo llama el Paráclito, y
Parákletos quiere decir « consolador », y también « intercesor » o « abogado ».
Y dice que es « otro » Paráclito, el segundo, porque él mismo, Jesús, es el
primer Paráclito, 18 al ser el primero que trae y da la Buena Nueva. El Espíritu
Santo viene después de él y gracias a él, para continuar en el mundo, por medio
de la Iglesia, la obra de la Buena Nueva de salvación. De esta continuación de
su obra por parte del Espíritu Santo Jesús habla más de una vez durante el mismo
discurso de despedida, preparando a los apóstoles, reunidos en el Cenáculo, para
su partida, es decir, su pasión y muerte en Cruz.
Las palabras, a las que aquí nos referimos, se
encuentran en el Evangelio de
Juan. Cada una de ellas añade algún contenido nuevo a aquel anuncio y a aquella
promesa. Al mismo tiempo, están simultáneamente relacionadas entre sí no sólo
por la perspectiva de los mismos acontecimientos, sino también por la
perspectiva del misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que quizás en
ningún otro pasaje de la Sagrada Escritura encuentran una expresión tan
relevante como ésta.
4. Poco después del citado anuncio, añade Jesús: « Pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo he dicho ».19 El Espíritu Santo será el Consolador de
los apóstoles y de la Iglesia, siempre presente en medio de ellos—aunque
invisible—como maestro de la misma Buena Nueva que Cristo anunció. Las palabras
« enseñará » y « recordará » significan no sólo que el Espíritu, a su manera,
seguirá inspirando la predicación del Evangelio de salvación, sino que también
ayudará a comprender el justo significado del contenido del mensaje de Cristo,
asegurando su continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones
y circunstancias mudables. El Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia
perdure siempre la misma verdad que los apóstoles oyeron de su Maestro.
5. Los apóstoles, al
transmitir la Buena Nueva, se unirán particularmente al
Espíritu Santo. Así sigue hablando Jesús: « Cuando venga el Paráclito, que yo os
enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él
dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis
conmigo desde el principio ».20
Los apóstoles fueron testigos directos y oculares. « Oyeron » y « vieron
con sus
propios ojos », « miraron » e incluso « tocaron con sus propias manos » a
Cristo, como se expresa en otro pasaje el mismo evangelista Juan.21 Este
testimonio suyo humano, ocular e « histórico » sobre Cristo se une al testimonio
del Espíritu Santo: « El dará testimonio de mí ». En el testimonio del Espíritu
de la verdad encontrará el supremo apoyo el testimonio humano de los apóstoles.
Y luego encontrará también en ellos el fundamento interior de su continuidad
entre las generaciones de los discípulos y de los confesores de Cristo, que se
sucederán en los siglos posteriores.
Si la revelación suprema y más completa de Dios a la humanidad es
Jesucristo
mismo, el testimonio del Espíritu de la verdad inspira, garantiza y corrobora su
fiel transmisión en la predicación y en los escritos apostólicos, 22 mientras
que el testimonio de los apóstoles asegura su expresión humana en la Iglesia y
en la historia de la humanidad.
6. Esto se deduce también de la profunda correlación de
contenido y de intención
con el anuncio y la promesa mencionada, que se encuentra en las palabras
sucesivas del texto de Juan: « Mucho podría deciros aún, pero ahora no podéis
con ello. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad
completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os
anunciará lo que ha de venir ».23
Con estas palabras Jesús presenta el Paráclito. el Espíritu de la
verdad, como
el que « enseñará » y « recordará », como el que « dará testimonio » de él;
luego dice: « Os guiará hasta la verdad completa ». Este « guiar hasta la verdad
completa », con referencia a lo que dice a los apóstoles « pero ahora no podéis
con ello », está necesariamente relacionado con el anonadamiento de Cristo por
medio de la pasión y muerte de Cruz, que entonces, cuando pronunciaba estas
palabras, era inminente.
