Los Pecados contra el ESPIRITU SANTO
(Lc. 12, 10)
10 Al que diga una palabra contra el
Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu
Santo, no se le perdonará.
(Mc. 3, 29)
29 Pero el que blasfeme contra el
Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre».
(Mt. 12, 32)
32 Al que diga una palabra contra el
Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu
Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro.
Los pecados contra el Espíritu Santo
son seis y se llaman estos pecados particularmente pecados contra el
Espíritu Santo, porque se cometen por pura malicia, lo que es contrario a la
bondad que se atribuye al Espíritu Santo
1° Desesperanza de la salvación:
Ocurre cuando la persona ha pecado
tanto que entra en desesperación encontrando que no hay más salvación para
ella.
2° Presunción de la salvación sin
merecimiento:
Ocurre cuando la persona se haya tan
virtuosa que piensa que ya está en el Cielo y por eso por más que haya hecho
algún pecado, Dios la perdonará.
3° Negar la verdad conocida como tal:
Ocurre cuando la persona se juzga
“dueña de la verdad” y por eso no cree las verdades de fe por puro orgullo
4° La envidia de la gracia fraterna:
Ocurre cuando las personas tienen
envidia de la gracia que Dios da a otro. E envidioso se enoja porque su
prójimo alcanzó algo bueno y por eso se rebela contra Dios. Es el caso de
Caín y Abel.
5° La obstinación en el pecado:
Es quien peca no por debilidad, sino
por malicia. Peca no simplemente porque tuvo una tentación, sino porque AMA
pecar.
6° La impenitencia final:
No es difícil de entender este
pecado, pues una persona que viene pecando al vida entera, al final de su
existencia continúa siendo impenitente y no arrepintiéndose de todo lo que
hizo de malo.
Los pecados contra el Espíritu Santo
son pecados de pura maldad, no de debilidad.
CARTA ENCÍCLICA DOMINUM ET
VIVIFICANTEM
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DE
LA IGLESIA Y DEL MUNDO
6. El pecado contra el Espíritu Santo
46. En el marco de lo dicho hasta
ahora, resultan más comprensibles otras palabras, impresionantes y
desconcertantes, de Jesús. Las podríamos llamar las palabras del « no-perdón
». Nos las refieren los Sinópticos respecto a un pecado particular que es
llamado « blasfemia contra el Espíritu Santo ». Así han sido referidas en su
triple redacción:
Mateo: « Todo pecado y blasfemia se
perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será
perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le
perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará
ni en este mundo ni en el otro ».180
Marcos: « Se perdonará todo a los
hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas
sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca,
antes bien, será reo de pecado eterno ».181
Lucas: « A todo el que diga una
palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme
contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ».182
¿Por qué la blasfemia contra el
Espíritu Santo es imperdonable? ¿Cómo se entiende esta blasfemia? Responde
Santo Tomás de Aquino que se trata de un pecado « irremisible según su
naturaleza, en cuanto excluye aquellos elementos, gracias a los cuales se da
la remisión de los pecados ».183
Según esta exégesis la « blasfemia »
no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste,
por el contrario, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al
hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de
la Cruz. Si el hombre rechaza aquel « convencer sobre el pecado », que
proviene del Espíritu Santo y tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez
la « venida » del Paráclito aquella « venida » que se ha realizado en el
misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza redentora de la Sangre de
Cristo. La Sangre que « purifica de las obras muertas nuestra conciencia ».
Sabemos que un fruto de esta
purificación es la remisión de los pecados. Por tanto, el que rechaza el
Espíritu y la Sangre permanece en las « obras muertas », o sea en el pecado.
Y la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo
radical de aceptar esta remisión, de la que el mismo Espíritu es el íntimo
dispensador y que presupone la verdadera conversión obrada por él en la
conciencia. Si Jesús afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no
puede ser perdonada ni en esta vida ni en la futura, es porque esta «
no-remisión » está unida, como causa suya, a la « no-penitencia », es decir
al rechazo radical del convertirse. Lo que significa el rechazo de acudir a
las fuentes de la Redención, las cuales, sin embargo, quedan « siempre »
abiertas en la economía de la salvación, en la que se realiza la misión del
Espíritu Santo. El Paráclito tiene el poder infinito de sacar de estas
fuentes: « recibirá de lo mío », dijo Jesús. De este modo el Espíritu
completa en las almas la obra de la Redención realizada por Cristo,
distribuyendo sus frutos. Ahora bien la blasfemia contra el Espíritu Santo
es el pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido « derecho
de perseverar en el mal » —en cualquier pecado— y rechaza así la Redención
El hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible por su parte la
conversión y, por consiguiente, también la remisión de sus pecados, que
considera no esencial o sin importancia para su vida. Esta es una condición
de ruina espiritual, dado que la blasfemia contra el Espíritu Santo no
permite al hombre salir de su autoprisión y abrirse a las fuentes divinas de
la purificación de las conciencias y remisión de los pecados.