Después, sin embargo, resulta claro que aquel « guiar hasta la verdad completa »
se refiere también, además del escándalo de la cruz, a todo lo que Cristo « hizo
y enseñó ».24 En efecto, el misterio de Cristo en su globalidad exige la fe ya
que ésta introduce oportunamente al hombre en la realidad del misterio revelado.
El « guiar hasta la verdad completa » se realiza, pues en la fe y mediante la
fe, lo cual es obra del Espíritu de la verdad y fruto de su acción en el hombre.
El Espíritu Santo debe ser en esto la guía suprema del hombre y la luz del
espíritu humano. Esto sirve para los apóstoles, testigos oculares, que deben
llevar ya a todos los hombres el anuncio de lo que Cristo « hizo y enseñó » y,
especialmente, el anuncio de su Cruz y de su Resurrección. En una perspectiva
más amplia esto sirve también para todas las generaciones de discípulos y
confesores del Maestro, ya que deberán aceptar con fe y confesar con lealtad el
misterio de Dios operante en la historia del hombre, el misterio revelado que
explica el sentido definitivo de esa misma historia.
7. Entre el Espíritu Santo y Cristo
subsiste, pues, en la economía de la
salvación una relación íntima por la cual el Espíritu actúa en la historia del
hombre como « otro Paráclito », asegurando de modo permanente la trasmisión y la
irradiación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret. Por esto,
resplandece la gloria de Cristo en el Espíritu Santo-Paráclito, que en el
misterio y en la actividad de la Iglesia continúa incesantemente la presencia
histórica del Redentor sobre la tierra y su obra salvífica, como lo atestiguan
las siguientes palabras de Juan: « El me dará gloria, porque recibirá de lo mío
y os lo comunicará a vosotros ».25 Con estas palabras se confirma una vez más
todo lo que han dicho los enunciados anteriores. « Enseñará ..., recordará ...,
dará testimonio ». La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se ha
realizado en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue
manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito invisible, el
Espíritu de la verdad. Cuán íntimamente esta misión esté relacionada con la
misión de Cristo y cuán plenamente se fundamente en ella misma, consolidando y
desarrollando en la historia sus frutos salvíficos, está expresado con el verbo
« recibir »: « recibirá de lo mío y os lo comunicará ». Jesús para explicar la
palabra « recibirá », poniendo en clara evidencia la unidad divina y trinitaria
de la fuente, añade: « Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho:
Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros ».26 Tomando de lo « mío », por
eso mismo recibirá de « lo que es del Padre ».
A la luz pues de aquel « recibirá » se pueden explicar
todavía las otras
palabras significativas sobre el Espíritu Santo, pronunciadas por Jesús en el
Cenáculo antes de la Pascua: « Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy,
no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y cuando él
venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la
justicia y en lo referente al juicio ».27 Convendrá dedicar todavía a estas
palabras una reflexión aparte.
2. Padre, Hijo y Espíritu
Santo
8. Una característica del texto joánico es que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo son llamados claramente Personas; la primera es distinta de la segunda y
de la tercera, y éstas también lo son entre sí. Jesús habla del Espíritu
Paráclito usando varias veces el pronombre personal « él »; y al mismo tiempo,
en todo el discurso de despedida, descubre los lazos que unen recíprocamente al
Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, « el Espíritu ... procede del Padre »
28 y el Padre « dará » el Espíritu.29 El Padre « enviará » el Espíritu en nombre
del Hijo, 30 el Espíritu « dará testimonio » del Hijo.31 El Hijo pide al Padre
que envíe el Espíritu Paráclito,32 pero afirma y promete, además, en relación
con su « partida » a través de la Cruz: « Si me voy, os lo enviaré ».33 Así
pues, el Padre envía el Espíritu Santo con el poder de su paternidad, igual que
ha enviado al Hijo,34 y al mismo tiempo lo envía con la fuerza de la redención
realizada por Cristo; en este sentido el Espíritu Santo es enviado también por
el Hijo: « os lo enviaré ».
Conviene notar aquí que si todas las demás promesas hechas en el Cenáculo
anunciaban la venida del Espíritu Santo después de la partida de Cristo, la
contenida en el texto de Juan comprende y subraya claramente también la relación
de interdependencia, que se podría llamar causal, entre la manifestación de
ambos: « Pero si me voy, os le enviaré ». El Espíritu Santo vendrá cuando Cristo
se haya ido por medio de la Cruz; vendrá no sólo después, sino como causa de la
redención realizada por Cristo, por voluntad y obra del Padre.
9. Así, en el discurso pascual
de despedida se llega —puede decirse— al culmen
de la revelación trinitaria. Al mismo tiempo, nos encontramos ante unos
acontecimientos definitivos y unas palabras supremas, que al final se traducirán
en el gran mandato misional dirigido a los apóstoles y, por medio de ellos, a la
Iglesia: « Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes », mandato que
encierra, en cierto modo, la fórmula trinitaria del bautismo: « bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ».35 Esta fórmula refleja el
misterio íntimo de Dios y de su vida divina, que es el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, divina unidad de la Trinidad. Se puede leer este discurso como
una preparación especial a esta fórmula trinitaria, en la que se expresa la
fuerza vivificadora del Sacramento que obra la participación en la vida de Dios
uno y trino, porque da al hombre la gracia santificante como don sobrenatural.
Por medio de ella éste es llamado y hecho « capaz » de participar en la
inescrutable vida de Dios.
10. Dios, en su vida íntima, « es amor »,36 amor esencial, común a
las tres
Personas divinas. EL Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y
del Hijo. Por esto « sondea hasta las profundidades de Dios »,37 como Amor-don
increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y
trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas
divinas, y que por el Espíritu Santo Dios « existe » como don. El Espíritu Santo
es pues la expresión personal de esta donación, de este ser-amor.38 Es
Persona-amor. Es Persona-don. Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad
y una profundización inefable del concepto de persona en Dios, que solamente
conocemos por la Revelación.
Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo en la
divinidad, es amor y don (increado) del que deriva como de una fuente (fons
vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a
todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres
mediante toda la economía de la salvación. Como escribe el apóstol Pablo: « El
amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos ha sido dado ».39
3. La donación salvífica de Dios por el Espíritu
Santo
11. El discurso de despedida de Cristo durante la Cena pascual se refiere
particularmente a este « dar » y « darse » del Espíritu Santo. En el Evangelio
de Juan se descubre la « lógica » más profunda del misterio salvífico contenido
en el designio eterno de Dios como expansión de la inefable comunión del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Es la « lógica » divina, que del misterio de la
Trinidad lleva al misterio de la Redención del mundo por medio de Jesucristo. La
Redención realizada por el Hijo en el ámbito de la historia terrena del hombre
—realizada por su « partida » a través de la Cruz y Resurrección— es al mismo
tiempo, en toda su fuerza salvífica, transmitida al Espíritu Santo: que «
recibirá de lo mío ».40 Las palabras del texto joánico indican que, según el
designio divino, la « partida » de Cristo es condición indispensable del « envío
» y de la venida del Espíritu Santo, indican que entonces comienza la nueva
comunicación salvífica por el Espíritu Santo.
12. Es un nuevo inicio en relación con el
primero, —inicio originario de la
donación salvífica de Dios— que se identifica con el misterio de la creación.