47. La acción del Espíritu de la
verdad, que tiende al salvífico « convencer en lo referente al pecado »,
encuentra en el hombre que se halla en esta condición una resistencia
interior, como una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que
podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo que la
Sagrada Escritura suele llamar « dureza de corazón ».184 En nuestro tiempo a
esta actitud de mente y corazón corresponde quizás la pérdida del sentido
del pecado, a la que dedica muchas páginas la Exhortación Apostólica
Reconciliatio et paenitentia.185 Anteriormente el Papa Pío XII había
afirmado que « el pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del
pecado » 186 y esta pérdida está acompañada por la « pérdida del sentido de
Dios ». En la citada Exhortación leemos: « En realidad, Dios es la raíz y el
fin supremo del hombre y éste lleva en sí un germen divino. Por ello, es la
realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es vano,
por lo tanto, esperar que tenga consistencia un sentido del pecado respecto
al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida
contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado ».187 La Iglesia, por
consiguiente, no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la
rectitud en las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad
ante el bien y el mal. Esta rectitud y sensibilidad están profundamente
unidas a la acción íntima del Espíritu de la verdad. Con esta luz adquieren
un significado particular las exhortaciones del Apóstol: « No extingáis el
Espíritu », « no entristezcáis al Espíritu Santo ».188 Pero la Iglesia,
sobre todo, no cesa de suplicar con gran fervor que no aumente en el mundo
aquel pecado llamado por el Evangelio blasfemia contra el Espíritu Santo;
antes bien que retroceda en las almas de los hombres y también en los mismos
ambientes y en las distintas formas de la sociedad, dando lugar a la
apertura de las conciencias, necesaria para la acción salvífica del Espíritu
Santo. La Iglesia ruega que el peligroso pecado contra el Espíritu deje
lugar a una santa disponibilidad a aceptar su misión de Paráclito, cuando
viene para « convencer al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a
la justicia y en lo referente al juicio ».
48. Jesús en su discurso de despedida
ha unido estos tres ámbitos del « convencer » como componentes de la misión
del Paráclito: el pecado, la justicia y el juicio. Ellos señalan la
dimensión de aquel misterio de la piedad, que en la historia del hombre se
opone al pecado, es decir al misterio de la impiedad.189 Por un lado, como
se expresa San Agustín, existe el « amor de uno mismo hasta el desprecio de
Dios »; por el otro, existe el « amor de Dios hasta el desprecio de uno
mismo ».190 La Iglesia eleva sin cesar su oración y ejerce su ministerio
para que la historia de las conciencias y la historia de las sociedades en
la gran familia humana no se abajen al polo del pecado con el rechazo de los
mandamientos de Dios « hasta el desprecio de Dios », sino que, por el
contrario, se eleven hacia el amor en el que se manifiesta el Espíritu que
da la vida.
Los que se dejan « convencer en lo
referente al pecado » por el Espíritu Santo, se dejan convencer también en
lo referente a « la justicia y al juicio ». EL Espíritu de la verdad que
ayuda a los hombres, a las conciencias humanas, a conocer la verdad del
pecado, a la vez hace que conozcan la verdad de aquella justicia que entró
en la historia del hombre con Jesucristo. De este modo, los que «
convencidos en lo referente al pecado » se convierten bajo la acción del
Paráclito, son conducidos, en cierto modo, fuera del ámbito del « juicio »:
de aquel « juicio » mediante el cual « el Príncipe de este mundo está
juzgado ».191 La conversión, en la profundidad de su misterio divino-humano,
significa la ruptura de todo vínculo mediante el cual el pecado ata al
hombre en el conjunto del misterio de la impiedad. Los que se convierten,
pues, son conducidos por el Espíritu Santo fuera del ámbito del « juicio » e
introducidos en aquella justicia, que está en Cristo Jesús, porque la «
recibe » del Padre,192 como un reflejo de la santidad trinitaria. Esta es la
justicia del Evangelio y de la Redención, la justicia del Sermón de la
montaña y de la Cruz, que realiza la purificación de la conciencia por medio
de la Sangre del Cordero. Es la justicia que el Padre da al Hijo y a todos
aquellos, que se han unido a él en la verdad y en el amor.
En esta justicia el Espíritu Santo,
Espíritu del Padre y del Hijo, que « convence al mundo en lo referente al
pecado » se manifiesta y se hace presente al hombre como Espíritu de vida
eterna.