Así leemos ya en las primeras páginas del libro del Génesis: « En el principio
creó Dios los cielos y la tierra ... y el Espíritu de Dios (ruah Elohim)
aleteaba por encima de las aguas ».41 Este concepto bíblico de creación comporta
no sólo la llamada del ser mismo del cosmos a la existencia, es decir, el dar la
existencia, sino también la presencia del Espíritu de Dios en la creación, o
sea, el inicio de la comunicación salvífica de Dios a las cosas que crea. Lo
cual es válido ante todo para el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza
de Dios: « Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra ».42 «
Hagamos », ¿se puede considerar que el plural, que el Creador usa aquí hablando
de sí mismo, sugiera ya de alguna manera el misterio trinitario, la presencia de
la Trinidad en la obra de la creación del hombre? El lector cristiano, que
conoce ya la revelación de este misterio, puede también descubrir su reflejo en
estas palabras. En cualquier caso, el contexto nos permite ver en la creación
del hombre el primer inicio de la donación salvífica de Dios a la medida de su «
imagen y semejanza », que ha concedido al hombre.
13. Parece, pues, que las palabras
pronunciadas por Jesús en el discurso de
despedida deben ser leídas también con referencia a aquel « inicio » tan lejano,
pero fundamental, que conocemos por el Génesis. « Si no me voy, no vendrá a
vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré ». Cristo, describiendo su
« partida » como condición de la « venida » del Paráclito, une el nuevo inicio
de la comunicación salvífica de Dios por el Espíritu Santo con el misterio de la
Redención. Este es un nuevo inicio, ante todo porque entre el primer inicio y
toda la historia del hombre, —empezando por la caída original—, se ha
interpuesto el pecado, que es contrario a la presencia del Espíritu de Dios en
la creación y es, sobre todo, contrario a la comunicación salvífica de Dios al
hombre. Escribe San Pablo que, precisamente a causa del pecado, « la creación
... fue sometida a la vanidad... gimiendo hasta el presente y sufre dolores de
parto » y « desea vivamente la revelación de los hijos de Dios ».43
14. Por eso Jesucristo
dice en el Cenáculo: « Os conviene que yo me vaya »; « Si
me voy, os lo enviaré ».44 La « partida » de Cristo a través de la Cruz tiene la
fuerza de la Redención; y esto significa también una nueva presencia del
Espíritu de Dios en la creación: el nuevo inicio de la comunicación de Dios al
hombre por el Espíritu Santo. « La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá Padre! »,
escribe el apóstol Pablo en la Carta a los Gálatas.45 El Espíritu Santo es el
Espíritu del Padre, como atestiguan las palabras del discurso de despedida en el
Cenáculo. Es, al mismo tiempo, el Espíritu del Hijo: es el Espíritu de
Jesucristo, como atestiguarán los apóstoles y especialmente Pablo de Tarso.46
Con el envío de este Espíritu « a nuestros corazones » comienza a cumplirse lo
que « la creación desea vivamente », como leemos en la Carta a los Romanos.
El Espíritu viene a costa de
la « partida » de Cristo. Si esta « partida » causó
la tristeza de los apóstoles,47 y ésta debía llegar a su culmen en la pasión y
muerte del Viernes Santo, a su vez esta « tristeza se convertirá en gozo ».48 En
efecto, Cristo insertará en su « partida » redentora la gloria de la
resurrección y de la ascensión al Padre. Por tanto la tristeza, a través de la
cual aparece el gozo, es la parte que toca a los apóstoles en el marco de la «
partida » de su Maestro, una partida « conveniente », porque gracias a ella
vendría otro « Paráclito ».49 A costa de la Cruz redentora y por la fuerza de
todo el misterio pascual de Jesucristo, el Espíritu Santo viene para quedar se
desde el día de Pentecostés con los Apóstoles, para estar con la Iglesia y en la
Iglesia y, por medio de ella, en el mundo. De este modo se realiza
definitivamente aquel nuevo inicio de la comunicación de Dios uno y trino en el
Espíritu Santo por obra de Jesucristo, Redentor del Hombre y del mundo.
4. El
Mesías ungido con el Espíritu Santo
15. Se realiza así completamente la misión del Mesías,
que recibió la plenitud
del Espíritu Santo para el Pueblo elegido de Dios y para toda la humanidad. «
Mesías » literalmente significa « Cristo », es decir « ungido »; y en la
historia de la salvación significa « ungido con el Espíritu Santo ». Esta era la
tradición profética del Antiguo Testamento. Siguiéndola, Simón Pedro dirá en
casa de Cornelio: « Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea ... después que
Juan predicó el bautismo; como Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu
Santo y con poder ».50
Desde estas palabras de Pedro y otras muchas parecidas 51 conviene remontarse
ante todo a la profecía de Isaías, llamada a veces « el quinto evangelio » o
bien el « evangelio del Antiguo Testamento ». Aludiendo a la venida de un
personaje misterioso, que la revelación neotestamentaria identificará con Jesús,
Isaías relaciona la persona y su misión con una acción especial del Espíritu de
Dios, Espíritu del Señor. Dice así el Profeta:
« Saldrá un vástago del tronco de Jesé
y un retoño de
sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e
inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.
Y le
inspirará en el temor del Señor ».52
Este texto es importante para toda la pneumatología del Antiguo
Testamento,
porque constituye como un puente entre el antiguo concepto bíblico de « espíritu
», entendido ante todo como « aliento carismático », y el « Espíritu » como
persona y como don, don para la persona. El Mesías de la estirpe de David (« del
tronco de Jesé ») es precisamente aquella persona sobre la que « se posará » el
Espíritu del Señor. Es obvio que en este caso todavía no se puede hablar de la
revelación del Paráclito; sin embargo, con aquella alusión velada a la figura
del futuro Mesías se abre, por decirlo de algún modo, la vía sobre la que se
prepara la plena revelación del Espíritu Santo en la unidad del misterio
trinitario, que se manifestará finalmente en la Nueva Alianza.
16. El Mesías es precisamente
esta vía. En la Antigua Alianza la unción era un
símbolo externo del don del Espíritu. El Mesías (mucho más que cualquier otro
personaje ungido en la Antigua Alianza) es el único gran Ungido por Dios mismo.
Es el Ungido en el sentido de que posee la plenitud del Espíritu de Dios. El
mismo será también el mediador al conceder este Espíritu a todo el Pueblo. En
efecto, dice el Profeta con estas palabras:
« El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto que me
ha ungido el Señor.
A anunciar la buena nueva a los pobres me ha a enviado,
a vendar los corazones
rotos;
a pregonar a los cautivos la liberación,
y a los reclusos la libertad;
a pregonar año de
gracia del Señor ».53
El Ungido es también enviado « con el Espíritu del Señor ».
« Ahora el
Señor Dios me envía con su espíritu».54
Según el libro de Isaías, el Ungido y el Enviado junto con el
Espíritu del Señor
es también el Siervo elegido del Señor, sobre el que se posa el Espíritu de
Dios:
« He aquí a mi siervo a quien sostengo,
mi elegido en quien se complace mi alma.
He
puesto mi espíritu sobre él ».55
Se sabe que el Siervo del Señor es presentado en el Libro de Isaías como
el
verdadero varón de dolores: el Mesías doliente por los pecados del mundo.56 Y a
la vez es precisamente aquél cuya misión traerá verdaderos frutos de salvación
para toda la humanidad:
« Dictará ley a las naciones ... »; 57 y será « alianza del pueblo y luz de las
gentes ... »; 58 « para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra
».59
Ya que:
« Mi espíritu que ha venido sobre ti
y mis palabras que he puesto en tus
labios
no caerán de tu boca ni de la boca de tu descendencia
ni de la boca de la descendencia de tu
descendencia,
dice el Señor, desde ahora y para siempre ».60
Los textos proféticos expuestos aquí
deben ser leídos por nosotros a la luz del
Evangelio, como a su vez el Nuevo Testamento recibe una particular clarificación
por la admirable luz contenida en estos textos veterotestamentarios. El profeta
presenta al Mesías como aquél que viene por el Espíritu Santo, como aquél que
posee la plenitud de este Espíritu en sí y, al mismo tiempo, para los demás,
para Israel, para todas las naciones y para toda la humanidad. La plenitud del
Espíritu de Dios está acompañada de múltiples dones, los de la salvación,
destinados de modo particular a los pobres y a los que sufren, a todos los que
abren su corazón a estos dones, a veces mediante las dolorosas experiencias de
su propia existencia, pero ante todo con aquella disponibilidad interior que
viene de la fe. Esto intuía el anciano Simeón, « hombre justo y piadoso » ya que
« estaba en él el Espíritu Santo », en el momento de la presentación de Jesús en
el Templo, cuando descubría en él la « salvación preparada a la vista de todos
los pueblos » a costa del gran sufrimiento —la Cruz— que había de abrazar
acompañado por su Madre.61 Esto intuía todavía mejor la Virgen María, que «
había concebido del Espíritu Santo »,62 cuando meditaba en su corazón los «
misterios » del Mesías al que estaba asociada.63
17. Conviene subrayar aquí claramente que el
« Espíritu del Señor », que « se
posa » sobre el futuro Mesías, es ante todo un don de Dios para la persona de
aquel Siervo del Señor. Pero éste no es una persona aislada e independiente,
porque actúa por voluntad del Señor en virtud de su decisión u opción. Aunque a
la luz de los textos de Isaías la actuación salvífica del Mesías, Siervo del
Señor, encierra en sí la acción del Espíritu que se manifiesta a través de él
mismo, sin embargo en el contexto veterotestamentario no está sugerida la
distinción de los sujetos o de las personas divinas, tal como subsisten en el
misterio trinitario y son reveladas luego en el Nuevo Testamento. Tanto en
Isaías como en el resto del Antiguo Testamento la personalidad del Espíritu
Santo está totalmente « escondida »: escondida en la revelación del único Dios,
así como también en el anuncio del futuro Mesías.
18. Jesucristo se referirá a este anuncio,
contenido en las palabras de Isaías,
al comienzo de su actividad mesiánica. Esto acaecerá en Nazaret mismo donde
había transcurrido treinta años de su vida en la casa de José, el carpintero
junto a María, su Madre Virgen. Cuando se presentó la ocasión de tomar la
palabra en la Sinagoga, abriendo el libro de Isaías encontró el pasaje en que
estaba escrito: « EL Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha
ungido el Señor » y después de haber leído este fragmento dijo a los presentes:
« Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy ».64 De este modo
confesó y proclamó ser el que « fue ungido » por el Padre, ser el Mesías, es
decir Cristo, en quien mora el Espíritu Santo como don de Dios mismo, aquél que
posee la plenitud de este Espíritu, aquél que marca el « nuevo inicio » del don
que Dios hace a la humanidad con el Espíritu.
5. Jesús de Nazaret « elevado » por
el Espíritu Santo
19. Aunque en Nazaret, su patria, Jesús no es acogido como Mesías, sin
embargo,
al comienzo de su actividad pública, su misión mesiánica por el Espíritu Santo
es revelada al pueblo por Juan el Bautista. Este, hijo de Zacarías y de Isabel,
anuncia en el Jordán la venida del Mesías y administra el bautismo de
penitencia. Dice al respecto: « Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más
fuerte que yo, y yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os
bautizará en Espíritu Santo y fuego ».65
Juan Bautista anuncia al Mesías-Cristo no sólo como el que «
viene » por el
Espíritu Santo, sino también como el que « lleva » el Espíritu Santo, como Jesús
revelará mejor en el Cenáculo. Juan es aquí el eco fiel de las palabras de
Isaías, que en el antiguo Profeta miraban al futuro, mientras que en su
enseñanza a orillas del Jordán constituyen la introducción inmediata en la nueva
realidad mesiánica. Juan no es solamente un profeta sino también un mensajero,
es el precursor de Cristo. Lo que Juan anuncia se realiza a la vista de todos.
Jesús de Nazaret va al Jordán para recibir también el bautismo de penitencia. Al
ver que llega, Juan proclama: « He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo ».66 Dice esto por inspiración del Espíritu Santo,67 atestiguando el
cumplimiento de la profecía de Isaías. Al mismo tiempo confiesa la fe en la
misión redentora de Jesús de Nazaret. « Cordero de Dios » en boca de Juan
Bautista es una expresión de la verdad sobre el Redentor, no menos significativa
de la usada por Isaías: « Siervo del Señor ».
Así, por el testimonio de Juan en el Jordán, Jesús de
Nazaret, rechazado por sus
conciudadanos, es elevado ante Israel como Mesías, es decir « Ungido » con el
Espíritu Santo. Y este testimonio es corroborado por otro testimonio de orden
superior mencionado por los Sinópticos. En efecto, cuando todo el pueblo fue
bautizado y mientras Jesús después de recibir el bautismo estaba en oración, «
se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una
paloma » 68 y al mismo tiempo « vino una voz del cielo: Este es mi Hijo amado,
en quien me complazco ».69
Es una teofanía trinitaria que atestigua la exaltación de Cristo con ocasión
del
bautismo en el Jordán, la cual no sólo confirma el testimonio de Juan Bautista,
sino que descubre una dimensión todavía más profunda de la verdad sobre Jesús de
Nazaret como Mesías. El Mesías es el Hijo predilecto del Padre. Su exaltación
solemne no se reduce a la misión mesiánica del « Siervo del Señor ». A la luz de
la teofanía del Jordán, esta exaltación alcanza el misterio de la Persona misma
del Mesías. El es exaltado porque es el Hijo de la divina complacencia. La voz
de lo alto dice: « mi Hijo ».
20. La teofanía del Jordán ilumina sólo fugazmente el misterio
de Jesús de
Nazaret cuya actividad entera se desarrollará bajo la presencia viva del
Espíritu Santo.70 Este misterio habría sido manifestado por Jesús mismo y
confirmado gradualmente a través de todo lo que « hizo y enseñó ».71 En la línea
de esta enseñanza y de los signos mesiánicos que Jesús hizo antes de llegar al
discurso de despedida en el Cenáculo, encontramos unos acontecimientos y
palabras que constituyen momentos particularmente importantes de esta progresiva
revelación. Así el evangelista Lucas, que ya ha presentado a Jesús « lleno de
Espíritu Santo » y « conducido por el Espíritu en el desierto »,72 nos hace
saber que, después del regreso de los setenta y dos discípulos de la misión
confiada por el Maestro,73 mientras llenos de gozo narraban los frutos de su
trabajo, « en aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y
dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí,
Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" ».74 Jesús se alegra por la paternidad
divina, se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra,
finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina sobre los «
pequeños ». Y el evangelista califica todo esto como « gozo en el Espíritu Santo
».
Este « gozo », en cierto modo, impulsa a Jesús a decir todavía: « Todo me ha
sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y
quien es el Padre sino el Hijo, y aquél a quien se lo quiera revelar ».75
21. Lo que durante
la teofanía del Jordán vino en cierto modo « desde fuera »,
desde lo alto aquí proviene « desde dentro », es decir, desde la profundidad de
lo que es Jesús. Es otra revelación del Padre y del Hijo, unidos en el Espíritu
Santo. Jesús habla solamente de la paternidad de Dios y de su propia filiación;
no habla directamente del Espíritu que es amor y, por tanto, unión del Padre y
del Hijo. Sin embargo, lo que dice del Padre y de sí como Hijo brota de la
plenitud del Espíritu que está en él y que se derrama en su corazón, penetra su
mismo « yo », inspira y vivifica profundamente su acción. De ahí aquel « gozarse
en el Espíritu Santo ». La unión de Cristo con el Espíritu Santo, de la que
tiene perfecta conciencia, se expresa en aquel « gozo », que en cierto modo hace
« perceptible » su fuente arcana. Se da así una particular manifestación y
exaltación, que es propia del Hijo del Hombre, de Cristo-Mesías, cuya humanidad
pertenece a la persona del Hijo de Dios, substancialmente uno con el Espíritu
Santo en la divinidad.
En la magnífica confesión de la paternidad de Dios, Jesús de Nazaret manifiesta
también a sí mismo su « yo » divino; efectivamente, él es el Hijo « de la misma
naturaleza », y por tanto « nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; y quien
es el Padre sino el Hijo », aquel Hijo que « por nosotros los hombres y por
nuestra salvación » se hizo hombre por obra del Espíritu Santo y nació de una
virgen, cuyo nombre era María
6. Cristo resucitado dice: « Recibid el Espíritu
Santo »
22. Gracias a su narración Lucas nos acerca a la verdad contenida en el discurso
del Cenáculo. Jesús de Nazaret, « elevado » por el Espíritu Santo, durante este
discurso-coloquio, se manifiesta como el que « trae » el Espíritu, como el que
debe llevarlo y « darlo » a los apóstoles y a la Iglesia a costa de su « partida
» a través de la cruz.
El verbo « traer » aquí quiere decir, ante todo, « revelar ». En el Antiguo
Testamento, desde el Libro del Génesis, el espíritu de Dios fue de alguna manera
dado a conocer primero como « soplo » de Dios que da vida, como « soplo vital »
sobrenatural. En el libro de Isaías es presentado como un « don » para la
persona del Mesías, como el que se posa sobre él, para guiar interiormente toda
su actividad salvífica. Junto al Jordán, el anuncio de Isaías ha tomado una
forma concreta: Jesús de Nazaret es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae
como don propio de su misma persona, para comunicarlo a través de su humanidad:
« El os bautizará en Espíritu Santo ».76 En el Evangelio de Lucas se encuentra
confirmada y enriquecida esta revelación del Espíritu Santo, como fuente íntima
de la vida y acción mesiánica de Jesucristo.
A la luz de lo que Jesús dice en el discurso del Cenáculo,
el Espíritu Santo es
revelado de una manera nueva y más plena. Es no sólo el don a la persona (a la
persona del Mesías), sino que es una Persona-don. Jesús anuncia su venida como
la de « otro Paráclito », el cual, siendo el Espíritu de la verdad, guiará a los
apóstoles y a la Iglesia « hacia la verdad completa ».77 Esto se realizará en
virtud de la especial comunión entre el Espíritu Santo y Cristo: « Recibirá de
lo mío y os lo anunciará a vosotros ».78 Esta comunión tiene su fuente primaria
en el Padre: « Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho: que
recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ».79 Procediendo del Padre, el
Espíritu Santo es enviado por el Padre.80 El Espíritu Santo ha sido enviado
antes como don para el Hijo que se ha hecho hombre, para cumplir las profecías
mesiánicas. Según el texto joánico, después de la « partida » de Cristo-Hijo, el
Espíritu Santo « vendrá » directamente —es su nueva misión— a completar la obra
del Hijo. Así llevará a término la nueva era de la historia de la salvación.
23. Nos
encontramos en el umbral de los acontecimientos pascuales. La revelación
nueva y definitiva del Espíritu Santo como Persona, que es el don, se realiza
precisamente en este momento Los acontecimientos pascuales —pasión, muerte y
resurrección de Cristo— son también el tiempo de la nueva venida del Espíritu
Santo, como Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del « nuevo inicio
» de la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad en el Espíritu Santo,
por obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio es la redención del mundo: «
Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único ».81 Ya en el « dar » el Hijo,
en este don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual, como
Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho por el Hijo se
completan la revelación y la dádiva del amor eterno: el Espíritu Santo, que en
la inescrutable profundidad de la divinidad es una Persona-don, por obra del
Hijo, es decir, mediante el misterio pascual es dado de un modo nuevo a los
apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo
entero.
Continua......
Encíclica: Continua en el Vaticano